Hace apenas una semana, el 15 de septiembre, se cumplía el
centenario de la alternativa de un diestro que conviene no olvidar. Se trata de
Alfonso Cela, Celita, el torero
gallego que quizá haya brillado más alto en el universo tauromáquico. Sus
cualidades profesionales y sobre ellas las personales, le elevaron a un puesto
de honor en la profesión en la que anduvo justo en los tiempos en que José y
Juan se enseñoreaban de la fiesta. Quizá eclipsado por ambas figuras, como le
pasó a la enorme mayoría de sus contemporáneos, su figura no alcanzó el
reconocimiento que hoy en día hubiese merecido, pero a pesar de todo se mantuvo
en el escalafón con dignidad suficiente hasta que una década más tarde se
retiró voluntariamente de los ruedos.
Cartel de Marcial Ortiz dedicado al diestro gallego Celita, que desgraciadamente no ha visto la luz por cicatería política, en La Coruña, este año |
Nació Celita en la
localidad lucense de San Vicente de Carracedo el 11 de julio de 1886, e inició
sus primeros pasos en la tauromaquia con apenas 17 años, recorriendo capeas
locales y curtiéndose en el oficio frente a reses muchas veces resabiadas por
el continuo ir y venir de fiesta en fiesta.
Su salto a la fama, y su inclusión en un lugar destacado
entre los novilleros no le vino con su debut con los de luces, allá por 1907 en
Segovia (novillada concurso, por cierto), ni aun por la tímida inclusión de su
nombre ya en el anuario de Dulzuras (Toros y Toreros en 1908) al año
siguiente, sino casi por casualidad. Tal y como nos cuenta la revista Arte Taurino (Año II, núm. 89;
17-12-1912), “el nombre de Celita, de
ese diestro que hoy tiene en Madrid más cartel que la inmensa mayoría de esos
sesenta y tantos coletudos [lo que va de ayer a hoy en el número de matadores
de toros], no está entre éstos [los novilleros que destaca Dulzuras en su anuario de 1908]… ¿Quién leyendo los nombres de los
novilleros de 1908 podría haber augurado, éste llegará, éste no, éste será
estrella, éste otro, con el tiempo será un buen aprendiz de sastre?”. Y seguirá
diciendo Don Pepe en su artículo: “La
primera noticia que tuve de él fue que un toro le había cogido en Burgos; supe
al propio tiempo, que existía Celita,
que era torero y que una res le había dado una cornada. Y he aquí la suerte de
los hombres; un diestro más obscuro que noche tenebrosa (y conste que lo de la
obscuridad no lo digo por el color del diestro), tiene la suerte que no han
logrado muchos; la de cruzarse con un corresponsal foto gráfico diligente de un
semanario taurino, en su primera cogida, y como consecuencia inmediata, la de
poder conservar una instantánea de tan memorable acontecimiento. En el Sol y
Sombra del 24 de junio de 1909 hay una fotografía en la que se ve a Cela en el
Hospital de San Juan, en Burgos, poco después de su bautismo de sangre”. El
causante del desaguisado fue un novillote cárdeno de Pérez Sanchón (Antonio
Pérez, en su sangre primitiva procedente mayoritariamente de Luis de Gama y del
ganado salmantino autóctono de sus mayores) del “campo de Salamanca” y de
nombre Verdugo, en tarde en la que
alternaba con Guerrilla y Aragonés. Reapareció el 11 de julio, con
el mismo ganado (bueno, con sus hermanos) junto al Chico de Lavapiés, demostrando ese valor y pundonor que nunca
hubieron de faltarle.
Cartel de una novillada conquense de 1909 en que figura Celita como único matador (Colección personal) |
Celita entró así
en la historia taurina con mayúsculas; ya en el anuario de Toros y Toreros en 1909, es destacado entre los novilleros, y no en
el batiburrillo final de diestros –amplio listado de más de centenar y medio de
nombres muchos de nulo relieve-, dedicándosele los elogios correspondientes.
Celita, había entrado definitivamente en la gran historia de la tauromaquia.
A lo largo de las siguientes campañas sus méritos se
acrecientan, aumenta el número de novilladas lidiadas por el gallego, destaca
entre los del escalafón menor, y eso a pesar de llevar a su lado a Joselito y Limeño, Paco Madrid, Malla,
Torquito y otros matadores que
llegarían a tomar la alternativa y a conseguir cierto o mucho renombre.
En Madrid, tras su debut en Tetuán de las Victorias y Carabanchel,
se presentó el 2 de febrero de 1910, con seis buenos mozos, novillos-toros como
se decía entonces, de Eduardo Olea, junto a Andrés del Campo, Dominguín y Pacomio Peribáñez, y se mostró
voluntarioso en el
tercero, matando de una buena
estocada (ovación), algo
que sabría realizar a lo largo de toda su carrera, y algo peor en el sexto, menos
firme, más nervioso y con menos acierto en el herir.
Sea como fuere, el 10 de septiembre de 1912 toreó su última novillada –de las
25 que contrató ese año- en la plaza de San Martín de Valdeiglesias, y el 15 se
doctoró en la plaza de La Coruña, en su patria chica. La alternativa le
fue concedida por Manuel Mejías Rapela, Bienvenida, con ganado de Flores (don Sabino y don
Agustín, al alimón). Aunque en el toro de doctorado anduvo, de nuevo, algo
nervioso, revolcón incluido, se lució en la muerte de los dos últimos, saliendo
a hombros de sus paisanos y dejando un extraordinario cartel. Por cierto, ese mismo día tomaba la
alternativa en la capital, el malagueño Paco
Madrid, y ambos coincidirían en la plaza de la Corte el día 22 de septiembre.
Celita dejó que Paco Madrid le antecediese en el cartel, sin disputarle antigüedad
alguna, y eso que era novillero más antiguo que el malagueño, que cuando habían
compartido festejo siempre figuró por delante en las novilladas (incluso en la
misma plaza de Madrid) y que había debutado ya como matador en un festejo del 10
de julio de 1910, en que actuando como sobresaliente, acabó con cuatro toros por la cogida
de Bienvenida, que actuaba en
solitario. Rasgo de caballerosidad inusual, en tiempos en los que la antigüedad
era tomada como algo casi sagrado, y que motivó más de un sorteo en aquellos
tiempos.
Fotografía dedicada autógrafamente por el diestro en 1916 (Colección personal) |
En su confirmación madrileña toreó con Malla y el citado Paco Madrid, toros de Surga (con un
remiendo de Bañuelos), matando a su primero, Primavera de dulce nombre, con algunos reparos de muleta, pero de
forma contundente con el estoque, entrando en corto y por derecho y dejando
media estocada buena en las péndolas. Estuvo entregado en el último, del que Dulzuras nos cuenta que “lo empezó a
pasar de rodillas, continuó valiente, y después de un pinchazo en lo alto entró
bien con una buena estocada, que mató en seguida (salió en hombros)”. Su
presentación, por tanto, no pudo ser más triunfal.
Por cierto, que la revista Arte Taurino, nos pone en
antecedentes del momento en que se le compuso su pasodoble: “Alfonso Cela, Celita, recientemente doctorado en nuestra
plaza [Madrid], cuenta ya –amén de la bola doctoral- con su buen «pasodoble
gallego con ribetes de andaluz», compuesto y dedicado al aplaudido diestro
de Lugo por su paisano y también aplaudido músico el notable maestro D. Julio Cristóbal.
Y vean ustedes por dónde, cómo gracias a la inspiración del maestro Cristóbal,
ya tiene Celita todo su ajuar completo de torero. ¡Hasta pasodoble!”.
Quizá esas fueron sus mayores cualidades, el valor, la
entrega, la decisión y el acierto al herir, pero hubo de verse ensombrecido, como
tantos otros, por los valores superlativos de Joselito y Belmonte, que eclipsaron a la decena y media de buenos
espadas de esa segunda década del siglo XX. No obstante, Celita fue en su tiempo no un espada más, sino uno de los de arriba,
siempre reconocido en sus méritos aunque no rayara a la altura de ambos
colosos.
El cénit lo hallaría en la corrida en solitario que estoqueó
en Barcelona el 12 de julio de 1914, nueve días más tarde de la hazaña de José
ante los de Martínez en Madrid. Fueron de la, por entonces, dura vacada de
Pérez de la Concha, y estuvo francamente soberbio. Don Quijote, en La Fiesta Brava,
tal y como señala el redactor de la biografía del diestro en el Cossío, se
deshizo en elogios, admirado por lo que hasta entonces era el culmen de lo que
habían contemplado sus ojos, y que repetiría en su conocida obra Cinco lustros de toreo… (Barcelona, 1933): “¡Triunfo estupendo! Fue
aquella una de esas corridas de fortuna en que llega a parecer imposible –e imposible
llega a resultar- que nada salga mal. El artista, tocado de la gracia, se
supera, y consigue fundir, equiparar y hacer una sola cosa de su intención y
del resultado de sus intentos. Aquella tarde, sobre culminar y consolidarse
para siempre su prestigio de matador excelso, Celita hizo lo que nunca había hecho y nunca habría de volver a
hacer, por lo menos con tal abundancia de detalles, como lidiador completo. Fue
una de las corridas más gloriosas que yo he presenciado., una de las que más
grabadas han quedado en mi recuerdo, y, desde luego, el florón más alto de la
ejecutoria del buen torero gallego… Mató los seis toros de seis estocadas y dos
pinchazos, y las ocho veces pinchó en la cruz. De las ocho veces, siete entró a
volapié neto, purísimo, recto. De los seis toros, cinco rodaron sin puntilla… Se
pidió para él la oreja en los seis toros, y sólo en el primero no se le
concedió, y del sexto le dieron las dos. Seis orejas, pues. Y despachó la
corrida en siete cuartos de hora. Pero hizo más. No se limitó a matar el
magnífico matador. Dio un gran cambio de rodillas, dibujó en un quite unas
gaoneras inenarrables, puso un par de banderillas cambiando el viaje, forzado,
de altísimo mérito; inició una de las faenas con un pase, las dos rodillas en
tierra, digno de la oreja de Machaquito…”.
Un cartel barcelonés -de la plaza de Las Arenas- de 1915, en terna de lujo (Colección personal) |
Bruno del Amo, Recortes,
y Marcelino Álvarez, Don Marcelo,
redactores ese año del anuario de Toros y Toreros en 1914 por fallecimiento del
bueno de Dulzuras, destacan el importante evento en sus “corridas notables”. De
ella nos dicen: “El diestro Celita,
seguro de su brazo de matador, y deseando presentarse como torero de más altos
vuelos, se encerró el día 13 de julio (sic) en la plaza del Sport [hoy
Monumental] de Barcelona, para matar seis toros de Pérez de la Concha. Alfonso
alcanzó un éxito enorme, muy justo. Los seis toros murieron de seis estocadas y
dos pinchazos. Dio un quiebro de rodillas, también con ambas rodillas en tierra
comenzó la faena del cuarto toro, y aun cuando algunas veces se vio achuchado y
comprometido, lo que allí realizó tuvo gran relieve dentro de las condiciones
que el lidiador reúne.”
Su carrera continuó en un buen tono a lo largo de los años
siguientes, figurando en buenos carteles, y antes de que llegara al ocaso, en
1922, decidió retirarse del toreo activo. Había conseguido ahorrar y prefirió
irse a languidecer –como tantos- en la profesión. Su despedida tuvo lugar en
Madrid, el 25 de junio, con unos viejos conocidos suyos, los toros de Antonio
Pérez de San Fernando, y junto a Nacional
y Valencia II. No fue ésta una de sus grandes tardes, pero al menos en su
primero le fue dedicada la cariñosa ovación que el buen espada gallego se
merecía.
Apenas diez años más tarde, el 26 de febrero de 1932, con
sólo 46 años cumplidos, fallecería Alfonso Cela, habiendo dejado en esta vida
un buen recuerdo como espada pundonoroso, valiente, entregado, magnífico
lidiador y fenomenal estoqueador, y mejor aun como persona afable y bonancible,
inteligente y espléndido.
Un diestro gallego, en definitiva, el mejor de su historia
taurina, que hubiese merecido un postrer homenaje en su tierra… y que la cicatería
de los políticos, siempre al compás de los nacionalismos excluyentes, parecen
haber negado. ¡Qué asco de gentes!
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