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miércoles, 20 de julio de 2016

No seas animal...

Por Valentín Moreno
Vicepresidente de la Unión de Bibliófilos Taurinos

Al hilo del texto anterior de Rafael Cabrera, se suscitan diversas reflexiones. Primero, estimo, hay que centrase en la sociedad, y luego en el toro pues el antitaurinismo se enmarca en el animalismo y éste en el buenismo social, dentro de un esquema de marcos de ideas.
El buenismo social actual abandonó el sexo como tabú hace unas décadas y ha asentado como nuevo y gran tabú social la muerte. No se admite que en la vida va consustancialmente la muerte, y se la oculta. Incluso se evita la palabra y se tiende a decir que el difunto "se ha ido", "nos ha dejado", en vez de decir "se ha muerto". En paralelo a este nuevo tabú social, muy asentado, el alejamiento urbano de la vida rural ha maximizado al animal en general y la existencia masiva de animales domésticos de compañía se ha extendido como concepto a los demás, a los que no son perros ni gatos. El animalismo ha pasado de este escalón muy comprensible socialmente por la soledad en las sociedades urbanas, a querer igualar al animal con el hombre y por eso muchos animalistas en vez de decir "ser humano" dicen animal humano y animal no humano. De hecho, existe una entidad que se denomina Igualdad Animal.

Cartel madrileño de 1769 a favor de los Hospitales públicos de Madrid
En este contexto referido se inserta la estrategia del lenguaje y su manipulación por parte del antitaurino radical (que son los más) y se categoriza al animal como humano, aplicándole conceptos que son sólo del ser humano; así, un animal no puede ser inocente o culpable pues no es responsable de sus actos, pero insisten en que es inocente. Un animal puede recibir maltrato, es cierto, pero dicen que "se le tortura", cuando la tortura es de un ser humano a otro, pues no basta que la sienta el que la recibe, sino que debe ser consciente que la recibe, según el derecho penal tradicional. Es en efecto toda una estrategia de manipulación del lenguaje. 

Cartel a favor de las Archicofradías de S. Pedro y S. Andrés de Madrid, para sus fines públicos y piadosos
Al igual ocurre que con los mal llamados "derechos de los animales", que no existen, pues no pueden tenerlos como exponen Fernando Savater, Víctor Gómez Pin o Gustavo Bueno, que los rechazan con argumentos filosóficos, bien reflexionados. Gustavo Bueno define al animalismo "absurdo disparate" y, considerado por muchos el mayor filósofo español vivo, desprecia filosóficamente el posibilidad de “derechos” para un animal. En efecto, las piedras históricas, los bosques y los animales hay que protegerlos pero no pueden tener derechos conforme al derecho civil y natural; tendrían que tener deberes sociales (lo que es imposible, al no ser responsables de sus actos) y no pueden ni reclamarlos, ni disfrutarlos conscientemente. Pero da igual, se da por indubitable en el fanatismo antitaurino que los toros tienen “derechos” y durante los veinte minutos de la lidia –tras cinco años a cuerpo de rey en la dehesa- son violados por los toreros asesinos y el público deseoso de ver sangre. Curiosamente, en realidad, la mejor forma de proteger la existencia del toro bravo de lidia es que se lidie, sin duda. Que sin festejos no habría toros se ha visto a las claras estos años de gran crisis en que al haber reducción de los mismos se ha menguado en modo proporcional la cabaña brava. ¿Quién pagaría por un toro bravo si no hubiera festejos?. Esto también da igual, solo importan los falsos “derechos” mencionados. No obstante, la realidad es tozuda y la ONU y la UNESCO reconocen una Declaración de los Derechos.... Humanos, ratificada en 1948, y no existe ninguna de los Derechos Animales, mundo que no puede estar ajustado a Derecho por la naturaleza de las actuaciones irracionales del animal. Y es que hay que subrayar que el animal más cercano al hombre, por su genoma (la cadena genética), no es el gorila, ni el orangután, sino el chimpancé, y está nada menos que a 14 millones de años por detrás en su evolución, con respecto al ser humano. Como Fernando Savater expone en su Tauroética, es un proceso de totalitarismo moral el del antitaurino, pues no se conforma con exponer su pensamiento, sino que hay que imponerlo: se trata de imponer una moral, la suya, en un complejo de superioridad moral que no admite otra, la del aficionado, y no solo no la admite sino que hay que perseguirla y extinguirla, de ahí el prohibicionismo.

Cartel para paliar la trágica situación de El Tato (31-X-1869)
Con respecto al toro, lo primero que hay que decir es que mucha culpa de que la sociedad actual vea al toro como animal equiparable a los domésticos -casi de compañía- y no como lo que es, bravo de lidia, es el del propio mundo del toro: no ha sabido transmitir nada menos que la razón de ser de todo el fenómeno taurómaco, la bravura del toro y que es de lidia, de lucha, en cuya confrontación de poder a poder con el hombre se domeña la bravura. Otra cosa es que salgan toros mansos y descastados pero la razón del ser del toro bravo de lidia es su bravura y su lidia, lo evidente se olvida.
El antitaurinismo ignora, o lo sabe pero quiere ignorarlo, que la genética del toro es embestir y superar el trance de la lidia gracias, precisamente, a esa genética: el circuito neurológico del dolor es distinto al de cualquier mamífero y muy superior en su tolerancia de umbral del dolor como han demostrado estudios científicos, firmados por doctores investigadores, veterinarios, etc. Precisamente, el cortisol, la dopamina y la gran cantidad de adrenalina que se generan durante la lidia, por la gran actividad hormonal, hace que se neutralicen los transmisores del dolor y que se imponga su genética de embestir y la idea de bravura (de ahí la expresión antigua de "crecerse con el castigo" en varas, por ejemplo) durante la lidia. Es el mismo fenómeno del boxeador, que durante el combate le mueve el hecho mismo de la pelea y su victoria y es al día siguiente cuando siente con intensidad el dolor. Por cierto, la pelea violenta entre humanos no produce el mismo rechazo social que el hecho taurino, lo que prueba la sobreestimación que se hace del animal frente al hombre en ámbitos significativos de la sociedad. Muy mal vamos como sociedad cuando la vida humana vale igual, o incluso menos para algunos, que la animal. Sonado ha sido el caso del zoo estadounidense en el que un niño pequeño se le cayó del brazo a sus padres y ante el zarandeo de un gorila, por temor a que lo arrojara a la pared matándole, el propio zoo disparó al gorila resultando muerto: pues bien, llegaron a la dirección multitud de protestas animalistas por ello, dando igual que estuviera muy en peligro la vida del casi bebé….

Cartel de Écija a favor de los heridos en la Campaña de Marruecos 
Como rito, aparte de como realidad de espectáculo, la corrida es única pues se dirime nada menos que la vida tras la lucha, tras la lidia. Por estar en juego, en suerte, la vida humana, la corrida es hecho transcendente y por tanto no es simple espectáculo de diversión, sino de emoción. Es el único espectáculo verdaderamente transcendente que existe. No se olvide que el toro puede ser indultado si muestra bien la bravura. Aunque hay que reconocer que la vida más en juego y en riesgo por su prevalencia sobre la del animal es la humana. Precisamente, para evitar la prevalencia humana y su altísimo valor con respecto al animal, los antitaurinos humanizan al toro y bestializan al torero llamándole "asesino" (“asesinato”, recordemos, es de una persona a otra según el derecho penal, pero es la estrategia de manipulación del lenguaje referida). Animalizan la lidia, todo un arte en realidad, el del toreo, llamado así desde el siglo XVII, y humanizan al toro. Pero caben aquí mencionarse las palabras de García Lorca: "La mayor riqueza poética y vital de España es la fiesta de toros", u otra frase suya, "el espectáculo más culto que existe", afirmó en otra ocasión. La inteligencia es capital en el toreo, en efecto. Por eso, mientras los toreros torean con su inteligencia y los aficionados defendemos nuestra afición intelectualmente, los antitaurinos embisten en las redes sociales con sus insultos y amenazas. Si ellos manipulan la realidad del toro y lo humanizan, ellos, humanos, se han animalizado con su fanatismo irracional y sus embestidas, como bien se ha manifestado con la muerte de Víctor Barrio en las redes sociales. Es un antitaurinismo zoofílico, antipersona al ser antitorero y antiaficionado, criminal contra el ser humano pues desean la muerte del torero, como han expresado no pocos. Es evidente que el delito de odio está bien presente en esos mensajes llenos de bilis de twitter y que han aflorado desde lo peor de condición ¿humana?. Urge así que actúe la Fiscalía General de Estado ante el acoso y la criminalización que se hace de un espectáculo de masas, de sus protagonistas y de sus aficionados. Escriben que somos psicópatas (lo serían entonces todas las generaciones anteriores de españoles) pero precisamente ese odio visceral pone la psicopatía en su lado. Otra cuestión grave, junto a estos procesos referidos, es el uso, abuso y manipulación que se hace de la infancia por parte del antitaurinismo, que daría para largo en su análisis y reflexión, en una sociedad donde los menores sí tienen derechos, entre ellos a ser formados por sus padres o familia y no por poderes políticos u otros poderes ideológicos. La verdadera violencia para el menor está en un campo de fútbol, como se ha visto tantas veces a causa de los ultras de los equipos, y no en el toreo, escuela de superación, de lucha, de esfuerzo, de pundonor, de sufrimiento ante la adversidad, de uso de habilidad e inteligencia ante lo que se opone a uno, y por tanto, escuela de vida. 

Cartel de Córdoba a favor de la Asociación contra el Cáncer
Concluyendo, el animalismo buenista, por muy fanático que sea y es, visceral (tratando de lo animal, muy propio), sería hasta encomiable por su puro romanticismo, como lo es el del ser aficionado en estos tiempos digitales donde lo que se ve ni existe, frente a una realidad tan física como es el toreo, pero lamentablemente en muchísimas ocasiones no hay tal romanticismo sino intereses materiales muy pragmáticos. Así, en realidad, se ha visto estos años que la verdadera motivación antitaurina es de orden político y la coartada es el animalismo, caso de la prohibición por parte de los políticos catalanes, en un obvio fundamento de actuación por antiespañolismo. Nuevamente la ignorancia manipulada pues no hay nada más mediterráneo que las fiestas de toros, existentes en puntos del levante hispano y también en Cataluña mucho antes que en zonas del interior castellano, pues constan festejos desde al menos el siglo XIV. Da igual que hasta Lluis Companys, fusilado tras la Guerra y referente máximo del separatismo catalán, llegara a presidir corridas de toros, pues era enorme aficionado. Se habla por parte de la clase política nacionalista que es “maltrato animal”, pero se permiten los correbous pues a sus ojos sectarios “es autóctono”. El interés real en prohibir la corrida de toros es que, además de la motivación política, aunque lo nieguen, saben que es un hecho cultural, desde perspectiva antropológica y es un hecho cultural de dimensiones mucho mayores al panorama cultural nacionalista-localista que pueden dominar y controlar sin problemas, y temen su difusión como fenómeno popular. No han podido encontrar en el animalismo estos antitaurinos políticos mejor excusa, y así estamos, entre los intereses políticos de unos y el fanatismo buenista pero violento de otros, como se ha visto por los insultos y agresiones verbales en la circunstancia de la muerte de Víctor Barrio. Frente a este panorama, hay que rendir reconocimiento “al espectáculo más culto que existe”, en la frase ya citada de Lorca, nunca repetida suficientemente, pues se une lo artístico, lo sensorial, a lo trascendente, lo profundo. Por favor, en la defensa de la tauromaquia o su ataque, seamos racionales, y no seamos animales.

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