lunes, 23 de julio de 2012

Efemérides: Una corrida en pos del desastre con triunfo inesperado


Fue un domingo 23 de julio en Madrid, el año 1922, en el cartel andaban anunciados un toro de Rafael Surga, para ser rejoneado por Basilio Barajas y muerto a estoque por José Viseras y otros seis novillos-toros de Juan Sánchez de Terrones, estoqueados éstos por Eugenio Ventoldrá, José Ramirez, Gaonita y Antonio Murcia, que se presentaba como novillero en la plaza de la Corte.
La corrida comenzó sin mayor novedad: el rejoneador, Barajas estuvo acertado ante el torazo de Surga (de lo antiguo de éste, con predominio vazqueño de lo que tuvo Castrillón) con banderillas y rejones y daría la vuelta al ruedo, mientras que su amparador y matador a pie, José Viseras sólo anduvo mediano con la tizona, doblando el toro tras un pinchazo hondo
Los toros de Juan Terrones saldrían desiguales. Formada la ganadería familiar en el XIX con reses salmantinas por Andrés Sánchez Tabernero, las heredó su hijo Ildefonso Sánchez Tabernero, y de éste, tras cruces con sementales del marqués de Almansa y de López Navarro y con reses de el Salamanquino -que fueron de Gaviria-, pasó a su viuda Carlota Sánchez e hijos, entre los que se encontraba Juan, que en 1920 añadió lo de Contreras. Aunque los toros cumplieron en el primer tercio (tomaron 26 varas a cambio de 18 porrazos y seis pencos para el arrastre), a la hora de la muerte sólo destacaron el tercero y el cuarto, que fueron los de mejor condición, los restantes sacaron peligro y dificultades.
Eugenio Ventoldrá entrando a matar

Eugenio Ventoldrá, se luciría con el capote en el primero de lidia ordinaria, muleteó con precauciones, y lo mató de media estocada buena, escuchando palmas. Le tocaría matar también al segundo, por percance de Gaonita, liquidándolo de tres pinchazos y una estocada caída, volviendo a oír aplausos por las malas condiciones de la res. Al cuarto de la tarde lo toreó bien, con seriedad y sin adornos, despachándolo de un pinchazo y estocada, pero saldría cogido de la suerte, y tras descabellarlo pasó a la enfermería entre ovaciones. Allí se le apreciaría una contusión en la mano derecha y una probable fractura del cuarto metacarpiano, lo que le impidió continuar la lidia.
Al pobre Gaonita le correspondería ese segundo, peligroso a la muerte, y a pesar de sus enormes deseos y voluntad con capa y muleta, al dar un pase de rodillas fue enganchado de muy mala manera y pasó a la enfermería, donde le operaron de una cornada en el muslo. La herida, de pronóstico grave, le tuvo apartado varias semanas de los ruedos.
Peor suerte tuvo aun Murcia, muy verde aun para el oficio, que sólo consiguió matar a su primero de cualquier forma. Nada más ponerse delante del quinto le cogió éste de mala manera, revolcándole y volviéndolo a herir en el suelo. En la enfermería le diagnosticaron y operaron una cornada bastante extensa en la región abdominal, con rotura de órganos importantes, y otra cornada de importancia en el escroto, el pronóstico es de muy grave. Durante semanas se temió por su vida, pero al fin sobrevivió al tremendo percance aunque quedó tan mermado de facultades que abandonó la profesión.
Quedaban aun un toro y el de Murcia sin matar, y los tres novilleros habían pasado ya a la enfermería. A éstos hubieron de acompañarles      los picadores Juan Conejo –que sufrió un golpe en el labio y la fractura de una costilla- y Eugenio Posada, Bocacha –al que le trataron de una herida en el pie derecho de seis centímetros de extensión- y también un mulillero -con una luxación o fractura de muñeca-, y un espectador británico, que se desmayó en la lidia del primer toro al ver un caballo con las tripas al aire.
Entre el público asistente al festejo se encontraba el matador de toros Emilio Méndez, que viendo el desastre y la desilusión de los aficionados, y cómo se habían tirado al ruedo dos espontáneos sin recursos, saltó a la arena y solicitó a la presidencia acabar con los toros restantes. Dio la venia el usía, y con oficio y serenidad lo primero que hizo fue poner orden en las cuadrillas, que andaban a la deriva. En ese quinto toro anduvo muy bien con la capa, mejor aun en banderillas, y sobrio y eficaz con la muleta, matándolo de tres pinchazos por los rubios, dos medias y un descabello. A pesar de ello, el público estalló en una imponente ovación y pidió por unanimidad la oreja, que le fue concedida por la presidencia. En el sexto de la tarde se volvería a lucir con la capa, y con la muleta fue capaz de someter y sujetar al manso de Terrones, acabando con él de una soberbia estocada. La ovación fue atronadora y cayeron una y dos orejas. El entusiasmo de los espectadores fue inenarrable, y lo que iba camino del desastre absoluto se convirtió en éxito imponente, sacando a Méndez a hombros una gran multitud y llevándoselo hasta su domicilio en la calle de Lavapiés.
El valiente y eficaz espada Emilio Méndez

El diario ABC, testigo del suceso añadía que “A las nueve menos cuarto de la noche llegaba una manifestación de más de 7.000 almas a la altura de la calle Sevilla siguiendo al grupo de “capitalistas” que llevaba en hombros al torero y aclamándole con loco entusiasmo” el siguiente 25 de julio. Hasta tal punto fue el trueque en el rumbo del festejo. La manifestación popular de gozo por el espada madrileño, sin embargo, tuvo su epílogo.

Escandalizado el Gobernador Civil por la manifestación espontánea de júbilo, y temiendo posibles o futuras algazaras aprovechando la cuestión, ordenaría que en adelante se impidiera toda manifestación taurina, aunque fuera sincera y espontánea, pudiendo salir a hombros sólo hasta la puerta de la plaza. Aunque no se cumplió a rajatabla la orden, quizá fue la peregrinación taurina a hombros más lejana que recuerde Madrid… Y lo que son las cosas, un año más tarde, un 6 de mayo de 1923, Emilio Méndez sufriría una tremenda cogida también en el abdomen, en la plaza francesa de Burdeos, que le tuvo a punto de llevarle a la muerte; aunque se recuperó al fin para reaparecer el 10 de agosto de 1924, su carrera se vería definitivamente estancada en lo sucesivo, abandonando los ruedos en 1928.

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