No se confundan, no es éste intento de resaltar la
brutalidad con que periódicamente se producen ataques de individuos o
colectivos antitaurinos contra aficionados, diestros, ganaderos o el propio
toro de lidia. No, respiren tranquilos. Ellos mismos se definen. Se han
definido en sus bestiales ataques e
insultos a Víctor Barrio, y aun hay muchos que les han apoyado… En el mundo de
los seres humanos, del intelecto, de su organización en sociedades más o menos
estructuradas, tales reacciones –las suyas, por desgracia, habituales- entran
en lo delictivo (porque sólo el hombre se ha marcado pautas de conducta
alejadas del naturalismo de sus instintos o comportamientos heredados, basadas
en normas éticas, a veces morales), en la predicación del odio al semejante, en
la propagación de falsedades, de falacias propias de una estulticia que roza lo
iletrado, cuajadas y entreveradas de la más absoluta y universal ignorancia de
lo que se combate, o de consignas totalitarias (y por lo tanto, ilícitas ética
y moralmente). Consignas, éstas muy frecuentes en los eslóganes de esta “casta”
tantas veces a miserable sueldo, asalariadas de intereses más ocultos (muchas veces
económicos pero otras políticos) que desde el infantilismo simplista, desde el
buenismo iletrado y nada reflexivo, intentan imponernos a todos, absolutamente
a todos los que componemos las sociedades en las que ellos se mueven, sus ideas
totalitarias, sus gustos y sentimientos, su única y exclusiva forma de pensar,
padecer, sentir o divertirse.
El toro en su máxima expresión (obra de Benlliure) |
No sé si es por un sentimiento de inferioridad, por simple
maldad, por falta de raciocinio o por afán de poder, todos estos totalitarios
del pensamiento único, intentan (y en ciertos regímenes lo consiguieron o aun
lo consiguen, marxismos y nazismos inclusos) obligarnos a comulgar con su
propio y al parecer exclusivo credo; sus ideas, sus consignas tantas veces
repetidas, con esa insultante musicalidad perniciosa que se te clava en el
alma, tienen que ser asumidas sin el menor atisbo de duda intelectual, sin la
más mínima desviación. Y todo ello so pena de ser reos de delitos que sólo
ellos (por el momento) han promulgado e incluido en su hipotético código penal.
Somos, los que acudimos a la fiesta de los toros, asesinos, bárbaros
sanguinarios, torturadores, maltratadores de mujeres (¡eso me gritaron a mí,
después de agredirme con un puñetazo, unos “pacifistas” de esta índole,
animalistas que no respetan a otro ser pensante de su propia especie!), y otras
tantas consignas insultantes. La pena para el delito cometido está clara y
evidente para los que desde la maldad abyecta dirigen a los buenistas
descerebrados: la muerte. Igual que a los asesinos se les condena (en algunas
sociedades) a la pena capital, nosotros somos dignos del mismo castigo, no por
nada se nos tacha de asesinos y no de toricidas, por ejemplo. Esa pena de
muerte de la que se alegran estas almas tan “bienintencionadas” para con sus
semejantes, cuando defienden con supuesta pasión (pagada a “tanto” la
intervención pública) la vida del “inocente” toro de lidia…
Colecta en Madrid a favor del infortunado diestro Sanluqueño |
Asesinos, nos llaman, torturadores, maltratadores (con toda
la carga pasional y criminal que actualmente lleva la palabra)… Y sin embargo
todo es falacia, malversación del lenguaje, de su significado. Es decir,
atribuyen al animal, al toro, la condición de persona, de ser humano, con sus
mismos derechos (supongo que obviando sus obligaciones, porque no conozco res
brava que abone el importe del IBI de la dehesa de la que disfruta… a lo mejor
porque no es su propietario, claro); y, sin embargo, nos animalizan a los
aficionados y profesionales haciéndonos reos de conductas brutales, bestiales,
bárbaras. Y todo ello mediante la perversión del lenguaje, que sin embargo cala
hondo en el buenismo irracional de tantas personas. Leía, hace un par de días,
una obra de Julio Camba (ya habrá oportunidad de traer algo a colación), y uno
de los artículos (de mayo de 1931, publicado entonces en ABC, y al lado, por
cierto, de un doblón de Domingo Ortega en el día de su alternativa), se
titulaba “Elogio del analfabetismo”. La tesis era interesante, bien sencilla y
absolutamente compartible: Una cosa es saber leer, y otra cosa es lo que lees,
saber lo que lees o entender lo que lees. Julio Camba prefería a un analfabeto
que no supiera leer antes que a otro incapaz de entender lo que leía, carente
de juicio crítico. Por desgracia, y no soy ni el primero, ni el millar que lo
dice, la España actual está llena de esos lectores analfabetos, incapaces de
discernir, de ponerse a pensar por sí mismos, de discurrir como lo hacían sus
antepasados de hace siglo y pico, por ejemplo, que sin embargo sabían
perfectamente discernir, definir lo que querían y anhelaban, aunque no supiesen
juntar cuatro letras para firmar. Basta con que pregunten qué es lo último de
Twitter o de cualquiera de las redes sociales al uso, para que les suelten las
“verdades” que comparten… Ya no les cuento, si como Camba, traigo a Francisco
Pizarro a colación, a escena, porque el noble pero iletrado extremeño,
conquistador del imperio del Perú, dicen además… que toreó. Grave delito.
Colecta, también en Madrid, a favor de un mozo de espadas cogido y en el hospital |
En el fondo sospecho que nos temen, porque pensamos
diferente, porque tenemos nuestras propias ideas (más o menos afianzadas y
reflexionadas, sólidamente estructuradas o profundamente enraizadas), porque
representamos un sistema de valores culturales, éticos, históricos, de
tradiciones incluso, de mucho mayor calado y trascendencia. Porque somos
herederos, como casi toda Europa, de un pensamiento basado en milenios de
raciocinio, de una cultura en la que conviven elementos greco-romanos, hebreos
y mediterráneos en muy buena medida, y porque consideramos a los animales como
lo que son: animales, simples animales. Animales a los que gratuita y selectivamente,
libre y generosamente, podemos otorgar
algunos derechos, ya que por ellos mismos no los poseen (y nunca deberes, por
contra, si no es obligados a ellos).
Se basan, en la mayor parte de su argumentación, en la
transposición a la fauna del pensamiento, racionalidad, ética, sentimientos y
sensaciones humanas, mientras que nos los niegan precisamente a los que no
pensamos como ellos. Paradoja inexplicable. Nosotros somos dignos de la
ejecución, pero el pobre animal es del todo “inocente” (el concepto tiene su miga,
porque la culpabilidad o inocencia de unos actos se basa en las capacidades
racionales con los que se comete el acto, de inteligencia, consciencia y
memoria del que los ejecuta, y el toro dudo que posea esas capacidades
reflexivas superiores). Pero ojo, esa trasposición a la fauna, es muy
selectiva: sólo a los mamíferos y si me apuran, a algunos de ellos, claro; los
insectos, arácnidos, aves, peces, reptiles, anfibios, a pesar de
comportamientos a veces semejantes a los de los mamíferos, por ejemplo en orden
al cuidado de la prole (han visto con qué mimo transporta en la boca la
cocodrilo a sus crías recién salidas del cascarón…), no tienen para ellos el
mismo significado.
El toro, para ellos, sufre en la lidia… de ahí nuestros
crímenes; aunque al parecer ignoran lo que supone el sufrimiento. Éste no deja
de ser una elaboración abstracta, racional, que proyecta hacia el futuro un dolor
físico o psíquico actual, o simplemente la posibilidad de padecer el mismo. ¿Se
imaginan ustedes a un toro que imagine que va a ser picado o banderilleado, y
muerto a estoque antes de ser embarcado…? ¿Creen ustedes que el toro, una vez
que siente el dolor que le causa la puya, imagina que tal dolor va a continuar
a lo largo de días en los que no podrá gozar como hasta hace bien poco, de las
delicias de la dehesa…? ¿Es capaz de elaborar mentalmente tales abstracciones,
y sin embargo, recibir cien muletazos insulsos de un espada con eso que los
humanos denominamos nobleza borreguil…? Absurdo de todo punto. Como bien, y
mucho mejor que yo, explica mi amigo Jean Palette-Cazajus, el toro ni siquiera
es consciente de que es un animal; un toro, ni siquiera sabe que se le llama así;
tiene una cierta consciencia –muy primitiva- de su individualidad, es cierto,
pero quizá no sea consciente ni siquiera de sus diferencias con otras razas
vacunas no de lidia. ¿Y pretenden que haga elaboraciones psíquicas individuales
sobre lo que le supondrá un dolor concreto en un futuro, cuando ni siquiera
muchos humanos somos capaces de ello…? Los humanos tememos mucho más a lo
desconocido, al futuro, por eso sufrimos más; los animales no sufren,
simplemente les duele.
Sienten dolor, no cabe duda, pero como nos han explicado
trabajos científicos muy bien elaborados en estos últimos años, a cargo del
profesor Illera, los doctores Salamanca, Jiménez, Centenerea, y otros tantos
investigadores en esta materia, el toro es capaz de mitigarlos más eficazmente
y con mayor velocidad que ningún otro ejemplar bovino, probablemente a mayor
velocidad que lo hace ningún otro mamífero. De ahí, de la selección realizada a
lo largo de siglos de crianza para la lidia, que hayamos creado una raza
específica que repite en sus acometidas… a pesar de que han sentido dolor.
Pero…, cambiemos de perspectiva para afianzarnos en la tesis
de que los animales son lo que son, y que el hombre, por su desarrollo
intelectual fruto de una evolución desde hace varios (no muchos) millones de
años, es diferente de ellos… a Dios gracias. Volvamos la oración por pasiva,
como suele decirse, y cambiemos el enfoque por completo. A los animalistas
habría que hacerles ver, desde la perspectiva del toro, la diferencia entre
hombres y animales, y que éstos carecen de esas sensibilidades, inteligencia o
valores que sí tenemos los humanos innatamente o por creencia y adopción firme.
La fisiología y los instintos de estos mamíferos los hacen bien diferentes de
los seres humanos, repito, a Dios gracias para nosotros y para los animalistas.
¿Se imagina usted que está tranquilamente paciendo en una
idílica dehesa, a la agradable y protectora sombra de una encina, y que vienen
dos compañeros de camada que, por un aquél de la necesidad de transmitir sus
genes a la siguiente generación cubriendo en exclusiva a las hembras, le pegan
sendas cornadas que lo matan? Sin mediar mugido alguno, simplemente por
instinto, porque uno era el macho dominante de la camada, o tenía a sus
alcances a las vacas… ¿Sentirán luego los “asesinos” (según los criterios
animalistas éstos también deben serlo, digo yo), los “toricidas”, graves
repercusiones psíquicas, sufrirán por el daño ocasionado, les dará pena, sentirán
culpabilidad alguna? El caso es que le han “apiolado” sin comerlo ni beberlo,
sólo porque sí, fruto del instinto. ¿Preguntaron, acaso, los “toricidas” a su
posible víctima, acerca de sus intenciones, de su capacidad o intención
procreativa, acerca de su supuesta superioridad en la camada, medió juicio
alguno, o declaraciones de testigos…?
Y sin embargo nada más natural y consustancial a la vida del
toro de lidia en libertad… La mayor parte de las bajas de machos adultos en las
camadas se produce, como todos sabemos, por esa tan sencilla, simple pero sólida
razón de peso.
El toro sigue al trapo rojo de la muleta, intentando cogerlo
a todo trance, porque el instinto así se lo marca, y porque embiste a lo que
está más próximo y se mueve con preferencia a lo que se está quieto o se
encuentra en su lejanía (lean, por favor, la magnífica tauromaquia del
ingeniero D. Amós Salvador y Rodrigáñez, “Teoría
del toreo”, un ministro liberal de tiempos de Alfonso XIII, gran amigo del
duque de Veragua). ¿No se plantearía usted la inutilidad, tantas veces, de su
empeño al reflexionar sobre el asunto? El toro sigue a su instinto natural, a
veces, hasta su total extenuación, algo verdaderamente impensable para la mayor
parte de los humanos que nos paramos a pensar, a cavilar, o simplemente a
descansar, antes de que llegue nuestro fin.
El toro, en fin, es un animal bello, grandioso, pero irracional,
se mueve por instintos, y apenas tiene una mínima capacidad de aprendizaje fruto
de su experiencia, no del razonamiento (que no posee). En poco, por tanto,
puede equipararse a un ser humano, por muy “animal” que sea éste.
Ya sé que habrá quien defienda que, con ello y todo, con ser
los animales evidentemente diferentes de los seres humanos, la corrida es un
espectáculo cruento, en el que se infringe un daño al toro de lidia que puede
parecer gratuito para muchos de los que nada saben acerca del rito, de su
liturgia, de su profundo significado (quizá porque nunca, al contrario que
muchos aficionados, han estudiado, leído o investigado las tesis, opiniones o
libros de los que piensan en sentido opuesto). Están, por supuesto, en su
derecho. Lo han estado desde el siglo XV en adelante y así lo han venido
manifestando (al menos) desde entonces.
Corrida benéfica en Madrid |
Y sin embargo, párense un momento a meditar sobre ello,
voces mucho más ilustradas y dignas que las de estos animalistas, se elevaron
contra el espectáculo taurino y éste sigue vivo tras sesudas reflexiones en
opuesta dirección. Si el papa Pío V, como escribe recientemente mi gran amigo
José María Moreno Bermejo, prohibió la organización de las corridas de toros y
redactó su Bula De Salute gregis Dominici
dictando penas de excomunión a los contraventores, hubo dos papas
sucesivos, especialmente Clemente VIII, que las permitieron sin pena alguna
para los organizadores y sólo con la salvedad de los clérigos de órdenes
regulares… a los que se les vedaba la asistencia. Todas las polémicas basadas
en el humanismo, tanto en la protección de la vida espiritual, como en la
física, basadas en cuestiones de orden social (económicas, productivas,
educativas, protectoras del carácter y de la socialización de los individuos)
se han saldado a favor de las tesis continuistas durante siglos (y eso, incluso, cuando España era la primera
potencia mundial, no sólo militar, sino del pensamiento, el derecho o la
discusión teológica y moral). Creo que sería obligado para estos detractores
del festejo, leer detenidamente la obra de Jesús García Añoveros, “El hechizo de los españoles”, donde se
da un completísimo repaso a las discusiones en torno a la fiesta de los toros
de moralistas, canonistas y jurisconsultos a lo largo de los siglos XVI y XVII,
pero quizá sería demasiado pedir… Todo esto, como decía nuestra gran literata
doña Emilia Pardo Bazán, resulta enojoso hasta el extremo; volver y recurrir a
las discusiones mil veces pasadas y zanjadas sólo porque quienes ahora
defienden esta tesis absurda han sido incapaces de leer (aun sabiendo juntar
letras) los resultados de las polémicas precedentes.
A hombros entre el fervor popular, a la salida de la plaza de Felipe II en Madrid |
En cualquier caso, démosle la vuelta al asunto, y
contemplemos el problema desde el opuesto punto de vista. Si los animalistas
pretenden proyectar (ese es el término psicológico, creo) sentimientos,
sensaciones y conductas inteligentes sobre el toro de lidia, ¿no encontramos ese
mismo pensamiento, y ciertas agresiones brutales, insultos, vejaciones y
escarnios de estos grupos de fanáticos a sueldo, más propios de la animalidad
gratuita?
Me alegro de que vuelvas a poner en marcha el blog desde el que tantas buenas reflexiones nos has brindado. Enhorabuena y gracias
ResponderEliminarFantastico escrito. Muchas gracias. Unión Abonados Sevilla
ResponderEliminarQue agradable sorpresa volver a tener la posibilidad de leer a R. Cabrera en "Recortes y galleos".
ResponderEliminar¡Magnífico artículo, no se puede reaparecer mejor!
Espero que sea un regreso para quedarse, aunque sea de forma esporádica.
ResponderEliminarGracias por el artículo.
Un saludo, Pedro del Cerro.
Qué gran noticia es la vuelta de D. Rafael Cabrera Bonet al blog recortes y galleos.
ResponderEliminarQué gran noticia es la vuelta de D. Rafael Cabrera Bonet al blog recortes y galleos.
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