La cuestión de los apodos que, a lo
largo de la historia, han usado muchos diestros es, prácticamente, inabarcable.
Los ha habido para todos los gustos y de todo signo, los heredados en sagas
familiares, casi interminables algunas, como los Cucos o los Gallos, dos
apodos de pájaros de buen agüero; o los aparecidos al reclamo de un diestro de
fama, añadiéndole el correspondiente ordinal: Bombita, Bombita II, y Bombita III; Nacional, Nacional II, Nacional III y Nacional IV, o Valencia, Valencia hijo, Valencia II y Valencia III. Pero ni de los Torres, ni
de los Anlló ni de los Roger, vamos a tratar aquí… sino de algunos apodos
curiosos o sorprendentes de espadas y subalternos, de novilleros y picadores
mucho menos conocidos. Tampoco hablaremos del uso de los diminutivos ito o “Chico” por detrás del nombre o apodo, intentando así no alzarse
hasta el nivel o mérito del imitado espada o lidiador, o la simple adopción del
apodo o nombre del admirado. Tales son los casos de Mazzantini (que al margen de don Luís adoptaron un Antonio
Fernández y un Rafael Márquez, al parecer), los Mazzantinitos (hasta ocho distintos, sin contar a un Mazzantinito de Sevilla) y
un Mazzantini chico más otro Mazzantinillo.
El último cartel con Ricardo Torres Bombita en Valencia (Col. A. Castillo) |
Y nada digamos de los derivados de Lagartijo, el genial espada cordobés
Rafael Molina, apodo utilizado por otros tres diestros casi contemporáneos, uno
de éstos un Manuel Molina diferente al hermano de Rafael, dos Lagartijo III (sin que conozcamos quién
fue el segundo), un Eduardo Royo y otro más, y disminuido por los Lagartijo Chico (entre ellos el sobrino del califa, el que más se distinguió
entre todos ellos, homónimo de su tío e hijo del gran subalterno y mediano
espada Juan Molina y de su madre que era de la familia de los Manenes), dos Lagartijillos (que no llegaron al nivel del Chico anterior), un Lagartijillo III (Antonio Moreno
Sánchez), y aun más, un Lagartijillo Chico (José Moreno Sánchez, hermano del
anterior) y ello sin contar a los Lagartija
(Juan Ruiz, espada de cierto renombre, y otros tres diestros de menos calado), y las dos Lagartijilla (Joaquín Barrejón y
Fernando Romero). Aun hubo quien explicaba su origen geográfico añadido al
apodo del califa: Lagartijo catalán (Manuel Oliver) o Lagartijo de Madrid (Francisco
Cortés).
(Colección A. Castillo) |
Nos hemos ido al Cossío –edición
original de su tercer tomo, de 1943- y hemos repasado algunos de esos apodos
curiosos o sorprendentes de diestros de antaño, a veces de siglos pretéritos, para que nadie se dé por aludido. Fíjense, por ejemplo, en algunos Niños y en muchos Chicos de... Entre los primeros, los Niños, hubo infantes titulados así, a
secas, como José Alonso Tomás, Eduardo González, Fernando Gutiérrez (el del cartel precedente), Vicente
Mendoza, José Montes de Oca o Mauricio Rubia de la Alnuzara, del que no nos
extrañamos adoptase el más corto apodo en los carteles.
Pero el grupo infantil, en el ámbito
local, se completa con el Niño de Abando
(que suponemos bilbaíno), el Niño de la
Alhambra (Francisco Rodríguez Iborra,
natural, sin embargo, no de Granada sino de Boret, en Alicante), el Niño del
Barrio (José Vera, sin que nos aclare
de cuál de ellos de la capital del reino de Murcia se trataba), el Niño de
Castilleja o el Niño de Chelva (de quienes ni aun conocemos su
verdadero nombre), el Niño del Empalme
(no sean mal pensados, se trata del barrio así conocido, que era don P.
Fernández), el Niño de Gelves
(no lo confundan con Joselito el Gallo,
pues era Joaquín Benavente), o el de Gines, el Niño de Haro (Vicente Martínez, de claro origen
riojano), el de Linares (Juan Moreno, diestro que hallamos durante la guerra civil), el Niño de Málaga
o el de la Isla (Manuel Roig, que
dados sus inicios onubenses suponemos de Isla Cristina), el Niño de
la Ibérica (no conocemos si peninsular, de madre inequívocamente española o nombre de
comercio alguno del mismo nombre), los dos Niños
de la Mancha (nada que ver
con el hidalgo caballero, más que en su origen manchego), el Niño de
Morón y el de Tablada, sevillanos,
el de Teruel que nos lleva a Aragón, o los de Toledo, de Tomares
(no se trata de alguno de la familia Torres, de los Bombitas, del mismo pueblo sevillano), el de Triana, Valencia o Vallecas. Nos surge la duda del origen del Niño de la Toja,
que era alicantino y no de la isla o balneario pontevedrés, aunque quizá
aficionado a su oloroso jabón. Sin embargo, el famosísimo Niño de la Palma, Cayetano Ordóñez, el gran revolucionario del toreo de capa, padre de Antonio Ordóñez, no era ni de la isla canaria, ni de la capital balear, sino oriundo de la malagueña y bellísima ciudad de Ronda.
Rarísimo cartel de plena guerra civil, con el Niño de la palma en cabeza (Colección personal) |
Pero junto a ellos, de claro origen
geográfico, tenemos que apuntar a los que nos refieren oficios precedentes,
soñados o familiares, como el Niño de la
Audiencia (Emilio Rangel, egabritense
famoso que logró algún nombre en el oficio), el Niño de la Brocha (suponemos gorda, dirigida a la
pintura menos artística), los dos Niños
de la Granja (que nos hace
sospechar un humilde origen campesino, o quizá del Real Sitio segoviano), el Niño del
Guarda (Anastasio López, que parece
hablarnos del oficio paterno…), el Niño
del Hierro (ignorado aprendiz que no parece que haga referencia al
origen isleño de las Canarias, sino a oficio ligado a la metalurgia o quizá
centrado en sus características físicas reales o soñadas), los Niños de la Huerta (hortelanos ellos o sus padres),
el Niño del Matadero (Manuel del
Pino, novillero de los años 30), el Niño
de la Plaza (natural de San
Román de los Montes, en Toledo, quizá ligado al coso local donde inició su
carrera), el Niño de las
Tejas o los muchos Niños de la Venta (en singular…). Dícese de uno de
ellos, el Niño de la Venta Nueva del
Camino Viejo de San Juan de Aznalfarache en Sevilla, que se llamaba Juan
Pí, y que los tipógrafos que componían el cartel se enfadaron, con razón, por
el mucho trabajo que les dio…
Hubo otros Niños con epítetos cariñosos o bondadosos, como el Niño de
los Ángeles (ideal de bueno éste), el Niño de Belén (que no sabemos si se llamaba
Jesús o Emmanuel o era hijo de una María o Belén correspondiente y que hoy
tiene continuación en un par de buenos peones), el Niño Bonito (Eugenio
Sanz, picador de finales del XIX de enorme fealdad), el Niño de la Estrella, Silvino Rodríguez, también de cierta nombradía, quizá por el nombre materno, el Niño del Carmen (suponemos ligado al barrio
correspondiente, que lo hay en diversas poblaciones, más que a la Virgen de la
misma advocación), el de la Categoría
(que aunque no nos indique cuál fue ésta…, sería escasa a todas luces), el Niño de
la Corona (real, ducal, condal o simplemente mortuoria, o
establecimiento de comercio homónimo), el Niño
de Dios (Manuel Molina, padre de Juan y del gran califa Lagartijo), el Niño de la Merced
(Antonio Bejarano, cordobés del Campo de la Merced, y no por su graciosa
donosura o por repartir dádivas o regalos), el Niño de Oro (Manuel Gómez Sanz), o el Niño del
Royalti (que no sabemos si pagaría
por ello, José Montañés, zaragozano integrado en la cuadrilla de Llapisera), o el Niño del Socorro, que aparece como miliciano en cartel de la guerra civil, y que obedecía por Luis Sanz.
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Dan cierta pena el Niño del Hospicio (Roberto Artigas, que al menos
conocía su primer apellido), el Niño de la
Negra (no sabemos si en relación a su
triste suerte o a una madre de piel oscura), el Niño del Tercio (cuyo origen hemos de colocar en
la Legión, batiéndose en tierras africanas frente a los rebeldes del Rif y
arriesgando el pellejo por una mísera soldada o quizá vástago de miembro del
cuerpo militar o quién sabe si lidiador que no salía más allá, hacia los medios) y un ignoto Niño de la
Vergüenza, cuya esporádica aparición
nos hace sospechar que hubo poco de aquello en el ámbito taurómaco, y quizá más
de timidez, escaso oficio o gran temor.
Hijos de sus respectivas madres
fueron todos estos Niños, pero
algunos hicieron referencia a ellas en el apodo; así el Niño de la Casera
(que no se atrevió a mentarla por el nombre propio y que se esfumó como la
gaseosa), el Niño de la
Curra, el Niño de Ginés (en este caso referencia paterna y como lleva acento, no del homónimo pueblo sevillano),
el Niño Mora (vayan ustedes a saber si su madre era magrebí o le gustaban
los frutos de la zarza), el Niño de la
Pastora (Manuel Soler), o el Niño Rita
(que como el Julián de la Verbena de la Paloma, tenía madre, aunque Rita no lo
fuera en la función) o el Niño de Conchita (José Rendón, diestro de Alcalá del Río de momentos previos a la contienda civil).
Curioso cartel de la preguerra, donde se destaca que la ganadería sería del "Ex-Marqués de Salas" |
Con los Chicos de… pasa otro
tanto que con los Niños. Los hubo de
referencia local, como el Chico de Basurto
(Martín Echeandía, vasco por apellido y vizcaíno de nacimiento), el de Camas
(no aficionado a los lechos, suponemos, sino del bonito y taurino pueblo
sevillano, Antonio Casado, que andaba por los ruedos en torno a 1910 y nos da
que no alcanzó la sabiduría de Paco Camino), el de Carmona, también
sevillano, o el de Casetas, el de las Delicias (ligado al barrio madrileño, y
no por sus excelencias y grandes calidades artísticas) y el de Lavapiés
(otro del foro, como dirían los castizos), el Chico del Escorial, el de Levante (Alejandro
López, que no es que madrugase, sino que había nacido en Cartagena), el Chico de Pamplona (Moisés
Blanco), el Chico de Pardiñas
(madrileño nacido en 1882, que nos hace referencia a una posible calle de la
capital, General del mismo apellido), el Chico
de Ricla (maño como él sólo, Antonio López), el de Segovia, el de Valencia
o el de Vista Alegre (Miguel
Pérez, novillero santanderino del primer tercio de siglo, al que no sabemos si
adjudicar a la plaza carabanchelera, bilbaína, o catalogarlo por su mirada graciosa).
Muchos Chicos hubo de oficio y profesión anterior, como el del Bar
(Ignacio García, zaragozano que no fue célebre por su afición a la
restauración), el de la Botica,
al que al menos elevaba lo digno de su comercio si lo comparamos con el Chico del Cajón; el del Club
(que no era de fútbol, sino de variedades), el Chico de la Droguería
(del gremio de los productos químicos de limpieza), el de la Fuente (al que no creemos aguador de
oficio), el del Imparcial (Fernando Ugarte, cuyo apodo hay que colocar entre los
empleados del célebre diario), los Chicos
del Matadero (muchos, un montón de ellos…, pero con dicha acepción dos
de ellos, Julián Acosta y Antonio Iglesias), o los Chicos de la Plaza
(otra buena porción, pero uno sólo así anunciado en los carteles, Manuel de la
Plaza García, más por su apellido que otra cosa, para que vean lo que engañan
estos apodos). Y no me digan nada del Chico
de la Arboleda (Félix
García), el de la Guayabera (que
suponemos se cambiaría de vez en cuando) que podemos confrontar en fama y logros profesionales con el primer apodo que adoptó Vicente Pastor: el Chico de la Blusa; el Chico de la Paloma
(probablemente referencia local, materna o amorosa, más que dueño del ave
correspondiente) o el del Piano, novillero de allá por 1908, que
no sabemos si lo tocaba, lo llevaba o se lo adjudicaron en guasa.
Precioso cartel de Unceta para Zaragoza, 1880, en el que encontramos a José Lara Chicorro |
Y junto a ellos los Chiquitos, Chiquilines y Chiquitines,
entre los que cabe destacar la nombradía de Chiquito
de Begoña, el diestro vasco Rufino San Vicente, notable por su
valentía y buen matar. Y saga, también, fueron los Chicuelos, entre los que destaca el conocidísimo y de merecida fama Manuel Jiménez, el inmortal
diestro sevillano de la importantísima faena a “Corchaito” de Graciliano en
1928, incluyendo a un Chicuelo de Cartagena (Adolfo Martínez), los Chicotes, Chicorro (con mención de honor a José Lara, primer torero que cortó
apéndice auricular en la plaza de Madrid, allá por 1876) o Chicorrito. Habrá más.
Brillante Rafael. Muy brillante y con guasa. Andrés de Miguel
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