Madrid, 6 de junio de
2014. Casi lleno. 6 toros de Victorino Martín, bien presentados (alguno impecablemente),
desiguales en varas, encastados, duros y complicados en general; el cuarto más
soso y noble. José Ignacio Uceda Leal,
pitos y pitos. Antonio Ferrera, palmas
(aviso) y bronca. Alberto Aguilar, ovación
y silencio.
Hace unos días, y a raíz de la corrida de El
Montecillo, comentábamos cómo lo que era frecuente hace dos o tres décadas en
la plaza de la Villa y Corte ahora no dejaba de ser verdaderamente excepcional.
Ayer volvió a suceder. Tuvimos la oportunidad de volver a ver una de esas
corridas de Victorino (quizá sin tanta bravura en los caballos) como las que
veíamos en los años setenta o primeros ochenta en el coso de Las Ventas. Una de
aquellas que le encumbraron como criador de toros de lidia, que le auparon al
nivel más elevado entre los ganaderos y entre los aficionados, una de esas
corridas que le hicieron mundialmente famoso. Ayer, eso sí, les faltó a sus toros
ese punto de bravura que en otras ocasiones pudimos verles, pero anduvo
presente, dentro de la variedad de comportamientos, la fiereza y la casta, la
acometividad y repetitividad, las ganas de buscar pelea, de no dejar que les
ganasen la batalla, de coger, en suma, que es lo que tiene que hacer un toro de
lidia cuando no es sometido ni lidiado correctamente. Corrida para echar la
vista atrás y recordar a héroes como Dámaso Gómez, como Miguel Márquez, como
Francisco Ruiz Miguel, como Raúl Sánchez, y tantos otros que se enfrentaban a
esta y otras corridas semejantes con solvencia, capacidad y saliendo con orejas
cortadas del festejo.
Hoy, por desgracia, ya no quedan lidiadores, toreros
como aquellos, aunque aun persistan algunos valientes que se enfrentan a éstas
y otras corridas duras con alguna solvencia. Pero aquella capacidad para
someterlos, para lidiarlos adecuadamente, para doblegarlos y obligarlos, quizá
porque estas corridas cada vez son más raras de ver, ha desaparecido. Los de
hoy apenas son capaces de ponerse delante, de acompañar las embestidas, de
intentar dar naturales y derechazos -casi siempre despidiendo a las reses para
fuera- y unos a remedo de doblones que muchas veces empeoran –más que someten-
a los toros complicados. Ayer mismo sucedió esto que les cuento en los dos
toros finales.
El toro de Victorino fue el protagonista del festejo. En la imagen el tercero de la tarde (Foto: las-ventas.com) |
La corrida nos mantuvo por completo atentos a lo que
sucedía en el ruedo, había verdadera emoción, sensación constante de peligro,
de verdad, de tragedia -nunca buscada, repetimos, pero necesaria-, el
comportamiento de alguno de los toros pasó por lo peligroso a lo violento, hubo
fiereza como sólo hemos podido contemplar en dos o tres de los que se han
corrido en la feria de este San Isidro 2014. La gente salió hablando de la
corrida; una hora después de acabado el festejo los corrillos de aficionados en
torno al coso seguían matizando el comportamiento de tal o cual toro de
auténtica raza de lidia, en todas las terrazas o bares de la zona se recreaba y
recordaba tal o cual pasaje, tal o cual lance y el comportamiento de tal o cual
toro de los de Victorino. Y, también, y lamentablemente, se subrayaba la
incapacidad general entre la torería andante para lidiar correctamente toros no
tan de otra época como los que salieron ayer. Al fin y a la postre, no han
pasado sino un par o tres décadas desde que esto era habitual en nuestra plaza…
y Francisco Ruiz Miguel abría hasta 10 puertas grandes de Las Ventas (y las que
dejó de abrir, como no hace tanto el Cid,
por fallo a espadas).
A la salida, y mientras Victorino -padre e hijo- eran reclamados
por los aficionados para estrecharles la mano, para hacerse la consabida foto
con el móvil, tuve la oportunidad de saludarles y felicitarles por el encastado
encierro. Así que ya pueden tacharme de la lista de aficionados, si gustan, o al
menos anatematizarme por no pertenecer a la legión de aduladores de diestros al
uso, con el toro “domecqsticado”. Ayer pudimos ver una corrida de toros, con
complicaciones y genio, con casta y dureza, de las que piden el carnet
profesional, de las que no se torean solas, y eso me encantó, lo siento.
Ferrera en el segundo de la tarde (Foto: las-ventas.com) |
Y, repito, para evitar malentendidos, no es que crea
que eso sea el paradigma de la bravura -que no lo fue, ya verán ustedes-, ni
siquiera mi soñado ejemplo de casta, boyantía o nobleza -que de ello habrá mucho
que hablar-, es que fue una auténtica corrida de toros, y no un sucedáneo de
toreabilidad descastada y ñoña, mansa y boba, que termina por rajarse y no
molestar como les gusta a los primeros del escalafón…
Tampoco entendí, sin embargo, muchas de las
manifestaciones del veleidoso y esquizofrénico público de ayer en Las Ventas,
que lo mismo aplaudían una cosa que la criticaban, que lo mismo ovacionaban a
un diestro que lo abroncaban, y mucho menos el indigno e incívico lanzamiento
de almohadillas al finalizar el festejo por parte de bastantes indocumentados…
Ni, asimismo, esas ovaciones en el arrastre de algunos toros que, sin demostrar
bravura –que es lo que ha servido siempre para calibrar esos aplausos finales o
la vuelta al ruedo de los toros (ya ausente del panorama de los reconocimientos
en las corridas de toros contemporáneas)-, tuvieron sólo complicaciones y casta.
Mal podremos hacernos comprender los aficionados ante el indocumentado mundillo
taurino, autoridades o público en general, si no sabemos aquilatar también
estos juicios críticos. Lo que se ovaciona en el arrastre es la casta y la
bravura y nunca puede ser ovacionado un toro que ha salido suelto de los
caballos, o ha buscado refugio en tablas, por más que sea encastado.
Dicho lo cual, repito, vaya mi felicitación al
ganadero por haber sabido mandar a la ex-primera plaza de toros del orbe, un
encierro tan bien presentado, tan en el tipo de la vacada, encastado y tan
interesante como el que se lidió ayer en Madrid.
El primero fue un Madrileño,
de antigua estirpe, precioso ejemplar bien puesto de pitones, que aunque no
cumplió en varas, manifestó casta y nos regaló –y más a Uceda Leal- un magnífico
pitón derecho (no tanto el zurdo, por el que tenía más aviesa condición). Uceda
anduvo con mil precauciones, desde fuera, sin metérselo apenas a la espalda,
despidiéndolo siempre para allá, en suma, jamás apostó por la faena, y así se
le fue un toro de triunfo claro por ese lado derecho. De un pinchazo por arriba
y una estocada de buena posición y fácil ejecución se lo quitó de delante; el
toro, que como sus hermanos, murió con la boca cerrada, y aun tuvo redaños para
irse a los medios embistiendo y aguantarse la muerte en ellos. Repito, un toro
que le hubiera abierto la puerta grande a Ruiz Miguel, Miguel Márquez o Dámaso
Gómez. Como también se la hubiese abierto el cuarto, Jaqueco, otro toro veleto, que de no ser porque en la segunda y
tercera varas salió suelto, hubiéramos calificado de bravo en los caballos.
Este, sin embargo, fue el toro más soso del festejo, un toro al que Uceda le
cogió una tirria especial y al que no quiso ni ver, a pesar de no haber tirado
una mala cornada en su vida (aunque puntease algo de salida). Y abusando del
pico, llevándolo para fuera, sin ligazón ni mando alguno, creyó que solventaría
la prueba con un suficiente raspón. Pero no fue así. El público caló en seguida
las intenciones del espada y las bondades de la res, y no toleró ese toreo insulso,
despreciativo, a media altura y sin profundidad, que lejos de las capacidades
del diestro, puso éste en suerte. El toro iba y venía sin complicaciones por
más que Uceda intentara mostrarnos otra cosa, y murió, camino de toriles, de un
lamentable pinchazo con desarme posterior, y una entera echándose fuera de la
suerte. Pitos que debieron ser bronca para el matador.
Reconozcamos que Ferrera ha asumido ese rol de
director de lidia que desde hace años andaba vacante. Se preocupa el hombre por
estar colocado, por controlar los desplazamientos de la res, por andar
pendiente de que no se den capotazos de más ni de menos, por asumir esa cierta
teatralidad que también es parte del espectáculo y conduce al buen desarrollo
del festejo. Dicho lo cual, ayer, y al margen de esta notable labor, no le vimos
tan centrado y eficaz como en ocasiones precedentes con el mismo o similar ganado.
Su primer toro, Escritor de apodo,
fue un buen bicho por el pitón derecho -lo mismo que el primero o el cuarto, por
ejemplo-, pero Ferrera lo malcrió desde el principio, complicándolo en unos
doblones con el capote, innecesarios, en vez de plantarse, tragar y aguantar
las embestidas. Aunque el toro fue de lejos al caballo, no apretó como debiera
y salió algo suelto de los envites, peor en el tercer encuentro, con ello y todo casi cumplió en varas. Y luego de
parearlo, entrando bastante bien, pero sin terminar de clavar en la cara, le
cogió una enorme prevención, hasta el punto de que el movimiento de pies era
notable en las primeras tandas por uno y otro pitón. Desconfiado, siguió
pasándolo sin limpieza, para terminar acortando distancias y embarcando con la
muleta retrasada, en medios lances, donde ligó algo más, pero sin llegar con
ello a los tendidos. Anduvo claramente por debajo de las posibilidades que
ofrecía el toro, sin duda. Lo de tirar el estoque de verdad al finalizar el
trasteo para darle una serie al natural con la diestra, sucia y sin interés, es
un vicio que confío no se ponga de moda (bastaría con pasar la espada a la mano
zurda…). Dio un pinchazo trasero y caído, antes de una entera, contraria por
atracarse (lo que no es defecto), y recibió por ello unas generosas palmas. En
el quinto, ante las miradas de Majito, ni siquiera lo intentó, y se limitó a
doblarse regateando a la res, sin quedarse quieto que es lo que hubiese tenido
verdadero mérito. La gente comenzó por ovacionar esos regates, y terminó por
abroncarlos en un claro ejemplo de esquizofrenia taurómaca. Esos regates terminaron
de complicar el asunto, ya que el toro aprendió a no pasar, porque el torero se
iba siempre a medio doblón, y a buscar lo que podía… Es verdad que el toro fue manso,
complicado, pero tuvo mucha casta en la muerte, después de que el ibicenco le
pinchara cuatro veces por los bajos, casi a la huida, le dejara medio bajonazo atravesado,
con evidente estilo cinegético, y que, en tablas, presentase batalla
hasta el final, desarmando a un peón, cogiendo desde el suelo al puntillero (y
dándole una cornada), y alargando el cuello hasta un punto que nunca había
visto en mi vida, tal que parecía que tuviese tres o cuatro vértebras
cervicales de más… La bronca para Ferrera se oyó desde Manuel Becerra…
A Alberto Aguilar se lo comió crudo el tercero de la
tarde, y eso que es diestro avezado en estos compromisos. Fue un toro
encastado, complicado, que tenía muchísimo que lidiar y torear, que no hizo, tampoco,
buena pelea en varas. Se dobló de inicio el madrileño con bastante movimiento de
pies, y pudimos pensar que se haría con el toro… a su manera, pero no… Como el
animal se revolvía y buscaba, incapaz de mantenerse firme, sin someterlo ni
mandarlo, Alberto hubo de recomponer constantemente terrenos y con el
movimiento el toro le hizo hilo y acabó por buscarlo francamente. Anduvo
prácticamente desbordado en dos o tres ocasiones, casi a su merced, y al fin desistió
de intentarlo, antes de pincharle un par de veces, sin pasar, y dejarle media
chalequera desde fuera de la rectitud. Sorprendentemente fue ovacionado, por aquello
de los corazones sensibles del público que asiste a este espectáculo… Silencio
en el sexto, Cominero, otro manso, complicado y encastado, a la antigua usanza,
de esos que se revolvían y buscaban… las zapatillas o lo que fuera, y que Ruiz
Miguel se merendaba como aperitivo vespertino. El bicho se frenaba a veces, no pasaba
en otras, se revolvía casi siempre y Aguilar decidió darle el mismo trato, sin
intentar cosa alguna, que Ferrera le había dado al quinto. Y así, tras quitarle
las moscas por la cara, y regatear como Cristiano Ronaldo, le pinchó de mala
manera hasta en siete ocasiones, siempre bajo, y le embutió media atravesada que
requirió dos descabellos. Desastre inimaginable que en Aguilar sólo cosecharía
un silencio… por aquello del paisanaje.
Uceda con el nobilísimo cuarto; vean cómo mete la cabeza (Foto: las-ventas.com) |
La tremenda y lamentable cogida de Manolo Rubio en el quinto (Foto: las-ventas.com) |
Alberto Aguilar recibiendo al tercero (Foto: las-ventas.com) |
En resumen, una corrida de Victorino de hace treinta
años con toreros de hogaño que están ya para otra cosa…
Las fieras del ganadero de Galapagar:
1º.- Madrileño, 523 kilos, cárdeno claro,
un toro precioso, veleto de cuerna, manso, embestidor boyante y encastado por el
derecho, con un peor pitón zurdo. Murió con casta y la boca cerrada como la
mayor parte de sus compañeros.
2º.- Escritor, 582 kilos, cárdeno, veleto,
casi cumple en varas, boyante y encastado también por el derecho y peor por el izquierdo.
3º.- Vengativo, 526 kilos, cárdeno,
veleto, muy guapo de hechuras, manso, encastado y complicado en la muleta.
4º.- Jaqueco, 558 kilos, cárdeno oscuro, veleto, que casi cumple en el caballo, noble y algo soso, aunque embestidor.
5º.- Majito, 538 kilos, cárdeno, veleto de
cuerna, manso, complicándose cada vez más, pero encastado.
6º.- Cominero, 593 kilos, cárdeno oscuro,
tocado de armas, manso, complicado pero casi inédito en el último tercio.
Parte médico: “Herida por asta de toro en región perineal, con orificio de entrada y salida, con una profundidad de 15 cm, que alcanza el pubis, y contusiona uretra y recto. Luxación de rodilla derecha, con rotura de ligamento cruzado anterior y posterior y ligamento lateral interno. Es intervenido quirúrgicamente en la enfermería y se realiza la reducción de luxación de rodilla e inmovilización de la misma. Pronostico grave. Fdo: D. García Padrós.
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