Madrid,
24 de marzo de 2013. Un tercio de entrada. 4 toros de Torrestrella, desiguales
de presencia, el tercero anovillado, mansos, embestidores pero algo sosos y con
poca casta en general. 2 toros de Torrealta (4º y 6º), mansos, descastados y
sin clase. Diego Urdiales, silencio
(aviso) y silencio (dos avisos). Eduardo
Gallo, ovación (aviso) y ovación con alguna división. Antonio Nazaré, vuelta y silencio.
Día de estreno de la temporada en Madrid. Un cartel interesante para el aficionado que, sin embargo, y como cabía esperar, no fue reclamo para el público en general, llenándose apenas un tercio del coso de Las Ventas… o quizá un poco menos. Cartel interesante, repetimos, como el que tendrá lugar el próximo domingo de Resurrección, porque ofrece alicientes para el aficionado; tanto en uno, como en otro, hay toreros que pueden decir cosas y ganado que ofrecer juego, aunque luego salga como corresponda.
El primero de la tarde y que abrió la temporada venteña, Veranito... (Foto: las-ventas.com) |
El de ayer fue de don Álvaro Domecq, de Torrestrella.
Lidiaba después de aquella corrida del 19 de mayo pasado en Las Ventas donde
ofreció algunos ejemplares encastados, algún otro con genio y casi todos con
posibilidades. El de ayer, por desgracia, no estuvo a la altura de lo ofrecido
casi un año ha, comenzando porque la corrida no se lidió completa y hubo de
echarse mano de sendos remiendos de Torrealta, además de un conejo que se nos
coló desde el sombrero del prestidigitador de los corrales madrileños. Un
conejo, sin duda, para que no pudiera haber la consabida devolución de entradas
que, con anticipación, apenas llegarían a docena y media entre las vendidas en
taquilla. Los tres primeros vespertinos, sin embargo, tuvieron sus
posibilidades, y aunque no fueron un prodigio de casta, de acometividad y mucho
menos de bravura –ésta ausente- al menos se dejaron torear e iban y venían sin
ofrecer grandes o irresolubles problemas, con algo de sosería y sin mucha
clase, es cierto.
El tercero, Lirio, que así visto parece otra cosa, pero que no tenía trapío para esta plaza (Foto: las-ventas.com) |
El infernal tiempo –cuántos nos echaran en cara ahora
la boina dichosa, y para cuántos habremos de responder con el hundimiento
catastrófico, si eso es lo que quieren que caiga sobre sus cabezas- no impidió que
se celebrara el festejo completo, y eso que la lluvia y el frío arreciaron de
firme en algunos toros. Seguro que si hubiese llovido un poco más en taquilla…
La terna también prometía lo suyo; un torero
pundonoroso y esforzado, poderoso, habituado a las duras corridas de Victorino,
como Urdiales; otro que dejó buenas pinceladas de gusto y clase el pasado año
en Las Ventas, como Gallo; y un tercero de exquisitas y profundas formas, plástica
y estética, como Nazaré. A la postre, de los tres, el que anduvo francamente bien
–aunque sólo lo fuera en uno de sus oponentes- fue el tercero, que para ello
los nazarenos son lo propio de la Semana Santa española.
Urdiales en el primero de la temporada con la diestra (Foto: las-ventas.com) |
Abrió plaza en esta temporada 2013 un pupilo de don
Álvaro, por mote Veranito, nada más
antagónico e impropio con el tiempo que imperaba, un bicho jabonero sucio, de
524 kilos, corto, bajo, hondo, hecho pero algo atacado, delantero de cuerna, que
comenzó mejor que acabó, pasando por varas sin lucir bravura y algo soso en sus
arrancadas finales, con mínima o muy poquita casta. Quitó Gallo por
chicuelinas, muy jaleadas, quizá porque Urdiales nada hizo con el percal, y
tras dolerse con los garapullos, lo tomó el riojano entre manos sacándoselo –no
mucho- a los medios. El toro iba más cómodo en los terrenos de dentro, más
cercano a tablas, y allí fueron a parar al fin, por dentro de ambas rayas. Tuvo
algunos arreones de manso, que Urdiales medio aprovechó, pero sin la firmeza de
otras tardes y sin el temple necesario –quizá influyó también el aire que a
rachas sopló toda la tarde-. Se fueron entonando algo toro y torero con las
tandas, pero no había materia prima para el lucimiento, y el animalito acabó
por achuchar por ambos pitones, quedándose un tanto. Un buen natural subrayó,
casi al final, el trasteo de Diego, pero tres pinchazos –alguno feo- un aviso y
dos descabellos dejaron su labor sin siquiera palmas. El cuarto fue de
Torrealta, un torote grandón y zambombo de 647 kilos, que obedecía por Abatido, negro de piel, delantero de defensas,
manso y de embestir sin clase y a menos. El toro, que salía ya distraído del
capote de Urdiales, derribó con estrépito al primer caballo, cuando casi aparecía
por la puerta, pero sin cebarse en su víctima, saliendo suelto a continuación,
para tomar otra vara sin bravura. Ahora sí, el arnedano tomó el percal para
endilgarle unas chicuelinas más del montón que otra cosa. Y tras brindar al
público –no sabíamos qué le había visto, y así lo comentamos- lo tomó con la
derecha, aprovechando que el toro se le venía pronto y ofrecía algún viaje para
torear. Sin embargo, y he ahí matiz importante, lo hacía con la cara a media
altura, sin entrega suficiente, sin demasiada clase, acrecentando el defecto en
las siguientes tandas, y acabando por entrar al paso, hacer algún ademán de
rajarse o tardear... que era lo que nosotros habíamos supuesto. Urdiales lo
pasaba con una y otra mano, pero sin arrancar olés profundos, algo descolocado
en ocasiones, porfión y honrado, pero sin “esencias”, aguantando la poca clase
de su enemigo pero sin llevarlo o someterlo al dominio de su muleta. Medimos
más por la cantidad que por la cantidad… y el tiempo pasó inexorable, hasta el
punto de que sonó un aviso sin tomar la espada siquiera. Se había pasado claramente
de faena y así se lo recriminaron algunos. Dejó media estocada un tanto
perpendicular y atravesada y tuvo que dar hasta seis descabellos oyendo un
nuevo recado presidencial. Silencio en el foro.
Un pase de pecho de Eduardo Gallo en el segundo (Foto: las-ventas.com) |
Un desalentador Deslucido
le tocó a Eduardo Gallo en primer lugar, un toro de 553 kilos, colorado
bragado, meano y axiblanco de capa, ojo de perdiz, corto, grueso y bajo, que
fue como su primer hermano, manso, soso pero embestidor y a menos. El
salmantino, que ya había quitado en el primero, lo lanceó con el percal, entre
aplausos que –al que subscribe- supieron a demasiado. En éste, sin embargo,
como debe estar prohibido, no hizo quite alguno, realizándolo su compañero
Nazaré, por gaoneras del común de los mortales. El toro se arrancó alegre en
sendas ocasiones a los varilargueros, pero luego apenas hizo cosa digna de
mención, saliendo al vuelo del primer capote que vio. Ligó Gallo en la faena
muleteril, pero lo hizo varias veces echando la pata atrás –¿por qué no verán
el video de Morante en Valencia, para entender que se puede ligar sin esconder
la pierna y cargando la suerte desde el principio?-, mientras las generosas gentes
le aplaudían a rabiar. No fue, ni mucho menos, para tanto. Más bien fuera, a veces
escondiendo la pierna, lo más meritorio fue templar al bicho en medio del
temporal, hasta que en la cuarta tanda tuvo que dejar de hacerlo porque ya no
había de dónde sacar. De uno en uno, ahora con la zurda, al principio lo
desplazó para las afueras, aunque terminó por traérselo más para dentro al
final, quizá en el momento más interesante del trasteo, para terminar acortando
distancias. Dijo poco en este epílogo, y menos cuando en uno de los dichosos circulares
de moda y a modo, perdió la muleta. Desde fuera le endilgaría, a renglón seguido, un pinchazo con el brazo atrás y
tres cuartos desprendidos; sonó un aviso y lo remató al segundo descabello.
Ovación con saludos. El quinto era Leído,
que nunca está de más, un toro de 595 kilos, negro chorreado, listón y bragado,
que se comportó como sus hermanos de camada. No hubo toreo de percal apreciable
en el recibimiento, y volvería a quitar Nazaré –por chicuelinas- para que
picado por el gesto saliese de nuevo Gallo y le diera unos delantales, ahora
sí, mejorcitos. La faena comenzó con un desarme, así que sólo podía ir ya a mejor…
pero tampoco, porque el toro tenía menos gas que un caracol. El diestro de
Salamanca, a pesar de ello, tiró bien del mismo en dos derechazos de buena
marca en la tercera tanda, el bicho se sintió podido y a partir de ahí se vino
aun más abajo, cabeceando y dosificando en extremo sus arrancadas. Tanto lo
hizo que obligó a Gallo a pasarlo de uno en uno, teniendo que corregir terrenos
constantemente, al quedarse casi debajo. Hubo cierto encimismo, por ver si así
sacaba algo del público, se puso algo pesado al fin, se lo recriminaron, y la
faena acabó como empezase, con un nuevo desarme. Una entera un poco más que
desprendida, terminó con el cuadrúpedo y hubo algunos pitos cuando salió a
saludar al tercio.
Nazaré porfiando al natural en medio de la lluvia (Foto: las-ventas.com) |
Menos mal que dejamos lo mejor para el final. Y es que
Nazaré estuvo muy torero en su primero, Lirio
por apodo, un torete anovillado de capa colorada chorreada, calcetero y ojo de
perdiz, que era muy poquita cosa en sus –al menos así declarados- 534 kilos (¿?).
Y, sin embargo, fue el que más se movió de la corrida, a pesar de que tampoco
era un dechado de energías vitales. Manseó en varas, se dolió en banderillas y
llegó queriendo a la muleta, eso sí, para que Antonio lo cogiese desde delante
y se lo llevara atrás en pases con una longitud que no habíamos visto en toda
la tarde. Faena elaborada sobre la mano zurda, la de los millones, tras un
serie a derechas, bien colocado al hilo del pitón, entonada, limpia –pese a
lluvia y aire- por momentos con profundidad, bien jaleada por la afición y
público asistente. A pies juntos terminaría el sevillano, quizá en lo más
emotivo de su trasteo, reconciliándonos con el arte de… Montes, más que con el
de Cúchares. Una entera por arriba le bastó para que el toro rodara sin
puntilla, dando una muy merecida vuelta al ruedo tras petición insuficiente. Madrid
es Madrid, es cierto, pero en casi cualquier otra plaza hubiera tocado pelo.
La buena estocada al tercero de la tarde (Foto: las-ventas.com) |
Las lanzas se tornaron cañas en el último de Torrealta, Lapicero de nombre, 574 en la tablilla, castaño con bragas y meano,
un bicho descastado y sin clase que manseó en varas, banderillas y muleta.
Comenzó por acudir con incertidumbres a la franela, con la cara altita y
arreando algún que otro gañafón, protestando casi siempre, y terminó bruto,
parado y con idénticas incertidumbres. Estuvo el andaluz firme, pero era toro
de lidia a la antigua, a base de castigo, doblones o toreo por la cara, toreo
andando y buscándole los costados -pese a no ser un barrabás declarado-, pero
tales cosas ni son al uso, ni se estilan en estos tiempos. Tres pinchazos, con
poco estilo de matador, media algo caída y delanterilla, sin pasar, y tres
descabellos, deslucieron aun más el fin de fiesta. Pese a todos los pesares –más
aun cuando acabamos la Cuaresma-, nos quedamos con los pasajes interesantes de
su toreo al natural, y con las ráfagas de Urdiales y Gallo en sus respectivos
iniciales.
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