Etiquetas

domingo, 28 de julio de 2013

¿Qué sería de Valencia sin mulillas?

Valencia, 27 de julio de 2013. Dos tercios de entrada. 3 toros de Juan Pedro Domecq (1º, 3º y 5º), aceptables de presencia, mansos, inválidos, descastados. 3 toros de Victoriano del Río (los pares), aceptablemente presentados, mansos, de juego desigual, inválido el cuarto. Morante de la Puebla, silencio, pitos y oreja con alguna protesta (aviso). Alejandro Talavante, oreja, silencio y oreja levemente protestada (aviso).

Nueva sesión mano a mano de la feria de San Jaime valenciana. Y nueva decepción. Ni Morante, ni Talavante, supieron adaptarse al reto de un mano a mano y entrar en decidida competencia el uno con el otro. Baste con decir que en los seis toros apenas vimos un quite –unas chicuelinas ajustadas y nada más, patético- en el cuarto de la tarde por parte de Talavante y pare usted de contar. Así que, a las pruebas nos remitimos, este invento reiterado de los mano a mano sólo ha servido a Simón Casas para abaratar los costes de producción, sin que –ni siquiera- haya llevado a más gente a la plaza. Ayer hubo dos tercios de entrada, y ello merced a la inserción de anuncios –como en el periódico Levante- en que se ofrecían entradas a mitad de precio por parte de la empresa, tras reconocer que no habían vendido más que un puñado de entradas al margen del abono. Fantástica labor empresarial, por cierto, que castiga al abonado con el precio global de todas las entradas del ciclo, y sin embargo regala la mitad del mismo a aquel que se quiera apuntar a última hora a éste o el anterior festejo. Yo el año que viene no me sacaría de nuevo el abono… para que así me rebajen la mitad de su coste. La Diputación… muda como por ensalmo y pensando en abaratar, todavía más, el canon para que Casas se lo lleve más crudo todavía. Si, al menos, hubiera tenido el detalle de ofrecer a los abonados un par de entradas de regalo, o el gesto de reducir a la mitad el precio de las próximas entradas… pero no, medida a última hora para que la plaza no mostrase más cemento que concurrencia y poco más.
El festejo, y perdonen que no me extienda como otros días, no valió un duro. Lo de Juan Pedro sigue en la podredumbre habitual de estos últimos tiempos –menos mal que les queda Parladé-, manso, flojo y descastado, el único que no fue un inválido contumaz (el quinto) se rajó sin paliativos; el ganado de Victoriano, con más acometividad y movilidad, se dejó torear, aunque sin eso que buscamos los aficionados y encontramos en temporadas precedentes, la casta: el primero sacó más genio que aquélla, el segundo fue otro inválido más para el patético encuentro estelar y el último, con menos clase que el primero, iba siempre con la cara a media altura, que el diestro pacense no intentó bajar.

Morante apenas nos dejó ver su toreo de capa en el primero de la tarde... ésta es una intervención suya en Madrid 
El resultado final, con el doble corte auricular de Talavante y el sencillo de Morante, como ustedes pueden entender, se debió más al generoso, dadivoso y pródigo carácter del público valenciano –los aficionados salieron defraudados de aquello- que a los méritos aquilatados por cada cual. En plaza más seria –no digo Madrid porque ésta es ya de traca valenciana-, quizá se hubiera cortado la primera de Talavante y ni una sola más… La labor de los diestros anduvo, al margen de recompensas, muy por debajo de lo predecible y abundó la desidia –en el caso de Morante- o el ventajismo de ese toreo –más fácil y menos arriesgado para el diestro- de esconder la pierna y ceder terreno al toro, situándose en Nueva Zelanda, de Talavante. Fantástica concepción de la tauromaquia moderna. Para ligar mejor, me voy de la suerte, me echo para atrás, escondo la pierna para que no pasen cerca los pitones y ceder mi terreno al toro, y me sitúo constantemente en la oreja del animal a la hora de iniciar cada uno de los pases. Fantástico y pleno de ÉTICA, sin duda.
No abundaremos en detalles para no aburrirles. Morante, tanto en su primero (Deriva –la que ha tomado la vacada camino de la boyez insufrible-, de 536 kilos, negro, bajo y cortito pero con cuajo, manso e inválido), como en el segundo de su lote (Jergosa, 577 kilos, colorado ojo de perdiz, de pitones sospechosos, manso e inválido), nada hizo con la franela a sus oponentes. Con el percal vimos dos capotazos con gusto al inicial y media abelmontada de remate –pero con desarme- y fue nuevamente desarmado en el tercero de la tarde. El que abrió plaza se caería dos veces antes de varas, otra en ellas, una más en banderillas y no podía ya ni con el rabo en el último tercio. El generosísimo palco valenciano, regalador de trofeos, no concede ni “esto” al público a la hora de devolver inválidos, así se defiende a los que hemos pagado ÍNTEGRO el precio de nuestra localidad. El segundo tullido se cayó dos veces en el primer tercio y luego fue incapaz de moverse en lo sucesivo con la muleta. A la hora de matar, en el primero, un pinchazo arriba sin pasar y una casi entera, un poco delantera, con habilidad; y en el tercero, un pinchazo caído con el toro absolutamente humillado y entregado como si hubiese sido castigado durante mil tandas (sólo fueron tres y con reparos...), otro más idéntico y media desprendida y atravesada por salirse de la suerte. 

Otro muletazo del de la Puebla en Madrid... ¡cargando la suerte y sin esconder la pierna!
El regalo del palco cayó –gracias a los MULILLEROS, figura indispensable en la concesión de trofeos en Valencia- en el quinto (Ruiseñor, 528 kilos, colorado ojo de perdiz, manso, incómodo y rajado animal). El toro que valía poco por el derecho de salida –nada del de la Puebla con el capote-, después de un desastre de lidia y con pocas fuerzas, llegó incómodo a la muleta y tal parecía uno de esos toros que Morante se quita de en medio en dos series. Cuando empezaron las protestas, José Antonio decidió aplacarlas y se puso trabajador, y aunque sin su gusto habitual le dio dos o tres derechazos seguidos para que el esquizoide público tornase a la fase maníaca y se pusieran locos de contentos. Ahí remontó algo el trasteo y más decidido –andamos ya por la cuarta serie- tiró bien del bicho en dos derechazos sinceros (mejor colocado y con más dominio) antes de que un achuchón del bicho le hiciera perder pasos y resolverlo con un molinete belmontino. El animal se rajó a tablas, y allá, siempre a favor de querencia, esto es, casi siempre por los adentros, fue sacando algún muletazo de corte clásico, todo deslavazado, sin unidad ni conjunción de faena, entre alguna duda y rectificación, sin conseguir sacar al bicho de su querencia a toriles. Los tres o cuatro derechazos de nota, fueron -eso sí- ejemplos de cómo se debe torear, con naturalidad, colocación, cargazón de la suerte, dominio, mano baja, y rematados por detrás, pero fueron poco crédito para recompensa alguna. Unos lances por alto más que prescindibles, lamentables, un aviso sin coger la tizona y una entera caída y algo atravesada para que los mulilleros le concedieran el despojo auricular, no sin algunas protestas. ¡Con qué poco nos conformamos, Dios mío!
La primera de las faenas talavantinas tuvo lugar con Amante por medio (negro de capa, 500 kilos, una res baja y cortita sin culata ni remate suficientes, manso pero embestidor, con más genio que verdadera casta). Por lo menos fue una faena medida, lo que el bicho requería y ni un pase más; cinco series en las que comenzó con la zurda, situado al hilo, ligando pero en algún caso tras esconder la pata y descargar la suerte, templando bastante y llevando al animalito toreado –todo hay que decirlo-, y terminó a derechas, más descolocado y encorvado en los cites, cogiéndolo siempre desde Pekin y perdiendo el consabido paso para esconder la pierna de entrada y ceder terreno al mozo. Faena en la que lo positivo lo constituyó el temple y el relativo mando, y lo negativo la dichosa manía de quitarse de en medio y esconder la pierna que se ha impuesto como paradigma del toreo moderno, aunque no lo hiciera tan exageradamente como en el último. Unas manoletinas y una buena estocada, por arriba –quizá un punto traserilla-, para una muerte de cierta casta. El de la merienda fue un inválido más (Medianillo por mote, 542 kilos, negro mulato, listón y axiblanco, un animal manso, rajado, inválido y descastado). Lo que antes fue mesura y buen tino, tornose ahora abuso y pesadez para nada. El toro fue a su aire desde que salió; le apuntamos dos caídas en el primer tercio y tres más en el último, no sin que el bicho se rajara a la mitad y siguiera haciéndolo luego. Nada le hizo el pacense digno de mención, nada bueno, se entiende; y acabó la faena con lances enganchados, pesadísimo y dando pases sin cuento, amontonados, sin el orden de una faena bien ideada y conjuntada. Un pinchazo hondo, atravesado y caído y seis descabellos antes de que el toro se echara por su pie, pusieron fin a la insufrible vacuidad de aquello.

Talavante sin esconder la pierna atrás en la faena de las dos orejas madrileñas de este año
El segundo regalito presidencial –gracias de nuevo a las MULILLAS-, vino en el sexto, que tenía que llamarse Pandereta (negro de capa, 560 kilos, manso pero embestidor a media altura) para que no desdijera de la labor del palco. Nada hizo Alejandro con el capote –el toro a su aire-, y la faena fue un ejemplo del destoreo moderno entre la desesperación de los aficionados y las ovaciones del público de entrada regalada o a mitad de precio. No les canso más, imagínensela y la tendrán presente. Muy mono todo ello, aunque sea todo el paradigma de la hipocresía y la mentira táurica. ¿Por qué será que todos los diestros consideran que es más fácil torear así que hacerlo a la manera que nos mostró Morante en el anterior, aunque a salpicones? Unas bernardinas, rematadas con un buen trincherazo y estupendo pase de pecho, y, aguantando, una estocada entera, desprendida de posición, “per accidens” como definió un buen amigo y excelente aficionado, más fruto de la casualidad que de una meditada ejecución, porque el diestro se echó fuera de la suerte cuando vino el toro. Escuchó un aviso mientras el toro se defendía de la cuadrilla al completo, y lo descabelló a la primera. Las mulas y sus conductores se encargaron de rematar la faena, ¡enhorabuena!
En resumen, tras de lo visto en esta feria, nos quedamos con el buen hacer del novillero Román, la oreja de ley –de las buenas- de Fandiño y quizá una de las de Castella. Lo de los mano a mano, con el ganado debajo del brazo, para su progenitor… Las figuritas, francés al margen, para el ocaso de los dioses, y el ganado escogido lamentable. ¿Por qué no pondrán a Fandiño con el Juli, Manzanares, Morante o Talavante para que tengamos un término de comparación inmediato…?

No hay comentarios:

Publicar un comentario