Así titulaba un interesante artículo Luis Navarro en la
revista taurina “Arte Taurino” (Año V, núm. 103) allá por julio de 1915. La
fecha no es baladí, porque nos habla del diestro de Gelves y de su
interpretación de una de las suertes centrales de la tauromaquia con muleta en
los mismos inicios de su carrera como matador de toros (recuérdese que tomó la
alternativa el 29 de septiembre de 1912, y que por lo tanto apenas llevaba dos
años y medio de espada de alternativa).
Merece la pena que destaquemos y glosemos algunos de los aspectos del
mismo, para entender cómo lo ejecutaba el gran Gallito, y como de ahí surge una
nueva concepción de la tauromaquia que sentará las bases de la actual, con mucho
mayor fundamento que –permítanme la discrepancia general- lo que a su vez
realizara el gran Belmonte.
Joselito, al natural, en el libro de Gregorio Corrochano "¿Qué es torear?" |
Serviría, asimismo, para justificar en buena medida la labor
del menor de los Gallos, entonces ya
atacado por buena parte de la prensa escrita por sus manejos taurinos, su
rápido encumbramiento y las excepcionales dotes que le hacían sobreponerse a
cualquier otro lidiador del momento, Belmonte incluido –al menos en la mayor
parte de las tardes en que alternaban-.
Comienza el autor por sentar algunas bases:
“El pase natural es la suerte cumbre del toreo de muleta. El pase más
airoso, el más bonito, el más artístico, el más gallardo, el más difícil. Por
esto se ve tan pocas veces ejecutar”.
Téngase en cuenta que el toreo de muleta, todavía en 1915 se
encuentra en proceso de definición, de concreción –mejor dicho-, sirviendo en
la mayor parte de los casos para colocar la cabeza del bicho, desgastarle lo
necesario y poder cuadrarle para la muerte. Es cierto que ya entonces se
ejecutaban lances –incluidos los naturales- y se desarrollaban faenas
completas, pero faltas de una unidad, de un verdadero hilo conductor, sin
ligarlos en series de forma habitual. En más de una ocasión esas faenas se
componían de decenas de lances –lo habitual eran faenas de dos o tres docenas
de muletazos a lo más-, pero sin que guardaran más estructura que la necesaria,
siempre en función de las cualidades del toro, y con poco –y a veces nulo o
escaso- afán artístico. Sin duda era más importante el fin que el medio,
conseguir someter a la res, bajarse los humos, ahormar la cabeza y cuadrarlo que
ejecutar los lances de forma más o menos graciosa, artística, primando la
técnica y el riesgo por encima del componente estético. De ahí la importancia
que concede nuestro redactor a ese aspecto, resaltándolo con términos como airoso, bonito, artístico o gallardo, pero
reconociendo su innata dificultad, de lo que resultaba la escasez con que se
veía ejecutar.
José en Málaga (28-II-1915) con un toro de Murube |
No es que nunca se hubiera ejecutado el natural conforme a
los cánones que se imponen ya desde las tauromaquias más añejas, desde la de Pepe-Hillo o Montes, sino que era un
lance ocasional, muchas veces sin quietud y sin gusto y sólo excepcionalmente
ligado. Pasa por ser Cayetano Sanz el diestro que conseguiría, mediada la
década de los cincuenta del siglo anterior –el XIX-, ligar, unir, sumar, varios
naturales a un mismo toro… y ya se había olvidado casi por completo (Corrochano
copia una revista de 1872 ilustrando, precisamente, este aspecto del diestro
madrileño; yo lo he visto también casi dos décadas antes). También Lagartijo el grande lo había hecho, años
después, como Guerrita, o el mismo Bombita, pero sin la continuidad que
José lo hará en su día, sin el afán que Gallito
pone en darle continuidad a las incipientes series, algo que puede verse como
documento de arqueología taurina en las imágenes de la corrida de los siete
toros de Martínez del 3 de julio de 1914 en Madrid. Navarro, a este respecto, traerá a colación
otro de sus resurrectores, y comentará:
“El pase natural, que arrinconado y olvidado yacía mustio, cabizbajo y
triste fue resucitado por Vicente Pastor, el bravo torero madrileño, que con él
armó una formidable revolución. Pastor citaba quieto, gallardo, (gallardo, sí,
con su brava e inimitable gallardía), la muleta ávida con la siniestra mano a
la altura de la cadera. Al arrancar el toro, el diestro tendía la flámula, la
adelantaba, giraba suavemente la muñeca hacia atrás y quedaba en disposición de
repetir el pase. Que es su mayor dificultad. Porque uno solo de estos pases no
es muy difícil ejecutarle. Pero varios, en la diversidad de terrenos en que
forzosamente han de hacerse, presenta dificultades casi insuperables”.
Gallito chico en la tercera de Madrid de 1915, natural a uno de don Matías Sánchez |
Véase como el vallisoletano autor del artículo, hace
hincapié en la dificultad de ligarlos, buena prueba de que por entonces apenas
se conseguía muy de tarde en tarde, elogiando al “Sordao Romano”, más que a
otros grandes de la primera década del XX –Rafael el Gallo, Machaquito, Bombita, Bienvenida, Cocherito, el
propio Gaona o cualquier otro- por aquello en más de una ocasión. Y nos
describe la suerte, de forma algo rudimentaria –por el momento- pero con más de
un detalle que merece destacarse. Así, por ejemplo, el cite con la muleta a la
altura de la cadera, para adelantar el trapo una vez el toro se arranca y
llevarlo toreado, antes de despedirlo con un obligado giro de la muñeca. Algo
que es perfectamente ortodoxo. No habla, aun, de colocación del diestro, ni de
cargar la suerte tal y como hoy lo entendemos (no tanto como antaño se hiciera,
acompañando con el cuerpo el giro que se imprimía al recorrido del astado),
pero sí de la necesidad de rematar adecuadamente el lance para poder hilar las
suertes. El sentido y la trascendencia de la ligazón, aunque fuera vista sólo
de forma excepcional, ya existía en la conciencia de los aficionados de la edad
de oro. Si nos fijamos en la definición de la suerte que nos ofrecerá
Corrochano, recordando a Joselito, vemos como buena parte de su ortodoxia está
presente en esta descripción de Navarro.- Dice el cronista de ABC (“¿Qué es
torear? Introducción a las tauromaquias de Joselito y Domingo Ortega”; Madrid,
Revista de Occidente, 1966) al respecto de la suerte: “Lo escolástico es tomarle de frente [al toro], girar hasta ponerse de perfil en el centro de la suerte, seguir el
giro acompañando al toro y rematar de frente, para seguir engarzando la faena,
que es una sucesión ininterrumpida de pases”; y líneas más abajo comentará al
hilo de la tauromaquia de Paquiro: “Son, pues, dos normas fundamentales,
colocarse de frente y cargar la suerte…” (pp. 142-3); y más adelante
seguirá comentando: “uno de los defectos
fundamentales de que adolece el toreo actual es la falta de ligazón o
continuidad. Las faenas cortadas, interrumpidas, quitan emoción, restan eficacia
y suelen acarrear no pocos disgustos cuando se está en presencia de un
verdadero toro” (pp. 151-2).
Joselito en la quinta del abono madrileño frente a una res de Gregorio Campos |
Para nuestro articulista, después del gran Vicente sólo dos
diestros lo habían conseguido con cierta regularidad:
“Luego de Vicente Pastor, quienes más frecuentemente ejecutan ese pase –esos pases- son Joselito y
Belmonte, que le hacen con tanta limpieza que han llegado presque a la suma perfección”.
Permítaseme subrayar, de nuevo, un par de realidades;
primero, son José y Juan, sus máximos artífices en aquellos años, muy
destacados por encima de cualquier otro; segundo, el escritor subraya que se
trata de “pases”, en plural,
destacando la importancia de ligarlos en series, en tandas regulares; y
tercero, que ambos diestros sevillanos lo ejecutaban “con tanta limpieza que han llegado… a la perfección”, esto es, con
técnica y temple, sin enganchones, ni suciedades, y, como veremos, con quietud
máxima durante el mismo.
Y vuelve el autor a defender su idea original:
“Dícese con gran frecuencia que Gallito usa en esta suerte de enorme
ventaja, consistente en extender y aumentar el tamaño del engaño con el
estoque, que en él se apoya. Y no. No es exacto.
Joselito inicia el pase natural teniendo la muleta en la correcta y
precisa posición. Ejecuta así el primero, y el segundo tiempos de la suerte [el
cite y el embarque, adelantando el trapo]. Y en el terreno, suavemente, da un
ligero golpecito con la punta del estoque en la parte de la muleta que más
cerca está del torero. Tiene esto por objeto que, al moverse la tela en su
parte más próxima al diestro, el toro distraiga su atención para concentrarse
en ese punto y se revuelva más prontamente para así `poder más fácilmente
repetir la suerte.
Pero esto no implica, cual quiérasenos hacer creer, un aumento en el
tamaño del engaño. No hay tal. Además, de que
si así fuese –y es para que veáis la extremadamente débil salida de ese
argumento- en cambio del tamaño aumentado del engaño, el espada no podría
estirar el brazo izquierdo tanto como con la muleta sola, con lo que se
hallaría la compensación”.
En San Sebastián, en la corrida que toreó en solitario toros de Santa Coloma el 22 de agosto de 1915 |
A José pues, los puristas le achacaban ayudarse con el
estoque, pero lejos de ello, le servía para fijar la atención del toro, que no
se le fuera demasiado hacia las afueras, y que al girar con un radio más corto,
quedara el toro más o menos colocado para ligarle el siguiente muletazo. No le
servía, como algunos querían hacer ver, para aumentar el pico y presentar una
muleta de superficie más extensa, sino para fijar la mirada de la res en la
parte interna de aquella, la más cercana al lado izquierdo del torero. Recuérdese
que entonces se estimaban que naturales eran los dados con la zurda, de forma
más general, aunque ya hubiera quien defendiera que era lo mismo con una u otra
mano; Corrochano, por ejemplo, también lo apuntará: “La mano de torear al natural es la mano izquierda. Pero no todos los
pases que se dan con la mano izquierda son pases naturales” (op.cit., pp.
159); no habremos de extendernos más en ello por ahora. En cualquier caso,
defiende el autor, que aun usando de aquél recurso podría ser compensado por la
falta de amplitud en el desplegado del brazo zurdo, con lo que el bicho se le
ceñiría mucho más al no poder despedirlo tanto. Quizá sea casualidad, pero en
las películas de José que se conservan –y quedan más que de ningún otro de sus
contemporáneos- he visto muy pocas veces el recurso de ampliar el trapo con la
punta del estoque, lo que sólo debía utilizar en el momento adecuado, cuando el
toro no tuviera muy buenas condiciones en la muleta; no es, pues, vicio habitual,
ni recurso general, en las fotos que hemos encontrado de este año, sólo en menos de la mitad aparece haciendo aquello. Sin embargo, el artículo, como ahora en estas páginas, está
presidido por un estupendo natural, de los de entonces, de Joselito a un toro de Contreras, en el que puede comprobarse el
aserto de Navarro.
En Madrid, en la décimoquinta del abono de 1915, frente a otro santa-coloma |
Corrochano, en la experiencia sumada de al menos cuatro
décadas de escribir y ver toros, dirá en su interesantísima obra (más dedicada
quizá a glosar el toreo de Belmonte, que los de Joselito u Ortega a los que anuncia en portada): “¿Cómo es el pase natural? El torero se
coloca frente al toro, midiendo la distancia por la bravura, el poder y los
pies –ligereza- del toro. Así se hace el cite, y si el toro está muy aplomado,
si fuera preciso, le adelanta la pierna contraria, o sea la derecha… y entonces
el torero, adelantando un poco la mano izquierda, como si hiciese el quite a la
pierna derecha, embarca al toro en la muleta…, se lo trae, se lo pasa por
delante, mientras va girando la cintura al compás del toro y del pase,
acompañando al toro en el viaje”. Y dirá un poco más adelante: “Una vez que el toro ha llegado al centro del
pase, se caraga la suerte sobre la pierna izquierda, y se va levantando el pie
derecho, que al rematarse el pase avanza
en un paso [el subrayado es nuestro] y se queda en posición, colocado para ligar el pase natural siguiente”.
Y el mismo don Gregorio, en el párrafo siguiente de su tauromaquia de Joselito y Domingo
Ortega apostillará: “Ligar, unir,
empalmar, no cortar, no romper el toreo en pases sueltos, torear”. Nos
recuerda la época dorada del toreo en el párrafo siguiente: “A Gallito y Belmonte… nunca les vimos ligar
más de cinco naturales seguidos. Por excepción, recordamos que una tarde dio
Gallito siete pases naturales a un toro de Gamero Cívico, únicos de que se
compuso la faena. Pero fue en un afán de superación, porque se le había
reprochado que se iba olvidando de la mano izquierda. Cinco dio Belmonte en
aquella corrida de la Beneficencia de Madrid, y de cuyos pases, magníficos,
tanto se habló” (pp. 165-7).
En el toro de Contreras de 1915 que ilustra el artículo de Luis Navarro |
José, analicemos la imagen o alguna de las que acompañamos
estas líneas, ha citado al animal de frente, algo cruzado con el toro, llevando
la mano algo alta pues aun no se ha impuesto el toreo por bajo ni en capote ni
muleta, excepto en el toreo de castigo, magistralmente ejecutado por José
(véase lo que menciona Corrochano al respecto, pp. 170 y ss.). Véase, en la
foto, la posición de los pies y cómo el derecho ya se apoya apenas sobre la
punta, buena prueba de que el muletazo se prolonga y gira en semicírculo sobre
el cuerpo del espada. Éste está cargando la suerte, tanto en el concepto
antiguo –acompaña con el cuerpo y los brazos el movimiento del muletazo para
darle hondura- como en el moderno –fija la pierna izquierda, pues torea al
natural, hace girar al toro sobre aquella a la par que vuelca el peso del
cuerpo sobre la misma-. Extendiendo el brazo hacia atrás, está iniciando el
remate ya del lance, despidiendo hacia su espalda al toro, quizá no tanto como
pudiera hacerse desde los años cincuenta para acá, pero mucho más que cualquier
diestro de su época. Fíjense en cómo el
toro no ha seguido una línea recta, sino
que se le ha forzado su recorrido –y espina dorsal- en un movimiento
curvilíneo, lo que supone obligación, mando, poderío. Quizá, por poner un pero
a estas imágenes, todas de 1915 y sacadas de la revista “Arte Taurino”, lo
único que echemos en falta sea que la muleta vaya más planchada, pero es que
entonces la franela no tenía aun la armazón y apresto que hoy posee –lo mismo
sucede con fotos de Belmonte-, y, por otro lado, fue Juan el que acabaría por
imponer su sentido del temple a José y todavía estamos en 1915. Y por último, y para no prolongar más este
artículo, reparen en la gallarda postura del diestro, firme la planta, fijos
los pies en el suelo, natural el movimiento, erguido y sereno el cuerpo,
esbelta la figura; torear, en definitiva, es naturalidad…
Rafael:
ResponderEliminarSensacional y excepcional artículo. Merece la pena leerlo despacio y disfrutarlo.
Un cordial saludo
Rafael:
ResponderEliminarUna cosa me llama la atención (creo que lo he comentado alguna vez) y es como Corrochano pone por iguales a Joselito y Belmonte en lo de ligar naturales (dice que lo hacían por excepción) cuando én José era lo habitual (según Cossío lo que corrobortan las crónicas de la época) y en Juan un raro acaso.
Un saludo
Rafael:
ResponderEliminarSigo...
Otro tema es el ayudarse en el estoque. Muy interesante lo que dice el arículista y que denota un conocimiento técnico poco habitual.
Evidentemente, lo primero que se piensa es que el estoque sirve para alargar el tamaño de la muleta (como el pico serviría para alejar al toro del cuerpo del torero).
Sin embargo, estoy por creer que igual que el pico se utiliza hoy -en la mejor ejecución de la suerte- para acercar (y no alejar al toro) resulta pausible pensar que el estoque lo utilizara Joselito para mejorar el trazo del muletazo y ¿porqué, no? hacer volver al toro y facilitar la ligazón de los mismos.
Y un detalle importante que como le protestaron eso, dejó de hacerlo a partir de una determinada tarde (lo cuenta también Cossío) y ya no volvío a ayudarse con el estoque nunca más (detalle que nos permite datar con precisión las fotos de este grandioso torero).
Un abrazo