Madrid, 2 de junio de
2014. Dos tercios de plaza. 6 toros de Hijos de Celestino Cuadri, bien presentados
(el último con menos remate que sus hermanos), en tipo, de gran caja y no exageradas cabezas, mansos en general, boyantes el
segundo y cuarto, complicados y a menos tercero y quinto, violento y complicado
el sexto y embestidor y soso el primero. Javier
Castaño, silencio y silencio. Iván
García, silencio (aviso) y silencio. José
Carlos Venegas, palmas (aviso) y ovación (aviso).
No podrá estar contento el bueno de Fernando Cuadri; no
lo estará porque su nivel de autoexigencia es muy superior no ya al de la media
de este inane mundillo taurino, sino aun el de la sociedad en general. No lo
estará porque en su innata modestia nunca ve más que defectos corregibles en su
ganado, la paja en el ojo propio, y sin embargo su bonhomía no le permite ver
la viga en el ajeno. Tan edificante ejemplo de virtudes cristianas -al margen
de cuáles sean sus creencias religiosas- es una isla en el océano de soberbia,
intereses creados, económicos, espúreos, fácticos o por crear. No estará
contento, sin duda, quizá yo tampoco lo estaría, pero si analizamos la corrida,
y al margen de lo que todos -él incluido- hubiésemos deseado, la de ayer no fue
un paso atrás, sino una corrida más en el panorama de este San Isidro 2014 del
que todos recordaremos una serie talavantina… hasta el momento. Porque que te
embistan dos toros con boyantía y nobleza, con largo recorrido –no hay que
pretender, eso sí, que duren hasta el infinito, porque las faenas han de ser medidas,
justas, de cuatro o cinco series y no diecisiete… a ver si en la última
conectamos con el personal con un animal moribundo por medio…-, con
transmisión, y que además sean aplaudidos en el arrastre… es cosa que ya le
cataloga –en los tiempos que corren- como buen ganadero. Si además, sale otro
manejable –que es, precisamente lo que busca el putrefacto mundillo-, noblote y
soso, cercano a la toreabilidad, y otro más fiero, violento, encastado, manso, sí,
pero con enorme emotividad, ¿qué más puede pedir un criador de reses bravas en
estos inicios del siglo vigesimoprimero después del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo?
Seguro que el bueno de Fernando,
criado y educado en otros valores ya olvidados, perdidos en el marasmo de esos
intereses de todo tipo, buscaba otro resultado, seguro que hubiera deseado más
bravura en los caballos y un comportamiento más uniforme, o al menos más
encastado, en todas, absolutamente todas, sus reses, pero las cosas le salen
como le salen, y como le salen también a Victoriano del Río, Juan Pedro y demás
compañeros –sólo nominales y por afiliación- de la Unión de Criadores (antaño
reunión de caballeros, luego lobby de intereses y hoy cueva de… ganaduros). Porque,
¿recuerdan cuántos de Victoriano salieron en su segunda corrida con esa
boyantía que demostraron segundo o cuarto? ¿Son capaces de acordarse de cuántos
juampedros embistieron con esa nobleza y capacidad de aceptación de todas las
suertes –definición de boyantía-? Pues en esas estamos...: los mismos…, ni más ni
menos: entre los del futuro Conde del Asalto salieron dos, segundo y tercero;
entre los del 23 de mayo del criador de Guadalix, de rancio arraigo ganadero, también -sólo- segundo y tercero (porque de la corrida del día 15 vale más no hablar)… Y,
al contrario que en estas dos, en la de ayer del ganadero onubense hubo un toro
más, el primero, que noble se dejó mal-hacer, y otro que con su fiereza nos
mantuvo a todos en vilo y permitió entrever otra fiesta ya olvidada. Sí, también
hubo dos lunares negros, que a nadie hubieron de satisfacer, y sobre los que seguro
cargarán tintas los conformistas de la prensa pagada, adjudicándoles todos los males
del mundo, e incluso atribuyéndoles el intento independentista catalán y la
abdicación cobarde y taimada de nuestro augusto monarca, que Dios conserve…
El segundo de la tarde, Salero, 578 kilos, un toro boyante, en tipo y con cuajo (Foto: las-ventas.com) |
Ni más, ni menos, que lo habitual en el espectro
ganadero. También es cierto que todo nos sabe a decepción si nuestras expectativas
son demasiado altas… ya veremos cómo sale este año el mundial futbolístico…
Expectativas que en la ya habitual corrida de Cuadri son siempre extraordinarias entre los aficionados, y que, analizando los resultados finales, tampoco
hubieron de verse tan notablemente defraudadas. Sí…, soy amigo del ganadero, y
quién no lo sería si lo conociese en persona… Pero no me ciega, como a tantos
otros amigos y pululantes en torno a diestros o ganaderos de fama, la amistad;
quizá me hace ser más reflexivo y analizar mejor lo contemplado para
enjuiciarlo en su justo término. De ahí que recurra al ejemplo que suele
traerse a colación por parte de los portales y prensa supuestamente
especializada para cantar virtudes y defectos. Claro es que yo también hubiese deseado
otra cosa, pero de lo que contemplé ayer sólo me defraudaron tristemente dos de
ellos, me desilusionó otro y me entretuvieron tres… No está del todo mal.
Lo que no hubo ayer fue toreo. Exceptúo del juicio
crítico a Iván García, al que alguno de los muchos gafes que circulan por este
mundillo le ha debido mirar con especial interés…, Iván que lo intentó
sinceramente ante lo más complicado y descastado del encierro, mal distribuidas
bondades y bellaquerías. El pobre diestro madrileño apenas pudo hacer con lo
que le tocó en el sorteo matutino. A Venegas no le encuentro más disculpa que
su bisoñez (ayer confirmaba su alternativa en la plaza de Las Ventas con el
paupérrimo bagaje de seis festejos en 2013). Lo de Castaño, cuadrilla y libertad
de lucimiento al margen, es un suma y sigue en su carrera; toros de mucho juego,
con enormes posibilidades, desaprovechados, sin conseguir apenas una ovación… Menos
mal que aun nos quedará París, esto es, el disfrute y recuerdo de unos
picadores y subalternos excepcionales…
Y con todo ello, ya tienen ustedes esbozada la crónica
pormenorizada del festejo. Una corrida en la que pudimos disfrutar de algunos
toros, que nos mostró otra cara de la fiesta, o la más común del descaste en
alguno de sus toros; un festejo donde volvimos a disociar toros y toreros, y
sin esa perfecta conjunción, el arte, el toreo, anduvo -evidentemente- ausente.
A manos del bueno de Castaño fueron a parar los dos
buenos toros del encierro, Salero y Comandante. Recibió al primero el
diestro salmantino con unas verónicas del montón –que ya es algo, entiéndanme,
para los tiempos que corren-. Pero, incomprensiblemente la lidia fue un
auténtico desastre en el primer tercio, dejó que el toro entrase sin fijar al
caballo de Fernando Sánchez en ambas ocasiones, no quitó nada (sí lo hizo
García por chicuelinas… se me han olvidado cómo), y parearon Adalid y el otro
Fernando Sánchez, con desigual fortuna, destacando el tercer par que puso
Fernando. Bien la lidia, en este tercio, como excepcional sería en el cuarto,
de Marco Galán. Llegada la hora de la verdad a Castaño se le notaron las
habituales carencias: no baja la mano jamás, apenas acompaña las embestidas, y
suele rematar casi todos los lances por alto para quitarse el bicho de en medio.
Anduvo, además, algo fuerita casi siempre, y no terminó de someter la casta y
boyantía del toro de Cuadri, una pena. Al final intentó que se viniese abajo -ahí
pesan menos los toros- acortando distancias… pero resultó demasiado obvio,
incluso para los espectadores ocasionales. Una estocada caída, con pérdida de
muleta, saliéndose de la suerte, nos dejó el rostro teñido de decepción. Otro
tanto sucedería en el cuarto: capotazos interesantes de saludo, un toro que se
comía el mundo, mejor concebida y ejecutada la suerte de varas, aunque el toro
no quisiera admitir, por mansedumbre, un tercer puyazo, magnífica labor capotera
de Galán, mejor tercio de banderillas (en el que tanto Adalid, como Sánchez -éste
puso el mejor par- expusieron mucho más por la querencia del toro hacia los
adentros), y nula labor muletera del maestro. Dijo muy poco Castaño con la
franela, en lances en paralelo y desde fuera tantas veces en el comienzo del
tercio, mientras el toro repetía, yendo con riñones, hasta que el bicho se
aburrió, levantó la cara y dijo que ya estaba bien de tomadura capilar… Y es
que los toros -a menos que sean esas babosas insulsas de tantas tardes, las de
la mansa y nefasta “toreabilidad”- tienen la faena justa, medida, la entrega
necesaria en esas cuatro tandas -poco más o menos- en las que son capaces de
darlo todo… Castaño abusó del metraje y cuando pudo haberlo toreado… no lo
hizo. Desde fuera le arreó una entera desprendida, de nuevo con desarme, y lo
remató al segundo descabello.
Lo de Iván García fue un caso paradigmático de mala suerte. Su primer
antagonista fue un toro que se frenaba al entrar en suerte, se quedaba corto,
iba con la cara alta y regalaba constantes tornillazos al finalizar los lances.
Un bicho de cuidado, que no descuidado, en definitiva. Toda la plaza vio que no
había faena posible, que era toro para doblarse (cosa que no hizo) y matarlo, y
por eso reclamaron la muerte del de los cuernos. Tampoco lo hizo debidamente el
diestro, y así hubimos de ver tres pinchazos caídos sin pasar (al entrar de
lejos el toro se tapaba, y tenía que salirse de la suerte), un sablazo
atravesado y un certero descabello. En el quinto hubimos de tener nueva ración
de lo mismo. Unos lances genuflexos de saludo muy interesantes, mandando en un bicho que ya mostraba cortas embestidas y derrote final, un buen par de
banderillas de Antonio Martín, y un toro por completo a la defensiva en el
último tercio. Con la cara por las nubes, saliendo distraído las pocas veces
que entraba, tardeando o costándole mucho, reculando en ocasiones, no había en
éste, tampoco, faena posible. La gente volvería a demandarle la pena capital, e
Iván se la daría de un bajonazo tapándole la cara y sesgando, y dos
descabellos. Silencio para el “pobretico”.
A Venegas se le
vio demasiado verde para compromiso tan importante: confirmar en la primera plaza
del mundo, en la feria de San Isidro y con Cuadris…, demasiada responsabilidad.
Y se le fue un buen primer toro, un bicho noble, algo soso y que acabó por
venirse un poco a menos a partir de la quinta serie (sobró la última en la que
se llevó un susto por descubrirse y acortar distancias). El caso es que el toro
metió la cara mucho mejor que sus hermanos, pero bien por falta de fuerzas, o
porque no daba más de sí mismo, a esa nobleza pastueña le faltó el picante de la
casta (sin exageraciones) que tuvieron segundo o cuarto. Venegas anduvo poco
menos que aseado, tirando líneas, pero sin decir gran cosa en este primer trasteo,
un poco periférico en un toreo de escasos quilates. Terminó con unas prometidas
(las habíamos augurado mediado el trasteo) manoletinas, y desde fuera le
endilgó un pinchazo sin vaciar y una entera desprendida mientras sonaba el
primer aviso. El sexto fue un toro fiero de los que antes tenía quién le
hiciese frente. Ya lo comentábamos días atrás, recuerden… Quizá Ruiz Miguel,
Miguel Márquez, Raúl Sánchez le hubiesen arrancado a éste una oreja. Venegas, por
el contrario, estuvo a merced del toro, que lo volteó de muy mala manera
(creímos que llevaba cornada en el derrote que, ya en el aire, le lanzó el
toro), anduvo sin más recurso que el valor y la voluntad, dando una sensación
de circo romano, más que de lidia inteligente y ordenada. El toro iba y venía
con violencia, con arrancadas bruscas, derrotes y coladas. Hubo mitin equino en
el primer tercio (al parecer era la primera vez que sacaban ese caballo al
ruedo, al que hace años le hubiesen perforado la oreja y dejado para otros
menesteres), pasó el toro por el trance derribando con furia pero sin
emplearse, reculando y quitándose el palo en el segundo encuentro. Volvió la
fiereza en el segundo tercio (muy buen par el de Joselito Rus) y no hubo mayor
desgracia en el último porque Dios santísimo es inmensamente misericordioso.
Venegas cumplió en su papel de diestro voluntario y valeroso, pero en el primer
serial del mundo se necesita más bagaje. Debió doblarse con el animal (alguien debería
habérselo cantado desde la barrera), probarlo y tantearlo, antes de ponerse a
dar los sempiternos naturales y derechazos… Así que después del revolcón
sañudo, volvería a intentarlo, sin conseguir someter, dominar o siquiera meter en
la muleta a su violento opositor. Media tendida y desprendida, y entre los tres
descabellos un aviso, fueron prólogo de una ovación por el alivio que sintieron
público y espada…
A Castaño se le escapó Salero..., pero miren cómo embestía el toro (Foto: las-ventas.com) |
Verónica de Iván García al tercero (Foto: las-ventas.com) |
El percance de Venegas en el fiero Macetero, el último de la tarde (Foto: las-ventas.com) |
No sé, ni me importa, lo que la mala prensa dirá hoy de
uno de los ganaderos más escrupulosos, concienzudos y serios del panorama
actual. Sólo me consta que ayer lidió dos buenos toros, uno fiero y otro
manejable, resultado que, para sí, quisieran la mayor parte de los inscritos en
las asociaciones ganaderas.
Los imponentes toros de Cuadri:
1º.- Ribete, 613 kilos, negro, delantero de
armas, manso, embestidor, noble, soso y a menos.
2º.- Salero, 578 kilos, negro listón, delantero
de cabeza, manso pero boyante, algo a menos en las distancias cortas.
3º.- Diseñador, 642 kilos, negro listón, delantero
de cornamenta, manso, de cortas embestidas, complicado y descastado.
4º.- Comandante, 619 kilos, negro, levemente
tocado de púas, manso, boyante, algo a menos al final.
5º.- Tejedor, 621 kilos, negro, delantero,
manso, parado, distraído, descastado.
6º.- Macetero, 589 kilos, negro, delantero
de cabeza, manso en varas, fiero, violento, peligroso.
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