Valencia, 27 de julio de 2013. Dos
tercios de entrada. 3 toros de Juan Pedro Domecq (1º, 3º y 5º), aceptables
de presencia, mansos, inválidos, descastados. 3 toros de Victoriano del Río
(los pares), aceptablemente presentados, mansos, de juego desigual, inválido el cuarto. Morante
de la Puebla, silencio, pitos y oreja con alguna protesta (aviso). Alejandro Talavante, oreja, silencio y
oreja levemente protestada (aviso).
Nueva sesión mano a mano de la feria de San
Jaime valenciana. Y nueva decepción. Ni Morante, ni Talavante, supieron
adaptarse al reto de un mano a mano y entrar en decidida competencia el uno con el
otro. Baste con decir que en los seis toros apenas vimos un quite –unas
chicuelinas ajustadas y nada más, patético- en el cuarto de la tarde por parte
de Talavante y pare usted de contar. Así que, a las pruebas nos remitimos, este
invento reiterado de los mano a mano sólo ha servido a Simón Casas para
abaratar los costes de producción, sin que –ni siquiera- haya llevado a más
gente a la plaza. Ayer hubo dos tercios de entrada, y ello merced a la
inserción de anuncios –como en el periódico Levante- en que se ofrecían
entradas a mitad de precio por parte de la empresa, tras reconocer que no
habían vendido más que un puñado de entradas al margen del abono.
Fantástica labor empresarial, por cierto, que castiga al abonado con el precio
global de todas las entradas del ciclo, y sin embargo regala la mitad del mismo
a aquel que se quiera apuntar a última hora a éste o el anterior festejo. Yo el
año que viene no me sacaría de nuevo el abono… para que así me rebajen la mitad
de su coste. La Diputación… muda como por ensalmo y pensando en abaratar,
todavía más, el canon para que Casas se lo lleve más crudo todavía. Si, al
menos, hubiera tenido el detalle de ofrecer a los abonados un par de entradas
de regalo, o el gesto de reducir a la mitad el precio de las próximas entradas…
pero no, medida a última hora para que la plaza no mostrase más cemento que
concurrencia y poco más.
El festejo, y perdonen que no me extienda como
otros días, no valió un duro. Lo de Juan Pedro sigue en la podredumbre habitual
de estos últimos tiempos –menos mal que les queda Parladé-, manso, flojo y descastado,
el único que no fue un inválido contumaz (el quinto) se rajó sin paliativos; el
ganado de Victoriano, con más acometividad y movilidad, se dejó torear, aunque
sin eso que buscamos los aficionados y encontramos en temporadas precedentes,
la casta: el primero sacó más genio que aquélla, el segundo fue otro inválido
más para el patético encuentro estelar y el último, con menos clase que el primero, iba
siempre con la cara a media altura, que el diestro pacense no intentó bajar.
Morante apenas nos dejó ver su toreo de capa en el primero de la tarde... ésta es una intervención suya en Madrid |
El resultado final, con el doble corte
auricular de Talavante y el sencillo de Morante, como ustedes pueden entender,
se debió más al generoso, dadivoso y pródigo carácter del público valenciano –los
aficionados salieron defraudados de aquello- que a los méritos aquilatados por
cada cual. En plaza más seria –no digo Madrid porque ésta es ya de traca
valenciana-, quizá se hubiera cortado la primera de Talavante y ni una sola más…
La labor de los diestros anduvo, al margen de recompensas, muy por debajo de lo
predecible y abundó la desidia –en el caso de Morante- o el ventajismo de ese
toreo –más fácil y menos arriesgado para el diestro- de esconder la pierna y
ceder terreno al toro, situándose en Nueva Zelanda, de Talavante. Fantástica
concepción de la tauromaquia moderna. Para ligar mejor, me voy de la suerte, me
echo para atrás, escondo la pierna para que no pasen cerca los pitones y ceder
mi terreno al toro, y me sitúo constantemente en la oreja del animal a la hora
de iniciar cada uno de los pases. Fantástico y pleno de ÉTICA, sin duda.
No abundaremos en detalles para no aburrirles.
Morante, tanto en su primero (Deriva –la
que ha tomado la vacada camino de la boyez insufrible-, de 536 kilos, negro,
bajo y cortito pero con cuajo, manso e inválido), como en el segundo de su lote
(Jergosa, 577 kilos, colorado ojo de
perdiz, de pitones sospechosos, manso e inválido), nada hizo con la franela a sus
oponentes. Con el percal vimos dos
capotazos con gusto al inicial y media abelmontada de remate –pero con desarme-
y fue nuevamente desarmado en el tercero de la tarde. El que abrió plaza se
caería dos veces antes de varas, otra en ellas, una más en banderillas y no
podía ya ni con el rabo en el último tercio. El generosísimo palco valenciano,
regalador de trofeos, no concede ni “esto” al público a la hora de devolver
inválidos, así se defiende a los que hemos pagado ÍNTEGRO el precio de nuestra
localidad. El segundo tullido se cayó dos veces en el primer tercio y luego fue
incapaz de moverse en lo sucesivo con la muleta. A la hora de matar, en el
primero, un pinchazo arriba sin pasar y una casi entera, un poco delantera, con
habilidad; y en el tercero, un pinchazo caído con el toro absolutamente
humillado y entregado como si hubiese sido castigado durante mil tandas (sólo
fueron tres y con reparos...), otro más idéntico y media desprendida y atravesada
por salirse de la suerte.
Otro muletazo del de la Puebla en Madrid... ¡cargando la suerte y sin esconder la pierna! |
El regalo del palco cayó –gracias a los MULILLEROS, figura
indispensable en la concesión de trofeos en Valencia- en el quinto (Ruiseñor, 528 kilos, colorado ojo de
perdiz, manso, incómodo y rajado animal). El toro que valía poco por el derecho
de salida –nada del de la Puebla con el capote-, después de un desastre de
lidia y con pocas fuerzas, llegó incómodo a la muleta y tal parecía uno de esos
toros que Morante se quita de en medio en dos series. Cuando empezaron las protestas,
José Antonio decidió aplacarlas y se puso trabajador, y aunque sin su gusto habitual le dio
dos o tres derechazos seguidos para que el esquizoide público tornase a la
fase maníaca y se pusieran locos de contentos. Ahí remontó algo el trasteo y
más decidido –andamos ya por la cuarta serie- tiró bien del bicho en dos
derechazos sinceros (mejor colocado y con más dominio) antes de que un achuchón
del bicho le hiciera perder pasos y resolverlo con un molinete belmontino. El
animal se rajó a tablas, y allá, siempre a favor de querencia, esto es, casi siempre por los
adentros, fue sacando algún muletazo de corte clásico, todo deslavazado, sin
unidad ni conjunción de faena, entre alguna duda y rectificación, sin conseguir
sacar al bicho de su querencia a toriles. Los tres o cuatro derechazos de nota,
fueron -eso sí- ejemplos de cómo se debe torear, con naturalidad, colocación, cargazón
de la suerte, dominio, mano baja, y rematados por detrás, pero fueron poco
crédito para recompensa alguna. Unos lances por alto más que prescindibles,
lamentables, un aviso sin coger la tizona y una entera caída y algo atravesada
para que los mulilleros le concedieran el despojo auricular, no sin algunas protestas.
¡Con qué poco nos conformamos, Dios mío!
La primera de las faenas talavantinas tuvo lugar con Amante por medio (negro de capa, 500
kilos, una res baja y cortita sin culata ni remate suficientes, manso pero
embestidor, con más genio que verdadera casta). Por lo menos fue una faena
medida, lo que el bicho requería y ni un pase más; cinco series en las que
comenzó con la zurda, situado al hilo, ligando pero en algún caso tras esconder
la pata y descargar la suerte, templando bastante y llevando al animalito
toreado –todo hay que decirlo-, y terminó a derechas, más descolocado y
encorvado en los cites, cogiéndolo siempre desde Pekin y perdiendo el consabido
paso para esconder la pierna de entrada y ceder terreno al mozo. Faena en la que
lo positivo lo constituyó el temple y el relativo mando, y lo negativo la dichosa
manía de quitarse de en medio y esconder la pierna que se ha impuesto como
paradigma del toreo moderno, aunque no lo hiciera tan exageradamente como en el
último. Unas manoletinas y una buena estocada, por arriba –quizá un punto
traserilla-, para una muerte de cierta casta. El de la merienda fue un inválido más (Medianillo por mote, 542 kilos,
negro mulato, listón y axiblanco, un animal manso, rajado, inválido y
descastado). Lo que antes fue mesura y buen tino, tornose ahora abuso y pesadez
para nada. El toro fue a su aire desde que salió; le apuntamos dos caídas en el
primer tercio y tres más en el último, no sin que el bicho se rajara a la mitad
y siguiera haciéndolo luego. Nada le hizo el pacense digno de mención, nada
bueno, se entiende; y acabó la faena con lances enganchados, pesadísimo y dando
pases sin cuento, amontonados, sin el orden de una faena bien ideada y
conjuntada. Un pinchazo hondo, atravesado y caído y seis descabellos antes de
que el toro se echara por su pie, pusieron fin a la insufrible vacuidad de
aquello.
Talavante sin esconder la pierna atrás en la faena de las dos orejas madrileñas de este año |
El segundo regalito presidencial –gracias de nuevo a
las MULILLAS-, vino en el sexto, que tenía que llamarse Pandereta (negro de capa, 560 kilos, manso pero embestidor a media
altura) para que no desdijera de la labor del palco. Nada hizo Alejandro con el
capote –el toro a su aire-, y la faena fue un ejemplo del destoreo moderno
entre la desesperación de los aficionados y las ovaciones del público de
entrada regalada o a mitad de precio. No les canso más, imagínensela y la
tendrán presente. Muy mono todo ello, aunque sea todo el paradigma de la
hipocresía y la mentira táurica. ¿Por qué será que todos los diestros
consideran que es más fácil torear así que hacerlo a la manera que nos
mostró Morante en el anterior, aunque a salpicones? Unas bernardinas, rematadas con un
buen trincherazo y estupendo pase de pecho, y, aguantando, una estocada entera,
desprendida de posición, “per accidens” como definió un buen amigo y excelente
aficionado, más fruto de la casualidad que de una meditada ejecución, porque
el diestro se echó fuera de la suerte cuando vino el toro. Escuchó un aviso
mientras el toro se defendía de la cuadrilla al completo, y lo descabelló a la
primera. Las mulas y sus conductores se encargaron de rematar la faena, ¡enhorabuena!
En resumen, tras de lo visto en esta feria, nos
quedamos con el buen hacer del novillero Román, la oreja de ley –de las buenas-
de Fandiño y quizá una de las de Castella. Lo de los mano a mano, con el ganado
debajo del brazo, para su progenitor… Las figuritas, francés al margen, para el
ocaso de los dioses, y el ganado escogido lamentable. ¿Por qué no pondrán a
Fandiño con el Juli, Manzanares, Morante o Talavante para que tengamos un término
de comparación inmediato…?
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