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jueves, 25 de julio de 2013

El toreo y su esperpento

Valencia, 24 de julio de 2013. Un tercio del aforo. 6 toros de Las Ramblas, desiguales de presencia, mansos, descastados, sosos o complicado el quinto. Finito de Córdoba, silencio (aviso) y pitos. Juan José Padilla, oreja y oreja (aviso). Iván Fandiño, oreja y silencio.

Entre el arte de torear y su especular imagen esperpéntica, como pueden ustedes suponer, hay un inmenso abismo. El mismo que entre la ética y la bufa y burda copia de una obra artística. Desgraciadamente en estos tiempos de igualitarismo a ultranza, de procacidad y mal gusto, de exaltación de lo soez y lo grotesco, todo vale por igual. Tienen imágenes a diario en los medios de comunicación, hoy sin duda abrumados por el accidente ferroviario de Santiago, especialmente en los medios audiovisuales de masas, donde la intimidad de la vida personal es aireada y expuesta a la –antaño- vergüenza pública, donde lo más soez, vulgar y zafio es reído con complacencia, escuela de malas costumbres y de vicios hace un par de décadas aun impensables, donde –sin ir más lejos- hace unos días nos mostraba sus vergüenzas físicas –de las morales no debe quedar ya ni atisbo- un torero duro y esforzado, gran lidiador y matador de medio siglo ha, Jaime Ostos. Muchas series, concursos, programas de debate, no muestran ya sino, las más de las veces, las pequeñas o grandes miserias morales de cada cual, se regodean en la gracia chocarrera –siempre pintada por gruesos brochazos de sexualidad animal-, e ilustran a buena parte de la población, precisamente, en la antítesis de lo que debiera: la cultura del esfuerzo, del sacrificio, de la superación, de la honestidad, del pudor, de la modestia… Claro que, para eso, tenemos también un piélago de politicastros que se la pintan solas… Con tales ejemplos, y cada cual creyéndose el centro del universo (lo que no sería malo si no se exteriorizase), no nos extraña en absoluto que se valoren de igual medida los grandes avances científicos de la sociedad de nuestros días, que el encamamiento deshonesto de dos famosos al uso, sea cual sea su sexo, intención o verdadera entrega. Todo se muestra, de todo se hace mayor o menor apología, todo se justifica, y así el pueblo soberano lo juzga idéntico.
El toreo, y ahí la gran verdad de Ortega y Gasset, no es sino fiel reflejo de la sociedad de su tiempo, y por ello aquello de que no podría conocer la historia de España quien no conociese la del toreo. Cada cual (no teman, también yo mismo) cree tener el mismo derecho democrático a valorar lo que ve, sin parar mientes en que la base sobre la cual juzga puede ser paupérrima o fundada sobre arenas movedizas. Y como es lógico, unos acrisolan conocimientos, estudios, investigaciones y otros tan sólo cuatro experiencias bullangueras que les hacen juzgar lo esperpéntico como lo meritorio. Es como si yo mismo me pusiera a dictaminar y a pontificar en un congreso internacional de Física Cuántica, de la que -les reconozco- apenas sé el nombre y cuatro fundamentos rudimentarios. Por lo menos en aquel cónclave habría quien pusiera cordura y limitase mis aventuradas, y probablemente desmoronadas, intervenciones con el bagaje de sus superiores saberes. En la tauromaquia todo vale, y más porque al pueblo se le ha dotado de un arma democráticamente infalible –pero tantas veces falaz-, la primera oreja la concede el público exhibiendo su moquero. Y así se premia lo bueno y lo malo… porque sí, con igual democrática estulticia. Al menos, antes de la norma escrita, la presidencia ponía el contrapunto de sensatez, mesura y conocimiento… o al menos eso se pretendía. Hoy ya nada queda de eso.
Ayer, en la Feria de San Jaime valenciana, hubo de aquello, premio sinceramente meritorio a quien con su toreo se sobrepuso a las condiciones de su enemigo, y premios bullangueros al esperpento de su imagen especular, que hasta el mismo protagonista acabaría por reconocer…

Iván Fanidño, el diestro en mejor momento de la temporada
El toreo serio lo puso Fandiño, con su ética de la colocación, quietud y dominio, con su estocada, sus verónicas sin enmendar un milímetro y su capacidad de tirar de un buey que apenas quería moverse. El esperpento vino de la mano de Padilla, en su constante movimiento, su descolocación, su retorcimiento, sus agarres a los lomos de la res para no estar situado enfrente de los pitones, sus giros en la cara -de ídem a la galería-, sus pérdidas de muleta, su falta de dominio de la res lidiada. Hubo aun otra cara más, la de la apatía, la desidia, la tomadura de pelo y el comportamiento antiético de Finito… que no quiso ni ver a ninguno de sus míseros oponentes. Se ve que el padrinazgo empresarial le puso en el cartel, y la desgana del diestro le devolvió el favor, ya que no sé si alcanzará a cobrar mediante pagaré, algún día (quizá a final de temporada… o de la siguiente o quizá nunca), el sobre-esfuerzo realizado.
La corrida de Las Ramblas, fiel a su trayectoria de estas últimas temporadas fue –asimismo- un esperpento más de la función. Ni por su trapío en general, ni por su comportamiento –con una salvable excepción- se pareció en nada a lo que debe ser un toro de lidia. Quizá sea, también, cuestión de remuneración… si me pagan lo que me pagan, yo mando lo que mando. Reses impropias de plaza de primera en general –exceptuamos al cuarto y quinto, éste feísimo y de corniavacada cabeza-, quizá hubiesen pintado bien en coso de tercera –que es a lo que conduce la gestión del empresario francés que quiere que le rebajen el canon para quedarse…-. Nulas de casta y bien escasas de fuerzas, la tauromaquia se vio afrentada por unas reses que para nada servían si no es para tirar de las olvidadas carretas de la huerta o sacar barcas de pesca de la mar (venimos de ver una interesante exposición de cartas autógrafas del genial Sorolla, algunas con bocetos de sus famosos cuadros, en el Museo de Castellón). El descaste general, la borreguez insulsa del ganado, sus escasas fuerzas y mínimo hálito vital en el último tercio, es, justamente, la antítesis de lo que necesita la fiesta (¿dónde quedarán Soria o Ceret?, qué pena).

Juan Serrano, a la deriva ayer en Valencia
Abrió esta feria valenciana –en su sección mayor- un Ilegal (toro negro mulato, de 512 kilos que no vimos por apenas ningún lado, una res corta y bajita que manseó en varas y lo sucesivo, sosa, descastada y sin humillar jamás).  Ni un capotazo del Fino torero de Sabadell, ni los habría en lo sucesivo tampoco, ni de recibo, ni en quite alguno; un toro sin ninguna codicia de salida y que ya se paró en garapullos (sin haber recibido castigo apreciable en los caballos), aunque pegara algún arreón para dentro a los de plata. Tanteo despegado, y toreo periférico, lleno de precauciones y alivios, sin aguantar casi nunca pero –eso sí- templado (algo habría de tener), antes de que la babosa desahuciada hiciera varios ademanes de rajarse ante el suplicio. No le tocó con la zurda hasta que no se lo reclamaron desde los tendidos tras haber ido por el estoque para finalizar la vacuidad de la nada… y para nada más. Un adefesio de estocada, huyendo descaradamente de la suerte para dejarla enterrada, atravesada hasta hacer guardia, caída de posición además, y sendos descabellos escuchando un aviso, fueron premiados con el silencio. Premio, visto lo visto, que no castigo. Peor, y más oscurecido el arte, anduvo con Opaco, el toro del festejo (540 kilos, castaño y regular de cuerna, pero encastado animal que cumplió en varas, fue masacrado en ellas, mal lidiado en banderillas, peor tratado con los garapullos y mil veces capoteado sin sentido). Quejándose –al parecer- de su vista (el toro no hizo ningún extraño, se lo aseguro), desaprovechó un toro noble y boyante que metía la cara con clase en el capote, y que acabó con genio y parado por el mal trato sufrido. Con menos ganas de torear que el subscribe, con muchas más precauciones, sin quererlo ni ver, hizo el paripé de que el toro era malo y, con dura cara de hormigón armado, no fueron ni tres las series esbozadas. A la huída franca le enjaretó una nueva estocada trasera, caída y muy atravesada, que no hizo guardia porque el santo ángel de la misma produjo el consabido milagro. Pitos.

Padilla en imagen similar a la de ayer, en Pamplona. Parece mentira que su ejemplo de superación y esfuerzo quede reflejado en el esperpento de la bandera pirata, con su infame significado, sólo por la gracieta de lo del parche (Foto: Diario de Navarra)
La parte bufa del espectáculo vino de la mano de Padilla, quien olvidándose de los fundamentos de su profesión, de la dignidad que debe conllevar, de la ancestral tradición del rito y de que aquí se muere de veras (como le espetó Cúchares a Máiquez o Mazzantini a Julián Romea), incluso llevó a exhibir durante la vuelta al ruedo, con su primera oreja, una bandera pirata que aireaba brazo en alto. Su primer oponente fue Traslúcido -entiendan por mote-, un torete que era digno de coso de tercera, bajo, cortito, de menos que justa cuerna, 522 kilos y capa negra, bragado corrido y girón. Un bichejo manso y descastado que vino a menos, posibilitando los saltos, retorcimientos y falta de respeto del jerezano en el último tercio. Lo recibió con sendas largas afaroladas de rodillas, siguió por verónicas a su manera, chicuelinas a su modo y media sui generis. ¡Hombre, voluntad al menos, puso!, y más teniendo en cuenta a su antecesor en el ruedo. Banderilleó desigualmente, destacando un par de dentro a fuera, clavado en la cara, y comenzó la faena perdiendo el trapo al achucharle el toro, quedándose con el estaquillador en la mano. Primer desarme de la tarde. Luego vino una retahíla de lances bastos para llevarlo a medios, y un toreo despegado y desde fuera, sin bajar la mano al inicio –luego sí lo intentó- y con abuso de pico. No hubo clase, ni gusto estético, en los medios muletazos siguientes; al toro ya le costaba embestir en la tercera tanda, y tras una probatura con la zurda, recurrió al toreo populista con respuesta de los barraqueros del Saler (perdónenme los muy aficionados de la localidad valenciana). Así que, entre ademanes de raje del bicho, vinieron el agarre lomar, los saltos y giros en la cara del toro, los desplantes de rodillas, el tocar los pitones del exhausto animal y demás florituras que uno, cuando era niño, veía en los espectáculos de toreo cómico (aun me acuerdo del Platanito…, ¡qué tiempos aquellos!, un recuerdo para él). Una estocada entera, desprendida, le conseguiría esa primera oreja fácilmente prescindible, y más fácilmente denegable por la Presidencia, que anduvo muy mal concediéndola con una menos que justita petición. La gente ya no pensaba en otra cosa que la puerta grande en el quinto, un toro Incómodo –de nombre y de condición-, castaño, feo como un pecado, manso y descastado que no hizo sino querer rajarse durante todo el último tercio. Lances trapaceros de salutación, tres pares a toro pasado, y más trapazos en un inicio de muleteo en el que volvería a ser desarmado hasta en tres ocasiones. Con el bicho a su aire, y él por allá, abusando del pico y despegado de nuevo, se sucedieron los lances chapuceros, enganchados, bruscos y sin clase, pero bufamente jaleados por la parte más necia de los espectadores, ¡vivir para ver! Pero como terminó con el populismo barato idéntico al mostrado antes, levantó los ánimos de los indiferentes y presagiamos nuevo trofeo, lo que iba buscando público y diestro desde el principio. El toro acabó por refugiarse en tablas dado el nulo dominio mostrado, y le fue imposible sacarlo de su querencia, así que allá que fue para dejarle una estocada caída, con nuevo –el sexto de la tarde- desarme, tras escuchar un aviso. Aunque parecía que la presidencia se mantendría firme ante la insuficiente e injustificada petición, los mulilleros consiguieron que al fin cediera concediendo un trofeo bastante protestado por los aficionados. Al fin el diestro, en el único gesto torero de su tarde, se negaría a la salida a hombros del coso… ¡triste consuelo!
Mala suerte con sus antagonistas tuvo Fandiño ayer, repescado para esta feria a última hora tras el percance en la muñeca del Cordobés. Eso fue, precisamente, lo que nos animó a ir al coso che, y lo que justificó al menos el importe de la entrada. Por cierto, y ya que estamos, don Isidro Prieto, diputado de asuntos taurinos de la Diputación valenciana, ¿cómo es posible que se me dijera en taquilla que no había entrada de primera naya, cuándo en el coso había infinidad de lugares desocupados? ¿Cómo permite la Diputación este abuso? ¿Por qué se tolera ese “robo” por parte de la empresa? Tengo testigo, magistrado además, que puede dar fe de la negativa en taquilla y de la existencia de localidades vacías en el interior. ¡Qué vergüenza, qué timo, qué estafa! Ustedes justifíquenlo todo y rebajen el canon al embutido francés de importación.

Fandiño, al menos, nos hizo ver la cara positiva de la fiesta, aquella en que la ética, el esfuerzo y el mérito alcanzan su verdadero sentido. Clavó la planta en los lances de recibo al tercero (Jabonado, 509 kilos, castaño, manso y descastado, soso y parado animal), sin enmendar la pierna de entrada ni un milímetro –como hemos dicho- pese a que el toro se ciñó más de lo justo alguna que otra vez, exponiendo muchísimo en algún lance ajustadísimo, siempre sin enmienda. El animalete no valía un duro y pese a que fue bien picado -pero mal puesto en suerte- y apenas se le castigó, llegó muy parado, sin gas ni acometividad a la franela. No dábamos un duro por el trasteo… pero estaba ahí el diestro más interesante de esta temporada. Y a base de porfiar, de mandar, de estar bien colocado, de echarle la muleta al morro y bajar la mano con dominio y profundidad, logró sacarle algunos muletazos de sobresaliente para arriba. Hubo uno, al natural magnífico, insuperable, largo y templado como toda la faena. Sacó del toro lo que éste no ofrecía, ni hace pensar ofrecería. Y aguantó impertérrito que el toro se le venciese o se le metiese por dentro, más de una vez, en las postrimerías. Tras unas bernardinas prescindibles pero bien rematadas por alto para que el toro no se le quedara, le arreó un soberbio estoconazo, marcando bien los tiempos, y ganó una oreja de ley. De las de verdad, oiga, no de las de guardarropía. Faena, pese a las exiguas condiciones de su oponente, verdaderamente meritoria. Y, sin embargo, nada pudo hacer con el último, Saleroso por mal apodo (505 kilos, dos pitones y nada más por detrás, negro de capa y manso, descastado, sin fijeza, sin viaje aparente, sin ganas, sin fuerzas, sin humillación, sin entrega… sin toro). Apenas pudo darle alguna verónica de saludo y poco más. El toro no remataba las suertes, se quedaba a medio viaje y levantaba la cara mirando al tendido siempre. Pese a ello lo intentó con autenticidad, colocado, citando siempre como debiera, tragando esas medias pasadas del animal con mucha exposición personal, pasándoselo cerquísima de las femorales. Pero era imposible sacar algo de aquel pseudo-armario. Así que lo despenó malamente –digno de crítica- de una estocada atravesada y desprendida que hizo guardia como la de Finito, y que ultimó con dos descabellos. Triste fin al mejor y más ético toreo de la tarde… Pero qué buen momento atraviesa el de Orduña. Confiemos en que le dure y lo acreciente. 

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