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sábado, 27 de julio de 2013

¿Sansón en Valencia?

Valencia, 26 de julio de 2013. Tres cuartos de entrada. 4 toros de Domingo Hernández y 2 toros de Garcigrande (2º bis y 4º), mal presentados, mansos y descastados, los más rajados en el último tercio o de comportamiento borreguil. El Juli, oreja, silencio y oreja protestada. José María Manzanares, ovación, oreja levemente protestada y silencio.

Primer mano a mano de la feria de San Jaime valenciana. Primera conjunción estelar. El Juli y Manzanares en franca confrontación por la sublimación del arte, frente a ganado de garantías… Salvo que no hubo ni confrontación, ni toros, ni sublimación ninguna, ni Manzanares, ni casi apareció el Juli más que para mostrar su técnica con todo tipo de ventajas. Fantástica lección de tauromaquia contemporánea que durante muchos pasajes de la tarde fue ignorada por el conformista y aplaudidor público valenciano. Ni aun con los bueyes de Garcichico y Domingo Hernández pudieron lucirse dos de las figuras de mayor relumbrón del momento taurino.
El Sansón de Velilla de San Antonio, fiado en su portentosa capacidad técnica, la aprovechó para someter a los suyos –en la medida que lo logró- desde la lejanía, siempre periférico y nunca colocado como debiera (¡ay, cuánto echamos de menos a Fandiño ayer!, ¡qué baño les hubiese dado a ambos de ética taurina!), retorcido y a su modo, se impuso, si es que a “esto” podemos llamar enfrentamiento, al “encajado” diestro alicantino que no termino de liberarse de su afán por pasarse a no menos de metro y medio a su oponente, para metérselos sólo media docena de veces y poco más.

Ayer no hubo, como en esta foto de la México, salida a hombros, detalle de dignidad de Julián, porque lo que hubo... no dio para tanto
Ahora bien, todo ello sobre la base de un ganado escogido por las “figuritas” –y no por el que subscribe, ni por la afición valenciana, ni aun por el público de la festiva huerta-, ganado que fue -¡pásmense!- incluso protestado con fuerza… ¡en Valencia! Porque el coso de la capital del Turia se volcó sobre la indignidad de la presencia y fuerzas de más de una de las sardinas lidiadas, con protestas como uno pudiera escucharlas en el Madrid de sus mejores tiempos o cuando en la plaza de la calle Játiva pisaban el ruedo Lagartijo, Frascuelo, Guerrita, Mazzantini o los Fabrilos. ¡Qué ganado, Dios mío! ¡Qué colección de raspas indignas, de chotas inmundas para una plaza de primera, las que trajeron los dos rutilantes astros, el Sansón de Velilla y el profundo (en contraposición al madrileño río) Manzanares alicantino! ¿Los escogí yo en la dehesa, lo hicieron ustedes? Pues recaigan sobre los “perpetradores del arte” tamaña ignominia y pongamos las cosas en su debido punto de partida. Los máximos responsables de que ayer se lidiara esa asquerosidad con cuernos –con una única excepción- fueron los dos espadas contratados, el palco transigente con exclusivas y ganado impuesto y un equipo veterinario que debió utilizar gafas -¡qué digo, lupas, telescopios!- de aumento. Y asimismo fieles al encaste y su trayectoria en estas últimas temporadas, los bueyes, sin molestar mucho –excepto uno- fueron rajándose de la pelea, desentendiéndose de la lid, aceptando un cuento de muletazos como babosas, a lo largo de todo el festejo. Fenomenal. ¡Qué éxito para el arte de la tauromaquia contemporánea!
Menos mal que al fin del festejo, y con los pitos de despedida, el Juli decidió –ante las protestas de la afición a su “increíble” segunda oreja- no salir a hombros de la capital levantina… Probablemente con ello haya privado a los portales de pago de la espectacular y mentirosa foto, pero deja muy claro lo que piensa el Sansón velillense de sus “bien” logradas recompensas. En cuanto a Manzanares, nada que apuntar a esta visión general que no sea el que dijo por Twitter haberse deshidratado, no sé si para justificar el que dio la vuelta al ruedo con su misérrima oreja sin chaquetilla o por la que se le avecinaba con la cucaracha lidiada en último lugar. Con veintitantos años, agua en reserva como para dar de beber a un ejército, y tardes mucho más calurosas que la de ayer, ignoro la falta de previsión que llevó al alicantino –que no es noruego, ni finlandés, ni letón- a deshidratarse. ¡Vaya, que en Alicante el clima glacial en verano, sufrido a lo largo de tantos años, no le ha hecho aclimatarse suficientemente, ni ha tenido que torear con más calores en plazas manchegas o andaluzas, extremeñas o castellanas! ¡Pues beba usted agua, como recomendamos a los de la tercera edad en estas fechas…! ¡Vaya excusa! La verdad es que no sufrió golpe de calor alguno, ni se le vio más que empapado en sudor –el que le había provocado las embestidas encastadas del único toro que desoyó las recomendaciones del criador de caracoles-, ni vimos mareo o desvanecimiento alguno, ni mucho menos convulsiones, espasmos o cualquiera de los síntomas que acompañan a tal cuadro clínico. Pero ya se sabe que en España cualquier ciudadano sabe más que un médico –también- cualquiera.

"Julipié" en la México. Ayer hubo cuarteo previo en todas y cada una de las ocasiones....
Vayamos al lío que no es cosa baladí. El Juli comenzó frente a un bichejo llamado Pedrusco (negro listón, 514 invisibles kilos, un bicho sin ninguna culata, impropio de coso de responsabilidad –a lo mejor es que Valencia no la tiene-, manso, descastado y borreguil). Un lujo escogido por el diestro para lucirse en la primera plaza del mediterráneo español. Lo recibió –impropiamente- a porta gayola (sin saber cómo saldría aquello, o como iban saliendo los sucesivos) para nada, claro, mientras el bichejo, distraído, correteaba a su antojo sin que nadie se hiciera con él (así dos tercios completos). El coleóptero se cayó por vez primera al entrar a la primera vara, mal puesto en suerte, y sin picar saldría suelto del encuentro para aceptar de Julián unos delantales prescindibles. Un refilonazo en segunda instancia y a banderillas. Tras de ellas, por fin Julián se decidió a sujetar algo a la cucaracha corretona, que recorría el ruedo a su antojo, eso sí tras nueva caída. ¡Qué antagonista, Dios mío! El Sansón velillense, siempre desde fuera, retorcido en los cites y despatarrado después le enjaretó una primera a derechas y otras, después, a izquierdas, con el pico ambas y para fuera. Fenomenal. Se ve que lo iba haciendo para dominar a la fiera corrupia. Mucho más fuera todavía en la siguiente, al natural, por fin decidió meterse al toro para dentro, ¡albricias!; por fin se soltó la melena el poderoso diestro de Velilla, y siguió con sendas tandas a derechas con el hermoso toreo de pata atrás y retorcimiento para –en vez de cargar la suerte y forzar el camino al bicho- dejarle paso franco a éste, retroceder y situarse siempre en la oreja en el cite (fantástica respuesta popular). Unos circulares para animar el final, propios del recinto ferial de cualquier localidad de 500 habitantes, con el bicho a su aire de nuevo, y desde muy lejos, cuarteando a la entrada para salvar la cabeza del animal, y con salto incluido, un perfecto “julipié” dejando una estocada caída pero entera. Petición justita y concesión de oreja ante los gritos de los peticionarios, que es como se conceden hoy en día las orejas… porque pañuelos, menos de un tercio de la plaza. Por cierto, ¡qué bien atiende el palco estas peticiones y qué mal las mismas de que se devuelva alguna cucaracha inválida! Paradojas de la fiesta, no importa cabrear al personal… pero cómo vamos a hacerlo con el diestro…
El segundo de Julián y tercero de la tarde, se llamaba Religioso (521 kilos, castaño ojo de perdiz, bastante poca cosa también, raro o algo más de pitones, manso, sin clase y de poca casta). De salida le dio unos lances despegadísimos, ¡no importa, hombre!, el caso es que se los dio… pero decidió que el esfuerzo de capotear ya era suficiente para su poca crecida melena y a partir de ahí, ni un quite competencial alguno, ni en sus toros, ni en los de su compañero. Bastante había tenido con dar unas a modo de chicuelinas a compás abierto (¡qué aberración si las da José Tomás…!) en el segundo, enseñando tantísimo trapo a un lado del cuerpo que el liliputiense de Garcichico hubiera podido pasar por Ruzafa, o por Alcira, si se presta. Dicho lo cual retornemos al hilo. Al relance (¡olé la lidia salerosa!) toma una primera vara en la que cabecea, empuja con un pitón y sale suelto, y casi de idéntico modo un segundo encuentro. La fiera infundía pavor, más aun cuando se duele en banderillas. Lo toma Julián genuflexo tras brindar al público, llevándolo bien, pero bajándole tanto la mano que el toro lo acusa una barbaridad, y sigue –ya de pie- con la misma película precedente, toreo descolocado, fuera de la rectitud, cabiendo un trolebús entre ambos y periférico siempre. A la gente le encandila lo visto y se pide música desde antes de que coja incluso la muleta. Al toro le cuesta seguir el engaño… quizá es que no lo viese… y sigue doliéndose. La zurda la lleva ya el Juli a media altura y pese a ello el toro la sigue a regañadientes, y al coger la derecha viene una nueva lección de ética y tauromaquia contemporánea, de la de quitarse y ponerle el trapo en la oreja, rematando la serie con molinete, giros en la cara y dos pases de pecho para la primera ovación del respetable en este toro. ¡Qué bonito es lo accesorio! Doblado cual alcayata le enjareta desde la lejanía una tanda a izquierdas, el toro se complica y como no está para alardes de dominio, cambia de mano para repetir la hazaña (fuera, despegado y para fuera). Sigue trabajador, algo eléctrico siempre, con técnica indudable pero para… sumen y sigan. Vuelve a entrar como antes a matar, y cobra… hasta tres pinchazos antes de una estocada trasera y caída. Silencio sepulcral e inicio de la merienda. Había que conseguir la oreja como fuese del quinto, Lechuguero por mote (un novillo de poco cuajo de 507 kilos, negro de pelo, manso, descompuesto y rajado). Y a fuer de ser sinceros es ahí cuando le veo los lances de mayor mérito de su tarde, aunque fuesen dos series casi perdidas en la inmensidad de la nada. Lechuguero busca de rodillas la verdura hortelana dos veces antes de que salgan los del castoreño, otra más cuando sale de la primera vara, otra en banderillas, tres más durante la faena, ¡no se puede hacer más honor a su nombre! Julián le levanta la mano –no para amenazar, sino para evitar caídas- y ni le toca con el capote por si las moscas… A un vecino de localidad un “julianista” –o “julero”- le increpa por protestar que el bicho no tiene ni trapío ni fuerzas… y hay que acudir al quite mientras Lechuguero se da el primer batacazo. La obviedad de aquello termina por levantar las protestas generales para un palco de oídos sordos en este caso. El bicho llega sin fuerzas y descompuesto a la faena, a su aire, y Julián lo pasa despegadísimo pero intentando encelarlo en el trapo; parece que lo consigue y, siempre desde fuera, le encadena una tanda con paso atrás, y primer ademán de rajarse de la cucaracha. Llegan dos naturales buenos, por fin, los primeros de la tarde en el quinto, no sin citarle desde Las Batuecas y despegado, y el lamelibranquio se raja otra vez. ¡Qué casta, por favor! Vuelve a rajarse, recula y se marcha por dentro del tercio, y ahí es dónde veo el poder de Julián, sujetando en dos series al bicho que no quiere sino irse del suplicio tártaro, con técnica y a base de ayudados, para luego cambiar sucesivamente de mano y darle siempre los adentros. Bien. Hombre, ¿parece poca cosa, no? ¡Qué exagerados son algunos! Con idéntica técnica ejecuta sendos “julipiés” (desde muy lejos, cuarteo, se mete pasado los pitones, da un salto y…), el primero para un pinchazo y el segundo para una estocada trasera y caída. Y sin petición suficiente, y con muchas protestas, el “presi” concede el obligado segundo trofeo quitándose los tapones de los oídos con los que no tuvo a bien escuchar las protestas a la presencia infame de la cochinilla aquella. ¡Bravo!

Empaque de Manzanares al final del muletazo después de citar desde las Kimbambas. La foto es de Madrid, pero podría ser de cualquier parte (Foto: lasventas.com)
Lo de Manzanares se resume más rápido. Su primero se fue a los corrales tras los bueyes por insuficiencia cárnica, falta de sustancia córnea y debilidad extrema. ¡Qué bonito es que los espadas escojan sus toros…! El bis, de Garcigrande, se llama Baboso, muy propio de la vacada y consecuente con el encaste (488 kilos, castaño, pequeño, bajo y cortito… ¿no tienen ustedes reloj de bolsillo donde enganchar el dije?; un novillín manso y rajado ni apto siquiera para coso de tercera). Con pocas fuerzas admite unos lances trapaceiros del de Alicante, es puesto al relance a los caballos sendas veces y no le pican por si acaso vale para algo… malo. El escarabajo de la patata aprieta siempre hacia toriles en garapullos y Manzanares no lo aguanta fuera de su querencia ni una sola tanda. Fantástica demostración de poderío. Siempre muy fuera, cabiendo dos toros más entre el lidiado y el cuerpo del espada, el bicho circula a su aire por las inmediaciones del diestro, con un único atisbo de sacar genio en la tercera serie. Cada vez se cierra más sobre tablas, y como no hay mando alguno y todo se hace a media altura, se pega a tablas (pese a que lo saca una vez de ahí, volvería al segundo muletazo), y al fin ha de entrarlo a matar con el bichejo aconchado en ellas. Le cita, el toro parte y por los adentros deja una estocada arriba al encuentro (aguantando). Ovación. El cuarto es de este mismo hierro, Contador de nombre (509 kilos, castaño, una res sin remate alguno y sin culata, astillado y escobillado de salida del pitón zurdo…, pero que al menos saca casta, embiste y casi cumple en los caballos, un toro de ovación en el arrastre). Manzanares, incapaz de hacerse con el bicho, lancea en paralelo de salida, y sigue siempre muy fuera, despegadísimo y distanciado casi todo el trasteo. Muchísimos parones en la faena, entre tandas o dentro de ellas… probablemente para cavilar por dónde meterle mano a aquello que embiste, ¡Dios santo, habrase visto tamaño pecado de lesa tauromaquia contemporánea! Con mucho más toro que torero, intentando cortar el ímpetu de la res con remates bruscos por bajo, sacando la muleta por bajo de la oreja para hacerle doblar el espinazo, la faena transcurre entre detenciones sin cuento. La muleta siempre a un lado, él por allá, por la Sierra de Mariola o por Guadalest, insiste hasta la saciedad porque apenas hay respuesta popular. Entre el cúmulo de pases, hay dos derechazos en los que tira de verdad del toro y lo lleva toreado, ¡albricias!, pero sólo es un espejismo. Acaba la faena enganchadita, tocando el trapo el astado en casi todos los lances pero sin excesos que conviertan aquello en banderazos. Oirá un aviso mientras le deja una casi entera (que ahonda el peonaje, ayer desconocido de formas) bastante tendida y trasera. Una oreja sin petición le regala el palco, y Manzanares recorre el círculo sin chaquetilla…

Célebre imagen de Manzanares en México. Así son los toros que lidian las figuritas, ¡qué calamidad! (Foto: opinionytoros.com)
En el postrero arrecia la bronca. La cucaracha es indigna de novillada de pueblo, sin cuajo, pequeña, sólo con dos pitones. La gente se encrespa, el palco hace nuevos oídos sordos, porque sólo está a la concesión de trofeos. Contento es un lepidóptero de 481 kilos, negro y feo, manso y descastado. Arrecian las protestas, esto podría llegar a ser el Madrid de hace treinta años. Como si nada. O mejor dicho, nada de nada. Nada con la capa, el insecto se encela con el peto (Manzanares busca que terminen de matarlo para no tener que hacerlo en persona, y no hay nadie que lo saque de veras), y en el segundo encuentro sale suelto; llega sin fuerzas a la muleta, rajándose en la segunda tanda, y entre unipases y toreo para afuera, siempre muy despegado, la gente le exige la muerte en la siguiente. Dicho y hecho: dos pinchazos bajos y una entera caída… para rubricar un fantástico mano a mano, “pleno de competencia y con ganado de garantías”. Tauromaquia contemporánea cantada por los juglares del sistema.

Uno recuerda a un forzudo español de los años 50 y 60, de nombre artístico Hércules Cortés (muy taurino de nombre propio, Alfonso Carlos Chicharro Lamamie de Clairac), tradicionalista como su padre y hermanos, un hombretón simpático y agradable de 1,91 metros que llegó a ser campeón de peso pesado en España y mundial de lucha libre, y que aparecía en ferias –e incluso en televisión-, haciendo alardes de fuerza, arrastrando autobuses o ganando un sinfín de pulsos a lugareños esforzados. Algo que siempre tenía un sabor y trasfondo del mismo amaño o tongo boxístico, o de lucha libre, de los combates en el Campo del Gas y otros lugares anejos. Parece que lo hemos trasladado a la tauromaquia para solaz y recreo de los lugareños de hogaño. ¡Enhorabuena!

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