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miércoles, 14 de mayo de 2014

Cuando la muleta es un trasto inútil

Madrid, 13 de mayo de 2014. Dos tercios de plaza. 6 toros de Parladé, desigualmente presentados, mansos en los caballos pero con juego interesante en la muleta. El Cid, silencio (aviso) y ligeros pitos. Iván Fandiño, oreja (aviso) y oreja (aviso). Ángel Teruel, silencio (aviso) y silencio (aviso).

Dispuesto pues al martirio, me ofrezco a la cruz con los brazos abiertos y la mente despejada para aceptar el suplicio al que deseen someterme. Años defendiendo que el arte de la tauromaquia no es un arte suicida, sino racional, que la creación artística ha de fundamentarse en la técnica, el valor y la inteligencia, para que ahora me vendan que nada de ello es cierto, que todo se basa en que la emoción que provoca el susto sea lo suficientemente intensa como para que nos paralice de miedo. Nada importa ya, al parecer. Todo se basa en la subjetividad del sobresalto que te provoque; que viene un toro a la carrera, ¡uy qué susto!; que repite sin cesar, ¡qué miedo!; que busca los engaños con codicia, ¡qué pavor!; que el torero apenas acompaña aquellas oleadas, ¡qué temor! Quizá el auge de este tipo de tauromaquia esté en consonancia con el creciente interés de la juventud con las películas de miedo (lo del terror es sin duda otra cosa).
La muleta, en esta nueva versión de la tauromaquia se ha convertido, pues, o en un objeto inútil o desechable, o en algo mínimamente necesario. Se puede tirar y no pasa nada, porque el susto será mayor. Que no esté en sintonía con la tauromaquia eterna no tiene la más mínima importancia. Todo lo que nos han contado es falso; lo que se requiere para triunfar es utilizarla lo mínimo posible y si es nada… mejor.


Ángel Teruel dio los más exquisitos muletazos de la tarde... pero sólo muy de tanto  en cuanto (Foto: las-ventas.com)
Ayer sólo hubo un torero que intentó -aunque no lo consiguiera casi nunca- utilizarla de forma clásica, echándola por delante para llevar empapado al bicho en ella y desviarlo de su recorrido natural, para crear un nuevo camino abierto al arte… y ese no fue Fandiño, desde luego, ni el Cid, al que le sobran ya casi todos los trastos -capote, muleta, estoque o descabello-. Y es una lástima  porque anteayer aun recordábamos la enorme faena que nos regaló, ante un toro de Victoriano del Río en la feria de Otoño, la más importante faena en esta plaza en un lustro sin lugar a dudas. Pues sí, han acertado, fue Ángel Teruel al único que le vimos ese concepto clásico -y por ende eterno- en el manejo de los engaños. Y eso que no estuvo bien, porque la falta de corazón, probablemente lo limitado de su valor, le hace sumirse en un mar de dudas, de incapacidades. Apunta, y mucho, pero no dispara. Tiene el perfecto conocimiento del concepto del toreo… pero es incapaz de ponerlo en práctica: se le ve colocarse, echar la muleta por delante, quiere y consigue embarcar bien al bicho, carga la suerte tantas veces… pero lo desplaza hacia fuera o de cualquier manera otras tantas porque la bomba no da más de sí. Pero remata el lance… algo que tampoco es un valor fundamental en este toreo contemporáneo de ligazón por encima de cualquier cosa (a costa de no rematar ni un lance, dejar la muleta siempre puesta en la cara y estar por las Kimbambas en colocación… salvo en el primer pase).
La corrida de Parladé, propiedad de la lusa Sociedade Agropecuaria do Río, L.D.A, de don Juan Pedro Domecq Morenés (y otros), hoy cantada apocalípticamente por la prensa afín, o los que han de justificar su crítica habitual con buenos comentarios esporádicos al amparo de opiniones mayoritarias, fue mansa en varas (¡qué sí!, ¡qué no hicieron gran cosa en los caballos, qué más de uno se dolió en banderillas, qué alguno buscó tablas desde el principio…!) pero se creció en general en el último tercio, embistiendo más o menos francamente con codicia y repetitividad. Los “cantores de Híspalis” correspondientes dirán que esto es bravura, porque se han olvidado (suponiendo que alguna vez lo supieran) de que la bravura ha de demostrarse en todos los tercios, y que una cosa es un manso encastado –con más o menos casta- y otra un toro auténticamente bravo –siempre encastado-. La corrida me gustó en el último tercio, tuvo movilidad, interés, alguno desarrolló algo de sentido o mínimas complicaciones -todo dentro de la urbanidad y toreabilidad de su augusto linaje-, pese a que no fueran bravos en suma. Hubo, al menos, esa necesaria repetitividad que tantas tardes echamos en falta, sin duda. Y habrá que ver si alguna llega a superarla en esas cualidades al final de la feria…
Pero tampoco olvidemos que la presentación es algo absolutamente fundamental, y en conjunto, en este aspecto, tampoco fue una corrida ejemplar. Corrida desigual, con una mona vestida de seda en segundo lugar, y un novillote sin cuajo, alto y desgarbado, en último; diferentes hechuras para algo que debía ser regular en un encierro perfectamente presentado.


El Cid en casi lo único meritorio de su tarde: alguna verónica suelta (Foto: las-ventas.com)
El Cid ofreció, ayer tarde, una imagen patética, caduca, desconfiada y triste. Capotazos de recibo posibilistas, pero sin grandeza, en su primero, un toro que se movía sin fijeza, perdiendo el trapo en un desarme. Antes de la primera vara el bicho se había caído ya sendas veces, regaló una coz a la salida de la misma -¡e hizo el puente, horror!-, dos caídas más antes de la segunda de la que salió suelto, después de dejarse pegar sobre un pitón, y pasarse el rato berreando en garapullos. “Bravísimo”, vaya. Manuel se dedicó -y no sería el único- a acompañar las embestidas en el último tercio, a media altura, diciendo poco o nada, a base de ayudados con la zurda, en buena parte por desconfianza (más que por el aire imperante), para terminar descubriéndose y llevándose los sustos que levantan al público de sus asientos. Por debajo de las condiciones de éste Hampesco, lo mandó al desolladero de un pinchazo sin pasar, un desarme, un metisaca probablemente bajo, una entera desprendida (el generoso animal le regaló otra coz) y, tras escuchar un aviso, dos descabellos. En el cuarto más ración de dudas. Lo volvió a intentar con el percal, cierto es, pero con la muleta terminó por ser desbordado por un toro que repetía y buscaba en oleadas incómodas, casi perdiendo los papeles en un par de ocasiones. Y ni siquiera los doblones finales ofrecieron esa supuesta seguridad… pero seguro que al público le emocionó ver los sustos que aquello provocó, porque se oían gritos y clamores por doquier. El Gruñidor de oficio pasó por varas saliendo suelto y dejándose pegar en buena instancia, con la cara alta, como luego la llevó buena parte de la faena, y con la que desarmó a Manuel Jesús en el inicio muletero, aunque iba largo y generoso en este último tercio. Media desprendida con el brazo por delante lo pasaportó al otro mundo. 
Ángel Teruel pasó, una vez más, sin mayor pena ni gloria, o con más de la primera que la segunda. A pesar de su buen concepto, de sus formas y deseos clásicos, le falta confianza y se pasa los toros por la periferia, tantas veces en paralelo, pero, como chispazos, nos ofreció los mejores muletazos de la tarde. En su primero un par de naturales soberbios, mandón, por bajo, rematados a la espalda… ¡qué pasaron desapercibidos para los de los sustos! Mal puesto en varas –éste como también el segundo, de Fandiño, ¡qué vergüenza!- empujó en el primer encuentro, saliendo sueltito, y en el segundo ya ni empujó para salir de idéntica forma, regalándonos luego hasta tres o cuatro caiditas… Teruel se deshizo de la fiera de una entera por arriba, algo atravesada… En el que cerró plaza –cuando ya estaba todo el pescado vendido y la gente sólo pensaba en la salida a hombros de Iván- volvió a dejarnos alguno de los lances más profundos del festejo, salpicados, aislados en una inmensidad de dudas y precauciones. Hizo el novillote el puente en el caballo, cabeceó, fue con la cara alta y salió suelto de ambos encuentros, derrochando “bravura moderna”, sin duda. Pero tuvo movilidad en el último trance, aunque se complicara un “algo” por las imprecisiones del espada. Remató éste su labor con unas inesperadas manoletinas –que ya no asustaron a nadie, pues la gente, o se iba de la plaza, o pensaba en otra “cosa”- de media caída y un descabello, escuchando un recado por la prolongación innecesaria de su labor.

Fandiño en el tercero (Foto: las-ventas.com)
El triunfador popular de la tarde fue Fandiño, hoy cantado como héroe universal, pero que… A la salida del coso, dos conocidos y veteranos diestros –con centenares de corridas a sus ya cargadas espaldas, triunfos y reconocimiento- me subrayaban la labor del diestro de Orduña: ¡qué buena corrida y qué valiente ha estado Fandiño! Pues eso. Y no lo digo yo solo. A su primero no le dio un capotazo de importancia. El toro entró al relance a los caballos -¡vaya lidia se impone en esta tauromaquia moderna, comparen con las ovaciones que ha motivado, en esta misma feria, la suerte bien realizada de principio a fin!-, apenas le hicieron sangre, salió huido del primer encuentro, cabeceó y salió suelto del segundo, se dolió en banderillas pero regaló embestidas en el último tercio. Citó el diestro desde los medios y se llevó ya el primer susto, por descubrirse, en la primera tanda, porque como sucedería en buena parte de lo sucesivo, acompañaba más las embestidas que las encauzaba con dominio y sometimiento. Eso sí, con temple y dando distancias, inequívocas virtudes de aquello, pero faltando la fundamental: “Torear es hacer que el toro vaya por donde no quiere ir”. Tuvimos que esperar a la cuarta serie para atisbar dos naturales mandones, lo único que hizo con la mano zurda. El toro fue complicándose por falta de dominio, y diciendo que hasta ahí había llegado en dicha tanda, cabeceaba, terminó entrando rebrincado a la par que Iván reducía los espacios -lo que complicó más aquello-, pero al menos con oficio no perdió los papeles como el Cid.  Unas manoletinas ajustadas –con sustos- volvieron a elevar el tono emotivo de la faena, decaído en las tres postreras tandas, y –ahora sí- lo liquidó de una buena estocada por arriba. Fue una faena de más a menos, con poca petición y mucho grito orejofílico… pues para el que le guste.
La puerta grande estaba cantada antes de que saliera el quinto, Rapiñador, un toro al que Fandiño ni le dio un capotazo de clase, ni dejó que picaran (se deja pegar en la primera vara, y menos en el segundo refilonazo, saliendo sueltín). Pareó bien Miguel Martín, demostrando que están mejor los de plata o azabache, en general, que los áureos coletudos, doliéndose el “bravísimo” animal. Eso sí, fue otro toro que embistió generoso en la franela, de largo -algo que le cantaron al diestro desde las alturas, entre insultos de los más que ignorantes-, ya que tendía en la segunda tanda a achicar espacios para que el toro pesara menos. Y sí, en efecto, Fandiño le dio distancias. Volvió a colocarse bien en general, templó bastante y acompañó perfectamente sus oleadas repetitivas, bueno no tan perfectamente porque hubo más suciedad que ante su primer oponente. Fue una faena desigual, con altibajos, a veces embarullado ante la codicia del animal, sucio, y otras ofreciendo una mejor cara, más templada y en redondo –la sexta tanda a derechas, por ejemplo-. Faena menos que justita, para las bondades de la res, que culminó tirando el trapo para dejarse encunar y salir volteado del choque con la res, tras dejar una entera atravesada, y que requirió dos descabellos tras haber oído un aviso. Fantástico. Si hoy tuviese el fémur roto en mil pedazos, o una cornada seria, la gente lo estaría crucificando; como el susto no tuvo consecuencias, la gente sacó el pañuelo, mayoritariamente, quién sabe si para secarse el sudor del espanto.
El absurdo alarde de Fandiño en el quinto (Foto: las-ventas.com)
Así que, recuerden, la muleta que antes servía para dominar, mandar y encauzar las acometidas, para gobernar la embestida del toro en la suerte suprema, ahora es prescindible por completo o nos sirve sólo para acompañar el recorrido de la res. En suma, plantéenselo en serio, lo que da orejas es un toro que embiste, que se mueve encastado –aunque mansee en conjunto-… el torero sólo tiene que ponerse enfrente y mover el trapo al compás del animal. Esa frase que, refiriéndose a Pedro Romero, se publico en el Diario de Madrid de 1789 (Sepa Vd. señor mío, que el timón de esta nave [por nave entiende al propio toro] es la muleta, en que es Romero inimitable, ya llevándola horizontal al compás del ímpetu del toro, ya llevándola rastrera como barriendo el piso donde ha de caer o que ha de besar mal su grado; aquella muleta que siempre huye, y nunca se aleja de los ojos de la fiera, que a veces la obedece como un caballo al freno) ya no tiene validez. Un día de estos nos sobrará el y la espada, como ya nos sobra la suerte de varas y en buena parte la de banderillas.

Los interesantes animales que se lidiaron ayer:
1º.- Hampesco, 523 kilos, negro listón, delantero, manso, flojo, pero embestidor; un toro desaprovechado por el Cid.
2º. Cabreíto, 514 kilos, negro, tocado de defensas, anovillado de hechuras, manso, embestidor pero a menos desde la cuarta tanda.
3º.- Idealista, 495 kilos, negro, poca cosa de trapío, manso, flojito (sin caerse demasiado), embestidor y noble.
4º.- Gruñidor, 518 kilos, negro, tocado de cuerna, manso, de generosa embestida pero incómodo a veces.
5º.- Rapiñador, 509 kilos, castaño y delantero de armas, manso en varas y sin picar, boyante y exigente.
6º.-Teatrero, 540 kilos, castaño, de poco cuajo pero alto de agujas, tocado de defensas, manso, embestidor aunque complicándose por el espada. 

4 comentarios:

  1. Lo de Fandiño fue excesivo en muchos sentidos. Pero tenía tal gana de salir por la Puerta Grande que contagió al grueso del público. Lo de su primero fue como mucho de vuelta al ruedo y por la estocada (en lo alto pero muy trasera), lo de que acompañar la embestida y que no mandaba fue justo el comentario que hice a Ángel, mi compañero de la izquierda, y en gran parte de su segundo pasó lo mismo. El Cid estuvo desbordado total y Teruel tiene torería pero es periférico en extremo, si fuese El Juli o Manzanares se le perdonaría que se los echase para la M-30 pero como es quien es... y es una pena pues carga la suerte como bien se vio el otro día (ayer menos) y no hace el toreo retorcido en diagonal que ha impuesto El Juli, sino vertical, pero le falta garra, la que le sobra ya a Fandiño, ayer en novillero total... en fin...

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  2. La puerta grande de Fandiño yo la interpreté más a su trayectoria en Madrid que a la brillantez del diestro en la tarde de autos. Trayectoria llena de entrega, de valor,de ambición, de compromiso y de buenas intenciones en el concepto. Cierto que debió perderle algún paso a su primero y que con el segundo estuvo, además de valiente y entregado, bien con la zocata. Se deja los toros muy crudos y cuando éstos tienen casta embisten con todo. Difícil templarlos, pero no seré el yo el que critique tirar las cartas, dar el medio pecho, atornillar las zapatillas y quedarse quieto, en el sitio, para ligar después de dejar la muleta en la cara. Lo de matar sin muleta... imprudente efectismo. Y Teruel...mucho gusto, como el que tenía su padre. Pero le hace falta más corazón y sobre todo torear más.

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  3. Señores, el que esto escribe al igual que vosotros ha sentido durante mucho tiempo cierta antipatía por el hierro de Veragua, quizá por las declaraciones que hacia el desaparecido Juan Pedro, ya sabeís lo del toro artista y esas cosas, pero este nuevo Juan Pedro le veo de otra manera. Le he oído en algunas entrevistas y sobre todo en una charla y me invitaba a seguir su trayectoria como ganadero y lo de ayer me ha puesto en la linea de que este tío no es su padre, va en serio y ayer triunfó con mayúsculas en la plaza mas importante del mundo.
    Hagan un esfuerzo como yo, por no tratar a este Juan Pedro por ser hijo de quién es y estoy seguro que de esta manera la corrida les parecerá mas brava. Seguro.
    !Hay si esta corrida la saca algún ganadero que yo me sé¡¡

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  4. Totalmente de acuerdo con sus comentarios sobre el juego de los toros y su presentacion, de la que muchos se olvidan en plaza de primera. Me alegra que aun queden aficcionados que saben ver la bravura de un toro.

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