Estos pasados días invernales, a la espera de la
resurrección peninsular del espectáculo, he tenido ocasión de repasar algunos
libros, folletos y revistas de toros con el olor añejo de lo antiguo en tantas
ocasiones. Es momento para la reflexión –excepto que el cielo se nos caiga
sobre la cabeza…, o la carpa, como dirían los galos de una archifamosísima
aldea- y nada mejor que mantener la afición recurriendo a la lectura, al estudio
o a las conferencias para mantener fresca y viva la afición.
Uno de esos folletos que he repasado, que ya voy
considerando como rarillo, es una conferencia que Antonio García Ramos dictó en
Ciudad Real hace más de tres décadas; el folleto, editado por la Federación
Taurina Manchega en 1977, lleva el sugerente título de “El espectáculo más nacional es el
menos estatal”. En él, al margen de abordar la dejadez secular que la administración
española ha tenido para con los toros, el autor abordaba tres temas curiosos:
la posible creación de una reserva taurina, con distintos encastes, por parte
de la Administración, el sugerente (aunque poco realizable) tema de las
apuestas taurinas en forma quinielística, y la falta de un organismo estatal
específico que pudiera abordar globalmente el asunto taurino a imagen de la
Federación Española de Fútbol.
No hemos de entrar en estos asuntos, pero sí
quiero traerles unos textos que demuestran que entonces ya se tenían por
ciertos muchos de los males que hoy aquejan a la ganadería brava y que nada se
ha hecho –ni han hecho tampoco las asociaciones ganaderas- en el asunto. Antonio
García Ramos, ilustro para los aficionados más jóvenes, fue no sólo abogado de
renombre, funcionario de carrera, doctor en derecho, periodista titulado, escritor
y crítico taurino en diferentes medios, propietario de una gran biblioteca
taurina y miembro destacado de la Unión de Bibliófilos, sino que alcanzó por
méritos –algo que entonces no era infrecuente- ser Gobernador Civil. Total…
casi nada.
Pues bien, en el primero de los temas,
diagnosticará preclaramente:
“El
verdadero toro de lidia español está en franco proceso degenerativo, pues se
crían ahora, con una preferente finalidad comercial, cornúpetas más nobles que
bravos, por lo que el purasangre de lidia está en trance de desaparición. Es de
elogiar que, durante tres centurias, los ganaderos españoles, sin ayuda estatal
[ni europea, añadimos nosotros ahora], sobre
la base del primitivo toro ibérico, consiguieron una raza bovina única en el
mundo. Pero los apoderados de las figuras del toreo han logrado, en medio siglo,
que la mayoría de los criadores de toros de lidia no los manden al redondel
para que sean dominados artísticamente por los espadas y sus cuadrillas, sino
para que se luzcan con la muleta los matadores [fíjense que dice sólo con
la muleta, apostillo] y puedan cortar
cómodamente las orejas, sin que importe el prestigio de la divisa”.
La suerte de varas en los inicios del peto (Foto: blog "larazonincorporea") |
Soberbio diagnóstico que hace 35 añitos de nada…
ya asomaba como una realidad insoslayable: el criador se había plegado a los
deseos de los coletudos –postizos- y había transigido ya con la crianza de una
res noble, sosa y “colaboradora” antes que continuar con la del incómodo toro
verdaderamente bravo y encastado. ¿Desde entonces, cuántas veces puede haberse
repetido ese mismo diagnóstico? Nosotros lo hemos dejado por escrito en infinidad
de artículos, algún que otro libro y decenas de crónicas, pero ni somos los
únicos ni –con seguridad- los que lo hayamos hecho más brillantemente.
Sigue García Ramos comentando:
“Se han uniformado
las reses para los cosos, tanto en trapío como en temperamento. Todos los
astados de pelo negro [hoy, con el enorme predominio domecq, al menos se ha
abierto el espectro de capas] y cuernas
reducidas sin que se pueda ya por su exterior determinar ramas genealógicas
[algo que es una verdad como un templo, por más que haya siempre sus
excepciones]. Y en cuanto a sus
condiciones de lidia, todos los cornúpetas igualmente pastueños. La actual
uniformidad de la bravura, buscando la condición de pacífica para el torero, es
el peor mal no sólo para el presente, sino sobre todo para el futuro de nuestro
espectáculo nacional.”
Antaño a los toros se les distinguía por su trapío. Estos son del onubense José Carvajal, para la modesta Vista-Alegre, allá por 1915 |
Grandes
verdades que ya entonces pesaban como graníticas losas sobre la fiesta nacional,
o de los toros, como gusten. Y con candidez de aficionado –recuerden que Luis
Fernández Salcedo siempre defendió, y lo escribió en el colofón de alguno de
sus interesantísimos libros, que el 28 de diciembre tienen su onomástica todos
los aficionados- abogaba porque…
“se recobre el purasangre de lidia y estimo
que esta tarea compete exclusivamente al Estado, que debe crear de inmediato
una ganadería oficial, no sólo para reserva, sino también para experimentación”.
Ilusión,
si no vana, sí al menos utópica que jamás, por desgracia, habrá de verse
cumplida. No era el único que abogaba por aquello, sino que cita, en su apoyo,
las voces y escritos de Nicolás Salas, Mariano Rubiera, Sánchez Canales, Díaz
Manresa, Don Justo, Campos de España, José Antonio Valverde (director entonces
de Doñana), Manuel García Aleas (secretario de la UCTL), Domingo Ortega, Victoriano
Valencia, Gregorio Marañón Moya… y tantos otros de aquel entonces que
igualmente se verían defraudados por la espalda que, como respuesta, ofrecía la
Administración al servicio de todos… los políticos.
Como
era más bien realista, no dudaba en afirmar:
“A los ganaderos de bravo –negocio poco rentable-
no podemos pedirles más romanticismos y que una minoría sigan criando toros con
temperamento [igual que ahora, insisto], que luego no se los compran sino a bajo precio y para corridas
modestas. Pues lo mismo que han conseguido el borrego de lidia, con mayor
criarían el toro con mucha vitalidad [no sé si pecaba de exceso de
optimismo]. La atinada frase de Antonio
Pérez Tabernero: «Si los toros que se caen se
pagan más que los que no se caen, los toros seguirán cayéndose», lógicamente cambiaría por la de «Si los toros que
no se caen, se pagasen más que los que se caen, los toros no se caerían».”
El toro de hoy para las figuras de hogaño: justo -o menos- trapío, poca casta y nulas fuerzas... y eso que quizá podrían con otras cosas |
Fíjense,
insisto una vez más, en que liga la falta de casta, la borreguez, con las
caídas, algo hoy científica y estadísticamente comprobado y en lo que he hecho
hincapié en más de una ocasión. Sigue García Ramos:
“Las ganaderías de astados para la lucha en
los redondeles se encuentran actualmente en una situación de extrema gravedad,
ya que su selección se realiza, por imperativo del mercado, hacia una
finalidad, la de eliminar poco a poco la verdadera bravura –el celo acometedor-
, para lograr una embestida de sangre de horchata, muy cómoda para el torero
[que no moleste, diríamos hoy], pero de
muy aburrida lidia para el espectador. Antaño no daban idéntico juego los
astados de la Mancha, Colmenar o Andalucía, pues eran de distinta condición: bravucones,
celosos, abantos, bravos, revoltosos, mansurrones, etc. Se ha «afeitado» la casta y la nobleza se ha
transformado en docilidad. Con exageración. Pasó a la historia el toro y el
toreo antiguo. Pero tampoco es admisible el abuso de hoy, el toro demasiado
colaborador, en certera frase de Luis Bollaín. Pero al menos consérvese la
bravura en su pureza, no para vender para el ruedo, sino como reserva. Lo mismo
que en Doñana hacen con el águila real y el lince o en Gredos con la «capra hispánica». Porque en trance de extinción
está asimismo el purasangre de lidia”.
Palabras
escritas en, un ya lejano, 1977 que siguen resonando hoy en nuestros oídos, que
continúan teniendo plena vigencia, que están de plena actualidad. El toro de
lidia, su bravura, su casta, su acometividad son los grandes males que, por su
ausencia mayoritaria, aquejan hoy de astenia a la fiesta. Sobran ya
diagnósticos hay que poner manos a la obra y comenzar de una vez con los tratamientos.
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