Por Ángel Arranz Izquierdo
Claro, la Tauromaquia es parte de este caótico y absoluto laberinto total. No es de extrañar que esté como está.
-¿Y como está?
-Está como el “moño de la
Bernarda”: desmelenado, desorientado, desatendido, sucio…Y no hay auténtica
belleza y grandeza cosidas o cogidas solo por los pelos.
-Hay que comprometerse, exponer y
actuar.
En y con ese desconcertante bajón
que atraviesa el mundillo taurino; en la última reunión de la Unión de
Bibliófilos Taurinos, propuse a los asistentes, aprovechar la ciencia y
experiencia de los socios para estudiar, sugerir o pronosticar –con sus aciertos
y desaciertos- señales e ideas que vislumbren el porvenir de La Tauromaquia.
Sí, el nuevo cometido sería compatible con la investigación, recopilación y
archivo de datos que con sumo y altruista rigor se viene haciendo.
La Tauromaquia está vulgarizada y
casi clonada en toros, toreros y toreos.
Ocurre, como en todas las
actividades, que nunca ha sido perfecta, pero pocas veces ha sido tan
imperfecta.
Ocurre que, con la llegada de
riquillos, fuleros y profanos ladrilleros a la propiedad de la camada brava, y
para asegurarse la “calidad o toreabilidad de los productos”, han echado mano
del mismo o parecido encaste y casi han uniformado para mal, el tipo,
temperamento, juego, identidad y variedad de los toros.
Ocurre que las haciendas bravas y
bravías son rentables en ecología y son deficitarias en economía. Y con la
hondura de las crisis nadie sabe como acabará el desajuste en las despensas de
esas dehesas porque los “neoliberales” no creen en el sector público, lo
desacreditan, lo desmantelan, y si algo queda, lo quieren para sus colocaciones
y chanchullos.
Ocurre que, hubo épocas en que al
toro bravo bastaba con citarle una vez –o se presentaba sin citarle- para que
embistiese una tanda completa de lances con capote o muleta, y ahora, en
demasiados casos, hay que citarle varias veces para arrancarle media embestida.
Ocurre que el toro bravo sin
riesgo y sin emoción genera desdén, indiferencia o lástima.
Ocurre que la selección en la
camada brava, y con el visto bueno-malo de falsas figuras, han conseguido un toro
bravo o medio bravo, dos toros tontimansos, dos toros tontiblandos y dos toros
tontisosos –incluido el sobrero- para muchas corridas. O al menos, esa es la
proporción del comportamiento de los toros en el balance y resumen de muchas
ferias.
Ocurre que hay varias lecturas de
los ganaderos, destacan tres: las industriales, las foráneas y las artesanales.
Las estrategias industriales dan prioridad a los mercaderes y predomina la
cantidad sobre la calidad; las foráneas suelen hacer el ridículo o dan tumbos sin
ton ni son; las artesanales suelen ser las más
genuinas, pero sirven para poco porque están marginadas por los
especulativos intereses creados y se anuncian en cosos y casos concretos; en
realidad son el Pepito Grillo para “defender” el casi desaparecido romanticismo
tauromáquico.
Ocurre que los toreros y los
toreos son derivados de los toros. En efecto, si los toros están casi clonados,
sus derivados y consecuencias… también.
Un momento, en movimiento, del toreo clonado actual |
Ocurre que la torería está casi
clonada porque la concepción y
exposición del arte de torear está casi basada en la misma y repetitiva técnica,
está amanerada o uniformada por el carácter similar de los toros. Falta
creatividad, personalidad y origen o sello para diferenciar a unos toros y
lidiadores de otros. Los “toreros competitivos se esfuerzan para pegar pases”.
Los toreros competentes interpretan, dicen, sienten o expresan el toreo con
autenticidad…desde la naturalidad.
Ocurre que la torería está
vulgarizada porque el exigente escalafón superior está sobredimensionado de más
de lo mismo, cuando ha de estar puesto y compuesto por un porcentaje de toreros
heroicos, otro porcentaje de toreros artistas y un tercer porcentaje de toreros
completos. Y cada cual debe aportar sus
propias y contrastadas credenciales. Sí, si hay sitio y espacio para la
espontaneidad autodidacta, iconoclasta o experimental en los eternos parámetros
clásicos del arte de torear.
Ocurre que nunca tantos toreros
mediocres –algunos fatuos los llaman mediáticos- han “toreado” tantos festejos
como en las últimas y penúltimas temporadas. Aquí hay lo que hay, y si buenos
toreros torean poco, es porque torean demasiado las medianías de moda y de
turno. Sobre todo “torean” más en aventuras-desventuras de broncas, roneos o
romancillos que en los alberos. Es antitaurino y destructivo que las
televisiones den tratamiento de figuras en programas de cotilleo a dichas
medianías un día sí y otro también y no den noticias ni cobertura a los méritos
de toros, toreros y toreos auténticos. Es mucho más valiente y respetado ser un
buen profesional de otra actividad taurina
o de otro oficio, que ser un “carismático seudotorero”. Es mucho más
honesto y válido apartarse de programas vomitivos o morbosos que hacerles el
caldo, el oso y el baboso. Acaban perdiendo el respeto así mismos, pierden el
respeto al historial torerista y pierden el respeto del respetable. Tal vez
haya que limitar – limitar no es prohibir- el número de actuaciones,
explotaciones o posesiones, para subir y compartir la categoría de las
realizaciones.
Ocurre que las escuelas taurinas
–soy cofundador de la Escuela Taurina de Madrid, ahora los politicastros
oportunistas la hacen llamar de Marcial Lalanda- han de ser como las escuelas
de música o pintura: enseñanzas de las técnicas, de la historia del gremio,
potenciación de la creatividad, cualidad y calidad si el alumno la tiene…y
añadir una mínima educación –asignatura pendiente- sobre las otras artes porque
invitan a elevarse, perfeccionarse, cotejarse, reciclarse, actualizarse,
retirarse e innovarse, y porque tiene más y mejor proyección que la parálisis y
la dejadez. Se torea como se es, por ejemplo: “El Gallo”, Belmonte, D. Ortega,
L. M. Dominguín, Paula o Tomás –toreos referencia con toques de distinción-
interesaron y se interesaron más allá de los ruedos por la cercanía y cambio de
impresiones con otros intérpretes y creadores genuinos o excelsos. No se
entenderá o tendrá menos aceptación, un arte y un artista universal sin el
conocimiento de otras artes y artistas reconocidos.
Ocurre que hay toreros de dinastía que apenas igualan o superan las virtudes de
bastantes aficionados prácticos, y entre pruebas o ensayos - más por obligación
que por devoción- cierran o dificultan el paso a becerristas y novilleros con
intención y vocación.
Ocurre que echamos de menos a
toreros originales que vengan de otros manantiales para ser y estar: de capeas
bien organizadas o de certámenes asequibles y abiertos. En los caminos de la formación
torera y lidiadora ha de haber lugar y futuro para ellos.
Ocurre que la “fabricación” de toreros, desde la llegada de la
publicidad, el descarado cambio de cromos, el favoritismo o la billetera
abundante, da un fruto apetitoso por noventa y nueve sosos o casi apestosos.
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