No
hay quinto malo…
En
una pasada entrada hablábamos sobre el orden de lidia de las reses en corridas
de más de una ganadería. Pero muy unido a ello se encuentra también el tema del
sorteo de los toros para evitar que el ganadero dispusiera que los mejores
tocasen siempre a los espadas más hábiles o a aquellos que pudieran lucirlos mejor. La costumbre fue considerándose arbitraria y redundante en que los
matadores de menores recursos nunca pudieran tener la oportunidad de salir del
marasmo lidiador por tener, a cada paso, que enfrentarse con reses de menores
posibilidades que sus compañeros más acreditados.
No
sucedía, sin embargo, cuando las corridas se organizaban sobre la base de
varias ganaderías, desde el siglo XVIII hasta mediados del XIX de forma
habitual, sino cuando se impuso que el ganado de cada corrida perteneciera a un
único criador, quizá por abaratar costes y simplificar procedimientos y
logística de transporte, encierros y enchiqueramientos.
Una
vez generalizada ya la costumbre de que en un festejo sólo se corrieran toros
de una misma vacada, con el sorteo –como hemos mencionado- se pretendía acabar
con lo que se consideraba un abuso por parte de los ganaderos hacia determinados
lidiadores, consistente en que los criadores se otorgaban el derecho de lidiar
los toros o novillos en el orden que creyeran más oportuno.
El segundo Duque de Veragua ganadero, que se negó al tema del sorteo |
Además,
el quinto toro suele dejar una impresión superior al resto de sus hermanos del
juego de la corrida en su conjunto; así durante el primero aun la gente anda
acomodándose o saludando a vecinos de localidad, sufriendo a los indeseables
retrasados o tomando conciencia del día, ganadería o diestros actuantes;
segundo y tercero son toros que ya se toman más en consideración; tras éste
último en muchas plazas comienza la merienda, que no acaba con la salida del
cuarto, sino que muchas veces continúa durante el mismo; y es el quinto el que
deja mejor impresión y visión de conjunto, antes de que, durante el sexto, la
gente comience a impacientarse, a salir algunos -molestando otra vez al
conjunto de los asistentes y dificultándoles la visión del ruedo- o a quedar
para la salida otros tantos. “No hay quinto malo”, dice el refrán ya
popularizado fuera del ámbito taurino, y he ahí el por qué de ello, o al menos
así es como lo entendían los ganaderos de un siglo atrás.
La
costumbre del sorteo comenzó en tiempos de Guerrita
–el espada mimado por muchos ganaderos, porque con él tenían garantías de buena
lidia y faena (de las de su época) para sus toros-, aunque no llegó a
establecerse como costumbre sino hasta casi el momento de su retirada, en 1900
para algunos o en 1898 para el crítico Alberto Vera “Areva”.
Félix
Campos Carranza, presidente de la plaza de Madrid mediado el siglo XX, fija el
sorteo como definitivo a partir de 1900, y llega a decir que los ganaderos
perdieron con ello, “siendo el primero en
sufrir la derrota por la exigencia defendida tenazmente por Mazzantini, D.
Manuel García Puente e Hijo, en la corrida de San Sebastián antes expresada
[15 de agosto de 1896]”.
No
obstante, en Madrid, en la segunda corrida de abono de 1891, celebrada el 12 de
abril, corrida en la que se lidiaban reses de Manuel Bañuelos, vecino de Colmenar, para Luis Mazzantini, El Espartero y Guerrita los toros, durante el apartado y por petición del propio ganadero, se sortearon para
evitar torcidas
interpretaciones (véase Víctor Pérez López, Anales de la plaza de toros de Madrid (1874-1934);
Madrid, UBT, 2006-2009). Otro tanto ocurrió ese mismo año en la corrida del
jueves 23 de abril, en la
que se lidiaron reses de Antonio
Miura, por Espartero
y Guerrita. A partir de ahí el sorteo fue frecuente,
aunque ni fijo ni obligatorio, y así, en la
novillada del 17 de julio de 1898, en la que se corrieron seis toros del Duque de Veragua (muy de desecho, porque
el que no era cojo, estaba tuerto o era mogón), estoqueados por Domingo del
Campo Dominguín y Ricardo Torres Bombita chico, al no sortearse los toros,
el reparto fue muy desigual, de manera que Bombita
mató todos los mogones y cornicortos del festejo, con el mosqueo subsiguiente
de algunos.
|
Rafael Ortega Gallito, el sobrino del gran Joselito, en su interesante libro de
anécdotas Mi paso por el toreo
(Madrid, Alce, 1979), nos refiere que en sus conversaciones con Guerrita, en aquella cátedra que el
cordobés tenía en su Club cordobés, entre un estrecho núcleo de amistades
íntimas, mientras saboreaban café, copa y puro, envueltos en las nubes de
aromáticos habanos que inundaban íntimamente la escena, éste le aclaró cómo surgió
el sorteo de los toros. Dice el sobrino de Rafael el Gallo y de Joselito de
esta manera:
“Guerrita
mandaba en el toreo tan ferozmente -ya es sabido que en aquel entonces no había
sorteo- que cuando los ganaderos proporcionaban una corrida, de los seis
toros, ponían cuatro corrientes y seleccionaban los dos más bonitos para él.
Como Guerrita casi siempre era el segundo espada, el toro que le merecía al
ganadero más garantía lo dejaba para quinto lugar {segundo de Guerrita). De
aquí nació la frase: «No hay quinto malo», pues entonces el ganadero era quien
establecía el orden de salida de los toros. Así ocurrió durante casi todo su
reinado.
“Como yo esto
lo conocía, le pregunté a Guerrita: -Dígame, maestro, la verdad de lo que pasó
para que se estableciera el sorteo, pues he oído que Mazzantini fue quien más
influyó.
“Guerrita me contestó:
“-No hagas
caso. Fue Reverte. Reverte era un hombre muy rebelde, y se pasó las últimas
corridas enfrentándose conmigo. ¡Qué te voy a contar! Cuando salía el primer toro
se tiraba al suelo y simulando dolor se iba para la enfermería haciéndose el
cojo. Cuando pasaba por el burladero, camino del callejón, me decía enfadado:
«Los toros bonitos para usted..., y también los dos malos míos". Y esto
pasaba muy frecuentemente. Claro, todo ello fue creando un clima muy difícil.
“Se creó un
clima muy difícil. Llegaron a Madrid para torear una corrida Reverte,
Mazzantini y Guerrita. Los dos primeros se negaron a torear si no se establecía
el sorteo. Como Guerrita se negaba a ello se generó tal conflicto que tuvo que
intervenir el gobernador. Para no quitar a Guerrita su fuerza y para no
desmerecer a los otros, se colocaron dos papeletas en el mismo sombrero del
gobernador: Una con «sorteo» y otra con el «no sorteo». Una mano las escogió y
salió la del «sorteo». Así fue; ésta es la verdadera historia del
establecimiento del sorteo.”
Una vara el día del estreno de la Monumental de Barcelona, ya clausurada (1916) |
El Reglamento para la Plaza de toros de Valencia, bastante similar al de Madrid
de 1880, merece ser señalado por ser el primer texto en el que existe una “disposición expresa sobre el sorteo de los
toros, pues su Disposición Transitoria fijaba que el orden de lidia de las
reses se establecería por sorteo, tanto en corridas de toros como de novillos,
a petición de alguno de los espadas” (Manuel Pons Gil, La reglamentación en la corrida moderna; Madrid, CEU Ediciones,
2002).
El
Reglamento de 1917 –salvo error u
omisión por mi parte- aun no contemplaba lo que ya era costumbre, pero sí lo
hace el de 1923 (art. 30) que
comentaba lo siguiente: “De los toros
destinados a la corrida se harán por los
lidiadores tantos lotes, lo más
equitativos posible, como espadas deban tomar parte en la misma,
decidiéndose por medio de un sorteo el
que haya de corresponder a cada uno de ellos, cuya operación se efectuará
ante sus representantes, el de la empresa y el Delegado de la Autoridad”.
El
Reglamento nacional actual de 1996 (art.
59) define el acto del sorteo prácticamente sin haber variado el texto de 1923:
“De las reses destinadas a la lidia se hará por los
espadas, apoderados, o banderilleros, uno por cuadrilla, tantos lotes, lo más
equitativos posibles, como espadas deban tomar parte en la lidia, decidiéndose,
posteriormente, mediante sorteo, el lote que corresponde lidiar a cada espada”. El sorteo,
añade a continuación, será público, pero en él y de forma obligada habrá de
estar “el Presidente del festejo o, en su defecto, el
Delegado gubernativo”.
El sorteo sentó muy mal a bastantes
ganaderos, como hemos mencionado, pero algunos llegaron a introducir cláusulas
en sus contratos para que se mantuviese la costumbre de designar ellos el orden
de lidia de las reses, antes de la imposición legal del 23. Así, la marquesa
viuda de Saltillo, en sus contratos
ponía: “Un encargado de la señora
Marquesa acompañará a los toros en el viaje, y éste será el único que podrá
designar el lugar en que cada toro ha de salir a ser lidiado”; mientras que
el Duque de Veragua decía en ellos:
“Los seis toros se lidiarán juntos y en
corrida entera, por el orden que S.E. designe, por sí o por persona delegada al
efecto”. Todo ello, referido al típico sorteo de las reses de una misma
ganadería. Hoy ya nadie se extraña del mismo, los ganaderos han aceptado
aquello como algo natural y sólo cuando los espadas se traen el toro debajo del
brazo (de sobaquillo) se vuelve a
incumplir la norma que, por cierto, no conoce excepciones… más que para los de
más arriba, al parecer. Nueva forma de dar la vuelta a la historia.
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