La fatal cogida y el desenlace vital
No
habremos de extendernos en el relato de la corrida (ya lo hemos hecho en
ocasiones precedentes), pero sí dejar anotado que el percance le hizo perder
varios contratos que ya tenía asimismo firmados para diversas plazas de la
geografía nacional (A.H.P.M., Legajo 25.111 fol. 55-57; 58-60; 119-122),
buena prueba de que había planificado la temporada como en sus mejores años. Tales
contratos, como éste de La Coruña, han permanecido hasta ahora inéditos. Como
no se trata de abrumar al paciente lector con infinidad de nuevos datos, que al
fin y a la postre no modifican la biografía del célebre torero, sí al menos los
resumiremos casi telegráficamente:
1.-
Contrato para torear en Zaragoza. Firmado el 1 de mayo de 1850. Fechas de los
festejos: 13 y 14 de octubre de 1850. Cuatro toros de prueba por la mañana y 8
por la tarde. Emolumentos: 38.000 reales y los gastos, por él mismo, un segundo
espada, tres picadores y un sobresaliente, 6 banderilleros y un puntillero.
2.-
Contrato para torear en Almagro. Firmado el 2 de mayo de 1850. Fechas de los
festejos: 24 y 25 de agosto de 1850. Seis toros en cada día. Emolumentos:
32.000 reales más los gastos, por él mismo, un segundo espada, cuatro picadores
y un reserva, 6 banderilleros y un puntillero. El contratista era Miguel Lillo,
que fue contratista de caballos en Madrid.
3.-
Contrato para torear en Alicante. Firmado el 13 de junio de 1850. Fechas de los
festejos: 10 y 11 de agosto de 1850. Siete toros en cada tarde. Emolumentos:
42.000 reales, por él mismo, dos segundos espadas, cuatro picadores, 6
banderilleros y un puntillero.
La
cogida de Montes siempre nos ha dejado con la duda de si fue, o no, la
responsable de su muerte, varios meses después, en su Chiclana natal, el 4 de
abril de 1851. La partida de defunción, que publicábamos hace años (“Algunas fechas para la pequeña y gran historia taurina”, en “Papeles de Toros 2. Sus libros. Su historia”,
Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 1992; pág. 132), sólo nos aclaraba que Francisco de Paula
Montes, propietario, “murió ayer de una calentura maligna, de edad de cuarenta
y seis años y tres meses, Marido de Dª. Ramona de Alva, naturales y vecinos de
esta Villa, donde casaron” (Partida
de defunción, Iglesia Parroquial de San Juan Bautista, Libro 19, folio 29). Ocho meses y medio nos
parecía demasiado intervalo de tiempo como para poder asegurar que el percance
madrileño fuera el directo responsable del deceso del diestro chiclanero. Pero
un nuevo documento, publicado en revista médica de ese mismo año, ha venido a
arrojar nueva e interesante luz sobre el particular.
Retrato de Montes y su esposa, Dª. Ramona de Alba |
Se trata de un largo
artículo –que habremos de reproducir- insertado en el Boletín de Medicina,
Cirugía y Farmacia de noviembre de 1850 (Boletín de Medicina, Cirugía y Farmacia. Periódico Oficial de la
Sociedad Médica General de Socorros Mutuos, Tercera Serie, 3 de Noviembre
de 1850, Número 253, págs. 349-350). La cornada de Rumbón, pese
a la apariencia de poco peligro por el lugar donde se produjo, estuvo a punto
de costarle la vida a Montes en los días siguientes a ese fatídico 21 de julio.
El doctor don Manuel de Andrés y Soria, cirujano encargado de su curación en la
plaza y fuera de ella, así nos lo hace saber en ese largo escrito en que
describe la evolución de la herida:
“El 21 de julio del corriente año, á las cinco y media de
la tarde, sufrió una cogida en la plaza de toros de Madrid el célebre Espada Francisco Montes, habiéndole causado el
cuerno del toro, despitonado y con la punta astillada, una herida irregular,
contusa y dislacerada en la parte interna de la pierna izquierda, su extensión
desde la parte superior del tercio inferior basta el límite de la región de la
rodilla, y su latitud más de tres pulgadas, por lo que se habían retraído los
tejidos. Las partes interesadas eran tegumentos, aponeurosis, gemelo interno y
parte del soleo. Presentaba además el herido una rozadura en la mejilla
derecha, y una leve contusión en la cabeza sobre el parietal. Se le curó en la
enfermería de la plaza, dándole dos puntos de sutura entrecortada, aplicándole
después las tiras de aglutinante y el apósito correspondiente; y al sitio de
las contusiones unos paños de agua vegeto-mineral. Descansó un rato y fue
trasladado en una camilla á su casa.
“A las ocho de la noche le visité en ella. Sentía entonces, además de
las lesiones expuestas, dolores en la nuca, región lumbar y muslos; efecto de
la caída que sufrió, por haberle recogido el toro. Reconocido el apósito,
advertí que una pulgada más arriba del maléolo internó había una cisura por la
que fluía sangre, como si se hubiese desprendido una sanguijuela y hubiera
internado algún vasillo capilar. Aunque distaba dos pulgadas de la herida me
hizo sospechar, si tendría comunicación con ella; por lo que traté de explorar
la parte, mediante el estilete espiral, y la sospecha se convirtió en realidad,
pues aunque no levanté el apósito para cerciorarme, el estilete se introdujo
más que el trayecto de una á otra parte, con facilidad y siguiendo la misma
dirección: apliqué más hilas y compresa sosteniéndolo con una venda. Hice entonces presente á los señores D. Juan Laplaza y D. Alejandro
Latorre, que entre otros muchos señores tanto interés se tomaron por el
enfermo, el estado de gravedad en que se encontraba, no solamente por causa de
la herida principal, sino por la lesión que acababa de reconocer; porque no
creí posible graduar el destrozo que podía haber en este camino, atendiendo a
que, según viene dicho, la punta del asta se hallaba astillada y alguna de sus
partes era la productora de esta lesión; circunstancia que podía dar margen a
serias consecuencias, pues fácilmente se hubiera podido interesar algún vaso,
nervio, etc. También manifesté que, como profesor encargado de la enfermería de
la plaza de toros, había llenado mi cometido, y por lo tanto podía encargarse
del enfermo aquel profesor que más confianza le inspirase, a lo que se me
contestó, que el enfermo y ellos eran gustosos de que continuase encargado con
su asistencia.
“Por lo tanto, establecí el plan que debía observarse. Lo primero,
siendo grande el numero de las personas que deseaban verle, previne que no se
permitiese en la habitación más que las indispensables para su asistencia, y,
además prescribí dieta absoluta, agua de naranja para bebida usual, cuatro
onzas de mistura antiespasmódica en cucharadas, y fomentos de agua de vejeto a
la pierna y sitio de las contusiones, habiéndose opuesto a que se le sangrase.
A las once de la noche sobrevinieron escalofríos y comenzó la reacción; por lo
que fue indispensable la sangría, haciéndola en el acto, de ocho onzas.
“Día 22. La noche fue inquieta, y a las nueve de la mañana se había
manifestado completamente la fiebre traumática. Le molestaban bastante los
dolores en las partes contusas, con especialidad en la nuca; tenía además una
tos frecuente, debida a un catarro que sobrevino por haberse mojado y secádose
la ropa sobre el cuerpo, durante el viaje que acababa de hacer desde La Coruña
a esta Corte; cuyo catarro había mirado hasta entonces con indiferencia.
Aumentábasele la tos con la mistura, produciéndole arcadas; por lo que la
suspendí, sustituyendo el jarabe de altea, y encargando que el agua de naranja
fuese hecha en la de flor de malva: lo restante del día sin novedad. A las
nueve de la noche se quejaba de pesadez en la pierna, y se hallaba infartado su
extremidad inferior; por lo que separé la venda que había aplicado sobre la
cisura de que viene hecha mención, con la idea de ver el estado de esta, e
igualmente por si el infarto era efecto de la compresión, que pudiese haber
producido. Hallábase tumefacta toda la extremidad inferior, y la piel
correspondiente a la cisura destruida y equimosada, fluyendo por ella un
líquido sanguinolento. Las mismas consideraciones me indujeron a levantar la
venda de la herida, pero no lo demás del apósito. En vista del estado que presentaba,
y teniendo presentes las consecuencias que suelen sobrevenir en tales lesiones,
cuando hay partes tendinosos interesadas; mandé en vez de los fomentos del
agua de vejeto el bálsamo samaritano.
“Día 23. La noche inquieta, pero consiguió dormir
algún rato; la fiebre no era tan intensa, la sed había disminuido, la tos seguía
pertinaz causándole algunas veces náuseas y resintiéndose mucho de la cabeza
con las sacudidas que producía; la hinchazón del miembro era mayor, y se
habían presentado en algunos puntos de la circunferencia de la herida unas
chapas rojas diseminadas, de carácter erisipelatoso. Prescribí una aplicación
de 24 sanguijuelas, designando los puntos de la pierna donde se habían de
poner, y que se favoreciese por medio de una cataplasma emoliente la
evacuación, y después previne que se aplicasen los fomentos constantes del
cocimiento emoliente. Por el estado en que se encontraba la pierna, aunque
había cedido un poco la fiebre traumática, debía inferirse la marcha que
seguiría herida; es decir, que no era posible se uniese por primera intención,
y de consiguiente lo menos malo era una gran supuración. Por su mucha
extensión, y para poner a cubierto mi responsabilidad médica, manifesté a los
amigos inmediatos del enfermo, que era de absoluta necesidad celebrar una
consulta, y que llamasen a los que fueren más de su confianza, designando las
dos de la tarde para que hubiese tiempo de avisarlos. A dicha hora, en vista de
la invitación que se les hizo, concurrieron los señores Obrador, Serrano,
Escovar, y Salazar (D. Patricio), no habiéndolo
hecho el Sr. Bastarreche por encontrarse indispuesto. Examinado el enfermo, se
encontraba en el mismo estado que viene dicho, con la diferencia de haber
tomado las chapas su forma de manchas y ser más manifiesto el carácter
erisipelatoso, ocupando la mayor parte de la pierna y rodilla; se acordó
levantar parte del apósito para reconocer el estado de la herida, cuyos bordes
se hallaban muy tumefactos, fluyendo por entre los puntos de sutura y tiras de
aglutinante un líquido sero-sanguinolento muy abundante por la parle superior,
como si proviniese, de la corba. En vista de la gran tensión que había, se
levantaron las tiras y se cortaron los hilos, apareciendo entonces los músculos
interesados como macerados. Se procuró explorar el trayecto causado por la
astilla de la abertura inferior con la superior, pero no fue posible por la
inflamación que había. Examinado detenidamente el enfermo por mis dignos
compañeros, pasamos a celebrar la junta, en la que expuse breve y
sencillamente, como viene manifestado, la clase de herida, el destrozo que
había ocasionado, síntomas que había advertido en las 40 horas trascurridas, y
los medios de que se había hecho uso. Manifesté también que en aquel estado
había además de la herida, una inflamación flegmonoso-erisipelatosa de la
pierna y de la rodilla, complicada con un catarro pulmonar. Consideré el
pronóstico de gravedad, tanto por la clase de tejidos interesados, cuanto por
la gran inflamación que había sobrevenido, y por el catarro que estaba
sufriendo el paciente. En cuanto al tratamiento fue mi dictamen que debía
insistirse por entonces en el plan atemperante y antiflogístico, el cual se
modificaría según el curso del mal y síntomas que sobreviniesen.
“Estando conformes, respecto al destrozo
que había en la herida, a los accidentes que habían venido á complicar el
estado del enfermo, igualmente que al pronóstico , debe inferirse que el plan
curativo se diferenciaría tanto en el modo de apreciar cada uno los accidentes
propios o el estado en que se encontraba nuestro enfermo: así es que, sobre dos
puntos principales versaron las reflexiones que se hicieron, exponiendo antes
uno de los comprofesores todos los medios terapéuticos que debían observarse
para el mejor éxito, sin olvidar la cosa más insignificante, como es la
posición del miembro, la cama, asistencia, etc. El primero de estos puntos
fue, si se deberían preferir las evacuaciones generales a las locales,
conviniendo que en el momento se le hiciese una general. Lo que más se
dilucidó, fue, si convendría dilatar la herida hasta la inferior, por si esta
era la causa de la gran inflamación y de los síntomas tan alarmantes que
presentaba, acordándose que en el acto debía diferirse y obrar luego según las
circunstancias. (…)
“Con el dictamen de mis compañeros, quienes me ilustraron con sus
conocimientos y experiencia, establecí el tratamiento que correspondía, y para
la más puntual asistencia dispusiese se llamasen dos practicantes del
hospital, quienes han llenado completamente su cometido. Se ejecutó la
sangría, se le aplicaron unas planchuelas de cerato a la herida, y se continuó
con los fomentos renovándolos con frecuencia.
“Día 24. La noche anterior estuvo Montes desazonado,
molestándole mucho la tos; la erisipela se había extendido hasta la parte
media e interna del muslo; los demás síntomas generales continuaban lo mismo, y
se quejaba de gran debilidad, por lo que mandé se le diera un caldo tenue de
ternera. A las nueve se le curó, y estaban los músculos reducidos a una especio
de putrílago, por lo que en vez de las planchuelas de cerato se aplicaron
cubiertas del amarillo, y a los fomentos emolientes se le añadió el agua
clorurada. Habiendo creído oportuno dilatarle el ángulo superior de la herida,
en atención á la tirantez que había, lo que le ocasionaba bastante dolor, y el
poder dar más libremente salida a un líquido semi-purulento que se extendía
hasta la corba, habiendo encontrado alivio a las pocas horas: lo restante del
día sin novedad. A las nueve de la noche, había disminuido la erisipela; pero
aun había tensión y pesadez en la pierna y muslo, por lo que le dispuso 24
sanguijuelas a estas partes.
“Día 25. La noche fue molesta por causa de la tos; la
lengua estaba saburrosa, el vientre no se le había movido desde el día 21, y la
herida daba un líquido icoroso muy abundante. Prescripción. Una onza de aceite de ricino con otra de jarabe
simple, lo que bastó para que hiciese dos deposiciones. Y habiendo cedido la
tensión con las sanguijuelas, se le volvieron a repetir a la pierna. El día
fue regular. A las nueve de la noche había cedido la erisipela completamente y
se habían formado dos escaras gangrenosas, la una sobre el maléolo interno, de
la magnitud de una peseta, y la otra en la parte posterior de la pierna, del
tamaño de un medio duro, no interesando sino los tegumentos. En vista de que el
enfermo temía la noche por la tos, y no cediendo al jarabe de altea ni de goma,
le prescribí un grano de acetato de morfina en 4 píldoras, para que tomase una
cada dos horas.
“Día 26. La noche fue inquieta, desvariando
cuando se quedaba traspuesto hasta llegar a levantarse de la cama, y la tos
había cedido. Cuando yo le vi, seguía su curso regular, el estado general y
las facultades intelectuales se hallaban despejadas. La inflamación estaba
circunscrita a las inmediaciones de la herida y de las escaras, la supuración
iba siendo de mejor índole y los músculos interesados iban dislacerándose en
algunos puntos. Prescripción.
Suspensión de los fomentos y del ungüento amarillo; en lugar de éste el
cocimiento antipútrido para lavatorio al hacer la cura, y planchuelas con el
aceite de trementina. A las doce notaron los practicantes que deliraba y sufría
algunos movimientos convulsivos en los miembros, con especialidad en los
superiores. A las cinco le vi y presentaba el cuadro siguiente: pulso más
frecuente que los días anteriores (excepto cuando se manifestó la fiebre
traumática); calor acre, sed intensa, lengua seca, dolor de cabeza, desorden en
sus ideas, y estado convulsivo; tal estado representaba al delirium tremens de los autores. En
vista de la indicación que había formado, dispuse paños frecuentes de oxicrato
a la frente y tres granos de acetato de morfina en seis píldoras para que
tomase una cada dos horas. A las nueve contestaba más acorde a lo que se le
preguntaba y no ofrecía cosa particular que llamase la atención.
“Día 27. La noche como la anterior hasta las cuatro,
en que después de haber tomado la tercera píldora, se quedó dormido hasta las
siete, habiendo cedido los síntomas nerviosos que presentaba el día anterior, y
hallándose sus facultades intelectuales en el estado normal. La supuración de
la herida era en algunos puntos de buena índole, y la escara situada sobre el
maléolo, principiaban a eliminarse. Prescripción.
Suspensión de las píldoras, y en atención a la aversión al caldo, una sopa
clara de gluten.
“Día 28. Durante la noche descansó algunos ratos, el
catarro había desaparecido y su estado general iba mejorando; los tejidos
mortificados se iban desprendiendo.
“Día 29. Sin novedad; se dispuso media libra de la
poción laxante, por no habérsele movido el vientre desde el día 23, y con ella
se consiguió el resultado que se apetecía.
“Día 30. Seguía sin novedad, por lo que se le
principió a dar algún alimento, quedando circunscritos sus padecimientos a la
afección local, es decir, a la mortificación de los tejidos interesados, los
que como iban eliminándose, aparecía en la pantorrilla una dureza como si se
hubiesen cortado los gemelos y se hubieren retraído sus fibras hacia la parte
inferior; la supuración iba mejorando gradualmente y la escara
desprendiéndose, por lo que la solución se extendía hasta la parle posterior de
la pierna. La escara inferior, así como la cisura no llamaban la atención sino
por la inflamación de las partes inmediatas. Así es que juzgué oportuno ayudar
sencillamente a la naturaleza, y quedó reducido el plan a tisana de cebada y
planchuelas de ungüento digestivo. De esta manera continuó sin novedad hasta el
17 de agosto, en cuyo tiempo no hubo que hacer otra cosa que cortar con las
tijeras las porciones de tejidos que se iban desprendiendo, quedando reducidas
las partes mortificadas a pocos puntos. Dicho día me sucedió que, al tiempo de
la cura y al coger con las pinzas un pegote de la parte inferior de la herida,
fue saliendo con la tracción una cinta celuloso-membranosa de tres cuartas de
largo, sin que el enfermo notase nada ni antes ni después de la extracción”.
Como puede comprobarse la herida, amén de
ser más profunda, extensa y compleja de lo previsto por el orificio de entrada,
no se exploró adecuadamente, y fruto de ello fue descubrir, en primera
instancia, que existía un pequeño orificio de salida cercano al tobillo
interno, que comunicaba, al parecer con la herida principal. Además, y como era
lógico en aquellos tiempos en que no existían los antibióticos, ni se pensaba
en una adecuada y correcta desinfección de la herida, ésta acabó por infectarse
muy seriamente, con manchas eritematyosas que probablemente eran puntos
gangrenosos. La mayor apertura de la herida, para reducir la inflamación, y
probablemente el aireo de la misma, probablemente salvaron, de forma inmediata,
al dfiestro, pero no fueron suficientes –a pesar del agua clorurada, o clorada-
para evitar la contaminación microbiológica de la misma, y así aparecieron
gangrena, tejidos dislacerados y putrefactos y hasta trozos de músculos y otros
elementos que se desprendían de la misma. Todo un verdadero aquelarre de
infecciones que devastaron la zona. Montes mejoró en los días siguientes, pero
sin curarse por completo, y fíjense como el 17 de agosto, casi un mes después
de la tremenda cogida, la herida seguía abierta y desprendiendo “porciones de
tejidos”, algo dantesco, sin duda. Ese día se extrajo de la herida una “cinta celuloso-membranosa
de tres cuartas de largo”, que el cirujano guardó en un frasco con alcohol para
que pudiera ser contemplada por otros colegas de profesión y aun “por el que
guste” como reza a pie de página en el artículo. Desconozco que pudiera ser
esta formación membranosa a un mes de la cogida, quizá tejidos musculares
muertos, dislacerados, pero quién sabe si formaciones fúngicas o
ser-membranosas en una zona séptica tan brutal como la que nos describe el
médico.
La evolución siguió siendo muy tórpida, y
así el Dr. Andrés y Soria nos seguirá relatando lo siguiente:
“En adelante continuó bien su curso la herida, cicatrizándose por
algunos puntos, hasta que el día 30 de
agosto, a eso de las cuatro de la tarde, sintió el enfermo escalofríos,
dolor de cabeza, y ardor en la pierna. Cuando lo vi, a la siete de la noche,
estaba con fiebre, sed, lengua seca, y rubicunda toda la pierna, en particular
la extremidad inferior: atribuyendo esta novedad al cambio atmosférico que
hubo aquel día, y tal vez a algún exceso en la comida. Prescripción. Dieta, agua de naranja hecha en la de flor de
malva, y fomentos emolientes á la pierna.
“Día 31 de agosto. Aquella
noche estuvo como azorrado y sudó mucho; los síntomas generales habían cedido y
la inflamación de la pierna se había extendido al pie, presentando el carácter
erisipelatoso flegmonoso, con especialidad en la parte interna. Se le dispuso
una aplicación de 24 sanguijuelas y cataplasmas emolientes a la pierna.
“El 1.° y 2.o de septiembre. Siguió su curso la inflamación habiendo terminado por abrirse de nuevo
la cicatriz formada en la cisura y escara interior, igualmente que por la
abertura de una de las picaduras de las sanguijuelas correspondiente a la parte
anterior y externa, por cuyos puntos y borde inferior de la herida fluía un
líquido tenue muy abundante, que fue cediendo a beneficio de los emolientes,
cerrándose las nuevas aberturas.
“Desde esta época ha sufrido varias alternativas, ya experimentando
algún trastorno en los órganos digestivos, pues con frecuencia se le descompone
el vientre, cosa no rara en él; ya en la pierna, tomando siempre el carácter
erisipelatoso, abriéndose de nuevo la cisura, y resintiéndose además de un
dolor sordo en la cresta de la tibia; pero por fin, la herida ha continuado
bien hacia la cicatrización”.
La herida cicatrizó en su parte exterior,
pero ese color erisipelatoso no dejaba entrever nada bueno, y si a ello sumamos
la apertura de la herida meses después y los dolores constantes, sordos,
profundos, el panorama no parecía ser nada bueno. Montes volvió a los pocos
días a su tierra natal, pero todo nos hace sospechar que la curación de la
pierna no terminó de producirse, y que agravada o quizá complicada por esos
problemas respiratorios o digestivos, tuvo al fin una sepsis que acabó con su
vida en abril del siguiente año. Triste fin para el más grande de los diestros
habidos hasta ese momento. Con estos datos creemos haber aportado un breve
conjunto de nuevas noticias que sin duda redondearán las que ya poseíamos sobre
el importante lidiador chiclanero y que vienen a sumarse a las que ya autores
de más reconocido mérito que uno mismo han aportado en estos últimos años desde
el segundo centenario de su nacimiento.
Impresionante relato médico el del tratamiento de estas cornadas antiguas que habla claramente de la dureza del toreo y que, en este caso concreto, casi parece confirmar que Montes falleció en Chiclana pero como consecuencia de la cogida de Madrid, como usted, tan acertadamente según creo, apunta.
ResponderEliminarUn cordial saludo
GRACIAS por este magnífico informe.
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