Otras opiniones coincidentes con
la suya, de testigos presenciales, y la revisión de alguno de los videos que ya
andan en Internet, me han inclinado, definitivamente, a considerar que lo del pasado
domingo por la mañana es, sin duda alguna, un acontecimiento histórico. Mi buen
amigo valenciano comentaba un puñado de festejos históricos, yo quizá hubiese
podido sumar a ellos dos o tres más, no importa, lo que trasciende de verdad es
que lo de Nîmes se encuentra inequívocamente entre ellas.
Olvídense del resultado numérico
del festejo…, la tarde previa, por ejemplo, el
Fundi –en su patria chica,
Fuenlabrada- cortaba en otra espectacular corrida hasta diez orejas y dos
rabos, y aunque anduvo soberbio, y –ahora sí- se enfrentó a dos reses de su
suegro -José Escolar-, esas consideradas como ilidiables por la mayor parte de los del
baboseante mundillo taurino, no alcanzó las cotas del de Galapagar, aunque le
anduvo a la zaga. Baboseante mundillo, por cierto, fruto de la hidrofobia que les
causa bien el virus de la casta, la bacteria de la endogamia, el hongo de la corroedora
envidia o bien el parásito –ay- de la alabanza pagada o del negocio asegurado y
no siempre lícito.
El coso y anfiteatro romano de Nîmes, lugar de la gesta |
José Tomás se sobrepuso a todo
este asqueroso panorama; un José Tomás por encima del mundillo, ajeno por
completo al mismo –algo que les molesta en sobremanera-, un José Tomás que ni
unta ni se deja untar con abrazos complacientes de revisteros al uso, un José Tomás
consecuente con aquella decisión que en su día tomara en unión y armonía con
otro de los grandes toreros que desfilaban por el artículo de Manuel Pons, José
Miguel Arroyo, Joselito. Ambos
decidieron –y no en solitario, por cierto, acuérdense de los esquiroles- no
dejarse televisar si no era negociando ellos directamente sus honorarios por
derecho de imagen, y luego comprendió que la exclusividad de la plaza era un
“haber” más en el mito del héroe. Tan sólo los “elegidos” podrían disfrutar de
ello y con ello consiguió un aura de misterio y unos llenos sin parangón en
demanda de la comunión con el rito. No sé, sin embargo, si su negativa a
conceder entrevistas es igualmente beneficiosa, me temo que no, que en este
caso le perjudica a él, personalmente, a la par que a la difusión de la fiesta.
Quizá sea una de las razones por las que José Tomás cae tan mal a algunos… No
se trata ya tanto de su forma de torear, tantas veces incontestable, como la
del domingo, sino de su voluntaria lejanía de las formas y maneras imperantes
en el Rastro de las vanidades del mundillo.
José Tomás, el domingo, anduvo
rodeado del apoyo de la plaza entera, con un público evidentemente predispuesto
a su favor en inmensa mayoría, pero rozó la perfección, hizo cuanto quiso y casi
todo lo hizo bien; lucio una variedad –tanto de capote, sobre todo éste, como de
muleta- como ya no se estila; toreó al sencillo, por sencillo, con naturalidad,
clase y gustos exquisitos; al complicado, por lo mismo, con dominio absoluto,
con mando y poder como tantas veces echamos de menos en los cosos.
Incluso mató bien, tirándose y
volcándose sobre los morrillos y vaciando a la perfección con la mano
izquierda, aunque no todo fuera perfección en alguna estocada… (fíjense en la
colocación delantera, con desarme, de la segunda de la tarde, por ejemplo). Si
acaso, y por poner un “pero” que matice esta tan favorable opinión, quizá le faltó
llevar más cosido a la muleta a alguno de los toros, templarlo un poco más, no
porque no obedecieran ciegamente a la muleta o los llevara por donde el diestro
quiso, sino por imprimir un ritmo más atemperado y cadencioso a alguno de los
lances y estrechar la siempre escasa distancia entre engaño y pitones… repito, por
ponerle una pega. Las faenas fueron de diferente calidad, pese a la unanimidad –práctica-
del premio; la segunda peor que la primera, por ejemplo, donde sólo al final y
a base de mimarlo con la derecha levantó definitivamente el nivel del arte en
una serie ligada espectacular, y aquello –también- tras unos inicios más bien
mejorables con el capote. La tercera de mayores méritos por la poco clara
condición del toro en los inicios, la cuarta extraordinaria, mejorando aun la
noble condición de un toro que jamás debió ser indultado (saltó la barrera, no
hizo pelea de bravo en varas, y a mi juicio fue demasiado “noble”, rozando la
simple toreabilidad, pero sin casta extraordinaria). Muy buena fue asimismo la
del quinto, y frente al más complicado del encierro, el sexto, meritoria,
aunque no del nivel de las dos precedentes, donde hubo más exposición, sin duda.
Otra de las pegas, como
comentábamos días previos, se centró, precisamente, en el nivel de los toros
lidiados, no tanto en cuanto trapío –aceptable en conjunto, el peor presentado el
de Garcigrande- sino por las fuerzas y condicón noble y pastueña, sosa hasta
cierto punto de muchos de ellos. Hubo, consecuentemente, más toreabilidad que
acometividad, más docilidad que bravura, pero lo peor fue la debilidad marcada
en alguino de sus antagonistas, lo que –obviamente- ha de tenerse en cuenta a
la hora de valorar lo realizado… aunque ya no nos acordemos de ello en términos
generales. Es verdad que salvo el del Pilar, y el de Garcigrande, el resto se
mantuvo decorosamente en pie…, pero nunca sobrados de fuerzas en general. Pocas
y comunes “pegas”, por otra parte, a lo que torea cualquiera de los de arriba
en el escalafón.
Uno de pecho toreando al natural en festejo previo, rematándolo por delante del pecho y con quietud en la planta. |
Y todo lo hizo con esa forma que
tiene, como subrayábamos en un artículo apenas hace un año, de llenar por sí
mismo el ruedo. Ninguna mirada se distrae cuando él está en la plaza, sobre su
aparentemente frágil figura convergen las miradas de todo el coso, su forma de
andar hacia el toro –en esa mezcla de inequívoca decisión y abandono de sí
mismo-, su forma de tender los engaños embrujadores, su firmeza y entereza ante
la muerte, siempre retándola en el lugar de mayor exposición, sus gestos
pausados pero de acerada decisión, todo atrae sobre sí la vista de cuantos
ocupan los tendidos de la plaza, sean o no tomasistas,
partidarios o detractores de forma de entender la vida –que es, en definitiva,
su forma de entender el toreo-.
Nunca más que en José Tomás se
han conjuntado –quizá con Manolete y
Juan Belmonte- este último aserto: “Se torea como se es”, se entiende el toreo
como la vida y la vida como el toreo. José Tomás, al que le espera un
larguísimo descanso para tortura de cualquier buen aficionado, conjuga como
nadie en la actualidad el verbo vivir. Porque para vivir debe tenerse presente
la muerte, de ahí que, como en la religión católica, ésta siempre esté
presente, y en uno y otro caso con la trascendencia de algo por detrás de la
misma, sea en forma de vida eterna, sea en la culminación mítica de la
heroicidad suprema. Por eso, y entre otras razones, se ha hablado del toreo –en
siglos pretéritos- como “arte católico”… pero no divaguemos. José Tomás afronta
cada tarde en el ruedo la necesidad, la obligación imperiosa, de vivir, de
sobreponerse a la muerte creando… Porque la capacidad creativa es algo que
también distingue al ser superior, a la inteligencia humana a imagen de la
divinidad. Esa creación personal, singular, única, de sello indiscutible, que
se realiza sobre la asunción del máximo riesgo vital es lo que le eleva sobre
sus compañeros de profesión.
Antes y después de su actuación
pasaron por el ruedo nimeño, cuatro de los más encumbrados diestros de la
actualidad… pero ninguno dejó el sello, la indeleble marca en el corazón y en
el entendimiento, que imprimió el diestro de Galapagar. No se quejen de que
hubo toros más o menos lidiables o manejables, también en el festejo matutino
dominical salió alguno que requería saber torear y Tomás lo hizo. Toros, por
cierto, como hemos dicho, en conjunto mejor presentados que los de sus
supuestos competidores, decentemente presentados –como en tantas otras tardes-
para la dignidad del coso, algo que no siempre se ve cuando torean otras de las
llamadas figuras. Lo dijimos el pasado año en Valencia y lo repetimos ahora, qué
diferencia existe entre lo que de media torea José Tomás y lo que lidian sus hipotéticos
competidores.
La corrida histórica del domingo
tardará en repetirse; ni la de Barcelona en solitario alcanzó tal nivel; ha
podido haber, en la vida taurómaca de José Tomás, como subrayaba Manolo Pons,
mejores lidias concretas, faenas más emotivas o artísticas, pero un conjunto
así… jamás. Esa es la grandeza del arte. Puede uno penar cien días en una
temporada nefasta, pero de repente surge el Arte –así, con mayúsculas- de la
vida y te mantiene –consecuentemente- vivo por una década más. ¡Qué grande y
que hermoso!
A Tomás, sin embargo, le debemos
apuntar en el “debe” la ausencia de ese gesto frente a ganado de mayores
responsabilidades, la de su comparecencia en Sevilla o Madrid (al margen de su
paso en 2008 por Las Ventas), o Bilbao, cada cual con su idiosincrasia y,
porque no, la imposición en el cartel de esos que se dicen “máximas figuras”. Me
hubiera encantado ver al Juli o
Manzanares, Castella o Talavante como complemento del cartel de Nîmes… pero
como dijo una voz en el anfiteatro cuando un aficionado francés pidió el regalo
del toro sobrero –“reserva” lo llamó- en séptimo lugar, "los reservas,
toreaban por la tarde…". El toreo también es –recuerden la genialidad de
“Juncal”-, a veces, hipérbole.
¡Grande Rafael!
ResponderEliminarGracias. Un placer leer sus entradas.
ResponderEliminarUn saludo cordial