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martes, 19 de febrero de 2013

Un torero singular con opiniones excepcionales


Manuel Díaz, “Lavi”, fue –sin duda- todo un personaje. Un diestro gaditano, nacido durante la Guerra de la independencia (sobre 1810) que reunió en sí toda la gracia de la tierra, su afición a la buena vida, al cante, y a la juerga, y un valor plenamente contrastado, aunque Dios no le ayudara en los caminos del arte taurino. Torero absolutamente desigual, irregular, lo mismo se mostraba valeroso, esforzado, dispuesto, pero sin demasiado arte y salero, que temeroso, desastrado, ignorante o vulgar; la gracia sin par sólo le acompañaba en sus quehaceres alejados del ruedo. Matador eficaz, hacía de todo, recortaba, quebraba, capeaba, brincaba y saltaba los toros, y hacía cosas tanto asombrosas como disparatadas. Los toros negros, eso sí, fruto de una premonición o mal sueño que tuvo, siempre supusieron una barrera infranqueable para su ánimo, y frente a ellos dibujó sus páginas más deplorables.

Manuel Díaz "Lavi"
Son innumerables las anécdotas que de su vida se cuentan, y no habremos de hacer un repaso general de las mismas. Tan sólo les contaremos que, tras unas andanzas infantiles precoces –con sólo siete años se presenta en cuadrilla juvenil en 1817 junto a su hermano Gaspar y a Andrés Martí en la plaza de Cádiz (según Guillermo Boto Arnau)-, anduvo de banderillero desde mediados de la década de los 30, que ya toreaba como matador finalizada la misma, y que se presentó en Madrid en 1843, el 17 de abril, en compañía de de Juan Pastor y Francisco Ezpeleta, que también se presentaba en la plaza de la Puerta de Alcalá ese mismo día. En el cartel, cuatro toros del Marqués de Casa-Gaviria y otros dos de D. Juan Sandoval, de Chozas de la Sierra, con divisa verde y blanca.
Cossío nos cuenta que sus primeros pasos como matador, se produjeron en 1841, toreando en Cádiz como sobresaliente el 8 de agosto, y repitiendo, como segunda espada, junto a su hermano Gaspar en Jerez el 12 de septiembre. Al año siguiente, Cossío nos cuenta que Manuel “Lavi” figura ya como matador alternante, el 27 de marzo de 1842, en la plaza de Cádiz, con el gran Francisco Montes “Paquiro” y su hermano Gaspar. A mediados de los años 50 su incipiente obesidad empieza a pasarle factura, y disminuyen notablemente sus facultades físicas. Un viaje a Lima, en 1858, le produjo una seria enfermedad –quizá un ictus vascular por un aneurisma cerebral- y a resultas del mismo acabaría falleciendo en la capital peruana el 9 de diciembre de 1858. Boto nos refiere que a tal punto acabaría llegando su fama, que Teófilo Gautier en su novela de ambiente taurino, "Militona", al comparar a uno de sus personajes, el torero Juancho, con los más famosos de su época, cita a “Paquiro”, “el Chiclanero”, “Curro Cúchares” y “el Lavi”.
El mismo Cossío reconoce no haber descubierto las primeras fechas en que “Lavi” pasa a torear a América, concretamente a Cuba y México, y en ello habremos de aportar algún que otro dato novedoso.
Encontramos, por mano de “Fray Gerundio”, alias del famoso escritor, historiados y político Modesto Lafuente Zamalloa (1806-1866), unos de los primeros pasos del espada gaditano en Cuba, donde, al parecer, logró alguna nombradía.


En un artículo en el diario barcelonés “El Constitucional” del 26 de agosto de 1839, Modesto Lafuente, utilizando su conocido alias, nos refiere que tiene dispuesto un viaje a la “Perla de las Antillas” y lo siguiente:
“Si yo hubiese sido compinche de Castro ó de Mon, como el di­putado Fernández Villaverde, u otro así, creerían vds. y con ra­zón que iba de oidor de aquella nueva audiencia, ó de vista de la aduana, para poder echar á jendengue á la madre patria á benefi­cio de algunos maravedises ultramarinos de buen cobrar. Pero no mediando semejante compinchismo, ¿á qué fin podrá atribuirse este mi súbito ó improvisado viaje? Parece que no podrá ser otro que el de echar algunos sermones allende la equinoccial.
Pues no señor; a nada de eso voy. Sino que no habiendo toros esta temporada en Madrid, me voy á ver los de la Habana, que tengo para mí que han de ser más divertidos que los de la metró­poli, según el programa que a la vista tengo sobre la mea columna galbánica. Pero no: hace mucho calor, y demasiado tostado esta uno de este lado de la línea, cuanto más  ir á acabar de tostarse del otro; y no es Fr. Gerundio ningún San Lorenzo para gustar de semejantes diversiones; que yo estoy más por los vasos de agraz o las botellas de cerveza de Pombo o de Cervantes que por las parrillas del emperador Valeriano. Así pues, para dar a mis lecto­res una idea de lo que podrán ser las funciones de toros en la Ha­bana, me limitaré á copiar de un Diario de la isla que tengo delante,  el anuncio o programa de la última corrida de que hay no­ticia: la de últimos de junio de este año. Dice así:
PLAZA DE TOROS.
Función extraordinaria. Corrida de muerte. Beneficio de Manuel Díaz Lavi, que presidirá el Sr. Teniente de Gobernador segundo.
A las cinco y cuarto de la tarde (si el tiempo lo permite) van a lidiarse cinco famosos toros de las acreditadas haciendas de Puerto- Príncipe y Cayamo, y cebados en el potrero de la Sabanilla, escogi­dos por mí propio (1), probados á mi satisfacción, y todos ellos dis­tinguidos por preciosas divisas. Me atrevo á asegurar que esta corri­da dejará nombre. (2) Los animales con que vamos, á tenerla, son unas fieras (3), y la cuadrilla empeñada en el esplendor de la fiesta, ostentará en ella su valentía, destreza é inteligencia, aquellas cuali­dades esclusivamente reservadas para los que nacimos bajo la mágica influencia de la antigua Gades (4), que fue la cuna de los grandes maestros del arte.
CUATRO TOROS SERÁN DE MUERTE,
uno picado, banderilleado y capeado en regla (5).
En esta función solo he procurado presentar al público toros de ley; mucho me ha costado conseguirlos (6), pero ya verán los aficionados que mis esfuerzos fueron extraordinarios, y decidido mi empeño para ofrecerlos hoy un rato de completa diversión: porque cuando no hay sangre, descalabro y costalazos, de nada sir­ven estos espectáculos (7). La gente quiere broma (8) , y en medio de aquella natural simpatía que nos profesa, desea que el toro venga á nosotros para admirar, y aplaudir la defensa y agilidad de nuestra parte (9). Ya he dicho en dos palabras lo que llamo una buena corrida, y lo que encontrarán en la plaza los favorecedores de su humilde espada—Manuel Díaz Lavi.
Las puertas de la plaza se abrirán con bastante anticipación para que el público se acomode y evitar confusión á la entrada. Los vapores estarán corrientes, y correrán sin demora del uno al otro lado (10).
Entrada general 4 rs. etc.»
Pues sepan Vds. que el humilde espada Manuel Diaz Lavi, a pesar de toda la erudición que muestra, no es más que segundo es­pada, que el primero es Bartolomé Igoza. Si así es el segundo, ¿qué tal será el primera, he?

(Fray Gerundio)


NOTAS
(1)Ego mei mihi, Ablativo á me: es decir por mí que soy Manuel Diaz Lavi. ¿Quién escogió los toros? Yo ¿quién los ha probado? Yo.
Yo Manuel Díaz Lavi,
yo los toros escogí,
y están probados por mí,
que soy Manuel Díaz Laví.
(2)Y eso que no contaba el mancebo con que había de quedar consignada en las páginas gerundianas.
(3)Sin maldito sentimiento de humanidad. Pero liemos de ver quién es el más guapo.
(4)Esto es histórico y poético. Y solo le faltó haber añadido, “á quien los Tirios dieron el nombre de Eritrèa y los Cartagineses el de Gadir; si bien Bochart pretende que Eritrèa era otra isla de Cádiz”. Este parrafito hubiera añadido nuevo esplendor á la fiesta.
(5) Esto es ciertísimo y no falla. Porque Regla se llama el pueblecito especie de arrabal distante un cuarto de legua de la Ha­bana donde está la plaza de toros: de manera que allí todo lo hacen en Regla.
(6) Pues ha tenido vd. más fortuna con los toros que yo con los diputados, que por más que he trabajado para que salgan todos de ley, sé de más de cuatro pécoras que van a venir,  y que mejores eran para que los lidiaran los hijos de la antigua Gades en Regla, que para lidiarlos en el Congreso: porque los animales con que vamos a tenerlas son unas fieras.
(7)Lo mismo sucede en la guerra. La costalada, por ejemplo, que llevó el picador Sevilla cuando cayó de nuca y se dislocó la espaldilla, ya valió algo. El descalabro de nuestra brigada de la Rivera, en Chulilla, igualmente; pero esos bandos del general en jefe y esas contestaciones entre León y Elio no deben valer nada según Lavi, porque en espectáculo de toros y de guerra, cuando no hay sangre, descalabros y costalazos, es una sosería. Me gusta este Lavi, porque se conoce que se ha penetrado de las gracias de su oficio.
(8)Eso será allá; lo demás por acá todo el mundo está por la buena armonía. Hasta el Lord John-Hay parece que se ha cansado ya de bromas, y no trata más que comer con los unos y con los otros.
(9) He aquí una simpatía idéntica sin quitarle tajada á la de Luis Felipe y Mr. Molé para con nosotros. En medio de la natural simpatía que nos profesan, deseen que el toro se venga a nosotros, para divertirse ellos. Palabras de Manuel Lavl.
(10)Eso es bueno, que los vapores corran con libertad de un lado á otro”.

Cartel madrileño de 1843, año de su presentación
No habrán de negarme que el bueno de “Lavi” compuso un cartel de lo “más atractivo”. Toros mejicanos, escogidos por el maestro gaditano con esmero hasta hacerlos “de ley”, que participarán en una corrida que “dejará nombre”. Más curiosa, todavía, y al margen de su modestia innata (la cuadrilla, por él y un ignorado primer espada en el cartel encabezada, “ostentará en ella su valentía, destreza é inteligencia, aquellas cuali­dades esclusivamente reservadas para los que nacimos bajo la mágica influencia de la antigua Gades”), es su idea de que la fiesta, para que sea divertida, ha de tener “sangre, descalabro y costalazos”, ya que de otra forma “nada sir­ven estos espectáculos”. Y es que, a su autorizada opinión “La gente quiere broma”, y por eso desea que “el toro venga á nosotros para admirar, y aplaudir la defensa y agilidad de nuestra parte”. Y como remata, “dicho en dos palabras”, esa es su filosofía de una buena corrida…
El cartel es, sencillamente, fantástico. Y, apunten, es cartel de La Habana de últimos de junio de 1839, por lo que ya sabemos cuándo pudo “Lavi” pisar por primera vez las Américas, dos años antes, incluso, de anunciarse como media espada o sobresaliente en España.
Pero si interesante es este anuncio, no menos lo es el que aparece de pasada en otro escrito de Modesto Lafuente, en esta ocasión en la revista que el fundara, esto es en “Fray Gerundio”, de fecha 28 de febrero de 1840, medio año después del precedente. El propio escritor lo apunta así, dentro de su crónica política dedicada a la apertura legislativa:


Al sexto día de estar abiertas las cortes (y con eso ya es tres veces sexto), discutiéndose el acta electoral de Asturias, y después de haber hablado en contra los hermanos S. Miguel y Caballero, y en pro los hermanos Cobo de la Torre y Pidal, Pidal que de buena gana se tragaría la oposición cruda; y que semejante á los últimos toros que se han corrido en la Habana, se come la gente (1), fue cuando se oyeron voces y gritos tumultuosos fuera del salón del Congreso. La galería pública despejó voluntariamente, y aquella gritería y este despejo espontáneo empezó á llenar de una muy fundada medrana á los diputados presuntos, porque la cosa no era en verdad para tomada á broma.
Y en nota a pie de página añadirá:
“(1) Gran corrida de muerte Beneficio de Manuel Díaz Lavi = Cinco toros que comen gente, y embisten  a su sombra: son corpulentos; de chifles aguzados; van a las caballerías con furor y vuelven a la carga (Diario de la Habana del 6 de diciembre último).

Cartel de las fiestas reales madrileñas por la boda de Isabel II (1846)
Así que ya tienen ustedes otra corrida en “beneficio” del simpático “Lavi”; en esta ocasión en diciembre de 1839, cuando a la sazón seguía ocupado en tierras cubanas, quizá tras haber pasado ya por México. Toros “que comen gente”, “que embisten a su sombra”, que “van a las caballerías con furor y vuelven a la carga”, corpulentos y de cuernos afilados… se puede pedir más. Con que la cosa quedara en la mitad de la mitad cualquier buen aficionado se daría por contento. Tales eran las promesas del bueno de Manuel Díaz.
Quizá de estos días sea la afirmación jactanciosa del espada gaditano que reza: “Si no me voy de aquella tierra me jazen emperaor, como Napoleón de los franceses”. Ahí queda eso.

1 comentario:

  1. "Toros presbíteros" llamaba el matador a los toros negros.

    Saludos de un antiguo oyente de El Albero.

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