Tal es el título de un reportaje que Carlos Luis Olmedo realizara en 1907, y en la revista "La Fiesta Nacional", en la ganadería del Conde de Santa Coloma.
El reportaje es interesante, porque en él nos salen varios nombres muy conocidos que explican parte de la historia y relaciones de los ganaderos de aquellos años. Junto al Conde de Santa Coloma encontramos al marqués de Saltillo -que le había vendido sementales y alguna vaca al conde para que los mezclara con lo ibarreño desde el principio-, también a Manuel Fernández peña, yerno de Tomasa escribano, viuda de Murube, responsable de que esa mitad de Ibarra fuera a parar a manos de don Enrique Fernández de Queralt y Maiquieira -nuestro conde-, asimismo a Fernando Parladé -en traje de calle siempre, a pie, y habitualmente con pocas ganas de subirse a un caballo para realizar faenas camperas, pero dispuesto a ver cómo salían las primeras reses del cruce de lo de Ibarra con Saltillo (no por nada él había adquirido esa otra mitad de la vacada de Ibarra en 1904)-, a su hermano Enrique Parladé -afamado caballista y hermano a su vez, como el anterior del Conde de Aguiar, que había tenido ganadería de bravo a su vez-, a Juan y Ángel Muruve -así con v se escribía entonces, ambos de la familia que conservaría el núcleo de lo de Arias de Saavedra y de la que partiría antaño la vacada de Ibarra o la de Núñez de Prado, por ejemplo-, Eduardo Miura -huelgan comentarios- y otros amigos.
A todos les interesaba ver cómo salía el cruce, cómo se comportaban estos machitos de dos años muy probablemente procedentes ya de la mezcla -si se habían echado los sementales de Saltillo en el mismo 1905, en primavera- o los últimos de la pura casta ibarreña si sus hermanos mestizos aun anduvieran por el año. Y puestos a ello, nada mejor que disfrutar de un día de campo, con unas faenas de acoso y derribo por medio, algo de lo que presumían varios de los presentes como expertos.
Como caso curioso para los días que corren, esa porción de erales -35- dejó tendidos hasta seis caballos muertos, fruto del coraje y acometividad que demostraron ante el tentador, y fueron numerosas las caídas que produjeron. Los toros del Conde apretaban de lo lindo, hasta el punto de que más de una vez, desbarataron el rodeo, e incluso apuraron a los que, desde la lejanía del rodeo, contemplaban la escena, tirando cornadas y derrotes.
Les dejo, pues, con el relato de Olmedo, que fue también el responsable del reportaje gráfico -con la calidad de entonces, lamentablemente-, para que disfruten de una tienta en casa de Santa Coloma.
"Eran las seis de la mañana, cuando la indecisa luz del crepúsculo
matutino, dibujaba
trabajosamente, sobre la tersa corriente del
Guadalquivir, la silueta del vapor Bajo
de Guía, que soltando sus amarras
se deslizó suavemente r(o arriba, llevando
a su bordo a los invitados por el aristócrata
ganadero, Conde de Santa Coloma, para asistir
al tentadero de sus becerros: treinta y seis animalitos
con tres años, muy buenos mozos y muy bien hechos. Al salir el buque
del puerto, caminó a un andar de once millas,
dejándonos en el desembarcadero del Bajo de la Bola, a ocho leguas de
Sevilla, a los siete cuartos de hora de la
salida. Cuando saltamos á tierra, ya esperaban á la orilla, los caballos que
habían de conducirnos al Reboso,
lugar destinado para la faena y los conocedores, ayudas, cabestreros y garrochistas
de los ganaderos Conde de Santa Coloma,
Marqués del Saltillo, Miura (don Eduardo) y Parladé (D. Fernando).
Figuraban también en la expedición, el
marqués de Tablantes, D. Enrique Parladé, D. José Agüera
(diplomático); D. Juan y don Ángel Muruve, don
Manuel Fernández Peña, D. Camilo Riu poli, D. Carlos Sánchez
Pineda, el marqués del Saltillo, D. Fernando Parladé y D. Ramón Ramos y Gómez.
Al
lado allá de la choza de Alonso, el guarda del Reboso, habíase colocado el rodeo, los
cabestros con los novillos para la tienta y como á dos kilómetros, por la
parte del Este, el lugar donde se colocaron garrochistas é invitados para
amparar al tentador.
El Reboso es
una inmensidad de terreno llano, situado en la Isla Menor, muy á propósito para
hacer la faena de tienta á campo abierto.
Esta
dio comienzo tan pronto como llegaron los expedicionarios, entrando dos
caballistas con sus garrochas por en medio de los bueyes y apartando
habilidosamente una de las reses del resto de ganado, corrieron tras ella
acosándola, hasta derribarla de un certero garrochazo en los cuartos traseros.
Entonces
el animalito se levantó furioso, emplazándose, escarbó la tierra con coraje y
se arrancó decidido hacia uno de los que le acosaron; el caballista salvó la
acometida cuarteando con el caballo.
Entonces
se adelantó Manoliyo Díaz, el tentador haciéndose
presente con el bicho; éste partió nuevamente,
recargando con coraje, mientras aquel le daba un fenomenal puyazo, y al fin
cayeron jinete y caballo a tierra, muriendo el penco de una tremenda cornada
en el pecho.
Otro caballo sustituyó al muerto y se repitieron las acometidas, hasta
quedar triunfante Religioso, que fue sin duda, el animalito que mejor
pelea hizo de todos los tentados.
Lo mismo ocurrió con los treinta y cinco becerros restantes, muriendo
seis caballos más, viéndose las faenas salpicadas de sustos y peripecias para
los muchos que andábamos a caballo y para los pocos que se atrevieron a llegar a
pie hasta el rodeo. Más de una vez la voz de, a tierra, a tierra, dada por los conocedores, obligaba a los curiosos que malamente se
resguardaban con el hato, que cerca del rodeo había colocado la gente, a tirarse al suelo, en tanto que por encima
de ellos pasaba uno de los becerros desmandado, tirando cornadas á diestro y
siniestro, pero afortunadamente no hubo que lamentar ningún desaguisado.
En la faena, que terminó a las cinco de la tarde, se distinguieron
mucho, los señores Parladé (don Enrique), Ramos y Gómez, Riupoli, Fernández Peña,
Muruve y los conocedores y ayudas.
Y
en tanto el sol hundía sus caliginosos rayos, allá en la tersa superficie del
Guadalquivir y nosotros
regresábamos a bordo del Bajo de
Guía, la noche
avanzaba envolviendo en los interminables pliegues de su negro manto las
inmensas llanuras de la Isla y una bandada de enormes buitres caía sobre los
caballos muertos en la refriega, entregándose a desordenado festín."
¡Que maravillas se encuentran rebuscando en las páginas de un libro!
ResponderEliminarUn abrazo y feliz año