Madrid, 9 de septiembre de 2012. Un cuarto de entrada. 4 novillos de Mauricio
Soler Escobar y dos de José escobar, bien presentados aunque de hechuras
diferentes, encastados los cuatro primeros, peores los dos restantes.
Destacaron del segundo al cuarto en el último tercio y los dos primeros en el
caballo. Daniel Martín, silencio (dos avisos), oreja. Sergio Blanco, silencio y
silencio. Gallo Chico, ovación y tres
avisos.
Ese fue el grito –o mejor dicho las voces- que se oyó –u oyeron- desde
diversas partes de la plaza a la muerte del cuarto de los novillos de la
familia Escobar. Y es que, hasta ese momento, la novillada estaba dando
perfectamente la cara, encastada, con juego, siempre acudiendo a cualquier envite,
especialmente en la muleta, persiguiendo en banderillas… incluso hubo alguno
que cumplió en varas con aceptable nota. Una pena que los dos postreros no
ofreciesen la misma cara, el quinto, quizá el peor del encierro , complicado y
bajo de casta, y un sexto muy parado –que para mí necesitaba otras distancias
que el matador no le ofreció- que apenas se movió más que a oleadas en escasas
ocasiones. El conjunto, sin embargo, fue mucho más que apreciable. Hubo
emoción, hubo riesgo –también a veces nacido de la falta de oficio de los
jóvenes novilleros-, hubo reses de lidia; nadie se aburría, nadie echó mano a
la muñeca para ver la hora, nadie –que no fueran cuatro despistados
extranjeros- abandonaba el coso abrumado por el tedio, y las mismas voces, y
otras muchas, comentaban la enorme diferencia entre lo que se lidió ayer en
Madrid y los supuestos toros de la tarde vallisoletana del día 5. Nada qué ver;
dos corridas completamente diferentes; aquí sí que hubiéramos querido ver a
Manzanares, Juli y Talavante… y no a
los pobres tres que se enfrentaron ayer con ella.
El segundo de la tarde, Relator (510 kilos) de José Escobar (Foto: las-ventas.com) |
¡Qué injusta es la tauromaquia! Antaño, cuando las figuras
consideraban un deber enfrentarse, bien a lo que le echaran por chiqueros sin
exigencias, bien a lidiar al menos las dos corridas duras de cada feria –al margen
de que luego lo hicieran frente a alguna de las más mansas o pastueñas, fáciles
o sencillas-, esta novillada –o sus hermanos mayores- hubiera pasado por las
manos de alguno de los de más arriba y el resultado artístico y técnico del
festejo hubiera sido muy otro. Fieles al criterio que ha marcado la triste y
lamentable existencia de la peor empresa de la historia de Las Ventas,
Taurodelta programa estos festejos con gente que apenas acredita la
documentación necesaria para ponerse enfrente de una novillada, para lidiar en
la primera plaza del mundo. Es como si a mí me invitan a dar un recital en el New
York Metropolitan Opera, a la Scala de Milán o al Teatro Real de Madrid porque
canto zarzuela bajo la ducha –y no lo hago tan mal, que conste…-. A Las Ventas
hay que venir con suficiente bagaje, cuajados, capaces; tienen que venir los
novilleros más acreditados y no a la búsqueda de una oportunidad o de una casualidad;
para ello están… ¡pues, es verdad, ya no está casi nada…! Las grandes ferias de
novilladas se articulan, esas sí, con los más sobresalientes novilleros –la mayor
parte de los cuales habrán de quedarse en el camino a la gloria y no sé si
llegan a la altura del “notable” académico-, y en Madrid tenemos que tragar con
otros que apenas han dado sus primeras clases, sus primeros pasos en el
complicado mundo de la tauromaquia… Y ello frente a novillos –o encastes como
es el caso- “de Madrid”, con un trapío como no los ven el Juli, Manzanares o Talavante en Valladolid o en tantas ferias de
provincias y con un carácter bastante –o mucho- alejado de la mansedumbre
olvidadiza, la borreguez o sosería ñoña, dócil y amorfa de tanto de domecq y
aledaños que lidian por el mundo.
La terna, ayer, sumaba las siguientes novilladas, apunten: Daniel
Martín (el alemán nacido en Nagold, con 28 años a sus espaldas), 2 novilladas
en 2011, sin trofeos; Sergio Blanco (de Bucaramanga, Colombia, con 21 años), 15
festejos el pasado año… y sin embargo el que peor resolvió la papeleta ayer;
Andrés Jiménez, Gallo Chico (de
Córdoba, 22 años), dos novilladas el pasado año… y cinco orejas. Los redactores
del programa se las verían ayer complicadas para redactar la página y media de
cada novillero… Eso es lo que nos ofrece la soberbia empresa del “tripartito”,
que va a acabar con los toros en la capital como lo hicieran sus homónimos en
Cataluña, tras dejar esto como un verdadero erial.
El primer novillo, de nombre Argentino,
cumplió en varas, empujando algo en ambos encuentros, aunque para acabar en
paralelo al caballo en las dos ocasiones y salir con cierta facilidad del
envite. Era un novillo más en Buendía que en Graciliano, de bastante trapío en
sus 469 kilos, cárdeno de capa, que tuvo mucho que torear, algo complicado y
que no terminó de meter la cabeza por bajo –quizá porque nunca se lo
solicitaron, claro-. Salió, como le ocurrió a alguno de sus hermanos,
frenándose en el capote, aunque por el izquierdo tomaba mejor los lances. Nada
hizo Martín con el percal digno de aprecio… a lo largo de toda la tarde. Los inicios
de la faena fueron desesperanzadores, con dudas, enganchones, correcciones,
desde fuera siempre y descubriéndose bastante. ¡Justo lo que necesitaba el
animal para terminar de complicarse!, y eso que en los capotazos –o como quieran
llamarlos- del segundo tercio se le apreciaron algunas cualidades… Era bicho
que requería dominio y soluciones técnicas y de aquello anduvo carente el
diestro. Cada vez con mayores precauciones, más despegado y más fuera, dando
trapazos hacia allá, el alemán no conseguía encauzar las embestidas, llevarlas,
templarlas o mandarlas, siempre con dudas –precisamente lo que necesita un
santa-coloma para facilitar la cosa…-. Después de mucha porfía, demasiada para
lo contemplado, le largó media tendida y caída; el bicho se echó en tablas,
pero al fallar el puntillero (¡qué falta hace recuperar el puesto de puntillero
de plaza!), hubo un aviso, seis intentos de descabello infructuosos y un nuevo
aviso antes de que el torete se aguantara la muerte con casta.
Martín en las postrimerías del cuarto (Foto: las-ventas.com) |
En el cuarto los
amigos y la presidencia –que debe considerarse como tal- le regalaron una
oreja. Es cierto que todo mejoró en la segunda parte de la faena… pero esto,
aunque desierto y relleno a última hora con autocares de seguidores y varios
cientos de extranjeros…, sigue siendo Madrid… creo. Pompito, que así se llamaba el animalito, fue un toro que para sí
lo hubiera querido el Juli; negro
bragado, 537 kilos en la báscula –más que los lidiados en Valladolid-, casta,
yendo a más en la muleta, y tras unos comienzos desiguales, boyante y noble en
las postrimerías. Manseó en varas, sin embargo… ¡qué paradoja!, lo que quizá
nos demuestre la cuadratura del círculo…: mansedumbre en varas = ¿toreabilidad
en la muleta?, quién sabe. Eso sí, al menos sacó genio en ese primer tercio.
Daniel Martín comenzó bastante mal, como
en el primero, llevando el pase hecho, llevándose alguna semi-colada por ello;
sin terminar de alargarle la embestida porque ni mandaba, ni encauzaba la
repetitividad de su oponente, ni terminaba de plantar los pies. El novillo, sin
embargo, fue a más, mejoró y se templó una barbaridad, a la par que transcurría
una lidia donde sus características sobresalían por encima de las del diestro.
Y, de repente, éste se dio cuenta de que aquello no era el barrabás del siglo,
que se podía torear y se acordó de su pretendida profesión. Y fijo los pies, y
se decidió a bajar la mano, y a llevar más toreado al animalito, y éste respondió
con el buen fondo que atesoraba; y ambos se templaron y salieron un par de
series decentes. No fue nada extraordinario, pero al fin hubo toreo que
llevarse a la boca en dos tandas al natural. Con una casi entera, algo
atravesada, lo mató con eficacia y conseguiría el trofeo subsiguiente, el único
del festejo. Hubo, también, dos buenos
pares de Toñete en los sendos
novillos, lo mejor del festejo en el segundo tercio.
Nada obtuvo de sendos oponentes
Sergio Blanco, que anduvo toda la tarde a la deriva. Su primero, Relator, de 510 kilos en la balanza
(para Manzanares, por ejemplo…), negro y de engatillada cuerna, casi cumplió en
varas, empujando pero sin la clase necesaria, llegó con casta y prontitud a la
muleta. Como el inicial tenía mucho que torear, tanto con el percal como con la
franela… y no hubo tales. Escarbó, eso sí, lo suyo a lo largo de toda la faena,
pero como andaba pendiente de los engaños, no puede considerarse a esto defecto…,
ni virtud, como apreciaba tanto extranjero acostumbrado al toro “Ferdinando” de Disney. El novillo pedía
que lo llevaran por bajo, y el tanteo del colombiano fue justo al revés, por
alto, por ver si lo complicaba, digo yo... Pero demostrando buena ley y mejor
sangre, el bicho iba largo, pronto, incluso sin necesidad de toque alguno, y
todo ello sin que el espada le respondiera, mal colocado, con dudas, sin la
necesaria continuidad –que sí ofrecía el torillo-. Las dudas se incrementaron,
el pajareo fue constante, los muletazos eran trapacinas para donde fueran, sin
utilidad ni fin alguno, para donde salían, hubo algún sustillo por ahí… Un desastre.
Un metisaca en la tripa y un pinchazo bastante bajo darían con el interesante
animal en el desolladero… ¡qué desperdicio! Silencio del benevolente público
venteño. En el quinto hubo de enfrentarse, ahora sí, con el animal más descastado
de la tarde, Miramar de mote, con 504
kilos (como para Talavante, por ejemplo), manso y complicado, nada fácil. Justo
lo que menos necesitaba el colombiano. Después de muchas mangorrinas capoteras,
y de que el novillo no demostrara nada ante el peto, se halló frente a un bicho
con malas pulgas que derrotaba al entrar y se le quedaba tantas veces, porque
además él le quitaba el trapo y le cortaba aun más el viaje. A la deriva, el diestro
ni podía con él ni lo sometía, sufriendo algún desarme, casi siempre desbordado,
hasta que se dobló –a base de bastante regate- al final. Mal trato desde el
principio al fin conduce a aquello. Un pinchazo bajo y una entera caída para un
silencio final.
El tercero y notable novillo, Malagueño de nombre, 463 kilos y trapío suficiente (algo menos por detrás) (Foto: las-ventas.com) |
Malagueño se llamaba el tercero, un novillo de 463 kilos,
negro, que manseó en varas pero que tuvo casta, revolviéndose para buscar por
el derecho y más noble y franco por el zurdo. Ante él anduvo el Gallo Chico valeroso, firme, intentando
colocarse, pero completamente ayuno del oficio exigible en la primera plaza del
reino. Es verdad que, como discutíamos en la grada, había algunas cualidades,
quizá las inicialmente imprescindibles, pero su escaso bagaje le hizo naufragar
ante un novillo que acreditaba buenas cualidades, pero que bastante buenas.
Empujó algo y cabeceó ante el peto, pero salió suelto en la segunda entrada, hubo
un gran tercio del Ruso en
garapullos, y llegó a la muleta arrancándose de lejos aunque se quedara al
final del pase por la derecha, revolviéndose a buscar el bulto –algo muy
característico, por otra parte, en el encaste cuando no se le despide más
atrás-. El novillo no necesitaba de toque alguno para acudir alegre al encuentro,
para embestir con casta. Había emoción, pero no porque naciese el toreo, sino
porque el público veía cogido en cada lance al diestro. A la deriva, el Gallo Chico no fue capaz de enjaretarle apenas
ni un muletazo, casi desbordado por completo en varios momentos, descubriéndose
en exceso…, si el novillo llega a tener verdaderas malas intenciones… Hay que
enseñarles en las escuelas –o donde sea- el concepto de la lidia: que no se
puede empezar siempre la faena con los sempiternos derechazos, que hay que
probar al novillo, buscarle tiempos, distancias, pitones mejores o peores,
doblarse con ellos si –como ocurrió ayer en dos o tres de ellos- no han
recibido suficiente castigo en varas (esto es, se quedan crudos por ser rutinarios,
y creer que con las dos entradas ya han cumplido). Nada de esto vimos ayer en
toda la tarde… y así les fue. Por fin, visto lo ímprobo de su esfuerzo, lo despachó
de una estocada entera, delantera y caída, entrando derecho aunque perdiendo el
trapo. Hubo una cariñosa recompensa en forma de ovación por la buena
disposición del chaval…
Uno de los bastantes momentos de apuros de Gallo Chico en el tercero (Foto: las-ventas.com) |
Peor le fueron las cosas en el último, donde escuchó
los tres avisos, antaño prueba de ineficacia e ignominia para el curriculum del
diestro, y hoy ocasión sólo de conmiseración y lágrimas entre el público… Pileño tampoco fue de los buenos del
encierro, 528 kilos, cárdeno bragado, meano, listón y calcetero de atrás, manso
de carácter y que acabó parado y tardo como él sólo. Y eso que anduvo en el
capoteo inicial con recorrido y generosidad. La primera vara le sentó mal, y
después de mil capotazos mal dados, sin conseguir llevarlo al caballo, tomó la
segunda a regañadientes, mal dispuesto y peor colocado, después de desarmar al
matador y que éste tomara el olivo a la veloz carrera. El cordobés volvería a
mostrar esas virtudes y defectos apreciados en su primer oponente: buena
disposición, valor, colocación… y nada de oficio, técnica o toreo. Si cuando
embestía el animal le quitaba la muleta, se la mostraba desde atrás, o lo
llevaba sin mando en paralelo, cuando dejó de hacerlo –ojo, en la distancia
corta-, tampoco supo variar de colocación, darle más distancias o probar en
otros terrenos, citando y citando ímprobamente sin resultado alguno. De vez en
cuando el bicho se arrancaba y le desbordaba en tres o cuatro acometidas…
finalizadas habitualmente con desarme incluso. No acertó ni con la espada ni
con el descabello; creo que tras esa estocada inicial tendida y trasera –con nuevo
desarme- debió volver a entrar a matar. El animal se complicó y entre el primer
y tercer aviso sólo hubo dos intentos de descabello… ¡juzguen ustedes mismos!,
después de que se echara y lo levantase el puntillero… La segunda parte de la
faena fue como este triste episodio…, cinco minutos (o por ahí) con tres
muletazos y mil intentos, ¿no creen que debería haber intentado otra cosa? ¿Se
lo enseñarán o habrán enseñado en la escuela? Pues eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario