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domingo, 14 de octubre de 2012

Haciendo hilo con el sorteo


No hay quinto malo…

En una pasada entrada hablábamos sobre el orden de lidia de las reses en corridas de más de una ganadería. Pero muy unido a ello se encuentra también el tema del sorteo de los toros para evitar que el ganadero dispusiera que los mejores tocasen siempre a los espadas más hábiles o a aquellos que pudieran lucirlos mejor. La costumbre fue considerándose arbitraria y redundante en que los matadores de menores recursos nunca pudieran tener la oportunidad de salir del marasmo lidiador por tener, a cada paso, que enfrentarse con reses de menores posibilidades que sus compañeros más acreditados.
No sucedía, sin embargo, cuando las corridas se organizaban sobre la base de varias ganaderías, desde el siglo XVIII hasta mediados del XIX de forma habitual, sino cuando se impuso que el ganado de cada corrida perteneciera a un único criador, quizá por abaratar costes y simplificar procedimientos y logística de transporte, encierros y enchiqueramientos.
Una vez generalizada ya la costumbre de que en un festejo sólo se corrieran toros de una misma vacada, con el sorteo –como hemos mencionado- se pretendía acabar con lo que se consideraba un abuso por parte de los ganaderos hacia determinados lidiadores, consistente en que los criadores se otorgaban el derecho de lidiar los toros o novillos en el orden que creyeran más oportuno.
El segundo Duque de Veragua ganadero, que se negó al tema del sorteo
Habitualmente dejaban para quinto lugar el de mayores confianzas en cuanto a bravura o juego –en corridas de seis ejemplares-; con ello conseguían que lo lidiara el espada de mayor cartel –que antaño, como hogaño, no quería o deseaba abrir plaza y convertirse en el director de lidia, asumiendo las responsabilidades (muchas entonces) que conllevaba el cargo y pudiendo ser el objeto de la ira del respetable en caso de cualquier desorden, aspecto muy mirado entonces-.
Además, el quinto toro suele dejar una impresión superior al resto de sus hermanos del juego de la corrida en su conjunto; así durante el primero aun la gente anda acomodándose o saludando a vecinos de localidad, sufriendo a los indeseables retrasados o tomando conciencia del día, ganadería o diestros actuantes; segundo y tercero son toros que ya se toman más en consideración; tras éste último en muchas plazas comienza la merienda, que no acaba con la salida del cuarto, sino que muchas veces continúa durante el mismo; y es el quinto el que deja mejor impresión y visión de conjunto, antes de que, durante el sexto, la gente comience a impacientarse, a salir algunos -molestando otra vez al conjunto de los asistentes y dificultándoles la visión del ruedo- o a quedar para la salida otros tantos. “No hay quinto malo”, dice el refrán ya popularizado fuera del ámbito taurino, y he ahí el por qué de ello, o al menos así es como lo entendían los ganaderos de un siglo atrás.
La costumbre del sorteo comenzó en tiempos de Guerrita –el espada mimado por muchos ganaderos, porque con él tenían garantías de buena lidia y faena (de las de su época) para sus toros-, aunque no llegó a establecerse como costumbre sino hasta casi el momento de su retirada, en 1900 para algunos o en 1898 para el crítico Alberto Vera “Areva”.
Félix Campos Carranza, presidente de la plaza de Madrid mediado el siglo XX, fija el sorteo como definitivo a partir de 1900, y llega a decir que los ganaderos perdieron con ello, “siendo el primero en sufrir la derrota por la exigencia defendida tenazmente por Mazzantini, D. Manuel García Puente e Hijo, en la corrida de San Sebastián antes expresada [15 de agosto de 1896]”.
No obstante, en Madrid, en la segunda corrida de abono de 1891, celebrada el 12 de abril, corrida en la que se lidiaban reses de Manuel Bañuelos, vecino de Colmenar, para Luis Mazzantini, El Espartero y Guerrita los toros, durante el apartado y por petición del propio ganadero, se sortearon para evitar torcidas interpretaciones (véase Víctor Pérez López, Anales de la plaza de toros de Madrid (1874-1934); Madrid, UBT, 2006-2009). Otro tanto ocurrió ese mismo año en la corrida del jueves 23 de abril, en la que se lidiaron reses de Antonio Miura, por Espartero y Guerrita. A partir de ahí el sorteo fue frecuente, aunque ni fijo ni obligatorio, y así, en la novillada del 17 de julio de 1898, en la que se corrieron seis toros del Duque de Veragua (muy de desecho, porque el que no era cojo, estaba tuerto o era mogón), estoqueados por Domingo del Campo Dominguín y Ricardo Torres Bombita chico, al no sortearse los toros, el reparto fue muy desigual, de manera que Bombita mató todos los mogones y cornicortos del festejo, con el mosqueo subsiguiente de algunos.
Eduardo Miura Fernández, al que tampoco gustaba la nueva moda pero que hubo de transigir con ella muchas veces
Rafael Ortega Gallito, el sobrino del gran Joselito, en su interesante libro de anécdotas Mi paso por el toreo (Madrid, Alce, 1979), nos refiere que en sus conversaciones con Guerrita, en aquella cátedra que el cordobés tenía en su Club cordobés, entre un estrecho núcleo de amistades íntimas, mientras saboreaban café, copa y puro, envueltos en las nubes de aromáticos habanos que inundaban íntimamente la escena, éste le aclaró cómo surgió el sorteo de los toros. Dice el sobrino de Rafael el Gallo y de Joselito de esta manera: 
Guerrita mandaba en el toreo tan ferozmente -ya es sabido que en aquel entonces no había sorteo- que cuan­do los ganaderos proporcionaban una corrida, de los seis toros, ponían cuatro corrientes y seleccionaban los dos más bonitos para él. Como Guerrita casi siempre era el segundo espada, el toro que le merecía al ganadero más garantía lo dejaba para quinto lugar {segundo de Guerrita). De aquí nació la frase: «No hay quinto malo», pues entonces el ga­nadero era quien establecía el orden de salida de los toros. Así ocurrió durante casi todo su reinado.
“Como yo esto lo conocía, le pregunté a Guerrita: -Dígame, maestro, la verdad de lo que pasó para que se estableciera el sorteo, pues he oído que Mazzantini fue quien más influyó.
“Guerrita me contestó:
“-No hagas caso. Fue Reverte. Reverte era un hombre muy rebelde, y se pasó las últimas corridas enfrentándose conmigo. ¡Qué te voy a contar! Cuando salía el primer toro se tiraba al suelo y simulando dolor se iba para la enferme­ría haciéndose el cojo. Cuando pasaba por el burladero, ca­mino del callejón, me decía enfadado: «Los toros bonitos para usted..., y también los dos malos míos". Y esto pasaba muy frecuentemente. Claro, todo ello fue creando un cli­ma muy difícil.
“Se creó un clima muy difícil. Llegaron a Madrid para torear una corrida Reverte, Mazzantini y Guerrita. Los dos primeros se negaron a torear si no se establecía el sorteo. Como Guerrita se negaba a ello se generó tal conflicto que tuvo que intervenir el gobernador. Para no quitar a Guerri­ta su fuerza y para no desmerecer a los otros, se colocaron dos papeletas en el mismo sombrero del gobernador: Una con «sorteo» y otra con el «no sorteo». Una mano las esco­gió y salió la del «sorteo». Así fue; ésta es la verdadera his­toria del establecimiento del sorteo.”

Una vara el día del estreno de la Monumental de Barcelona, ya clausurada (1916)
El Reglamento para la Plaza de toros de Valencia, bastante similar al de Madrid de 1880, merece ser señalado por ser el primer texto en el que existe una “disposición expresa sobre el sorteo de los toros, pues su Disposición Transitoria fijaba que el orden de lidia de las reses se establecería por sorteo, tanto en corridas de toros como de novillos, a petición de alguno de los espadas” (Manuel Pons Gil, La reglamentación en la corrida moderna; Madrid, CEU Ediciones, 2002).
El Reglamento de 1917 –salvo error u omisión por mi parte- aun no contemplaba lo que ya era costumbre, pero sí lo hace el de 1923 (art. 30) que comentaba lo siguiente: “De los toros destinados a la corrida se harán por los lidiadores tantos lotes, lo más equitativos posible, como espadas deban tomar parte en la misma, decidiéndose por medio de un sorteo el que haya de corresponder a cada uno de ellos, cuya operación se efectuará ante sus representantes, el de la empresa y el Delegado de la Autoridad”.
El Reglamento nacional actual de 1996 (art. 59) define el acto del sorteo prácticamente sin haber variado el texto de 1923: “De las reses destinadas a la lidia se hará por los espadas, apoderados, o banderilleros, uno por cuadrilla, tantos lotes, lo más equitativos posibles, como espadas deban tomar parte en la lidia, decidiéndose, posteriormente, mediante sorteo, el lote que corresponde lidiar a cada espada”. El sorteo, añade a continuación, será público, pero en él y de forma obligada habrá de estar “el Presidente del festejo o, en su defecto, el Delegado gubernativo”.
El sorteo sentó muy mal a bastantes ganaderos, como hemos mencionado, pero algunos llegaron a introducir cláusulas en sus contratos para que se mantuviese la costumbre de designar ellos el orden de lidia de las reses, antes de la imposición legal del 23. Así, la marquesa viuda de Saltillo, en sus contratos ponía: “Un encargado de la señora Marquesa acompañará a los toros en el viaje, y éste será el único que podrá designar el lugar en que cada toro ha de salir a ser lidiado”; mientras que el Duque de Veragua decía en ellos: “Los seis toros se lidiarán juntos y en corrida entera, por el orden que S.E. designe, por sí o por persona delegada al efecto”. Todo ello, referido al típico sorteo de las reses de una misma ganadería. Hoy ya nadie se extraña del mismo, los ganaderos han aceptado aquello como algo natural y sólo cuando los espadas se traen el toro debajo del brazo (de sobaquillo) se vuelve a incumplir la norma que, por cierto, no conoce excepciones… más que para los de más arriba, al parecer. Nueva forma de dar la vuelta a la historia.

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