Madrid, 4 de octubre de 2012.
Primer festejo de la Feria de Otoño. Media plaza. 2 novillos de Alcurrucén (1º
y 5º) y 4 de El Cortijillo, desiguales de presencia, trapío y hechuras, mansos
en general y descastados o con poca clase. Destacó por lo bonancible el primero
y por el genio el sexto. Gómez del Pilar, silencio y silencio. Luis Gerpe,
silencio y silencio (aviso). Gonzalo Caballero,
silencio y silencio.
Demasiado benevolente
anduvo ayer el público de Las Ventas; demasiado benevolente si tenemos en
cuenta que estos mimbres han de forjar y transformarse en el futuro entramado y
canasto de la fiesta. Clamores baldíos los que días atrás lanzábamos en demanda
de novilleros aptos y preparados para lidiar aquellas novilladas de encastes
singulares, que ofrecen sus particularidades y complicaciones propias en tantos
casos. Los de arriba, como los que ayer se enfrentaron a una sosa, descastada
en muchas ocasiones, y sin clase casi siempre, novillada de El Cortijillo y
Alcurrucén, son unos más en el arte. ¡Lo que nos espera sí que es clamoroso! Si
estos novilleros han de suponer el futuro de la fiesta en los próximos años, en
la próxima década, ¡qué Dios nos asista!
Novilleros siempre
cortados por el mismo patrón, a la búsqueda siempre de un toreo de alivios, por
más que Caballero se mantenga firme en su lugar, sin capacidad de dicción o
transmisión alguna, sin repertorio, sin capote digno de tal nombre, basados en
la vulgaridad y falsedad de la descolocación constante y el toreo en paralelo,
despidiendo a las reses hacia las afueras, sin terminar de meterse ni un solo novillo
a la espalda, sólo ligando cuando echan la pierna atrás, ceden su terreno y
esconden la pierna, abusando constantemente del pico… ¡Vaya panorama! ¿Dónde
habrán quedado esos aspirantes a maestro con recursos técnicos, variedad en percal
y muleta, ganas de comerse el mundo y afición, de hace tan sólo dos décadas,
por no echar la vista más atrás? ¿Dónde novilleros de aquellos que no llegaron
a triunfar y que hoy son la flor y nata de los subalternos con los cuarenta
años cumplidos? Cualquiera de ellos es capaz no ya de dar un baño a éstos, sino
de borrarles del mapa y del escalafón taurino. ¿O no fue mucho más interesante
un Carretero, un Yesteras, un Campano, cualquiera de ellos o tantos otros, que
estas futuras figuritas de pitiminí, amparados por el mundillo y por las empresas
y casas de apoderamiento?
¡Qué desastre! Mala cosa,
como no se pongan en serio a querer ser toreros de verdad. VERDAD con
mayúsculas, que incluye la firme decisión, la apuesta serena y grave por el
sacrificio personal, por afrontar con naturalidad la muerte, por la
autenticidad en el toreo, piedra angular sin la cual no se construye ni
mantiene en pie la corrida. Lo de ayer fue calamitoso para la propia fiesta,
para la misma esencia de un arte que defendemos como eterno… pero que ayer no
se atisbó ni por asomo… Sumen a ello la inhibición absoluta –ahora sí clamorosa-
y vergonzante de Luis Gerpe durante la lidia de sus novillos…, algo cuyo reproche
le hubieran hecho, si no abandonar su profesión hace dos décadas, sí
replantearse muy seriamente su trayectoria. Ayer hizo negación absoluta de su
capacidad y de su interés por labrarse un porvenir en la profesión. No sólo no
toreó de capote (un solo quite ramplón no puede sustituir a todo un tercio de la
lidia en sus dos novillos, o al quite del otro que le correspondía por turno),
sino que abandonó al novillo para que lo pusiera en suerte en el caballo su peón,
dejó que ambos bichos entrasen impunemente al caballo que hacía puerta y no
estaba en suerte, sin inmutarse, ni siquiera disimular pegándose una carrera,
también permitió que el peón le sacara los toros del caballo (algo que antes
hacían los matadores y que ha pasado a la historia), en definitiva, un
auténtico desastre. Luego, eso sí, todo eran posturitas, levantar la cara y
hacer gestos a la búsqueda de los aplausos fáciles en el último tercio, exagerar
para lograr las tímidas palmas de la familia y allegados (que ayer no lograron
imponerse a los silencios o muestras de desagrado de los también tímidos aficionados).
Esta es la fiesta que se creen algunos… y la que el mundillo quiere imponernos.
¡Aviados vamos!
El primero y único novillo medio potable del encierro -comparen las hechuras con los otros dos que les mostramos- (Foto: las-ventas.com) |
La novillada fue un
conjunto desigual, soso, sin clase y sin casta, de animales. Cada uno de su
padre y de su madre; ¿qué tenía que ver ese berrendo en colorado, que parecía
haber salido de un cruce de ágil charolés salta vallas con vaca brava, con el
esmirriado becerrote lidiado en quinto lugar? El enano berrendo, con una
anchura propia de animal de carne, pero bajo y corto, impresentable por trapío
y fuera de tipo, nada tenía en común con ninguno de sus hermanos, pero es que
entre ellos tampoco hubo la unidad pretendida. Muy mal, señores ganaderos.
Sólo, acaso, salvamos de la quema al primero, un novillo justo, pero noble y
soso que se arrancaba más alegre cuando su espada se cruzaba…, algo que apenas
pudimos ver. Lo demás, se debatió entre la falta de clase, el descaste, la
mansedumbre y las salidas con la cara alta, distraídos y mirando por dónde se
hallaba la evasiva de aquella pesadez.
El cuarto, que en nada se parecía a los demás y que visto desde arriba era casi un charolés de un metro de ancho (Foto: las-ventas.com) |
Tampoco, como hemos
mencionado, alegraron la tarde los de luces. A los tres les hemos notado un
franco retroceso con respecto a comparecencias anteriores. Ninguno ha ratificado
esa oreja cortada en novillada anterior en este coso, ni aun de lejos. En vez
de acrecentar méritos, adquirir experiencia, técnica, recursos y gusto, parece
que se abandonan al efímero logro conseguido creyéndose ya merecedores de
cortijos y aviones privados… Como dijo mi vecino de localidad, “¡Cuántos peones
se está perdiendo… la construcción!”.
Gómez del Pilar
desaprovechó ese primero, Tamborilero
de mote, 496 kilos, negro chorreado y listón, que manseó en varas pero fue el
mejor en la muleta. No se trata sólo de recibir a porta gayola –sin saber lo
que va a salir y si es o no oportuno el lance- sino de torear de verdad con
capote y muleta. Compuso la figura sin eficacia en los de recibo y quitó –al menos
lo intentó- con una chicuelina y sendas medias… del montón. Y luego llegó la
antítesis de la ética con la franela: siempre descolocado, metiendo pico para
despedir al novillo, despegado muchas veces, en toreo paralelo absoluto y, a veces
con el dichoso paso atrás escondiendo la pierna que debería cargarse… aunque
sólo fuera alguna vez. Fantástico. Ni con los silbidos de advertencia modificó
aquello… y sólo al final se colocó ya mejor para pasarlo sin continuidad, ¡qué
desperdicio! Un pinchazo y una estocada entera y caída, y silencio; el primero
de los seis de la tarde. En el cuarto, ese impresentable berrendo en colorado, Gavilán por nombre (sería por lo que
volaba su padre sobre los cercados), con 493 kilos en la báscula, manso, sin
clase (¡claro!), volvió a salir a porta gayola para nada… Ya no hizo ni ademán
de quite y con la muleta fue un calco de su primero, rutinario y pega-pases sin
verdad. Dos pinchazos sin fe, el primero con desarme, y una entera desprendida
y su segundo silencio.
Larga afarolada a "porta gayola" a lo que salga (Foto: las-ventas.com) |
Peor estuvo Luis Gerpe,
al que sólo le han debido enseñar en la escuela la parte que se refiere al
último tercio –y no completo, porque en cuanto a matar… es bastante
deficiente-. Su primero y segundo vespertino fue Musiquero, un bicho de 474 kilos, colorado con bragas, paupérrimo
de cabeza para este coso, manso y embistiendo con la misma sosería que sus
hermanos. Salió huido de su encuentro con los de a caballo, ¡pobre animalito!,
y llegó con la cara a media altura y las ganas justas a la muleta. Toreo en
paralelo, al principio muy despegado, buscando siempre la postura pero sin
autenticidad en cites, embarques o remates, Gerpe, desaprovechó también las
poquitas cualidades del casi descastado animalete. Sólo cuando se cruzaba –fruto
de la recriminación popular- el bicho se le arrancaba con más alegría,
pasándolo con exceso de codilleo en el trance final. Un lujo. Unas manoletinas,
por buscar animar el cotarro en las postrimerías a base de populismo, tras una
caída por tropiezo con la res, y una entera baja, y primero de sus silencios.
Lo mismo –casi “a por b”, podíamos apuntar para el quinto, Economista de apodo (de ahí el ahorro en carnes), un becerro
indigno, que al parecer pesaba 470 kilos, negro chorreado y listón, manso, distraído,
sin entrega y siempre con la carita alta para ver por dónde se iba. El mismo
desastre de lidia, inhibido el de oro, y luego lo de costumbre… descolocación, tirando
líneas para afuera, y con el pico siempre, buscando cada vez que finalizaba con
gestos y desplantes absurdos, el aplauso facilón, pero ayuno de toreo. Ni con
el populismo final se ganó a la concurrencia… Dos nuevos pinchazos, uno con
desarme, nunca en los rubios y una media, bastante atravesada, antes de que
sonara un aviso y acertase a la segunda con el descabello, le valieron… sí, nuevo
silencio.
La impresentable raspa del quinto, también con el hierro de Alcurrucén (Foto: las-ventas.com) |
Gonzalo Caballero parece
haber adoptado la técnica del cangrejo en su carrera, aunque es capaz de
mantenerse, firme y valeroso, en el sitio escogido, que no siempre es el de mayor
verdad, por cierto. El tercero de la tarde, Gañán
por mal nombre, de 480 kilos, colorado bragado y meano y ojo de perdiz, fue un
animal incómodo y manso, que embestía con la faz altiva, distraído y
descastado. Lo único que le vimos al diestro fue esa firmeza de pies ya
contada, todo lo demás se atuvo al guión de las nuevas formas de la fiesta,
mientras pasaba desapercibido para el paisanaje. Brillante. Cien muletazos
después de haber ido por la espada, consiguió cuadrar al animalito para
sacudirle un pinchazo bajo desde Las Batuecas, horrible, otro hondo contrario,
trasero y muy tendido, espantoso, y, desde el mismo lugar de inicio, una entera
desprendida, sin pasar. Fenomenal. Silencio entre la asistencia. En el postrero
de la tarde, Rompecercas –quizá hijo
también del padre del cuarto-, novillo de 482 kilos, de capa negra chorreada y
listón, girón y calcetero de atrás, con bastante poco cuajo y remate por detrás
(¡vaya juergas de reconocimientos deben correrse!), de nuevo se enfrentaría a
lo más complicadete –que no complicado- del encierro. Un animal manso, con
cierta brusquedad en su embestida, pero que al menos sacó genio y transmisión…
leves. Después del nihilismo imperante en el toreo de capa de la tauromaquia
post-moderna, con la muleta no terminó de cogerle el sentido del temple, que
consiste en que no te enganche el trapo, en atemperar la embestida del toro y
en mover –mandando- el trapo a una distancia siempre semejante y acompasada de
los pitones de la supuesta fiera. Así que hubo muchos, demasiados, trapazos, y
pocos lances de aquellos. Se le hicieron muy cuesta arriba las cualidades y
calidades de la res. Y terminó peor, con la muleta por detrás del muslo del
cite para mostrar un pico por delante de su cuerpo incluso, sin ligazón alguna.
¡Pues qué bien! Después de unas bernardinas que no arrancaban apenas aplausos,
lo despachó de una entera, desprendida, pero de ejecución buena y fácil, viendo como el
manso peregrinaba a tablas para echarse. Nuevo y postrer silencio.
¡Madre mía… la que nos espera!
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