domingo, 29 de julio de 2012

Retazos de un arte eterno

Valencia, 28 de julio de 2012. Cuarto festejo mayor de la feria de San Jaime. Más de media plaza. 6 toros de Victoriano del Río, el lote de Morante (2º, 4º y 6º) impresentable, los tres de Ponce bien presentados. En general los tres de Ponce embistieron con nobleza, algo sosos y alguno a menos. De los de Morante, el segundo fue una cabra loca, el cuarto flojo y descastado, y el sexto bravo en varas, encastado y complicado. Enrique Ponce, ovación (aviso), ovación (aviso) y oreja. Morante de la Puebla, pitos, división y oreja (aviso).

La corrida, al fin, recompensó medianamente las expectativas puestas en el cartel. Cartel recompuesto, por cierto, sobre el original en el que en vez del valenciano de Chiva figuraba un pletórico Manzanares. No termino de entender, sin embargo, como Ponce se dispuso a ser segundo plato de nadie, menos aun en su plaza, la que tantas veces le ha aclamado y sacado a hombros. No creo que sea sólo por el interés comercial, tampoco por desquitarse de sus malas actuaciones falleras, quizá por hacer un favor (a cambio de alguna otra cosa) a la empresa, o quién sabe. El caso es que una pretendida máxima figura de la tauromaquia no suele pasar como sustituto de ningún titular, menos aun cuando no se ha contado con él a priori para la feria de San Jaime. El caso es que, como fuere, Enrique Ponce entró en el cartel sustituyendo a Manzanares y a la gente… le dio exactamente lo mismo. La entrada apenas fue ligeramente superior a la que consiguió ayer, en solitario, Iván Fandiño en su fallida encerrona valenciana.
Es preocupante que ni Ponce, ni Morante, consigan llenar un coso de primera categoría, todavía en Julio, en sábado y con mucha gente por las playas de alrededor. La tarde no fue especialmente calurosa, unas nubles cubrieron parcialmente el cielo a ratos, y el ambiente no fue tan agobiante como otras veces. Pero los claros, especialmente en el sol, pero también muy notables en la sombra, indicaban que la sustitución nada había aportado a la presencia de Morante. Los que fueron, en su abrumadora mayoría, habían comprado su entrada a priori para ver al de la Puebla, que en sus comparecencias suele llevar unos dos tercios de plaza poco más o menos, que fueron –algo por abajo- los que entraron ayer en el coso de la calle Játiva. Si como el día precedente, Simón Casas hubiese invitado a Morante a hacerse cargo en solitario del festejo, seguro que hubiera convocado más público…
A pesar de los pesares, y con una limitada respuesta de la concurrencia, la corrida tuvo sus notas de interés, y también las de ignominia.
Ignominiosa fue la presentación del ganado que le sacaron a Morante de toriles. Un primero que era un eralote de hechuras, con comportamiento de chiva loca; un segundo rabón (o colín o rabicorto), anovillado de presencia y sin remate por donde uno quisiera mirarlo; y un tercero, de más cuajo y trapío, brocho y pobre de cabeza. ¡¡¡Para una plaza de primera ya está bien!!! ¿Quién hizo los lotes? ¿Quién fue el que acosado por la presbicia juntó tres y tres? ¿O es que no hubo sorteo alguno, que es lo que nos tememos, y las reses vistas y previstas por Curro Vázquez fueron las que salieron de chiqueros camino del sacrificio indecente? Ahora sí que hubiera sido necesario que Morante sacase las gafas –de aumento- para que el público pudiese contemplar las escuálidas e irreverentes formas de su primer antagonista –al que nos duele llamar toro-. Una auténtica vergüenza que el palco consintió para descrédito de la plaza. Hasta el acomodaticio y festivo público valenciano pitó de salida a la cucaracha…
Y aunque no fuera ignominiosa, sí que echamos en falta una mayor disposición del de la Puebla en su segundo oponente, que ya sabemos que fue un bicho anovillado, descastado y flojo, pero al que Ponce hubiera podido sacarle más jugo… a su manera, desde luego. Y sin embargo, cómo deseamos que primero o tercero (del lote Ponciano) hubieran ido a parar a las manos del de la Puebla… ¡Qué injusta es la vida!
Vayamos al toro, que como reza el dicho popular, es una mona…
Enrique Ponce (Foto: AbsolutValencia.com)

Con esos casi dos tercios de plaza y habiendo recibido una ovación de recibo, salió Ponce a entendérselas con Jilguero, un pájaro de don Victoriano –mal en esta ocasión-, de 573 kilos, negro, un poco atacado de peso -por cierto-, que cumplió con los de a caballo y luego embestiría noble y sosote a los engaños, algo aborregado, pero con juego. Ponce lució el capote con elegancia, aunque muy despegado…, y quitó sin mayores alardes. La faena fue “a su manera” (“I did it my way” de Sinatra, que creo recordarán), citando al toro desde fuera de la rectitud, pasándolo las más veces por la periferia y en paralelo, elegante y estético, pero sin verdad. Sin molestarle mucho (pese a unas protestas iniciales del bicho), tirando con el pico de la res, ésta vino y fue sin molestar y sin trascender a los tendidos. Algunos aplausos subrayaban las tandas pero sin la fuerza necesaria para prender el coso; faena de cumplimiento estricto, sin más. El toro hubiera tenido más juego y emociones en otras manos… no muy alejadas de donde se hallaba Ponce. Para remate, una casi entera caída, con desarme, achuchón y lanzamiento de cabeza al callejón del espada, que se torció un tobillo. El animalito se tragó la muerte (la sangre) y dobló mientras sonaba un recado del usía. Mejor estuvo, sin duda, con el tercero vespertino, Soleares de mote, con 543 kilos a los lomos, castaño de capa, raro de pitones, y aunque manso, con ganas de embestir en la muleta yéndose a menos a medida que avanzaba el larguísimo trasteo. Sonó un aviso que el presidente retrasó voluntariamente hasta ver cómo entraba a matar el espada, casi con dos minutos de demora. Ponce, que no hizo gran cosa en el saludo, quitó por delantales con gusto tras la primera vara, a la que siguió una segunda con el bicho mal puesto, apenas un picotazo y con el animal saliendo suelto. Había materia prima. Consciente, el valenciano brindó al respetable, y lo tanteó con pinturería hacia los medios. El toro fue cómodo, suave, repitiendo (siempre que no se le obligara mucho o se prolongase en demasía la serie), pero yendo a menos, hasta hacerse necesarios largos intervalos en los que el bicho pudiese coger de nuevo el resuello que le faltaba. Ponce, inteligente, supo adaptar los periodos de descanso con los de toreo, y sin estrecharse demasiado, ir dándole pases por las afueras con enorme elegancia y clase y llevando dócilmente las embestidas de la res. Dio poncinas finales, hubo agarre lomar en las postrimerías, citó con el pico de la muleta que desplegaba abriéndola desde una posición como hubiera terminado un trincherazo, dio molinetes, y todo con gusto exquisito… pero con poca verdad. Técnica y estética suplieron, pues, a la ética y autenticidad. Muy bonito, desde luego… pero sin exponer demasiado. El público, enfervorizado, apoyó al diestro con sus ovaciones, hubo momentos de casi éxtasis colectivo, se había recuperado al Ponce ausente durante ya algunos años. Todo iba en pos del doble trofeo… pero se quedó en ovación. Sendos pinchazos que precederían a media desprendida, desmerecieron del conjunto y la petición fue paupérrima al fin. No quiso dar la vuelta al ruedo. Por ese complejo (psicológicamente hablando)  que tenemos, el premio recayó en la peor faena de las tres que efectuó, la del quinto, Frenoso, de 525 kilos, un toro negro, bizco del zurdo, manso también pero embestidor. Sin embargo es preciso destacar lo mucho y bueno que vimos con el capote: primero en unas chicuelinas de saludo, elegantes; después en unas verónicas en su quite, buenas, rematadas con media más que interesante. Y sobre todo, en el quite de Morante de la Puebla, también por chicuelinas, enrollándose el capote al cuerpo, envolviéndose cual crisálida en el capullo de seda que burlaba al animal, ceñidas pero etéreas, magníficas. Lástima que Ponce, que salió con ganas, le replicase por el mismo palo; fueron nuevas chicuelinas sin la gracia de las iniciales y a años luz de las recién ejecutadas, limpias, y estéticas, pero sin la profundidad evocadora ni la inmensa ética de las que había dibujado al aire y en lo más recóndito de nuestras circunvalaciones cerebrales el diestro sevillano. Lo mismo le pasó a Luque en Madrid, y lo mismo a cualquiera que se atreva a repetir lo que Morante acaba de elevar a la categoría de obra de arte imperecedera. La faena de muleta, pese a tan buenos presagios, fue una más de las del maestro de Chiva, sin profundidad, sin exposición, académicamente correcta, pero sin emoción ni transmisión, hasta el punto de que buena parte del público le pitó, finalizando la misma, por la reiteración. No hubo sometimiento del animal, todo fue a media altura, despegado, sin terminar de coger el aire a las arrancadas del toro, algo incomodado por la repetición del bicho, con muchos pases y poca dicción. Una estocada caída, con desarme, pero de efecto rápido trocó pitos por palmas y cayó la oreja compensatoria… Y se fue contento el diestro: había recuperado la estimación en su tierra, en su plaza.
Morante toreando a la verónica (Foto: HuelvaYa.es)

Lo de Morante en su primero fue vergonzoso; la impresentable cabra loca se llamaba Jabaleño, por ver si asustaba el nombre, de 484 kilos (que lo más seguro es que fueran cuarenta menos), abecerrado y avacado de cuerna, un choto auténtico y genuino. Con un comportamiento de eral sin picadores, saltarín y sin fijeza, apenas vimos una verónica bien trazada del maestro sevillano; se quitó el molesto palo en varas, saliendo a su aire, manseó todo lo que pudo en banderillas y llegó descompuesto, como preguntándose a qué venía todo aquello, a la muleta. Sucio, sin ideas claras, y tras dos minutos y medio de intentonas vanas, Morante le dio pasaporte a la eternidad, después de mil trapazos, de un pinchazo caído –cuarteando- que no prendió y un descabello, después de que salieran los peones a castigar al impúber y lo cerraran tontamente sobre tablas, de donde no hubo quién pudiera sacarlo. Fantástico. En otra plaza habrían caído rajas de melón y algún que otro gato… aquí fueron sólo pitos. El cuarto fue Cestero, un colorado chorreado y ojo de perdiz, rabón o colín –como hemos dicho-, anovillado de formas y sin cuajo, de 548 kilos, manso, flojo y descastado. Un lujo asiático. Otra verónica pudo darle, entre lances destemplados, Morante que nos dejara algún recuerdo de lo que pudo ser. En la serie de tanteo, un pase del desprecio, preciso y precioso, dos derechazos mandando en la siguiente tanda, y ante la defensa del bicho –exhausto-, la cortedad de sus embestidas –falto de gas-, y escasa entrega, el de la Puebla se dobló y lo pasaportó de una casi entera caída, a paso de banderillas. Por fin, tras del quite al quinto, pudimos verle torear -a ráfagas- en el sexto, Derramado, de 580 kilos, un toro de trapío pero con una cabeza lastimosa, brocha y pobretona. Negro de capa, cumpliría con creces en los caballos, derribando con estrétipo en las dos acometidas –aunque salió suelto en la primera se cebó en el caballo derribado en la segunda, coleándolo el maestro para salvar al picador-. El quite posterior de Morante, por delantales, fue magnífico, de mucho castigo por cierto, consiguiendo doblar al toro una barbaridad y sacándole el capote por bajo para que humillara, como correspondía hacer. La faena fue meritoria, no porque viéramos una exquisitez tras otra –que las hubo-, sino porque la condición del bravo animal no era sencilla; fue toro exigente, que tiró tornillazos y tarascadas sin parar, incómodo, con más genio a veces que casta. Morante anduvo firme, tanteó de forma artística y llegó en dos muletazos al respetable, que le aclamó como se aclama a los héroes inmortales, rugiendo. ¡Qué capacidad bergaminiana de decir el toreo! Emotivo, trascendiendo a los tendidos, fue metiendo al toro en el trapo para construir una faena con múltiples altibajos –o “altimedios”, perdonen el neologismo, porque la faena nunca cayó al abismo en intensidad- y vimos el mejor derechazo de la temporada en la tercera serie, profundo, mandón, completo, desde el cite al remate, cargando levemente la suerte antes de la entrada del animal, académico y hermoso. No hubo más que ese, porque el animal –que no era fácil- se mosqueó y al siguiente intento le mandó un recado con los recogidos postes telegráficos. Repitió, sin embargo en la siguiente, con uno casi del mismo nivel. Morante estaba agotado, el esfuerzo era digno de la pelea, y con cargazón de la suerte como hoy no se estila, citó al natural; no fueron muy profundos los lances, tampoco demasiado en redondo, pero al final surgieron dos monumentales trincherazos que a Ruano Llopis le hubieran hecho soñar… Tras unos adornitos sin mayores alharacas, de nuevo al cuarteo, dejó una entera caída, sonando los clarines cuando el toro se echaba. La oreja… y qué más dan las orejas; al diantre con ellas. Habíamos visto retazos de un arte eterno; y volvimos hablando de toros a casa durante más de dos horas…

sábado, 28 de julio de 2012

Gloria efímera


Valencia, 27 de julio de 2012. Tercer festejo mayor de la feria de San Jaime. Media plaza. 3 toros de Alcurrucén (1º, 3º bis y 6º), muy desiguales de hechuras y presencia, mansos en varas, embestidores pero a menos primero y último, soso  y descastado el tercero. 2 toros de Adolfo Martín (2º y 4º), más parejos aunque justos de presencia, noble, soso y a menos el segundo, y encastado pero a menos el cuarto. 1 toro de Fuente Ymbro (5º), feo, embestidor pero sin clase. Iván Fandiño, que actuaba como único espada, ovación, ovación, silencio, silencio, oreja y oreja.

Fue un desengaño. Creo sinceramente, y después de los dos experimentos lo afirmo sin duda, que Fandiño no es torero para este tipo de encerronas. No porque le falte valor, o decisión, que ambos los posee, sino porque su escaso repertorio, su toreo sobrio y sin adornos, su escaso –todavía- bagaje por la fiesta, le hacen reiterativo, monótono, escaso de recursos y casi ayuno de gracia o chispa con la que sacar adelante la lidia de seis toros. En Bilbao naufragó; a orillas del mar Mediterráneo a punto estuvo de hacerlo, y sólo los ánimos infundidos por el grande y generoso corazón  de los levantinos terminó por cambiar ligeramente su actitud, camino del abismo, para hacerle entender que aun podía sacar algo en claro cuando le quedaba toro y medio. El apoyo del público ha sido fundamental para su efímero y menos que justo triunfo; sin él no hubiera podido levantar –levemente, sin exageraciones- una tarde aciaga, triste y presumible. En Madrid, sin ir más lejos, esas dos orejas finales se hubieran saldado con sendos saludos a dos buenas estocadas… y para casa con el esportón vacío. Pero aquí las gentes son generosas en todo, o en casi todo, la luz, la alegría festiva, el fuego (entiéndanme bien, no me refiero a los pavorosos incendios que han asolado parajes hasta hace poco igual de generosos y exuberantes), la gastronomía, la acogida… Quizá por eso Valencia, a pesar de ser plaza de primera, reparte con la misma largueza y munificencia trofeos entre los espadas que pisan su más que centenario albero.
Iván Fandiño en actuación precedente

Pero, a pesar del triunfo, el derrotero del festejo fue muy otro. Fandiño sólo hizo tres quites artísticos en toda la corrida (s. e. u o.), cuando aquí, por mor del Reglamento nacional, los toros toman dos varas per cápita –como mínimo-, doce, por ende, como número de partida que a veces puede ampliarse en toros de mucho poder o mansos redomados que sólo toman refilonazos. Tres o cuatro no son suficientes para mostrar la capacidad y variedad que exige este espectáculo en solitario. Tampoco lució los toros como debió. El primer tercio, sobre todo cuando hablamos de ganaderías supuestamente encastadas, debe ser muy diferente; el orden de lidia –hubo bichos que tomaron las varas en el caballo que hacía puerta-, la colocación perfecta de los toros –¡cuántos ayer entraron al relance, al desaire de un capotazo mal dado!-, la distancia –sucesivamente más larga para valorar las condiciones de cada res-, los capotazos justos e imprescindibles –para no robar ni mermar fuerzas a los astados-, la generosidad del que sabe que en el espectáculo del primer tercio se le va también algo del postrero –pese a que el público le reconozca el mérito-, y así tantos detalles. Había que dejar, también, que los toros acudiesen de lejos a los engaños, y no intentar recortar terrenos, achicar espacios –como hizo ayer- ahogando a sus antagonistas –algunos de los cuales hubiesen tenido otro comportamiento y ofrecido otro juego en la distancia media…-, en fin, dejando ver al toro como lo hubiera hecho –y perdónenme de nuevo que señale- el ausente del festejo Javier Castaño.
La empresa tiró a abaratar costes, sin duda, y procuró o aceptó que Iván lidiara en solitario el festejo, cuando hubiese sido más coherente sustituir al herido Castaño por Robleño o por Alberto Aguilar, ambos con méritos recientes y suficientes para figurar en el cartel y que hubiesen aportado otra variedad y riqueza a la corrida. No fue así, y con ello la empresa de Simón Casas se ahorró –seguro- una buena parte de los emolumentos de aquél. Todo, por cierto, a costa del aficionado.
Aunque una parte de lo ahorrado se le iría, por manes del destino y una decisión bastante controvertida, en la sustitución en el ruedo del primer toro de Fuente Ymbro por un sobrero de encaste Núñez del hierro de Alcurrucén. Un toro, el gaditano, sospechoso de pitones, que se partió un asta al rematar en burladero –¿funesta consecuencia del enfundado? y quién sabe si más-, pero que en lo poco que hizo prometía calidades y casta… Eso, ni fue, ni es, motivo de sustitución reglamentaria; el artículo 84 dice que “El Presidente podrá ordenar la devolución de las reses que salgan al ruedo si resultasen ser manifiestamente inútiles para la lidia, por padecer defectos ostensibles o adoptar conductas que impidieren el normal desarrollo de ésta”, esto es, que presente el defecto ostensible a la salida, y no producido durante la lidia; para éste caso también el Reglamento tiene su parecer: “Cuando una res se inutilizara durante su lidia y tuviera que ser apuntillada, no será sustituida por ninguna otra”. La inutilización, por tanto, de la que habla el Reglamento ha de ser severa, no basta solamente con que se parta un pitón, tanto… que haya que apuntillar a la res en el ruedo por suspensión de la lidia. Así que debió dejar al de Fuente Ymbro en el ruedo y posteriormente mandar analizar sus astas.
Sin ver los toros como correspondía a una corrida más torista que otra cosa, sin que Fandiño realizase ninguna faena excepcional, sin que le viéramos una variedad extraordinaria con muleta o capote, sin que siquiera acertara con el acero en sus cuatro primeros toros, la corrida fue una sucesión de pases y pases, muletazos sin mucha calidad –cuando no salían enganchados- que terminaron por aburrir a los aficionados aunque el público a favor, o el ocasional, los aplaudiera por rutina. Sólo en los dos últimos, con el esfuerzo por superarse –que no en su toreo-, y con las dos estocadas por arriba, consiguió salir airoso de un compromiso que le vino muy, demasiado, grande.
      
      
Bajando al por menor de lo acontecido les contaremos que el primero de Alcurrucén fue un toro de 502 kilos (mucho más hecho que cualquiera de los del día precedente), negro listón, manso en varas pero embestidor en la muleta, que fue a menos y que pecó de excesiva flojedad (cinco caídas, dos de ellas antes de varas). Mejor por el derecho de salida –por el zurdo salía suelto-, llegó al último tercio templado por ambos, noble, aunque por la manía de acortar espacios, Fandiño acabó por ahogarlo en buena parte. El bicho necesitaba dos o tres metros de distancia que no le dio. Bien colocado, el de Orduña, lo trasteó con suavidad al principio, aunque en un acelerón el animal perdió el trapo, se le coló, y de ahí el achique de terrenos. Era un toro serio, fijo en la franela, pero que terminó por perder interés y tardear sin remedio. Una estocada caída, con algo de derrame lo mandó al Walhalla táurico.
El segundo fue un albaserrada de Adolfo Martín, de nombre Aviador, con 505 a los lomos, cárdeno oscuro, feote y sospechoso de cabeza, manso en los caballos, pero noble en la muleta, hasta que se complicó a la usanza de los de su casta. Tampoco éste tuvo fuerzas como para lucir otra cosa (dos caídas antes de los del castoreño y cuatro más en el tercio de muerte). Así como el vizcaíno había hecho un quite en el primero, en éste no lo hubo, y nada vimos con el percal. Con la franela, llevándolo de abajo para arriba, comenzó una faena sin transmisión y sin continuidad, pasándolo de uno en uno, hasta que el toro le prendió en un descuido y le rompió el chaleco de muy mala manera, mandándole un recado a la cara que de haberlo alcanzado hubiera terminado ahí el festejo (ya sé que había dos sobresalientes…). Más emotiva la faena desde ese momento, hubo sendas tandas –una por pitón- más meritorias, pero sin pasar de voluntarioso. Media espada, también caída y atravesada, y un descabello le remitirían al desolladero.
Me gustó el tipo y comportamiento del tercero de Fuente Ymbro, ese al que el pitón le mandaría de vuelta a chiqueros con los bueyes; una pena. En su lugar saldría Mulero, de Alcurrucén, un bicho de 520 kilos, negro girón y calcetero, manso, soso, deslucido y sin casta. Todo un cambio... para mal. Comenzó saltando la barrera por el 7, sin emplearse en los engaños y saliendo de aquéllos distraído. Pareció que mejoraba en la primera vara, pero era efecto de bravucón, no hubo quite artístico alguno, y tras de bastante desorden en banderillas, y un muleteo sin entrega por ambas partes (el toro a media altura, él sin bajarle la cara y en paralelo), acompañaría a sus hermanos de un pinchazo desprendido, otro hondo por idéntico lugar y un descabello sin estocada por tal nombre, aunque ahondaran los capotazos el lesivo acero.
El cuarto fue, de nuevo, un albaserrada de Adolfo, Vanidoso de mote, 480 kilos, cárdeno, más tocado de púas, justito de carnes y remate, pero que cumplió en varas, desarrolló casta y vino después algo a menos. Tampoco en éste vimos toreo de percal apreciable, ni quite, pero al menos la pelea en el peto –sin castigo para la res- fue mejor que la de su hermano, metiendo mejor la cara en el caballo, aunque saliendo con entera facilidad. Un tanteo por alto daría principio a la faena, yendo el bicho sin necesidad alguna de toque, generoso, pero revolviéndose de vez en cuando –quizá por falta de remate más atrás, o con mayor salida, en los lances-. Así que visto que el toro podía preocupar, Fandiño acortó distancias y lo ahogó, complicándolo aún más. Y la faena… a menos. Embarullado por no darle aire, teniendo que rectificar constantemente su terreno, el espada optó por la cantidad, hasta que el toro se cansó de acudir a la cita. No se puso pesado el diestro, y le dio dos pinchazos desprendidos –que es casi como decir que no estaban en su sitio- y una entera por arriba que requirió de un postrer golpe en la nuca.
La tarde iba como la capa de este cuarto… Salió en quinto lugar Víbora, de Fuente Ymbro, un toro feo, badanudo, corto y bastante hondo de pechos, como sobrante de cualquier lote, con 530 kilos, también rarete de puntas, negro de capa y manso y con poca clase en los engaños, pese a que repitió de sobra. Nada tampoco con el capote de salida, aunque –ahora sí- quitó por chicuelinas ajustadas… y poco más. Comenzó muleteando por estatuarios a una mano, con el toro algo bronco y protestón por momentos, y sin terminar de cogerle el aire fue instrumentando lances por la derecha que más acompañaban que dirigían las embestidas de la res. No decía nada de nada… pero sonó la música, se alegró el personal y cogió Fandiño la zurda… Y no pasó nada nuevo, si no es que los lances salieron algo más sucios que por la derecha. No importaba, la actitud del respetable había trocado su indiferencia por el ánimo de empujar al diestro al triunfo, y tras dos series más en las que abundaron los toques de la tela, y tras de unas manoletinas, al despacharlo de una entera por arriba, buena, consiguió ese primer trofeo y la apertura a la esperanza.
La de la Puerta Grande de la calle Játiva vendría en el último, también de Alcurrucén, Chispero de apodo, negro mulato de 590 kilos (ciento y pico más que el más chico de los corridos), largo, ensillado, algo avacado de cuerna, pero un señor toro, manso eso sí, pero embestidor aunque a menos a lo largo del último encuentro. Muy manso y abanto tuvo que entrar hasta cinco veces a los de aúpa para que le hicieran la sangre correspondiente sin que saliese de estampida. Con el toro casi entero comenzó –ya con todo a su favor- el trasteo de Iván mientras el toro repetía con genio. Anduvo firme el diestro, desde fuera, eso sí, pero sin amilanarse, y volvió a optar por la distancia corta, donde el bicho, aunque respondiera, no tenía tantos humos. A mí me hubiera gustado verle someterlo en la distancia…, mal aficionado que es uno. Y sin colocarse en su preciosa rectitud, y estrechando lazos con el cornúpeta, fue hilando una deslavazada faena, en la que el animal se fue apagando por mor de la colocación y los espacios. Unas bernardinas finales, con pausas, de una en una, a punto estuvieron de echar por tierra los ánimos del respetable, pero un pinchazo saliendo prendido al encunarse –por la ansiedad- y una soberbia estocada los recuperaron para la gloria efímera de una tarde levantina. Gloria escasa, justa, excesiva para los méritos contraídos, pero gloria al fin, aunque no haya de valerle gran cosa. Hay que medir mejor estos compromisos.

viernes, 27 de julio de 2012

¡Más vale tarde que nunca!


Valencia, 26 de julio de 2012. Segundo festejo mayor de la feria de San Jaime. Más de media plaza. 6 toros de Núñez del Cuvillo, insuficientemente presentados, mansos, la mayor parte descastados y complicados. Francisco Rivera Ordóñez, Paquirri, silencio y pitos. El Fandi, oreja y silencio. Sebastián Castella, silencio y oreja.

La corrida fue rápida para lo que esperábamos. Dos horas y veinte minutos con el interregno de la merienda es tiempo más que aceptable para lo que cabía esperar en corrida mediático-festiva con añadido galo de stahanovismo táurico. Lo suyo, y con un público de especial condición ayer en el coso valenciano, sería haber otorgado cientos de orejas, con vueltas clamorosas y gritos de guapo, hermoso y lindezas por el estilo al paso de los del brillo áureo. Guapo, hermoso, y otras lindezas que nada tienen que ver con el toreo, porque eso ya es otra cuestión. Ayer había una cierta predisposición mayoritaria hacia otro tipo de espectáculo. Al fin, y tras el desastre, sólo vimos toreo en la muleta del francés, al que por cierto no llamaron esas cosas, porque no entra en el numerito. Eso sí… fiel a sí mismo, Castella practicó el toreo por agotamiento habitual, aunque fuera el único capaz de sacar algo en claro de los mulos de Cuvillo.
Esta ganadería al por mayor, con centenares, ¡qué digo centenares, millares de cabezas!, sigue en las últimas temporadas un camino, no por buscado y anhelado, menos catastrófico. La toreabilidad que lucieron años atrás está siendo sustituida, trocada y  mudada en condición mular. Sí, aun sale alguno que toma borreguilmente cien muletazos, sí, no nos engañemos, pero en conjunto cada día son más los que menos embisten, entre caídas, asperezas, complicaciones y brusquedades. Eso si logran pasar los reconocimientos en plazas de primera categoría… Ayer, en Valencia, no sé cuántos fueron precisos para completar el encierro, pero lo de Madrid en la pasada primavera se contaba por docenas. Era el paradigma de la ganadería de las figuras; reses de mínima presencia, que permiten estar por ahí sin grandes preocupaciones o riesgos, y embestidas ñoñas. La desgracia –lógicamente para don Alvaro, que no para los aficionados a la fiesta de los toros- es que si le salen cuatro más como ésta en plazas de repercusión mediática –ya saben que en los portales, esto se disimula una barbaridad si la plaza es de Villaconejillos de la Madriguera- el negocio se les va al infinito universal, donde lo que abunda, precisamente es la antítesis: la nada, el vacío más absoluto. Es decir que no abunda porque no hay nada. Pues caminito del abismo sideral los de ayer, con la única excepción del segundo –en la línea pretendida de embestidas aborregadas y sosas-, abundaron en molestias para los espadas que en buena medida se vieron desbordados por las complicaciones, pero sin que brillara para nada la casta situada en el extremo opuesto de la escala de valores (acometividad-fuerza-bravura vs toreabilidad-nobleza-flojedad).
Estos borregos sí que tienen culata... y otros atributos aunque no cefálicos

A Rivera, sin ir más lejos, sólo le faltó llorar al presidente para que le cambiara un tercio de banderillas en el que las dudas y las pasadas en falso (entre pitos y cierta rechifla) protagonizaron su labor… con tres palos prendidos. El usía, desde el palco, se llamó a andanas, miró para otro lado y esperó a que el matador colocase el cuarto palo que reglamentariamente le exige el Reglamento nacional de 1996 (no así el de 1962 que permitía que cada espada pudiera colocar las banderillas que quisiera). Pasó las de Abel (nunca he entendido eso de las de Caín, como no fuera a posteriori del homicidio…), y tuvo por fin que meterse en el terreno del toro para prender la que le faltaba… ¡que crimen tan horrible! ¿Y “quién le manda a este señor meterse en lo que no sabe”?, ¿quién le exigió que cogiera los palos para banderillear cuando había pasado de hacerlo en el primero, un bicho tan poco favorable como éste para hacerlo? ¿O es que no distingue la condición de los toros, acostumbrado a lo que habitualmente le echan desde chiqueros?
Pues lo dicho, una corrida complicada y falta de clase, con su punta de bronquedad, incertidumbre, genio y mala uva, mal presentada para un coso de primera. Lo que es trapío, lo que se dice y llama trapío, no vimos en ninguno de los seis lidiados. Tan sólo el monstruoso sexto (540 kilos, no vayan ustedes a pensar que…), aparentó algo más que sus hermanos, pero con una culata de pistola de juguete comprada en los “chinos” de la esquina. Toros mínimos, como los frailes franciscanos homónimos, que “humanizados” se pusieron a la altura de la sociedad (léase entramado de la fiesta) que les rodea. Toros bajitos (como la calidad moral y ética de alguno…), recortados, sin desarrollos prominentes, sin remate alguno (parece la selección española) y supuestamente aptos para el “tiqui-taca” del toreo actual: mucho sobe, mucho pase sin sal ni gracia, pero abundantes y empalagosos… hasta el arrimón. Fantástico.
La corrida con este “material” fue de las de aúpa, pero no en el sentido añejo del término, empleado en tauromaquia para referirse a los de caballería, sino por el aguante que debe tener uno ante el descaste general y lo pesado que es llevar en brazos el fastidioso fardo del espectáculo. No obstante, he de reconocerlo, me entretuvo, porque era de ver cómo iban los espadas sucumbiendo en las complicaciones de los astados, sin recursos para someterlos, ni poder hacer de ellos cosa interesante alguna que no fuera lo de siempre: acompañar sus tristes embestidas entreveradas de mal genio y miradas desagradables. En otras manos… quizá hubiésemos visto un espectáculo más brillante; en éstas… tonalidades gris cenicientas.
Paquirri hijo, naufragó ante su primero (al que no quiso poner banderillas y en eso le aplaudimos), un animal jabonero sucio, casi barroso, de 480 kilos, que se tapaba por la capa y los pitones, pero quizá el más cuajado del encierro. Manso, con embestidas a media altura y sin clase alguna, lo del torero dinástico fue lo de siempre, probaturas, toreo excéntrico, despegado, sin acoplamiento y con trapazos por doquier. Ante los continuos derrotes del bicho, sus protestas y mal genio, optó por doblarse en movimiento y despenarlo de un pinchazo según pasaba por allí, y, con el animal en tablas, tres descabellos. En el cuarto (Farfonillo, de 502 kilos, negro, sin hechuras por detrás, manso, incierto y áspero), menos hizo aun. Tras del patético tercio de garapullos en el que el toro le esperaba en su terreno, le cogió una tirria especial, y después de banderazos (como si estuviese haciendo señales en la armada) y desconfianzas –todo por las nubes, agudizando los tornillazos y cabeceos de la res-, y tras oír protestas y pitos generales, se lo quitó de en medio de media por arriba de esa manera…
Al Fandi le tocó el único toro –eufemismo utilizado para no describir aquello- que cumplió con el guión esperado. Un bicho de 525 en la báscula (que debe andar averiada, sin duda), negro albardado, sin culata, y que embistió sosa y confiadamente en el último tercio, aunque a media altura –justo la misma que practica el granadino en su muleteo-. Lo más destacable, en cuanto a toreo se refiere, fueron los quites artísticos realizados por el espada y Castella, variados y gratos en los tiempos que corren, con su punto de pique por parte del atleta que respondió al del galo. Fueron gratamente aplaudidos ambos. Dio su habitual espectáculo de carreras en banderillas -¡albricias, clavó un primer par en la cara, tras un cuarteo mitad de espaldas mitad de frente!-, y tras un comienzo genuflexo en tablas –donde le apretó el bicho-, hizo una faena en el tercio, desde fuera y mandando las arrancadas, con el pico, hacia el más allá en general. Hubo alguna colada –lógica, por otra parte, cuando el animalito no ve sino dos bultos no demasiado quietos- y después de un sinfín de muletazos un agarre al lomo de la res –que nadie le iba a quitar- que fue digno de los mayores aplausos del personal. Visto aquello, montó el acero y desde muy lejos le dejó una trasera y tendida y llovieron los pañuelos. Oreja. No hubo tal en el quinto, un semoviente que obedecía –poco- por Panadero, con 490 kilos (¿?) escaso en general, manso, sin fuerzas y descastado. Como a estos bichos no se les pica (¡por favor, qué vulgaridad, qué repugnancia!), el animal debió desfondarse en las carreras que le obligó a dar el Fandi en banderillas, y así llegó a la muleta sin gas alguno, mortecino… y se echó por sus propias patas. Detalle de calidad intrínseca y extrínseca, detalle de casta, de toro de lidia. Y yo que recuerdo haber visto a un toro de Guardiola Fantoni desangrado en vida –hará casi tres décadas- afianzado sobre sus cuatro remos, apuntalado sobre sus patas, pidiendo aun guerra pero incapaz de moverse un ápice… Ese, que algunos recordarán, no se echó… Éste sí; qué le vamos a hacer, son cosas que cambian en la tauromaquia. El caso es que en las paupérrimas medias embestidas que logró dar, miró más al diestro que al engaño, porque uno y otro iban cada cual por su lado. Visto aquello, y con el cornúpeta a la defensiva, el Fandi lo liquidó de una entera desprendida y un descabello.
Castella en su gesto de San Isidro 2012 (Foto: las-ventas.com)

No anduvo mucho “en Castella” el francés en su primero. Sólo seis tandas... a un bicho desagradable, áspero, bronco, manso, deslucido y complicado. Un animalín tan bajito (aunque larguito) que nos temimos hubiese de lidiarlo desde la estación del metro… 475 kilos y capa castaña, unos que predecían una cosa, y la capa la contraria y definitivamente la veraz. Siempre fuerita, con alguna firmeza sin embargo, el galo no consiguió redimir su adversa condición, y se dobló sólo al final, cuando lo hubiera necesitado desde el principio. Quizá pensó que redimiéndole por el trabajo lo domeñaría hasta humillar su altiva condición. Pues, no. Hubo voluntad, desde luego, pero poca cosa más. Tras dos desarmes y viendo que aquello no mejoraba, lo mandó al desolladero de media caída tras que le costase un reino el cuadrarlo. A Dios gracias, mejoró el panorama general con el sexto (Juncoso, de 540 en la báscula, negro y bravucón en varas y algo complicado en la franela), con un Castella como deseábamos ver, más lidiador y poderoso, que logró sacar las tres series más interesantes de la fiesta, con la zurda –algo que se nos antojaba difícil, porque se había colado de inicio por allá, dejando un recado-, más en redondo la tercera, pero más interesantes las dos precedentes. Por la derecha, como al principio por el pitón zurdo, brusco, tardeando y sin demasiado recorrido, siempre con la cara alta. Fue mérito del francés meterlo en el engaño, poderlo y someterlo en esas tandas con la del cortijo, y quizá menos descolocado que otras veces… Una estocada y sendos descabellos conseguirían la única oreja de ley de la tarde. ¡Enhorabuena! Es difícil mantenerse con la concentración precisa en el transcurso de una larga temporada, y quizá eso le faltó en su primero aunque lo recuperó en el postrero. ¡Más vale tarde que nunca!

jueves, 26 de julio de 2012

Un novillero a la antigua usanza


Valencia, 25 de julio de 2012. Primer festejo mayor de la feria de San Jaime. Un cuarto de plaza. 6 novillos de Fuente Ymbro, desiguales de presencia y escasos en general, mansos, y en general más complicados que otra cosa. Destacaron el tercero y cuarto en la muleta. Fernando Adrián, silencio y palmas (aviso). Román, oreja y ovación. Gonzalo Caballero, vuelta (con alguna protesta y tras aviso) y silencio.

No fue, ni mucho menos, la novillada de Fuente Ymbro que nos hiciera recordar a las que hace casi una década encumbraron al ganadero. Aquéllas embestían con nobleza, con codicia, con bravura muchas veces, con casta incesante; ésta, sin embargo, ha sacado la peor cara que recordamos en los últimos años, complicaciones, incertidumbres, descaste en alguno (como el primero o sexto), y sólo la nobleza del tercero y la repetitividad del cuarto –aun sin aquella entrega y generosidad de antaño- nos han hecho atisbar lejanamente lo que fueron aquellas importantes novilladas de años atrás.
Y eso que el bueno de Ricardo Gallardo lleva una buena temporada en general… y que uno de sus toros acaba de ser indultado en Mont de Marsan por Tejela, Jazmín, hijo, por cierto de otro buen toro, Harinero, también indultado en Valencia en 2006, que según nos contó ayer sigue padreando y dando buenos resultados entre los machos. Pero ayer no tuvo la tarde de cara. Bien es verdad que la presentación fue deficiente en varios casos, con dos o tres bichos abecerrados y sin cuajo para un coso de la pretendida categoría del de la calle Játiva, y que la multiplicación de festejos a los que acude el ganadero gaditano puede conducir a que deje para los festejos menores animales sin buena reata o pertenecientes a nuevas líneas que intenta probar. El caso es que, en definitiva, ni por presencia –trapío-, ni por juego, la novillada del hierro de Fuente Ymbro pasará ni mucho menos a la historia.
Fernando Adrián, que abrió plaza, en encontró con un primero (Mestizo, 450 kilos, negro, sin remate por detrás) que manseó en varas para complicarse y lucir un descaste verdaderamente inesperado después. Un novillo que cabeceaba, miraba en exceso al diestro y se quedaba a medio viaje muchas veces. Sin las ideas demasiado claras, abusando algo del pico en ocasiones, recibió más de una colada, fue desarmado en dos ocasiones, y terminó por pegarse el arrimón antes de que el bicho se echara en tablas, donde había conducido al espada. Levantado, lo remató de una trasera y baja al hilo de las tablas. En el cuarto (Historiador, 435 kilos, negro y abecerrado), tampoco encontró la clave y eso que el bicho, aunque un poco reservón, repetía en las tandas, pese a un comienzo sin entrega y con escaso viaje en el percal. Lo único que ofreció el diestro fue un derechazo en la serie consecutiva al tanteo, en la que de verdad arrastró al novillo y dominó la situación; lo demás fueron muletazos sin cuento, intentando justificar por la cantidad la ausencia de dicción del toreo, de poderío y de mando sobre la situación. El novillo se fue cerrando, poco a poco, sobre tablas, se fue haciendo cada vez más reservón, desarmó en una ocasión con achuchón añadido y se complicó al fin, ciñéndose en exceso. Un pinchazo desde fuera, una entera levemente atravesada –por salirse- y con nuevo desarme, un aviso y dos descabellos pusieron fin a una actuación en tono casi marengo. En definitiva, poca clase en ambos oponentes.
Toros de Fuente Ymbro para la pasada feria del toro pamplonica (Foto: Koldo Larrea)

Dejemos para el fin a Román, que fue lo más interesante del festejo. A Gonzalo Caballero, sin embargo, le hemos visto retroceder en expectativas con respecto a sus iniciasles festejos sevillano o madrileño. En su primer novillo, el tercero vespertino (de 440 kilos, negro listón, más hecho aunque también más corto y bajo que sus hermanos precedentes) desperdició una buena ocasión. El noble animal, que por cierto cumplió en varas, pese a llevar la cara alta y salir con facilidad del encuentro, tuvo recorrido y cierta entrega en capote y muleta; Caballero que ganó terreno en los lances de recibo, se limitó luego a pasarlo en paralelo, sin apostar por el toreo de mando, de dominio, en redondo, sin terminar de emplearse a fondo en plaza de primera categoría, simplemente tirando líneas a la espera de que el benevolente público levantino le aplaudiera como a cualquier otro. Fue perdiendo continuidad en las series, a la par que limpieza, para terminar arrojando muleta y estoque ante la cara de la res, en feo y antinatural desplante… la muleta, ¡qué caramba!, está para torear no para ser arrojada cual trapo de mecánico. Después de unas bernardinas finales, y siempre desde fuera, dejó una entera desprendida sin darle la oportuna salida, siendo enganchado sin consecuencias por el bicho, que se echó para levantarse, debiendo descabellarlo en dos ocasiones después de escuchar un recado. Dio una vuelta al ruedo, no sin algunas protestas iniciales (¡¡¡en Valencia!!!) que desde luego sobraba. El sexto (Volante, 445 kilos, tostado listón), fue otro animal sin casta, manso y rajado a tablas casi desde el inicio del trasteo. Un bicho que no quería saber de peleas, que comenzó colándose, y con el que Gonzalo intentó torear como a su primero, desde allá y para allá. El bicho le mostró que quería irse desde el principio y luego, refugiado en tablas, siguió sin querer saber nada del asunto. Con finiquitarlo tuvo el diestro bastante para escuchar silencio, que en esta plaza es verdaderamente tremendo…
El triunfador del festejo Román Collado
Sin embargo, nos gustó la disposición, ganas y maneras de Román, el diestro local que ya había despuntado en el ciclo fallero de marzo. Su primer antagonista (Ocurrente, 475 kilos, negro listón y abecerrado de hechuras) fue un novillo complicado, áspero, incierto en la mayor parte de sus arrancadas, manso en varas, que hizo ademanes de raje y tiró cornadas desde el principio de la faena de muleta. Román estuvo colocado la mayor parte del tiempo, intentando hacer las cosas bien, valeroso sin medida, aguantando una barbaridad, tragando y consintiendo como un novillero de los cincuenta, soportando coladas y hasta que le enganchara (a Dios gracias sin consecuencias) en dos ocasiones. ¡Un novillero a la antigua, señores! Es verdad que le falta aún oficio, técnica para resolver problemas, pero es de un toreo virginal que nos recuerda mejores tiempos en la novillería. Siempre intentó tirar del animalito con verdad, con firmeza de plantas; tenía que moverse por donde él quería, y él no lo haría por más que el bicho se lo estuviera pidiendo con aviesas intenciones. Unas manoletinas escalofriantes finales, un pinchazo por los rubios y una entera contraria (con el sólo “pero” del desarme) le conseguirían esa bien ganada oreja. Y de nuevo, con el complemento del peor lote de la tarde, se enfrentó al quinto con el mismo bagaje. Un novillo (Organillero, 425 kilos, castaño ojo de perdiz, corto y bajito pero con mayor remate que otros) complicado, reservón, manso, mirón y que fue a menos durante el postrer tercio. En lo positivo habremos de contar el buen tercio de banderillas de su cuadrilla, exponiendo también, con ganas de agradar, e intentando clavar y cuadrar en la cara, cosa nada sencilla dadas las cualidades de la res. En lo positivo, una vez más, la disposición de Román, muy verde con el capote –por cierto-, y al que no le comentaron que no debiera comenzar por estatuarios, como lo hizo, porque el bicho andaba distraído desde los lances iniciales y se le iría de cada suerte, desluciendo el conjunto. Pero luego, bien asentadas las piernas, volvería a tragar gañafones, coladas, tardeos y reservas, tirando bien de su oponente en más de una ocasión. Lo hizo todo él, y sobre la derecha, ya que por la izquierda el novillo era todavía peor, tirando tornillazos sin cuento. Quizá, en su deseo de agradar, y en contra de muchos aficionados que le pidieron lo matase, alargó en demasía el improductivo trasteo, pero al fin lo mató de una estocada entera de efecto inmediato, escuchando una ovación y sin querer dar la vuelta que su cuadrilla le reclamaba, ante las leves protestas de la gente. ¡Olé ahí! Un novillero al que valdrá la pena seguir.
Echamos de menos, ¡ay dolor!, el espectáculo integral ceretano... que sin embargo esperemos tarde en borrarse de la memoria.

martes, 24 de julio de 2012

Marcial Ortiz un paisajista gallego que gusta de toros


Es Marcial hombre extraordinariamente afable, agradable, educado, con esa dulzura gallega tan característica, que une a sus prendas personales la cualidad de gran artista del pincel. Discípulo de Luis Quintas Goyanes y Profesor de Bellas Artes, es un gallego, además, de los pies a la cabeza. Enamorado de los paisajes de su tierra, de esa luz desbordante que –cuando el tiempo lo permite, en frase taurina- inunda los rincones de una Galicia verde y exuberante, nos regala mil rincones bellos, evocadores sin cuento de leyendas autóctonas, vibrantes y vivos de una tierra que fue el extremo del mundo, donde tras de ella sólo podía esconderse el abismo, en clara metáfora a su belleza sin par. Y aficionado a la fiesta de los toros, pasional, visceral, profundamente arraigada en su propio ser; no desprecia ocasión alguna de manifestarlo públicamente, como hizo recientemente saliendo en defensa de la fiesta de La Coruña, en un manifiesto firmado por más de un millar aficionados y en la que su rúbrica es una de los promotoras de la idea (http://www.laopinioncoruna.es/coruna/2011/11/18/taurinos-contraatacan/552250.html).


Pero Marcial, gran aficionado desde su más tierna infancia –no por algo es hijo de un buen novillero gallego que adoptó el nombre de Zitro, Ortiz al revés- no ha desdeñado nunca adentrarse por el proceloso y complicado mundo de los toros, dejándonos óleos de diferentes tamaños que recogen la realidad de la fiesta, desde la capea castellana hasta la corrida de toros con Bombita, Manolete o el mismo José Tomás.
Creo, y no me mueve sólo la amistad, que puede catalogarse su obra como una de las más brillantes del panorama pictórico español actual en la materia. Su perfecto conocimiento y manejo del color, la huída de cromatismo plano, el manejo de luces y sombras en la profundidad óptica le destacan sobre tantos artistas que han dedicado el pincel a trazar el mundo de la fiesta brava. No por algo siempre ha defendido que la estación por excelencia para la pintura es el otoño, cuando “la gama de colores que se dan es excepcional”, como reconoció en una entrevista en la Voz de Galicia. Su enorme afición, además, le cualifica de forma especial en el tratamiento de formas y fondos, en el auténtico volumen y geometría de la corrida de toros, en su propio ser. Unan a ello que tampoco desdeña, en tantos –como le hemos podido contemplar- bodegones y naturalezas muertas , la introducción de objetos cotidianos relacionados con los toros, allí una fotografía, acá un programa de mano, más allá una entrada al festejo…, todo lo que evoque una fiesta que también en Galicia hundió sus raíces de forma profunda aunque se haya desarraigado un tanto en las últimas décadas.

Entren, por favor, y vean, la obra de Marcial en su preciosa página que pueden consultar en esta dirección: http://marcialortiz.nixiweb.com/

Marcial Ortiz ha expuesto en numerosas ocasiones, tanto de forma individual como colectiva. En la Villa y Corte, por ejemplo y sin ir más lejos, hemos podido ver obra taurina suya en los últimos años, tanto en el Casino de Madrid, como en la Casa de Galicia, en una muestra verdaderamente proverbial. Tampoco se pierdan algunos de los carteles que ha editado para la Feria de María Pita, que se recogen en su página, plenos de gusto, tradición y sabor gallegos.
                                              

Marcial es y ha sido, ilustrador tanto de obras taurinas, como de portadas de libros, programas y folletos o de esos carteles que mencionábamos de varias de las últimas ferias coruñesas. Un artista que cabría colocar junto a los ya consagrados en activo, a su buen amigo José Luis Galicia –otro gallego aficionado ejemplar-, Vicente Arnás, Pastor, Humberto Parra, Diego Ramos, Calderón Jacome, Fernando Botero, y tantos que siguen contribuyendo a dar lustre y color a la fiesta de los toros y a la cultura taurina. 

lunes, 23 de julio de 2012

Efemérides: Una corrida en pos del desastre con triunfo inesperado


Fue un domingo 23 de julio en Madrid, el año 1922, en el cartel andaban anunciados un toro de Rafael Surga, para ser rejoneado por Basilio Barajas y muerto a estoque por José Viseras y otros seis novillos-toros de Juan Sánchez de Terrones, estoqueados éstos por Eugenio Ventoldrá, José Ramirez, Gaonita y Antonio Murcia, que se presentaba como novillero en la plaza de la Corte.
La corrida comenzó sin mayor novedad: el rejoneador, Barajas estuvo acertado ante el torazo de Surga (de lo antiguo de éste, con predominio vazqueño de lo que tuvo Castrillón) con banderillas y rejones y daría la vuelta al ruedo, mientras que su amparador y matador a pie, José Viseras sólo anduvo mediano con la tizona, doblando el toro tras un pinchazo hondo
Los toros de Juan Terrones saldrían desiguales. Formada la ganadería familiar en el XIX con reses salmantinas por Andrés Sánchez Tabernero, las heredó su hijo Ildefonso Sánchez Tabernero, y de éste, tras cruces con sementales del marqués de Almansa y de López Navarro y con reses de el Salamanquino -que fueron de Gaviria-, pasó a su viuda Carlota Sánchez e hijos, entre los que se encontraba Juan, que en 1920 añadió lo de Contreras. Aunque los toros cumplieron en el primer tercio (tomaron 26 varas a cambio de 18 porrazos y seis pencos para el arrastre), a la hora de la muerte sólo destacaron el tercero y el cuarto, que fueron los de mejor condición, los restantes sacaron peligro y dificultades.
Eugenio Ventoldrá entrando a matar

Eugenio Ventoldrá, se luciría con el capote en el primero de lidia ordinaria, muleteó con precauciones, y lo mató de media estocada buena, escuchando palmas. Le tocaría matar también al segundo, por percance de Gaonita, liquidándolo de tres pinchazos y una estocada caída, volviendo a oír aplausos por las malas condiciones de la res. Al cuarto de la tarde lo toreó bien, con seriedad y sin adornos, despachándolo de un pinchazo y estocada, pero saldría cogido de la suerte, y tras descabellarlo pasó a la enfermería entre ovaciones. Allí se le apreciaría una contusión en la mano derecha y una probable fractura del cuarto metacarpiano, lo que le impidió continuar la lidia.
Al pobre Gaonita le correspondería ese segundo, peligroso a la muerte, y a pesar de sus enormes deseos y voluntad con capa y muleta, al dar un pase de rodillas fue enganchado de muy mala manera y pasó a la enfermería, donde le operaron de una cornada en el muslo. La herida, de pronóstico grave, le tuvo apartado varias semanas de los ruedos.
Peor suerte tuvo aun Murcia, muy verde aun para el oficio, que sólo consiguió matar a su primero de cualquier forma. Nada más ponerse delante del quinto le cogió éste de mala manera, revolcándole y volviéndolo a herir en el suelo. En la enfermería le diagnosticaron y operaron una cornada bastante extensa en la región abdominal, con rotura de órganos importantes, y otra cornada de importancia en el escroto, el pronóstico es de muy grave. Durante semanas se temió por su vida, pero al fin sobrevivió al tremendo percance aunque quedó tan mermado de facultades que abandonó la profesión.
Quedaban aun un toro y el de Murcia sin matar, y los tres novilleros habían pasado ya a la enfermería. A éstos hubieron de acompañarles      los picadores Juan Conejo –que sufrió un golpe en el labio y la fractura de una costilla- y Eugenio Posada, Bocacha –al que le trataron de una herida en el pie derecho de seis centímetros de extensión- y también un mulillero -con una luxación o fractura de muñeca-, y un espectador británico, que se desmayó en la lidia del primer toro al ver un caballo con las tripas al aire.
Entre el público asistente al festejo se encontraba el matador de toros Emilio Méndez, que viendo el desastre y la desilusión de los aficionados, y cómo se habían tirado al ruedo dos espontáneos sin recursos, saltó a la arena y solicitó a la presidencia acabar con los toros restantes. Dio la venia el usía, y con oficio y serenidad lo primero que hizo fue poner orden en las cuadrillas, que andaban a la deriva. En ese quinto toro anduvo muy bien con la capa, mejor aun en banderillas, y sobrio y eficaz con la muleta, matándolo de tres pinchazos por los rubios, dos medias y un descabello. A pesar de ello, el público estalló en una imponente ovación y pidió por unanimidad la oreja, que le fue concedida por la presidencia. En el sexto de la tarde se volvería a lucir con la capa, y con la muleta fue capaz de someter y sujetar al manso de Terrones, acabando con él de una soberbia estocada. La ovación fue atronadora y cayeron una y dos orejas. El entusiasmo de los espectadores fue inenarrable, y lo que iba camino del desastre absoluto se convirtió en éxito imponente, sacando a Méndez a hombros una gran multitud y llevándoselo hasta su domicilio en la calle de Lavapiés.
El valiente y eficaz espada Emilio Méndez

El diario ABC, testigo del suceso añadía que “A las nueve menos cuarto de la noche llegaba una manifestación de más de 7.000 almas a la altura de la calle Sevilla siguiendo al grupo de “capitalistas” que llevaba en hombros al torero y aclamándole con loco entusiasmo” el siguiente 25 de julio. Hasta tal punto fue el trueque en el rumbo del festejo. La manifestación popular de gozo por el espada madrileño, sin embargo, tuvo su epílogo.

Escandalizado el Gobernador Civil por la manifestación espontánea de júbilo, y temiendo posibles o futuras algazaras aprovechando la cuestión, ordenaría que en adelante se impidiera toda manifestación taurina, aunque fuera sincera y espontánea, pudiendo salir a hombros sólo hasta la puerta de la plaza. Aunque no se cumplió a rajatabla la orden, quizá fue la peregrinación taurina a hombros más lejana que recuerde Madrid… Y lo que son las cosas, un año más tarde, un 6 de mayo de 1923, Emilio Méndez sufriría una tremenda cogida también en el abdomen, en la plaza francesa de Burdeos, que le tuvo a punto de llevarle a la muerte; aunque se recuperó al fin para reaparecer el 10 de agosto de 1924, su carrera se vería definitivamente estancada en lo sucesivo, abandonando los ruedos en 1928.

domingo, 22 de julio de 2012

Birlibirloqueando 7






Por Fernando Bergamín

Nunca me gustó el toro bravo en la calle, bajo ninguna circunstancia y frente a cualquier tradición, aunque ésta pueda tener siglos, y sus correspondientes tratados del llamado "arte" de correr los toros sean numerosos.
El toro bravo, el toro de lidia..., antes de llegar a su destino final, me gusta virgen de toda tentación de embestida, salvo de toda suerte de provocación humana. Me gusta contemplarlo en las hermosísimas dehesas y marismas abiertas en libertad y espacio para él. En el verdor de la primavera, el otoño y sus melancolía, en la dureza invernal y el más infernal estío. Así, hasta llegar al "círculo mágico del ruedo", después de salir de la negrura y soledad del chiquero, como parto imprevisible que le llevará a la Luz y a la Muerte, dándola o quitándola..., es su vida y su muerte, como la del hombre, como la del torero que por primera vez se enfrentará con él, jamás para luchar, sino para llegar a un puro entendimiento. Ese es para mí el sentido del toro de lidia en su vida, que precederá a la Corrida. Su comportamiento posterior en el círculo mágico y geométrico del ruedo frente al torero - que lo sea de verdad -, es y será siempre otro misterio más del Arte efímero y único del toreo.
Delante de los toros no se corre, en aparente y cobarde valentía. Delante de los toros se torea. Y precisamente en la quietud del torero, se afirma la inteligencia del hombre y el decir y sentir de su creación, en muchas ocasiones frente a la bravura y nobleza del toro, o de sus dificultades en otras, pero siempre cara a cara.
Por estas razones, que para muchos no lo serán y los respeto, no me interesa la Feria, la gran fiesta de Pamplona. No me interesa la deportividad de su desarrollo matutino, en el ya más que famoso y tradicional Encierro, donde a mi parecer, el toro bravo sí es humillado, engañado, sin llegar a poder luego ser "desangañado" como en el toreo verdadero que se produce en la Plaza. Todo ello para conseguir un tipo de diversión y hermandad común seudo-etílica a la que no veo su sentido ni su gracia: quede constancia que nada tengo contra los fines y sensaciones etílicas, pero creo como el poeta que "se bebe para recordar, no para olvidar". Y en esas carreras... tengo la impresión de que se está olvidando todo, en una solidaridad y hermandad que no me convencen, a pesar de su buena intención.
Monumento al encierro en las calles pamplonicas

De la llamada Corrida de la tarde, tengo en realidad poco que comentar. Es cierto, en algunas ocasiones vemos, ya manoseado, al conocido como "toro de Pamplona", ganaderías del máximo prestigio torista participan tarde a tarde, ante un público enfervorizado y contento, que no mira, ni ve prácticamente nada. Un muestreo de animales (algunos bravos y nobles) casi nunca con posibilidad de ser toreados o lidiados con arte, poder y gracia, creo que por razones claras. Lo mismo que existe el "toro de Pamplona", está el "torero de Pamplona": toreros que para el sentido que yo tengo de este arte, me suelen interesar poco. Naturalmente con importantísimas excepciones en pasadas épocas y en la presente. Pero ¡qué difícil le resulta torear bien a un gran torero en esa festiva y famosa Plaza, que no mira pero come, bebe, salta y canta!
Un año más, el 2012, pasó Pamplona y sus San Fermines por el calendario taurino. Todo más o menos igual a lo ya previsto. Pasó, lo disfrutaron y lo vivieron de verdad, en su verdad, hasta con un glorioso y último festival Padilla...., del que prefiero no comentar nada.
Y que me perdonen no poder terminar con un ¡viva y gora San Fermín!, aunque deseo que dure para siempre y que lo disfruten. Yo me quedo sencillamente con el toreo eterno: que no se nos vaya, porque está en peligro.
"Cuando se llevan al toro
Parece que las mulillas
Se lo van llevando todo." (J.B)

sábado, 21 de julio de 2012

Un 21 de julio de 1850 Rumbón retiró a Paquiro de los ruedos


Francisco Montes había alcanzado el cénit de la torería en su época. Era espada insustituible, y pese a que llevaba ya varios años en práctico estado de retiro (desde 1847) decidiría al fin escriturarse para la plaza de Madrid en 1850. El entusiasmo de público y prensa no tuvo parangón en su tiempo; ni las grandes figuras de la política, nio las de la milicia, habían despertado nunca tanta expectación. La prensa no paraba de hablar de sus próximas actuaciones en la plaza de la Corte, regida ese año por Justo Hernández, empresario que andaba como tapadera de Manuel Gaviria Alcoba (futuro II marqués de Gaviria y Conde de Buena Esperanza). Fue precisamente este notable hombre público, banquero, Senador y Gentilhombre de Cámara –al margen de otros títulos y prebendas- quién conseguiría apartarlo de su retiro en Chiclana, enviando a su propio hijo a negociar con el diestro.
Grabado de la época con el retrato Francisco Montes Paquiro


Montes comenzó la temporada en Madrid entre éxitos y reconocimientos, pero su maltrecha salud le perseguía implacable. Sus cualidades físicas no eran las de antaño, ya sus piernas no le respondían como cuando era un joven aguerrido, su vista estaba mermada –quién sabe si por el abuso del aguardiente o por la incipiente presbicia-, sufría cuadros de fiebres que le mantuvieron postrado en más de una ocasión, quizá palúdicas. Pero ante todas esas adversidades se imponía su inteligencia, su saber hacer, su perfecto conocimiento de toros, suertes y terrenos, y con ellos conseguiría volver a encandilar a los públicos, que le aclamaron en varias de las 12 corridas iniciales en las que toreo en el coso de la Puerta de Alcalá madrileño.
Sufriría, sin embargo un percance el 17 de junio, tras otras dos tardes grises, que el diputado a Cortes por Castellón, gran aficionado y periodista, don Wenceslao Ayguals de Izco, narra de esta manera en la revista La Linterna Mágica: “En la corrida del 17 del mes próximo pasado [Junio], en que el célebre Paquiro se despidió por una corta temporada del público madrileño, faltole poco para que la despedida fuese la última. !Extraña coincidencia! Había tomado el toro querencia a la derecha del toril. Tanteóle Montes y se arrojó a darle la estocada a toro parado introduciéndole medio estoque, pero quedó enganchado en el pitón derecho por la pierna izquierda únicamente por los calzones. El bicho lo tiró al suelo y por un momento quedóse Montes haciéndose el muerto, hasta que el oportuno auxilio de la capa de Joselito Redondo desvió al cuadrúpedo y se salvó el rey de los espadas. La cogida que causó la muerte de Pepe Hillo fué en el mismísimo sitio y enteramente igual hasta en sus menores detalles la de Montes. No hubo entre ellas mas diferencia que la de haber sido Montes más afortunado (...)”. Tras de esta corrida Montes partió para Andalucía, toreando en Sevilla, Cádiz y el Puerto, y de ahía a Galicia, por barco, siendo coronado de laureles en la plaza de La Coruña y actuando delante de las Reina también en Santiago. Montes volvería a Madrid para reanudar la primera temporada en la Corte. Y en su primera reaparición, el 21 de julio, sufriría la cornada que hubo de apartarle de los ruedos definitivamente y que probablemente acabó por causarle la muerte meses después.
Ayguals de Izco es testigo de su reaparición y fatal cogida, y se extiende en los siguientes interesantes comentarios: “Recién llegado de la Coruña el célebre rey de los espadas, las sienes coronadas de gloriosos laureles, en la tarde del domingo 21 de julio, tuvimos el disgusto de verle corneado y pisoteado a sabor de un bicho de mala ralea, que parecía haberse encargado de la atrevida misión de vengar a sus compañeros, víctimas del nunca bien ponderado arrojo y sublime inteligencia del intrépido Paquiro... Precisamente porque es valiente y sereno en el peligro, precisamente porque atesora la inteligencia de los más celebérrimos toreros de la antigüedad, precisamente porque en el concepto de los conocedores aventaja a todos ellos, se ve en la necesidad de tener que sostener a todo trance esta reputación colosal, y en todas las carreras del mundo no siempre está el hombre del mismo temple. Además, Montes lleva ya medio siglo debajo de la coletilla, es decir 25 años en cada pantorrilla, que no deja de ser gran estorbo para correr, y es sabido que su vista está muy lejos de ser de lince. Todas estas circunstancias unidas a que suele haber a veces toros tan malos que ningún caso hacen de la muleta y solo se dirigen al bulto, y que para estos bichos mas sirve la ligereza que el saber, hacen que el mejor diestro se vea muchas veces en el compromiso de apelar a una desordenada fuga, y aun tomar el olivo si tan grave es el aprieto. El público premia siempre semejantes lances con una silba; pero generalmente suelen decir los espadas: «Una silba no duele tanto como una cornáa». Esto se dice; pero no cuando se tiene una reputación como la de Montes. Por esto se le ve siempre impávido sin huir jamás, sin tomar nunca el olivo. Hé aquí por qué creemos que en todas las corridas está Montes en inminente peligro... Montes no debe ya ajustarse sino para director de la plaza, sin obligación de matar toro alguno mas que los que él quiera, y le aconsejamos que lo quiera muy de tarde en tarde. Montes está siempre sublime en la plaza; pero nunca se le ve con más gusto, nunca excita tanto entusiasmo, nunca hace alarde de una manera tan ostensible de su inteligencia e incomprensible serenidad, como al auxiliar a los demás espadas. Cuando se le ve al lado de Cayetano Sanz, por ejemplo, el público le admira y aplaude con frenesí. ¿Qué necesidad hay pues de que mate Montes, cuando tantos medios tiene de lucirse sin esta circunstancia? Su presencia en el redondel es ya una garantía de la animación de la plaza”.

Francisco Montes en Sevilla (visión idealizada de la época)

Toda la prensa del momento recogió el lamentable suceso. También Ramón Medel (Reseña general de las corridas de toros verificadas en la Plaza de Madrid en el año de 1850; Madrid, Imprenta de Don José Villetti, 1851) narra lo sucedido en esa aciaga tarde del día 21 de Julio: “Al dar el tercer pase de muleta al primer toro que se lidiaba en la corrida 16, el día 21 de Julio, enganchó el bicho al diestro por la pantorrilla izquierda, arrastrándole como unas seis varas, haciéndole algunas contusiones en la cabeza y pecho. Tuvo lugar esta desgracia entre los tablones 4ª. y 6ª. partiendo de la puerta de caballos a la llamada de alguacuiles. El toro pertenecía a la ganadería de D. Manuel de la Torre y Rauri; se llamaba Rumbón, de pelo retinto, de algunas libras. Había llevado tres pares y medio de banderillas de fuego. Después de la cogida de Montes tuvo que matarlo Redondo, quien tras de un pase al natural y otro de pecho le dio una soberbia estocada”. O la revista especializada El Clarín, que en su número 6, del martes 23 de julio de 1850, también dirá: “(...) vimos a la hora de las cinco, que era la marcada, romper plaza al toro llamado Rumbón, de edad de siete años, pelo retinto y bien puesto; nada bueno fue por cierto el bicho, pues aun cuando su presencia y salida indicaban algo de provecho, nos quedamos con nuestras ilusiones, no haciendo más que tomar dos varas de Gallardo y otras tantas de José Muñoz, sin ser posible que pasara adelante su valor, y claro es, que el Presidente dispuso castigarlo con banderillas de fuego, clavándosele tres pares y medio. Llegó la muerte, y no parece sino que nuestro querido Montes tenía algún fatal presentimiento, pues aunque le vimos marchar a la fiera con aquella arrogancia propia de un veterano que en más de cien combates se ha llevado la palma de su valor y pericia, sin embargo, su paso era lento. El toro se había hecho de un sentido extraordinario, y arrancaba fuera de su terreno, haciendo más por el bulto que por los capotes, y adquiriendo cada vez más querencia a las tablas: en este estado el maestro le dio un pase al natural, y otro muy rápido de pecho (de defensa), quedándose bien corto y parado para el segundo a el natural, que al dárselo lo enganchó el animal por la parte superior de la pantorrilla izquierda junto a el atadero de la liga, de cuya herida se retiró (...). Acto contínuo tomó el estoque Redondo, y lo mató de dos pases al natural, y uno de pecho, saliendo en todos con piernas, de una muy buena recibiendo, lo que le valió infinidad de aplausos”.
El cirujano de guardia en la plaza, don Manuel Andrés y Soria, redactó el siguiente parte facultativo de la herida: “El profesor de cirujía encargado de esta enfer­mería da parte al señor presidente de la función de que el espa­da Francisco Montes tiene una herida en la parte interna de la pierna izquierda, de extensión una cuarta, de figura longi­tudinal, interesa los (ilegible) y parte de los músculos; su pro­nóstico es grave por accidentes. -Manuel Andrés y Soria”. Montes anduvo varios días en muy serio peligro vital, se pensó, incluso, en amputarle la pierna maltrecha, su recuperación fue lenta y nunca definitiva; aun dos meses después seguían curándole la herida abierta, según hemos podido descubrir en una revista médica de la época donde se relata el caso clínico. A principios de septiembre de la herida seguía fluyendo material inflamatorio, algo más que seroso, aunque quizá no purulento. Sufría grandes dolores (quizá por una osteomelitis tibial ya que los refería en la cresta de la tibia y zona delantera) y su estado seguía preocupando a sus médicos. Se retiró ese mes a Chiclana (pues llevaba desde la cogida en la Corte) y allí acabaría por fallecer el  4 de abril de 1851, sin haberse recuperado por completo de las consecuencias de la cogida. Murió de lo que en la partida de entierro se denominaron unas “calenturas malignas”, fiebres sin filiar que no le habían abandonado en este último período de su vida, y que quizás estuviesen motivadas por infecciones contraídas durante la cogida, o por el mal estilo de vida que Montes llevó durante sus últimos años de existencia.
El modesto mausoleo que hace años tenía Paquiro en el cementerio de Chiclana
¡Cuánto bien le hizo a la fiesta el descubrimiento de la penicilina por el benemérito Alexander Fleming! Un Fleming que también anduvo por los toros… pero eso ya es otra historia.

viernes, 20 de julio de 2012

Prevalencia de los encastes en el toro de lidia (III)

En anteriores entradas hablábamos del absoluto predominio del encaste Domecq (yo creo que ya hay que ir haciendo distinciones entre diferentes líneas) en el panorama del ganado bravo actual, tomando como base los datos y cifras que arrojan los ejemplares lidiados en 2010 y las ganaderías existentes en la Unión de Criadores de Toros de Lidia. Les recuerdo que habíamos escogido esta asociación ganadera porque de ella sale la mayor parte de las reses lidiadas como toros en plazas españolas y francesas (aunque se abran mayor camino las de la Asociación en novilladas y haya ganaderías de las otras tres asociaciones que lidien –y algunas bastante como Núñez del Cuvillo- incluso en cosos de categoría). Un factor fundamental, no obstante, en el leve contrapeso que hace Francia en materia de elección de encastes, tal y como comentaba “Cartujanillo” en un comentario en este blog, sería el de la disposición de la Carta verde para la exportación de ganado al país vecino (que no poseen en el año citado, por desgracia algunas ganaderías de encastes reducidos –aunque también otro tanto les pasaría a vacadas de encastes más mayoritarios-) y sobre todo, y ese es un factor decisivo en muchos casos, el que se lidian como novillos muchos de los machos de esas ganaderías singulares (nuestro comentarista cita casos como el de Coquilla, Vázquez, Saltillo o Pereira Palha). Ello requeriría, no obstante, un estudio aparte que quizá haga más adelante, aunque también comparándolo con lo que se lidia en novilladas en España y cruzando datos entre nuestra patria y la francesa. 
Novillos de los Hdros. de Hernández Pla cuando aun andaban en manos de la familia


Es evidente, sin embargo, que esa evolución hacia el monoencaste no se ha producido por generación espontánea, sino por la imposición de los gustos de los diestros (amparados en los silencios del público en general), en contra de un -más reducido que nunca- número de aficionados que desean ver el juego y las diferencias de otros encastes, sin desdeñar a aquellas ganaderías que están a buen nivel dentro del predominante. No hay más explicación que esa: el predominio de lo de Domecq se ha producido sobre la base de una muy estudiada y cuidada –y patrocinada y pagada- campaña a favor del toro “artista” o de la “toreabilidad” como concepto, hoy universalmente reconocido y que no existía apenas hace dos décadas. Nadie, en los años ochenta o primeros noventa hablaba de “toreabilidad”, nadie –hubiera sido poco menos que fustigado en plaza pública- abogaba entonces por el toro “que no molesta”, inmundo concepto que va imponiéndose y siendo defendido desde profesionales y cierta parte de la crítica pegajosa.
En 1985, las procedencias de Núñez y Domecq, más alguna otra de origen Parladé (Gamero Cívico, por ejemplo, Pedrajas y alguna más) sumaban bastante menos de la mitad de las ganaderías de la Unión. Encastadas en Atanasio o Conde de la Corte había por entonces 55 vacadas (hoy suman sólo 41 y andan muy a la baja, perdiéndose -quizá para siempre- la ganadería de los Hdros. de Atanasio Fernández, pérdida en conjunto que ciframos en el entorno del 20%); las  procedentes de Santa Coloma, sin embargo, no han descendido de igual manera, eran -en 1985- 28 y ahora suman 25 (sólo una pérdida de poco más del 10%); mayores han sido las mermas sufridas por encastes como Vega-Villar (de 24 ganaderías en 1985 a las 9 actuales) con un 62,5% de disminución, Villamarta (entonces contaba con 18 representantes y hoy con 11) con un 38,9% de bajada o la presencia que entonces tenía Ibarra-Martínez (hoy residual, en la ganadería de Montalvo y poco más) que aun contaba con 8 ganaderías en las que se advertía claramente dicho origen.
No todas, como es lógico imaginar, se encontraban en mal momento, en mal estado; algunas embestían –y bastante- en aquellos años. ¿Qué es lo que ha motivado su disminución, tanto absoluta como porcentual, a cambio de un solo encaste? Pues no sólo la bondad, docilidad, mansedumbre y falta de casta mostrada por esa “toreabilidad” perseguida, desde luego, sino todo un montaje publicitario y el convencimiento de la clase dirigente entre los diestros de que aquello es lo mejor para menos exponer y torear mayor número de festejos con más elevados triunfos –otorgados por un público cada día más indocto en su conjunto-.  Y acompañar la palabra con obras, seleccionando un tipo de toro –antaño conocido como “artista”, hoy superado el concepto por el “que no molesta”- que acudiera más veces a la muleta como lo haría un “ausente” borreguillo idiotizado.
Toros de Peñajara en la Venta del Batán (1995)

Cuando los ganaderos mandaban en sus casas, y no había que plegarse a los gustos y exigencias de sus antagonistas, las cosas, sin embargo, eran diferentes. Todavía pudimos entreverlo en la década de los 70 –en la que terminé de aficionarme y me aboné por vez primera a la plaza de Las Ventas-, cuando tratábamos con Luis Fernández Salcedo, Manuel García Aleas, José Antonio Hernández Tabernilla, Domingo Ortega, Victorino Martín padre, Luciano Cobaleda, Alonso Moreno de la Cova y otros ganaderos señeros del momento. Ganaderos todos –excepto Fernández Salcedo, que lo fue muy atrás- que habían ofrecido toros encastados y que seguían dando reses notables en la plaza madrileña, con las que se enfrentaban las figuras del momento (unas más y otras menos, por cierto).
Echemos, no obstante, aun más atrás la vista, y hagámoslo hasta un pasado más remoto, cuando aún no había estallado nuestra trágica guerra civil. A raíz de la promulgación de la II República (en claro golpe de estado) la propia Unión de Criadores de Toros de Lidia, viendo los embates que sufría desde el populismo y marxismo radicales, decidió justificar su existencia tanto desde el punto de vista económico como medio-ambiental y laboral. No sólo se publicó entonces un magnífico opúsculo de Manuel García Aleas y Gómez ("El toro de lidia en la plaza de la economía nacional"; Madrid, Estanislao Maestre, 1932), sino que editó un Anuario titulado “Registro de Ganaderías 1932” (Madrid, Papelería Madrileña, 1932), a la manera de los que hoy se siguen haciendo pero sin el detallado –y no sé si demasiado fiable- historial de cada vacada. Sin embargo, sí que llegaron a incluir las procedencias de las entonces 112 ganaderías pertenecientes a dicha asociación, que por aquel tiempo tenían mucha menor pureza que lo que ahora podemos considerar, ya que para las mismas apuntamos un total de unos 229 encastes o procedencias (no me refiero al número de encastes diferentes, sino a su representación en esas 112 ganaderías). Hoy, las 364 vacadas de la Unión, tienen  479 encastes o procedencias (hay ganadería que procede de dos encastes, y así sucesivamente).
En 1932 la variedad, por tanto era muy superior, y era relativamente raro encontrar lo que hoy (80 años después) se considera una ganadería puro… (pongan el encaste que gusten). Los ganaderos refrescaban, seleccionaban, añadían lo que querían a la búsqueda de mayor presencia (o menor en algún caso), más acometividad y bravura o mejores condiciones de lidia en los tres tercios, vista la evolución de la lidia desde tiempos de José y Juan en adelante. Hemos cogido, por tanto, esas ganaderías, y con la información “oficial” de la propia Unión, e intentando cuadrar lo mejor posible con los cuadros ya publicados y los orígenes y encastes destacados en el Real Decreto 60/2001 (Reglamentación sobre Prototipo Racial de la Raza Bovina de Lidia) hemos trazado el siguiente cuadro:
Procedencia de las ganaderías de la UCTL (1932)
Castas – Encastes – Líneas
Nº. ganaderías con ese encaste
Porcentaje sobre nº. ganaderías
Porcentaje sobre nº. encastes
Casta Cabrera (Miura)
6
5,35%
2,62%
Casta Gallardo (Pablo Romero)
12
10,71%
5,24%
Casta Navarra
11
9,82%
4,80%
Casta Vazqueña
25
22,32%
10,91%
Casta Vistahermosa
Otros encastes
8
7,14%
3,49%
Encaste Giráldez
1
0,89%
0,43%
Encaste Murube
8
7,14%
3,49%
Encaste Contreras
6
5,35%
2,62%
Encaste Lesaca – Saltillo
6
5,35%
2,62%
Encaste Ibarra
Línea Ibarra
5
4,46%
2,18%
Línea Martínez
8
7,14%
3,49%
Encaste Santa Coloma
Línea Santa Coloma
21
18,75%
9,17%
Línea Graciliano
6
5,35%
2,62%
Línea Coquilla
1
0,89%
0,43%
Encaste Albaserrada
7
6,25%
3,05%
Encaste Núñez de Prado – Urcola
9
8,03%
3,93%
Encaste Parladé
Línea Gamero Cívico
13
11,60%
5,67%
Línea Pedrajas
3
2,67%
1,31%
Línea Tamarón - Cd. Corte
7
6,25%
3,05%
Línea Atanasio
1
0,89%
0,43%
Línea Rincón – Núñez
1
0,89%
0,43%
Encaste Hidalgo Barquero (Giráldez+Vázquez+Cabrera)
4
3,57%
1,74%
Encaste Vega Villar (Santa Coloma+Vázquez)
3
2,67%
1,31%
Encaste Villamarta (antes Núñez de Prado+Carvajal)
2
1,78%
0,87%
Casta Ulloa – Varela (junto a Vistahermosa y Vázquez)
5
4,46%
2,18%
Casta Jijona
Línea Flores
8
7,14%
3,49%
Línea de la Tierra
19
16,96%
8,29%
Línea Jijón - Manuela de la Dehesa
1
0,89%
0,43%
Línea Salvatierra – Conquista
4
3,57%
1,74%
Línea Jijón – Gaviria
2
1,78%
0,87%
Cruce Muñoz – Cabrera (Rafael J. Barbero)
2
1,78%
0,87%
Casta Freire
2
1,78%
0,87%
Casta Espinosa – Zapata
3
2,67%
1,31%
Casta de Vera y Delgado
2
1,78%
0,87%
Casta Castellana Vieja (Sanz y Valdés; salmantinos)
5
4,46%
2,18%
Castas Portuguesas
2
1,78%
0,87%
Total Ganaderías
112
-
-
                Total líneas y encastes en las 112 ganaderías
229
-
100%
 
Es decir, tal y como muestran las cifras previamente expuestas, el encaste Freire, o el encaste Espinosa-Zapata todavía aparecían en dos y tres de las vacadas de la Unión, por ejemplo, encastes que poco tenían que ver con el origen Vistahermosa, Vázquez, Gallardo o Cabrera, aunque seguro que hubieron de recibir aportes de tales a lo largo de un siglo –poco más o menos- de existencia. Todavía quedaban restos de la casta castellana vieja en cinco ganaderías, y de Vera y Delgado en dos; castas portuguesas, sin demasiada relación con toros hispanos, aparecían en otras dos vacadas de la Unión, y todavía conservaban sangre de origen jijón (con J o con G, como gusten) en 36 piaras (más de una en una misma ganadería). Del marqués de Casa-Ulloa y Varela, pero ya mezcladas con Vázquez y Vistahermosa, había hasta cinco ganaderías… unas mejores y otras peores, como todas.
Es cierto que ya el tronco ibarreño iba imponiéndose frente a los demás, bien fuera derivadas directamente de él (5 vacadas), bien a través de la ganadería de Martínez (hasta 8), bien a través de la división efectuada entre Santa Coloma y Parladé en 1904-5. De la del Conde de Santa Coloma aparecen derivando hasta 28 ganaderías a las que deberíamos sumar las 7 procedentes o con ganado de Albaserrada, y ello sobre un conjunto de 112 ganaderías, lo que pesa específicamente un 24,99% del total o un 31,24% si tenemos en cuenta el ganado del marqués. Parladé y sus principales derivaciones, sin embargo, en ese momento sólo suponían un 22,30% del total de ganaderías inscritas en la Unión. Mientras que las vacadas de origen jijón todavía –parcialmente las más de las veces- suponían la existencia y pervivencia de ese encaste en un 32,12% del conjunto de la UCTL. Desde luego Miura, Gallardo y Vázquez estaban mucho más presentes en diferentes ganaderías de lo que hoy puedan estarlo; sus porcentajes ascienden, respectivamente a un 5,35, a un 10,71 y a un sorprendente 22,32%. Y todavía quedaban, más nominalmente que otra cosa, y relegadas –eso sí- a sus tierras de origen y novilladas, varias ganaderías de origen y casta navarra, alguna ya claramente mezclada; hasta 11 inscritas, lo que suponía un 9,82% del conjunto.  Habrá que echar la vista aun más atrás, pero por hoy baste.