Soria, 29
de junio de 2013. Dos tercios de plaza. 6 toros de Adolfo Martín, bien presentados con la excepción del segundo, de
juego desigual en varas pero encastados y nobles y boyantes en general, con las
salvedades del segundo –complicado- y cuarto –algo más soso-. Diego Urdiales no pudo matar ningún
toro, resultó herido en su primero de una cornada en el muslo derecho al entrar
a matar el inicial. Javier Castaño, silencio
en el que mató por Urdiales, oreja, silencio. Joselito Adame, ovación, silencio
(aviso) y silencio.
De nuevo, una vez más, la
plaza se volcó en una ovación cerrada a la cuadrilla de Castaño `por su más que
buen hacer en el quinto de la tarde. La gente, en pie, supo reconocer –y no
sólo en Madrid- la belleza e importancia de dos primeros tercios que el mundillo
se empecina en despreciar, en eliminar de la faz de la fiesta, en suprimir de
la corrida en que sólo el coletudo áureo es centro de la atención y receptor de
los dineros. Soria vibró con la suerte de varas de Tito Sandoval, y con los
pares y buena brega de Marcos, Adalid y Fernando Sánchez, que consiguieron
aunar las voluntades de todos los presentes en el coso.
Pero no fue, ni mucho
menos, el único centro de atención del público que en esa buena, pero siempre
insuficiente, entrada, ocupaba las gradas del coso de la Extremadura castellana.
Los toros de Adolfo Martín cumplieron con creces el compromiso anunciado, y a
la salida más de un aficionado local nos comentaba que quizá haya sido una de
las corridas más serias e interesantes de las últimas décadas en la plaza
soriana. Toros con la presencia oportuna para coso como el castellano, quizá
con un segundo más escaso, más bajo y corto de lo habitual, y un quinto cuyo
ensillamiento le hacía parecer anovillado, menos serio que alguno de sus
hermanos. En varas cumplieron varios, sobresaliendo las alegres arrancadas
delese mismo quinto vespertino, con tres puyazos en su haber de Sandoval, que
apenas señaló el tercero pero nos permitió ver espectáculo en el primer tercio,
o el primero que empujó yendo a más en los sendos encuentros que tuvo con la
caballería. Pero si hubo de todo en varas, lo que caracterizó a la corrida en
el último trance –y ya en banderillas- fue la casta y la nobleza, no exenta
nunca de ese sentido que debe tener el toro bravo y encastado, al que no puede
dudársele nunca y que es exigente por naturaleza, por definición. Toros que se
alejan del embobamiento habitual, de ese comportamiento obnubilado y estúpido
(lean la definición en el diccionario de la RAE), ciegos obedecedores de
engaños exhibidos de cualquier manera. El toro con casta –si es noble y
boyante, como muchos de los de ayer- obedece si le enseñan el trapo por
delante, si le meten y someten en la muleta, si le mandan y obligan por bajo,
largos y con firmeza. Si ven movimiento de plantas, dudas en los de luces,
vacilaciones, incertidumbres, pueden seguir su instinto y desentendiéndose de
la franela acudir al bulto. Ayer no hubo, salvo quizá el segundo, de esos toros
complicados y aviesos que miden en cada embestida sin atender al trapo; los
hubo eso sí, mirones cuando el espada no cumplía como debía, no mandaba, no
bajaba la mano, no lo llevaba sometido a su voluntad. ¡Lógico!
Adolfo Martín recogiendo el premio de Los sabios del Toreo |
Hubo emoción en los
astados de Adolfo, nadie separó la vista del ruedo, y aunque no hubo una
fiereza desatada, hubo siempre alegres arrancadas, embestidas vibrantes, conmovedoras,
hubo fiesta con verdad…
La terna, por desgracia,
no anduvo a la altura. A Urdiales se le notó, como en Madrid, que no acaba de
encontrar el sitio que tuvo estos años atrás. Frente al único que lidió,
Baratero (495 kilos, cárdeno oscuro, delantero), no supo aprovechar las
bondades de un pitón derecho, por el que acudía codicioso y metía la cara,
humillando una barbaridad. Apenas un derechazo en la tanda tras el tanteo y
otro al final de la faena tuvieron profundidad y verdadero mando, aunque no
anduvo mal colocado en general. Por la izquierda, ni el uno ni el otro hicieron
nada a… derechas. Fue cogido al entrar a matar, cuando dejaba un pinchazo por
arriba, porque el toro se tapó y fue al diestro, sufriendo una cornada que nos
impresionó más de lo que al fin fue, pues parecía perineal y luego quedó en el
muslo derecho con trayectoria descendente pero sin afectar al paquete vascular.
Al toro lo liquidó Castaño, pasando fatigas, de un pinchazo hondo con desarme –el
toro volvió a taparse-, media tendida y trasera, con acosón, y un descabello.
Nota necesaria: El
Reglamento castellano leonés, que quizá el Presidente o Delegado desconocieran, dice literalmente en su artículo 62, apartado 6 que “Si durante la lidia resultara
lesionado uno de los espadas antes de entrar a matar, será sustituido en el
resto de la faena por sus compañeros, por riguroso orden de antigüedad. En el
caso de que ello acaeciera después de haber entrado a matar, el espada más
antiguo le sustituirá, sin que le corra el turno”. Como Urdiales fue
cogido tras entrar a matar, después de dejar ese pinchazo, Castaño le sustituyó y no
debió correr turno, esto es, debió el salmantino matar también el cuarto que correspondía
al arnedano. Así lo dijimos en la plaza, pero al parecer nadie en el palco conoce
su propia legislación regional. Ello nos privó de poder disfrutar, una vez más,
de la fantástica cuadrilla del diestro salmantino, perjudicando los intereses y
gustos de la afición. Gracias, señor Presidente...
Castaño en Madrid, con los de Adolfo, hace unos días (Foto: las-ventas.com) |
Tres ejemplares de la
familia de los Madroños se lidiaron
ayer en Soria. El primero de ellos, segundo de la tarde, fue un ejemplar
cárdeno de 438 kilos, tocado de cuerna, manso, algo reservón y complicado, que
comenzó desarmando de capote a Castaño y luego se lo pensó bastante en la
muleta, quizá porque el diestro no terminaba de cruzarse como el toro requería,
aunque se le quedó sin rematar el lance en más de una ocasión. Castaño anduvo
valiente, meritorio, firme y plantado, serio en su labor, incluso llegó a
arrastrar al toro en algún muletazo bajo y profundo, pocos por desgracia. Aguantó
y tragó tanto que cuando, tras un pinchazo por los rubios, le dejó una entera
por arriba –algo tendida y tirándole la muleta al hocico- el público le pidió –sin
mucha pasión- una oreja que el feliz y despreocupado palco concedió. El quinto
fue otro de la misma reata, Madroñito
–de feliz nombre y recuerdo-, un bicho de 457 kilos, cinqueño como toda la
corrida, cárdeno oscuro, bastante ensillado y con aspecto juvenil, que cumplió
en varas y luego fue algo complicado y bastante mirón porque el espada lo llevó
siempre a media altura, rematando siempre los pases por alto y con más de una
duda. La lidia de este quinto fue medida y preciosa, la cuadrilla de Castaño
volvió a brillar con refulgente luz, marcando la deriva de lo que debiera ser la
corrida de toros integral, el espectáculo revitalizador de un festejo centrado
tan sólo en dar cien muletazos a un mortecino y baboseante animal. Y lo hicieron
frente a un toro, encastado, que se arrancaba con alegría, que apretó en varas
y banderillas, al que Fernando Sánchez puso un par asombroso, de poder a poder,
y al que Adalid banderilleó con verdad y mucha exposición, llegando a tocar
ambos pitones con la mano a la salida del par. La ovación fue de gala. Luego
Castaño no anduvo a la altura de su cuadrilla, despegado, con muchas
precauciones que al final se hicieron necesarias, porque enseñó al toro la
diferencia entre matador y engaño, perdiéndola a primeras de cambio, y
enseñándola por ahí, sin obligarle a aceptar la franela… Dos pinchazos caídos y
tres cuartos de espada baja, culminaron la faena. Silencio.
Ayer, como el día de los de Adolfo o de los Cuadris en Madrid, Fernando Sánchez anduvo soberbio con los palos (Foto: las-ventas.com) |
Adame demostró, sin
embargo, que cuando no hay acompañamiento de amigos sus enteros bajan una
barbaridad. En Soria no los hubo, como en Madrid, bien situados y dispersos por
la plaza, y los castellanos viejos no entraron mucho en los trasteos ofrecidos
por el diestro azteca de Aguas calientes. Su primer antagonista (el lote fue el
mejor de la corrida) fue Tomatillo,
un cárdeno muy hecho de 476 kilos, tocado de armamento, encastado e interesante
animal que no cumplió en varas, pero que iba con todo en la muleta. Adame, eso sí, anduvo variado con el capote a
lo largo del festejo, dio verónicas, chicuelinas, delantales… pero le faltó
enjundia, profundidad, gusto estético, no vimos ni por asomo esa dicción de
Curro, Paula o Morante que añoramos, ni aun la de Finito, Cepeda o Curro
Vázquez... Auguramos –tenemos testigos- que podía haber hule; éste no era uno
de esos toros que, como los de Madrid, se toreaban solos, aquí había que
mandar, que encauzar y dominar embestidas, que trazar con firmeza el curso de
las arrancadas… y a punto estuvimos de acertar plenamente. Adame fue cogido a
las primeras de cambio por llevar el pase hecho, justo después de perder el
trapo en un desarme. Con la muleta en las manos de nuevo, el mexicano anduvo
lleno de dudas, con múltiples pérdidas de pasos en cada lance, ayudándose con
el estoque cuando cogió la zurda, sin seguridad jamás. Poco a poco conseguiría
sobreponerse y ganar en confianza, pero dio la impresión de estar mucho a la
merced del toro, siempre fuera de la rectitud y codillero en exceso. Un feo
espadazo muy bajo, tendido y superficial, fue rematado con dos descabellos. El
cuarto, el que mató equivocadamente en lugar de Urdiales, fue un Aviador (494 kilos, cárdeno y delantero),
un bicho manso y más soso que sus compañeros, pero que se desplazaba sin
problemas en la muleta. Planteó con valentía la faena, comenzando sentado en el
estribo, donde no se torea mucho, pero que llega suficientemente al personal…
Luego, ya en los medios, siempre fuera y despegado, codillero también, nada nos
dijo, y muy poco más al resto de la plaza, ya que no hubo mucha estética y
menos dominio de la situación, llevando tantas veces el pase hecho y sin bajar
la mano… Sosos el uno y el otro, quizá el toro con más fondo del mostrado, todo
acabó con un pinchazo horrible y bajo, una chalequera espantosa, un nuevo
pinchazo en el sótano, un aviso y un certero descabello. Un espanto.
El último fue el tercer Madroño del festejo, con 460 en la báscula, cárdena la capa,
mansito en varas pero encastado y boyante, un toro de triunfo a pesar de que
comenzó acortando las embestidas con el percal. Fue desde lejos en sendas
acometidas al picador, aunque saliera algo suelto de ambas, y llegó generoso a
la franela. Adame no le cogió nunca el aire, se empeñó en no ligar, en no dar
continuidad a la faena, en lancear de uno en uno, casi siempre descolocado,
despegado tantas veces… El que tirara del toro en algún lance aislado no fue
sino demostración de la calidad intrínseca del toro, que aceptaba mucho más de
lo que el diestro ofrecía; cuando tardeó, fue porque el diestro no terminó
jamás de cruzarse, pero siempre metió la cara con sinceridad y sin dobleces.
¡Lástima de toro! Ni siquiera cinco chapuceros “cartuchitos de pescado”
levantaron los ánimos del respetable, fíjense…, no hubo ni un tímido “olé” en
toda la plaza… No se prodigó mucho con la tizona, un triste pinchazo bajo
sirvió para que la cuadrilla le cerrara el toro en tablas, y allí lo despenara
de sendos descabellos… ¿Matador de toros? Descabellador de toros a lo más. Una
pena, morena.
Y pese a todo, y pese a
los espadas, salimos de la plaza con la lógica alegría de haber visto una
corrida interesante, donde primó el toro sobre los de luces, y donde, una vez
más, una soberbia cuadrilla, nos devolvió la ilusión de recobrar sendos tercios
perdidos y olvidados. ¡Enhorabuena Adolfo!