Madrid, 12 de octubre de 2012.
Un cuarto de plaza. 3 toros de Samuel Flores y 3 de Manuela Agustina López
Flores (2º, 3º y 6º), desiguales de presencia, mansos en varas y diferentes en
la muleta: uno inválido, el tercero y otro flojo, el quinto; un mulo, el
primero y otro complicado, el cuarto; segundo, bueno en la muleta y sexto
aceptable por el zurdo. Eduardo Gallo, ovación y silencio (aviso). Miguel Ángel
Delgado, ovación y silencio. Arturo Saldívar, silencio y ovación (aviso).
Terminó la temporada en
Madrid y apenas unos minutos después, el santo cielo, sin duda con la congoja
de la pérdida del arte, derramaba sus últimas lágrimas de la temporada. No nos
dejó siquiera prolongar la tradicional tertulia a la puerta del coso, mientras
vas despidiéndote de unos y conversando y quedando con otros. ¡Hasta la temporada
que viene!, te decían algunos, ¡Hasta el inicio del curso de conferencias!,
aquél otro. Y así… nos fuimos despidiendo de la rutina de no tener que pensar
qué hacer los domingos o fiestas de guardar, que era como las titulaban en
nuestra época, antes de que el dichoso laicismo pusiera en la picota a la Santa
Madre Iglesia.
La tarde no nos deparó, como
en lo restante de esta tremenda temporada, nuevas alegrías. Hubo sus detalles,
como siempre, pero ni una faena completa, ni un toro que saborear todo el invierno.
A las pinceladas capoteras de Saldívar y su inequívoco valor, pudimos sumar la naturalidad
y buenas formas de Miguel Ángel Delgado y el pundonor de Eduardo Gallo tras
sendos revolcones de infarto… pero poco más. Los antaño encastados samueles
volvieron a pasar con más pena que gloria –y van…- por el ruedo que antaño
solicitara los Gamero-cívicos para las corridas de mayor postín. Ahora
relegados a festejo secundario en la temporada, apenas son capaces de aguantar
el tipo y pronto los veremos en verano o alejados del coso que tantas veces
engrandecieron antaño. Hubo un par, acaso tres, que dieron algún juego: bueno
para el muleteo el segundo de la tarde, aceptable el quinto aunque se viniera
abajo, y mejor por el zurdo un sexto que el mejicano se empeñó en ahogar y que
no viéramos.
El primero de la tarde: dos pitones y busquen algo más... (Foto: las-ventas.com) |
Mas, ¡ay!, el resto del
festejo discurrió entre el aburrimiento, los sustos –por parte de los toros o
de los toreros-, y la vulgaridad anodina; nada más nefasto para un arte que se
supone creador y vigoroso, emocionante y colorido, vibrante y vivo.
El primer Samuel fue el
buey prototípico de estos últimos años, un bicho que se colaba en cuanto podía
y que, sin obedecer a los engaños, volteó de muy mala manera a Eduardo Gallo,
tanto con el percal como con la franela. Creí, sinceramente, que llevaba cornada...
y seria además, tras el último percance, pero la Providencia, siempre al quite,
volvió a obrar el milagro, y un sastrecillo –asimismo milagroso- dejó el traje
inmaculado para el cuarto, tras de que quedase hecho girones. Obedecía, si es
que lo hubiera hecho, al nombre de Sangrado,
nos informó la tablilla de que 505 kilos había dado en una báscula que no mide
el trapío, y nos mostró su escueta anatomía, relamida y chupada -sobre todo por
detrás-, cubierta por hermosa arboladura… que es lo único en que deben fijarse
los albéitares modernos. El primer revolcón del salmantino llegó al segundo o
tercer capotazo, y la lidia se convirtió casi en un herradero, campando el
boyar animal por sus respetos, sin obedecer indicación. Creo que no hubo ser humano alguno, que pisando el ruedo no
tuviera trato pasajero con el mulo, vistiera de luces o con ropa de mono-sabio.
Manseó, como cabía esperar ante los caballos, se dolería en banderillas,
parando por enésima vez en chiqueros, y llegó rajado y con malas pulgas al
postrer tercio. Allí volvería a coger al espada y a revolcarlo metiéndole un
pitón casi por el vientre de forma pavorosa… pero a Dios gracias ineficaz. Gallo,
con paliza de consideración, sin apenas reparar en que apenas le cubría ya la
ropa, se repuso, echó la gente fuera, aguantó otra colada como un tío, y se
dobló con él para enjaretarle, a renglón seguido, dos pinchazos bajos, y, en
toriles, acertar con una estocada entera, tendida y caída.
La tremenda cogida muletera de Gallo en el primero (Foto: las-ventas.com) |
No tuvo suerte en el
sorteo matutino, pues el cuarto tampoco le dejaría tranquilo. Arrabalejo se llamaba, 528 le habían
puesto en la pizarra, tostada la capa, con chorreras y la cabeza oscura –chorreado
en verdugo, le llaman los aficionados-, y de condición mansa, complicada y
bronca. Lo fue y lo demostró desde un principio, desde el primer capotazo que
tomó áspero y desagradable, nada templado y tendiendo al derrote. Se quitó el
palo en sendas entradas al séptimo del general Custer, y con muy poca clase,
calamocheo, medias alturas y complicaciones se mostró en la muleta. Gallo, que
había brindado al bueno de César Palacios, nada sacó en claro, sin doblarse
hasta el final, muy sucio el trasteo, aguantando
que el toro se le revolviera cada vez que le levantaba la mano o le daba uno de
pecho. No estuvo rematadamente mal, pero tampoco anduvo bien. Tablas. Lo terminó
de estropear con el acero: hasta cuatro pinchazos bajos, antes de una entera
caída, escuchando un recado del palco cuando el cachetero se lo levantó -¡un
puntillero de plaza, por favor…!- pero acertó con el primer descabello.
Delgado natural al natural, menos mal (Foto: las-ventas.com) |
Miguel Ángel Delgado, de
primera comunión vestido (entiendan blanco y plata, que es la moda cómo se
presentan hogaño a tomar o confirmar la alternativa) tuvo la gran virtud de la
naturalidad, lejos del artificio y la búsqueda de la postura de tanto “artista moderno”,
e incluso tuvo sus momentos buenos en el mejor toro de la tarde, el segundo.
Pasaba por Peina-Altos (el primero de
tres de parecido y capilar nombre), un animalito con leña pero culipollo, de
502 kilos, tostado chorreado y de escaso cuajo –o más bien anovillado y tocado,
como gusten-. Le dio el sevillano alguna verónica apreciable de saludo, pasó el
animal con más pena que lo contrario por varas, pero llegó, sin embargo,
generoso al último tercio. Era toro que se arrancaba con alegría, repetía, a
veces a media altura, pero con transmisión. Sin muchas exigencias Delgado lo
pasó, lo ligó, estuvo casi siempre al hilo o algo más allá, y no terminó de
metérselo en redondo… quizá porque el toro lo hubiera acusado. Hubo temple por
momentos y otros de enganchones varios también. Así que la faena, donde esa
postura y maneras nada forzadas sobresalieron, donde hubo mando y buenos
toques, no terminó de levantar al público en su conjunto, aunque apuntemos los
olés y los aplausos mayoritarios. Para mí lo mejor fueron los adornos finales,
andándole bien al toro, trincheras y pases del desprecio, medios muletazos, sí,
pero de calidad. Una estocada muy trasera, traserísima y tendida requirió nueva
entrada, en la que le diestro dejó otra menos trasera pero desprendida. Saludó,
a pesar de los pesares, una ovación. Otra cosa fue en el quinto, Cartona de raro nombre, toro de 535 en
la báscula, negro, manso, flojo y que embistió por el derecho para venirse a
menos al final. Un toro al que auguramos caídas –algo regordío- pero que no
besó el santo suelo hasta el tramo final –y entonces lo hizo, a gusto, en tres
o cuatro ocasiones-. Salió suelto y a su aire del capote de Delgado, pero llegó
con más fijeza a la franela repitiendo sin molestar, sin transmisión, es
cierto, pero dejándose lancear. Despegadito al principio, en paralelo, con la
mano a media altura para evitar más caídas, tampoco el toreo del diestro sevillano
nos dijo mayor cosa, y eso sí, se fue ensuciando paulatinamente a medida que el
toro perdía gas y cabeceaba cada vez un poquito más. Al fin, incluso mejoró por
el zurdo… Encimista, Delgado terminó de pasarlo muy en corto, optando por el
sabor popular… con escaso éxito en Las Ventas. Unas bernardinas y un pinchazo
caído, trasero, que fue ahondando por la ley de la gravedad y los capotazos del
peonaje, hasta convertirse en media y tumbar a la res. Silencio.
A Saldívar le sobra en
valor y en ganas lo que quizá le falte en técnica o toreo. Su primer
antagonista fue el inválido del encierro, un animal descaderado que aun no comprendemos
cómo no fue devuelto por el nefastísimo Muñoz Infante (cada día preside peor
este hombre). Peina-Bajos era un mono
con sombrero, de 501 kilos, tostado chorreado en verdugo, culipollo también, y
manso y tonto como él solo. Se cayó de atrás dos veces en los lances de recibo,
una en varas, otra en banderillas… y dos más hasta la “refinitiva”, como decía
el humorista famoso. Todo ello en medio de protestas, un trote cochinero,
cabeceo de invalidez y alguna colada… por atajar por el camino más corto. Nada
en el haber de Saldívar, pero excusable. Una entera por los bajos lo despachó
para filetes.
El sexto, 576 kilos...colín y de cuajo justito... ¿quién dijo kilos? ¡TRAPÍO! es lo exigible (Foto:las-ventas.com) |
Mejor pudo y debió estar en el sexto, Peina Niños… el tercero en la peluquería, 576 kilos, poco cuajo en
general, dos velas con que alumbrar la negra noche, mansedumbre pero un buen
pitón zurdo que el azteca no supo encontrar. Saldívar estuvo bien, sin embargo,
en los lances salutatorios, en los que llevó toreado al bicho y le ganó terreno
hacia los medios… algo que ya no se ve. Pero no quitó, no sé por qué (bueno sí
lo sé y ustedes también) como había hecho en el segundo o quinto… (a ver
piensen…, que sí, que no es lo mismo hacérselo al del compañero que quitarle
pases al tuyo…). Comenzó con espectacularidad la faena, citando en los medios
para darle dos lances por la espalda, y siguió dándole distancias. El toro, no
obstante, iba algo descompuesto por ese pitón diestro, tardeaba un tanto,
entraba sin clase, mirando a veces, al paso otras, con ímpetu algunas… no era
ese el lado por el que se debía torear. Pero por el zurdo fue otra cosa, el
toro demostró más recorrido y mejor clase, y a pesar de que le echó voluntad –al
principio- y luego valor, Saldívar no le sacó ni la décima parte –es un decir- del
partido que ofrecía. Y como no lo entendió, optó por el arrimón asustante,
cuando el toro pedía dos o tres metros y la mano baja y relajada. Hubo muchos
aplausos de los que se asustaron sin más; los que nos asustamos y vimos otras
cosas nos callamos o hubo quién silbó. Pero lo más fácil –y sobre todo como
andaba la plaza de extranjería- era lo primero. Así que tras terminar de ahogarlo
definitivamente, metiéndose literalmente sobre los pitones, nuevo recurso al
populismo con unas bernardinas ajustadas pero deslavazadas, para acrecentar la
adrenalina del sufrido espectador, un pinchazo bajo entrando como al paso –ya no
es volapié, vuelapiés, sino anda-piés- un aviso y una “señora” estocada por el
sotanillo. Saludó y el indecente de uno de sus peones le empujó varias veces
para que diera la vuelta. ¡A torear qué caramba!, habría que decirle al infame
de plata… Bien hizo Saldívar en no dejarse manejar por el peón y dignamente
dejar la cosa en esa ovación, pues arreciaban los silbidos ante el intento...
por ya saben dónde. Punto y final con ello, vaya por Dios, a la temporada
madrileña 2012, una de las peores, sin duda, que recuerda la historia.
Las bernardinas finales no aptas para cardíacos (Foto: las-ventas.com) |
Ya les contaremos cómo es
que esta temporada, a pesar de reducirse el canon en unos dos millones de euros
–más de trescientos millones de pesetas- y que la empresa ha dado menos
festejos que otros años, ha perdido dinero… o eso dicen.
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