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lunes, 30 de septiembre de 2013

¿Un fin de ciclo?

Quinto y último festejo del ciclo de novilladas de encastes singulares

Madrid, 29 de septiembre de 2013. Menos de un cuarto de entrada. Novillada concurso. Novillos de Juan Luis Fraile, Sánchez Cobaleda, José Joaquín Moreno Silva, Manuel Quintas, Paloma Sánchez Rico de Terrones y La Interrogación. Francisco Pajares, palmas (aviso) y pitos (aviso). Jesús Fernández, silencio (aviso) y silencio. Alberto Escobar, silencio y silencio.

La novillada concurso del día de San Miguel dejó un sabor amargo en los aficionados que, ayer sí, eran mayoría en los tendidos de Las Ventas. Más abundantes que turistas y hooligans de toreros, se congregaron en la plaza de toros de Las Ventas para reencontrarse con algo que sí está –verdaderamente- en vías de extinción: la casta. Quizá hayamos equivocado el auténtico norte, porque no hay que confundir la casta con los encastes, como han hecho muchos en estos últimos años. Es bueno para la fiesta, para la raza bovina de lidia, la existencia de una multiplicidad de encastes distintos, de numerosas líneas o ramas de este tipo de ganado que enriquezcan el panorama genético. Pero, desengáñense, lo que busca el aficionado, y lo que verdaderamente requiere la fiesta, es la casta en el toro de lidia, que no es esa línea genealógica que se remonte a varias décadas, incluso algún siglo atrás, sino la capacidad de embestir con emoción, de moverse, de buscar con ansia los engaños, de fiereza indómita que el diestro –y sólo él- sería capaz de encauzar con valentía, técnica y arte.
Desgraciadamente no es valor que abunde hoy en muchas vacadas, por más que éstas se singularicen en sus antecedentes genealógicos y genéticos. Es bien escaso y preciado, y lo mismo aparece en vacadas de la sangre mayoritaria (Domecq), que en algún otro encaste afortunado (Núñez, por ejemplo) o en los “minoritarios”, a veces tan minoritarios como el de Albaserrada (con tres únicas ganaderías que pueden afirmar tal procedencia, hoy en día, en la UCTL).  Ayer, en Las Ventas, se congregaban reses de seis encastes distintos, y aunque hubo –como es lógico- diferencias comportamentales notables, no terminamos de encontrar, como no lo hemos hecho días atrás, esa generalización de la casta que ansiamos los aficionados, que anhela la fiesta, que requiere la supervivencia del espectáculo. Sí…, es verdad que hubo complicaciones, que algún novillo desarrolló, bien sentido, bien nobleza, bien dureza, pero también los hubo que defraudaron… pese a que se picó tan mal o peor que nunca en algún caso y que se exageró el castigo como casi nunca.
Partamos de la base de que para organizar una novillada concurso en Las Ventas no es preciso saltarse el Reglamento taurino vigente “a la torera”. La estupidez del dibujo que sustituía a las tradicionales y obligatorias rayas para la suerte de varas en inadmisible. En el ruedo venteño aparecían ayer unas líneas en forma de ojo de cerradura antigua que habían desplazado a la doble circunferencia obligada en el artículo 62 del Reglamento nacional. Quizá no importe tanto el hecho de que se cambie el diseño, como lo absurdo del mismo, que impedía –so pena que algún energúmeno levantara la voz amenazante- la correcta realización de la suerte de varas, reduciendo el espacio de movilidad del caballo y jinete, e impidiendo la elección de los mejores terrenos –los más adecuados- para realizar la suerte, que es lo que el aficionado busca. La raya de salvaguarda del picador (la más próxima a tablas), que parece muro infranqueable para los  ignorantes del por qué existe, no estaba –tampoco- a los siete metros reglamentarios de la barrera, y a duras penas podía moverse el caballo para citar a la res en los seis u ocho metros que delimitaban, con sendas líneas, su espacio por ambos lados. Una estupidez mayúscula, sin duda. Por otro lado, el balón de la bombilla trazada limitaba –al menos teóricamente- el lugar dónde podía colocarse al novillo… ¿y si hubiera habido –que no fue el caso- un novillo tan bravo que hubiese acudido al caballo desde el otro punto de la plaza…, qué hubiese ocurrido? Basta de engendros para niños de cuatro o cinco años. El aficionado sabe perfectamente dónde debe picarse –así lo valora cada santa tarde-, conoce de sobra los terrenos de enfrente de chiqueros, es inteligente para valorar los que cada res necesita, cómo debe correrse la suerte en caso necesario, las distancias a las que debe colocarse cada toro o novillo, la grandeza de ir alejándolo del caballo en caso de bravura o de casta, o de estrecharlas en caso contrario… Pintar el engendro no sólo dificultó y mucho la realización de la suerte, sino que alargó innecesariamente la misma –con la consiguiente pérdida de unidad, continuidad y ligazón en el primer tercio- y con ella la corrida, media hora más de lo habitual.

Jesús Fernández en el segundo, de encaste Vega Villa (Foto: las-ventas.com)
Y puestos a ello, aunque esto no nos moleste tanto como lo anterior, también fue antirreglamentario el que no saliese más que un picador a la arena por novillo, cuando el Reglamento nacional lo menciona en los artículos 71 y 72. Pero, como digo, hoy esto es innecesario y no importa que salga más que uno; sólo señalo la infracción reglamentaria (les recuerdo que no existe reglamentación excepcional para las novilladas o corridas de toros de concurso). Mal, pues, don Justo Polo, presidente que ayer ocupaba el palco.
Dicho lo cual, mostremos nuestra satisfacción por el fallo –ayer en su acepción adecuada, no en la de error o equivocación- del jurado, declarando desierto el premio al mejor novillo. No sólo no hubo uno verdaderamente bravo, sino ni siquiera completo, aunque se viesen cosas interesantes en el ganado. Otra cosa, ya habitual en esta nefastísima programación del tripartito, es la elección de los novilleros, que sumaban, ¡entre los tres!, CINCO FESTEJOS EN 2012, habiendo debutado con los del castoreño en 2005, 2008 y 2010 respectivamente. ¡Vaya carrerones! Con tal bagaje enfrentarse a una novillada concurso en Las Ventas era una auténtica temeridad,  sin duda, y sus carencias –desgraciada pero comprensiblemente- lastraron también el resultado del festejo. ¡Quién sabe si en manos más experimentadas más de un novillo hubiese lucido de otra forma!

El primero de Juan Luis Fraile, encaste Graciliano ( (Foto: las-ventas.com)
Abrió plaza, por orden de antigüedad, el novillo de Juan Luis Fraile (hoy representado por su hija Carolina, de encaste Graciliano y origen Santa Coloma). De nombre Garbancito, con 452 kilos, capa negra, hocico de alcuza, algo degollado pero con exceso de badana, y con bonita y tocada cabeza, era un novillo en tipo. Bien de presencia, sin duda, pero no tanto de comportamiento: manseó en varas y luego fue algo soso, quizá por acabar ahogado –en cuanto a las distancias precisas- por su matador. A la primera vara acudió de largo, pero anduvo con la cara alta, cabeceando y salió por cuenta propia, repitiendo en un segundo picotazo sin emplearse demasiado –salió suelto- y en un tercero, también desde largo, dejándose pegar, e incluso haciendo el puente hasta que lo sacaron. Lo primero que hicieron, tras los garapullos, fue estrellarlo contra un burladero, fantástico. Francisco Pajares, a quién correspondió su muerte, que nada había hecho con el capote (ayer no hubo ni un solo quite, con una única excepción, en los diecisiete puyazos…) se lo sacó a los medios. El bicho que no andaba sobrado de fuerzas (había echado las manos por delante en el recibo), estaba fijo en el engaño, entraba con nobleza pero cabeceaba -quizá por carencias físicas-. Colocado el espada al hilo, se empeño en recetar la habitual tanda de series con diestra y zurda, cada vez más descolocado y, quizá molestado por el viento, cada vez más sucio. Tuvo que rectificar tanto entre pases, por ahogarlo (por estrechar distancias) y por elegir mal los terrenos (necesitaba más el tercio que los medios) que se complicó la vida. El novillo se volvió incómodo, protestón, se revolvía en cuanto podía, y por ello al fin lo despenó –desde fuera de la rectitud- de un pinchazo sin fe, sonó el primer aviso, y una estocada entera y trasera sin estilo alguno. Palmas para el novillo en el arrastre y para el matador por parte de la familia…

El segundo de Sánchez Cobaleda, encaste Vega-Villar (Foto: las-ventas.com)
El segundo fue un precioso Vega-Villar de Sánchez Cobaleda. Obedecía por Batanerillo, de preciosa lámina, con 451 kilos y trapío y finura sobrada, capa negra bragada y meana corrida, lucero, coliblanco y calcetero, un auténtico dije, bien puesto de púas además. Nos recordó bastante a aquellos inolvidables novillos de su lejano pariente Luciano Cobaleda que en los setenta hicieron las delicias de la afición. Desgraciadamente fue manso y complicado; en varas fue largo en los encuentros, pero tardeando en demasía la segunda y tercera vez –no eran esas las distancias precisas, exageradas-, saliendo huido del encuentro en segunda instancia, y siendo acosado en la tercera para castigarle como debía. El bicho acabó en terrenos de toriles después de tal tratamiento, y siempre con notable querencia a tablas, doliéndose en banderillas. Llegó a la muleta de Jesús Fernández, tirándole un recado porque éste no supo ver que el novillo pedía siempre los adentros. Eso se repetiría en lo sucesivo sin que el diestro pensara, siquiera, en doblarse como requería la ocasión, empeñándose en pasarlo al natural y con la derecha mientras el bicho llevaba la cabeza como un ventilador. Casi desbordado constantemente, a duras penas conseguía lancearlo, cediéndole terreno hasta que resultó cogido, algo perfectamente previsible dado como se estaban desarrollando los acontecimientos. Gracias a Dios no hubo mayores consecuencias que el revolcón y magullamiento y siguió éste… sin doblarse, tragando sólo a base de valor, con ausencia de la lógica –algo imprescindible en un torero, que no puede imponerse al bicho por lo bruto-, antes de un nuevo desarme. Sólo entonces se decidió por la espada, y le encajó más de media, tendida, por arriba. El novillo se aculó en tablas y pidió nueva guerra, y hubo hasta siete descabellos –entre medias un aviso- antes de que acertase el matador.

El tercero de José Joaquín Moreno Silva, encaste Saltillo (Foto: las-ventas.com)
El tercero fue un saltillo de Moreno Silva que llevaba por mote Morisqueño, algo nada frecuente en la historia de la vacada, o al menos entre los toros notables que ha dado el encaste en casi dos siglos de historia. Era un novillo cárdeno, de poca cara pero en tipo, de cuello largo, más feo que bonito, que salió con más bríos que sus antecesores y remató generosamente en burladeros. Hubo una muy interesante primera vara, en la que empujó de veras, con fijeza, entrando de largo –tras que le enseñaran latín y sanscrito con el capote-, de la que le sacaron a punta de capote. Tardeó para entrar a la segunda,  incluso llegó a volver la cara- ahora con la cabeza alta, dejándose pegar y saliendo suelto… y no hubo más, porque la presidencia cambió el tercio. Fue otro novillo al que le equivocaron los terrenos, sacándolo a los medios Alberto Escobar. Ahí le costaba una barbaridad arrancar, lo que hizo de la faena una sucesión de pases sin continuidad. Entraba con la cara alta y muchas veces al paso, sin la menor emoción, algo verdaderamente impensable en un saltillo… de los de hogaño. El madrileño tampoco estaba muy por la labor y lo despedía siempre para afuera, poco confiado, aunque con alguna voluntad, y el animalito acabó por pararse por completo y tornarse poco claro si es que en alguna ocasión lo había sido. Una estocada entera, un poco atravesada –ya se imaginan por qué- fue suficiente para un novillo que no pasará a la historia.

El cuarto de Manuel Quintas, encaste Martínez (Foto: las-ventas.com)
A partir del cuarto las tres restantes ganaderías se presentaban ayer en Las Ventas. Como me comentó un amigo, hay que ver lo que son las cosas; esperar casi setenta años para debutar en la principal plaza de tu provincia, estando la vacada en manos de la familia, no es cosa baladí. Tal fue el caso de Manuel Quintas, que nos mandó ayer un novillo de origen Martínez (duden ustedes de eso de jijón porque ya no quedaba apenas nada de aquello en los últimos años de la ganadería colmenareña, y ha transcurrido casi un siglo desde entonces). El torillo era un precioso ejemplar berrendo en negro aparejado, muy guapo y bien puesto de pitones, que muy mal picado acabó yendo a menos al final. El primer encuentro con la caballería se produjo en toriles, ante la pasividad de Pajares, masacrándolo el puyero con una vara trasera, tapándole la salida, mientras el novillo empujaba de v eras, recargaba y al fin salía suelto de aquello. La segunda vara fue ya en su terreno, enfrente de chiqueros. El bicho acudió de lejos, tomando un puyazo aceptable en que el inútil de a caballo le volvió a tapar la salida y cuando esperábamos el tercer envite la presidencia cambió de tercio… ¡sorprendente! A la muleta de Pajares llegó este Pelotera algo tardo pero repetidor, y aunque con exagerado movimiento cefálico, noble en conjunto. Desde fuera y para el más allá, el placentino no supo aprovechar las dos series (o serie y media) que tenía su oponente, antes de que se parara, se lo pensara, y decidiera que no merecía más la pena seguir repitiendo. Pues nada; pesadísimo, Pajares hubo de insistir hasta la saciedad acabando con la paciencia de la plaza, en medio de un sinfín de trapazos enganchados que nada decían. Para colmo, o culmen, como prefieran, una estocada muy atravesada que hizo palmo y medio de guardia, fue aplaudida -en principio- por los hooligans del diestro (que hacía grandes ademanes como si hubiese sustituido al propio Machaquito), sonó un aviso y otra también atravesada –pero sin munícipe- dio en tierra con el pobrecito Pelotera.

El quinto de Paloma Sánchez-Rico, encaste Lamamie de Clairac-Gamero Cívico (Foto: las-ventas.com)
El quinto fue de Paloma Sánchez Rico de Terrones, y de procedencia Lamamie de Clairac (origen Gamero Cívico, la última de las porciones de la vacada de Fernando Parladé). Llevaba por mote Fumisto y era todo un toro de 525 kilos, negro listón chorreado de capa, con cuajo en los lomos pero que en conjunto decía menos que alguno de los anteriores. Al fin vimos un par de capotazos con ganas en la corrida, no más, a cargo de Jesús Fernández, ya es algo, sin duda, antes de que perdiera pasos como fue ayer habitual entre los matadores. El bicho saldría suelto de aquello para ir a parar a toriles… En la primera vara entró casi corrido, sin estar fijado, empujando y recargando, antes de cabecear buscando hacer presa para romanear. De momento, aprobado. Mal puesto en la segunda vara, se dejó pegar, cabeceó para quitarse aquello, se aconchó en tablas sin hacer por el caballo y se amilanó por completo. Manso. A la tercera acudió con fuerza, topó con el peto y con fijeza volvió a dejarse pegar… En resumen suspenso alto. Se dolió en banderillas y llegó a la muleta justito de ganas. Era otro novillo que no quería las dichosas afueras, que pedía el tercio o una lidia más adentró de aquello, y por eso se pasó la faena protestando, enganchando el trapo, mirando al diestro, mientras éste le metía un pico descomunal para desplazarlo hacia donde podía. El matador llegó a caerse –y levantarse con agilidad pasmosa- en la cara de la res, pero en aquello no hubo gracia alguna, y ambos acabaron en tablas. Tras un pinchazo sin mucha fe, dejó otro hondo por arriba, y con el toro definitivamente aculado en tablas, pinchó otro caído y lo descabelló a la tercera.

El sexto, de La Interrogación, de encaste Coquilla (Foto: las-ventas.com)
El sexto fue otro toro –novillo por la edad- llamado Potrero de encaste Coquilla y con el hierro de La Interrogación, que perteneciera en su día a Matías Bernardos. Era un bicho negro de 538 kilos –muy probablemente bastantes más- que hubiera pasado por toro en cualquier coso de segunda y la mayor parte de los de primera, pero con pobre cabeza para el esqueleto disponible. Cumplió en varas y tuvo algo de casta, acudiendo “con todo” a los engaños, pero yendo definitivamente a menos en la lidia. Se arrancaba con ganas y con fuerza, pero se lo pensaba bastante en ocasiones. Al primer puyazo –que recibió en las costillas- entró con esas ganas, y aunque se dejó pegar, cumplió sin más. Más emocionantes fueron las entradas a la segunda y tercera varas, más largo, empujando e intentando romanear, pero desentendiéndose del caballo en ambos, tras sendos esfuerzos. Aun le pusieron una cuarta vez, en que tardeó, pero terminó por acudir como un tren, sin entregarse como debía; aunque no fue manso declarado tampoco hizo pelea de bravo. Lo lidió en el segundo tercio el propio Escobar, que comenzó la faena –sentado en el estribo- estrellando al bicho contra tablas. El novillo iba con cierto genio, noble y repetidor, pero se lo pensaba siempre bastante antes de iniciar las oleadas –aquello sonaba a bravucón, más que a bravura-. No hubo acople en la franela, el diestro, desde y para fuera, bastante periférico, no tenía el bagaje necesario para torear aquello y terminó por acortar distancias hasta desengañarlo definitivamente. Media perpendicular y atravesada, cuarteando, un pinchazo caído saliéndose de la suerte y otra como la primera, dieron por fin con el bicho, y con las ilusiones de la afición, por tierra.

En suma, el fallo del jurado no pudo ser más justo y preciso. La bravura quedó desierta… como desierta van dejando la plaza los gestores del tripartito. ¡Menos mal que ya nos anuncian la reboinificación de Las Ventas! (entiendan el sarcasmo). ¿Se imaginan ustedes que me contratasen como gestor de la temporada hípica en el Hipódromo de la Zarzuela, y que yo sólo quisiera y me interesara que en sus pistas de hierba se pudiesen sembrar tomates…? Al parecer Las Ventas sólo es rentable para el tripartito si en ella hay espectáculos circenses o musicales… 

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