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lunes, 6 de agosto de 2012

Corrida de agosto en Las Ventas

Madrid, 5 de agosto de 2012. Un cuarto de plaza o algo menos. 6 toros del Conde de la Maza, bien presentados, aunque alguno un tanto vareado de carnes, de amplias y hermosas cabezas, mansos en general. De juego aceptable -no exento de complicaciones- e incluso encastado los tres primeros; los tres últimos muy flojos o inválidos, descastados y complicados. Aníbal Ruiz, palmas y silencio. Sergio Marín, silencio (aviso) y silencio. Juan Antonio Siro, que confirmaba la alternativa, palmas (aviso) y vuelta al ruedo.

Era una corrida que hacía concebir alguna esperanza, pensando en aquellas que hoy ya no se estilan en la primera plaza del mundo. Ganado, a priori, con interés para el aficionado y una terna a la búsqueda de un sitio mejor en el escalafón, de un triunfo que les alzase sobre el marasmo de la nada, o de una oreja que les empujara a entrar en la feria de otoño madrileña. Terna, sin embargo, perfectamente mejorable. Son muchos los diestros que, con muchos mayores méritos, deberían haber estado presentes en el cartel. Entre los de este verano, sin ir más lejos, un Fernando Robleño pletórico en Francia (que, por cierto, estaba sentado con su reciente bebé, de apenas unos meses, unos metros a nuestra derecha haciendo ya a un nuevo aficionado…) o un Alberto Aguilar injustamente tratado por su ex - apoderado y empresario de Valencia o Madrid, Simón Casas. ¡Qué vergüenza de apoderamiento! Menos mal, para el joven espada madrileño, que se ha acabado… No sé para que necesitas tales mentores, si cuando se producen vacantes en la feria de julio valenciana, ni siquiera te tienen en cuenta. Y en su propia plaza… Muchos otros nombres deberían haber entrado con más y mejores méritos en un cartel como éste. Antes tales eventos, cuando éramos jóvenes, atraían a media plaza al menso de aficionados; hoy, triste resulta decirlo, apenas había en el coso un par de tendidos llenos a lo más. Sentado junto a mi viejo amigo el Dr. Ballesteros –que buena persona y mejor aficionado- recordábamos pasados tiempos en la Asociación Juvenil Taurina, y comentábamos cómo estas corridas de verano antaño ofrecían verdaderos alicientes a público y matadores… y si no, recuerden los casos de Paco Ojeda o de Ortega Cano, sin citarles otros.
El tercero, Guasito, más carbonero que ensabanado (Foto: las-ventas.com)

El caso es que la corrida del conde de la Maza se nos antojaba digna sucesora de aquellas que nos hacían bajar todas las fiestas de guardar desde la sierra al coso de la Villa y Corte. Las fotos, a priori, mostraban una corrida variada en pelaje, bien puesta de cabezas y en el tipo de la casa, encaste Núñez. Y los tres primeros, además, no defraudaron en cuanto a juego se refiere. Toros complicados, nada sencillos, encastados, el primero desarrollando sentido, el segundo con muchas posibilidades, quizá el mejor aunque no fuera fácil; el tercero algo brusco, pidiendo más sitio  del que Marín ofrecía… Corrida que no dejaba de interesar al aficionado venteño…, que se trucó en el cuarto. A éste, un toro manso y flojo, descastado, que llegó a echarse en la faena de muleta, le seguiría un quinto de igual condición, que también se echó en la faena, después de que mostrara tan pocas ganas de embestir y moverse como su hermano; y por último otro sexto, igual de flojo, más inválido aun que sus compañeros, que fue fuertemente protestado y frente al que Siro se mostró desigual: bueno en la porfía y sacando partido de donde no se suponía hubiese, y atropellado, acelerado y descolocado en muchos momentos.
Una corrida, en conjunto, que podía haber acabado tras la muerte del tercero, para dejarnos un buen sabor de boca. Molestó, y mucho a veces, el viento toda la tarde.
Juan Antonio Siro en el último, en que dio una vuelta (Foto: las-ventas.com)

Abrió plaza el confirmante Juan Antonio Siro. El salmantino ofreció, a lo largo de toda la tarde, una buena disposición, buenos recursos, valor, bastante verdad por momentos y capacidad. Le hacen falta corridas, es cierto, pero tiene cualidades para estar más arriba. La de ayer fue una tarde que merece repetición, pero con la manía de trabajar a ratos de la empresa tripartita, y teniendo ya conformados la mayor parte de los carteles de lo que resta de temporada entre los festejos mayores… no tiene cabida si no es para el 12 de octubre (si es que no nos sorprenden con una novillada). El toro de la confirmación se llamó Limpiapoco, un bicho de 511 kilos, negro, con escaso remate por detrás, pero bien puesto de cara, manso, complicado, desarrollando sentido pero también interés. Poco fijo en el capote, el animal llegó defendiéndose a la muleta, después de que le sacudieran a modo en varas. Mirón desde el principio, ciñéndose o colándose alguna vez, revolviéndose al finalizar el pase, mirando a medio muletazo, Siro consiguió mantenerse firme ante las incertidumbres con mérito indudable, obligándole bastante y sacándole un partido que no creíamos. Lástima que ante la serie más meritoria de la faena, por la derecha, no insistiese por ese pitón para demostrar que lo había podido, que lo había sometido definitivamente. Cambió a la zurda y nada hicieron toro o torero. Un pinchazo sin pasar –porque el toro se tapaba una barbaridad-, media de aquella forma y una entera caída de idéntico modo, deslucieron finalmente su labor, dejando la recompensa en unas palmas… quizá escasas para lo visto. En el último, frente a Algarrobe, de 542 kilos, un castaño chorreado, bragado corrido y girón, un toro con menos cuajo que el resto de sus hermanos, volvería a mostrarse firme, si bien menos colocado que en el que abrió plaza. Nos gustaron dos bonitas verónicas por el pitón zurdo en el comienzo, y nos gustó, entre caídas en el último tercio, varios derechazos con mando y transmisión, largos y arrastrando bien las embestidas del bicho. No fueron muchos, es cierto, pero llegaron. Molesto por el aire, y cada vez más fuera, la faena, en vez de crecerse, vino a menos, terminando algo ansioso, acelerado, diciendo más bien poco porque no había reposo en la dicción. Sálvense, a lo largo de toda la tarde, los de pecho, sobre todo cuando los remata hacia la hombrera contraria. Este postrero moriría después de una estocada baja sin paliativos y Siro dio una vuelta... un tanto exagerada pero que servía de premio a la tarde.
A Aníbal Ruiz, me temo, se le ha pasado el arroz, como suele decirse en el argot. El segundo vespertino, Milano por mote, fue un precioso cárdeno salpicado con una lista colorada en el lomo –sardo, en puridad, por tanto-, bien puesto de velas, ensillado y serio a pesar de 514 kilos en la tablilla que parecían veinte más. Casi logró el manchego pararlo, doblándose frente al toro que andaba por completo a su aire de salida. Y también se dobló con eficacia en los inicios del trasteo, quizá eléctricamente en los remates, sin la suavidad que el toro exigía. Con casta, el animal, pese a su mansedumbre en varas y dolerse en banderillas, aunque no era sencillo, iba y venía en la muleta, repitiendo con ganas –a veces con riñones-, mientras que –bien molestado por el viento, bien con falta de temple- los trapazos se sucedían en la faena, con tirones hacia fuera, enganchones diversos y sin demasiada quietud. El toro, desde luego, no era fácil, repetimos, pero tampoco era un barrabás… Después de un pinchazo caería media atravesada, echándose el toro y escuchando algunas palmas el diestro. 
Fanfarrón, el cuarto, zurdo y bizco del derecho (Foto: las-ventas.com)

El cuarto, Fanfarrón, un toro con abundante leña pero zurdo y bizco del derecho, fue un castaño que hizo honor a su capa, manso, flojo, descastado, a menos… Empezó por recibir un refilonazo, suelto, en una primera entrada en chiqueros, luego pareció empujar algo en el segundo envite, para salir suelto, y en una tercera entrada sólo cabeceó, dejándose pegar. El caso es que, como fuere, el animalito llegó sin fuerzas a la franela. Sólo se caería en tres ocasiones durante el primer tercio y una en el último porque no se entregó jamás, en arremetidas escasas y cortas, y el espada sólo le sacó una tanda ligada –a lo mejor no todo era culpa del toro-, justo antes de que el animal, exhausto, se echara. La labor del matador… deficiente, desde fuera y despegado toda la faena, con excesivas precauciones. Con el bicho amorcillado le largó un sablazo en el cuello y finis coronat opus.
Teníamos algunas esperanzas en Sergio Marín, torero de buenas formas pero quizá poco fondo, al que le hemos visto cosas… Pero no; sea por el escaso número de festejos, sea porque el corazón no empuja, no terminó ayer de congraciarse con el arte. Su primero, tercero de la corrida, fue un Guasito de 523 kilos y capa más bien carbonera que la ensabanada que rezaba el programa…, ¡vaya guasa! Un animal escaso de carnes, pero con justo trapío, manso, complicado y brusco que fue algo a menos. Lo recibió con alguna verónica pasable, tras larga a porta gayola, cuando parecía que el toro iba a tener más fijeza y calidad que sus hermanos precedentes. Por si las moscas le sacudieron en los caballos a modo también, y el toro llegó a la muleta con algún genio, lanzando tornillazos sobre todo –pero no en exclusiva- por el zurdo, haciéndole hilo al espada en más de una ocasión que a punto estuvo de desbordarle. El toro pedía más metros de distancia, quizá entre tres y cuatro, para rematarse más largo, pero Marín no se los ofrecía… pesaba mucho menos en las proximidades. Después de bastantes pases y pocos muletazos de calidad, el animal se aburrió… y no terminó de alegrarlo ni el pinchazo bajo cuarteando de Marín, ni el aviso escuchado, ni el nuevo pinchazo –ahora hondo-, también caído que se convirtió en media. 
El quinto, Impresor, donde la cara no es el espejo del alma (Foto: las-ventas.com)

El quinto fue el toro de más cuajo del festejo, Impresor de apodo, con 590 kilos y capa castaña, lo que se dice un toro… en apariencia, porque demostró mansedumbre, invalidez y descaste. La cara no es el espejo del alma… Hasta ocho desplomes le contabilizamos durante la lidia, un par de ellos en el primer tercio (como para que el presidente los hubiera visto…). No había nada que hacer, a poco que Marín le bajaba la mano, o le daba algún pase algo brusco, allá que iba el animal buscando en el subsuelo. Finalmente, además, después de un amago de pinchazo, el astado se echó indecentemente; hubo que tirarle del rabo para que procediese a la cuatri-pedestación –valga el neologismo- para que Sergio lo despachara de media atravesada. Lo dicho, ¡qué lástima de media corrida!

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