jueves, 16 de mayo de 2013

Isidros...


Madrid, 15 de mayo de 2013. Casi lleno. 6 toros de Alcurrucén, mal presentados en general, mansos, de juego desigual, entre la toreabilidad de primero, tercero y sexto y el descaste del resto. Sebastián Castella, silencio (aviso) y silencio (aviso). Miguel Ángel Perera, oreja y ovación. Ángel Teruel, ovación y silencio.

Impresentable actitud de la nefasta Taurodelta haciendo esperar hasta 30 minutos el comienzo del festejo por no haber previsto el arreglo del ruedo horas antes del mismo. Esta notable desatención hacia el respetable es un suma y sigue en la meteórica carrera del tripartito empresarial, sin que la Comunidad ni siquiera les llame mínimamente la atención. Ya verán, ni una leve admonición. Espectacular. Nada importa, incluso que provoquen el retraso en el comienzo de la corrida media hora porque no habían previsto airear el ruedo y quitar el barro con horas de anterioridad y cuando había dejado de llover en Madrid desde hacía varias horas. Ni al semi-sacrosanto horario taurino respetan ya. Y tras de este menosprecio al público, nuevos ejemplares de todo a cien de una ganadería que anda por las mil y pico vacas; se ve que no hay toros en ella como para presentar una corrida con las condiciones de trapío necesarias y suficientes para la capital… ¿o son los veedores de las figuritas…? Mil y pico vacas para esto…
¿Por qué no hacemos un ensayo; traemos a los veterinarios de Bilbao una temporada a Madrid, gastos pagados, y les mandamos los nuestros a la capital vizcaína, por ver si así mejora la presencia de lo lidiado? ¿O a los de Pamplona? ¿O desplazamos a la Villa y Corte algún albéitar francés? La reducción en el trapío de los toros de Madrid va complicándose a medida que avanza la feria y empiezan a figurar en los carteles espadas de medio pelo o coleta crecida.
Por lo demás era día del santo patrón de aquel “poblachón manchego” que aun en la Edad Media llegó a tener algún representante en Cortes y que se convertiría por mor de un rey preocupado por la equidistancia de sus territorios (paridad, en lo posible, entre los diferentes reinos de Castilla, Aragón y Navarra, o los territorios de Italia, Flandes, Ultramar y Portugal) en 1561. Día del modesto labrador del siglo XI preocupado por el “ora et labora” laico que hoy es patrón asimismo de agricultores y ganaderos. Buen ejemplo, por cierto, para los criadores de reses presuntamente bravas… Día, además, tradicionalmente festivo, en que uno come y bebe alejado de casa, y espera la hora del festejo trasegando más bebidas espirituosas que de costumbre, que a veces ha pasado por la ermita del santo, y que ha dedicado su festivo quehacer a cien salerosas distracciones. Día en que la plaza se transforma de manera habitual y que en los últimos años se ha convertido en escaparate de los isidros como hacía décadas no se contemplaban en la geografía urbana de la Muy Noble, Muy Leal, Muy Heroica, Imperial y Coronada Villa de Madrid, títulos que le pertenecen por derecho. Estos neo-isidros de los toros, antaño cantados por plumas tan prestigiosas como las de Luis Fernández Salcedo o Antonio Díaz Cañabate, entre otros muchos, vienen con el mismo espíritu festivo, bien coloradas las mejillas, muchos con su vaso de licor a cuestas, con ganas irremisibles de aplaudir cualquier cosa y de insultar a cualquiera que se salga del guión. Lo que no era habitual en los últimos tiempos es que recurrieran a la virulencia de los hooligans de un partido de fútbol inglés de primera regional…  Los insultos graves y directos, del más variado pelaje, ante los mínimos silbidos de algún aficionado, o una de aquellas frases habituales de cualquier día: “¡Colócate!”, “¡Es para delante, no para atrás!”, “¡Más de los mismo!”, “¡Picooooo!”, etc., nos resultaron vergonzosos e insufribles, muy propios de la mala educación, vulgaridad y paletismo del Isidro bien cargado de coñac.  Al argumento, sea positivo o negativo, hay que responder con otro que convenza, que justifique la actitud, nunca con el insulto personal. Pero están los tiempos como para ello, especialmente entre los que vienen dos tardes al año a los toros –con entrada de regalo- y jamás en su triste vida han osado levantar la voz en casa –no sea que la parienta les meta en cintura-, han visto más de media docena de corridas por televisión, o se han preocupado mínimamente por leer, por estudiar, por consultar nada taurino más allá de una reseña del “trinconcete y Cortadillo” de turno, o el portal subvencionado de marras.
Cerca de mi localidad, exactamente igual que el pasado año, les dio a los isidros por montar bronca y burlarse de un aficionado de los de todos los días, mofándose de sus comentarios que, por cierto, eran de todo punto respetuosos y oportunos. ¡Qué asco!
Y con tales mimbres, ganado de “todo a cien” –que le retiren la placa a los Lozano, recién colocada, porque si no saben imponer su “ley” en su propia ganadería ya me dirán qué méritos acrisolados han  tenido como empresa de Madrid-, público isidril en su peor acepción, desatención de la empresa, tarde bastante fresca y dos figuritas en el cartel, dio comienzo la séptima corrida de San Isidro 2013.

El primero de la tarde, escaso de trapío (Foto: las-ventas.com)
Los bichejos de Alcurrucén no fueron los del año precedente, ni en presencia, ni en juego o casta, pero al menos saldrían tres mucho más que potables para la media. Eso sí, también los hubo impresentables, como decimos, o tan justos que apenas se salvaban por los pelos… y no hubo mucha variedad entre éstos.
Abrió plaza Ángel Teruel hijo, un torero fino, estilista, tan frío como su progenitor, pero que se movió en terrenos del nihilismo taurino que abunda. Incluso le gritaron “Que vuelva tu padre…”, en reivindicación de un diestro que para mí fue más que notable, de técnica, visión y conocimientos insuperables, con buen corte estilístico, pero que apenas llegaba a la masa la mayor parte de las tardes. Teruel hijo, no alcanza tales méritos, y aunque anduvo mejor con su primero –por “culpa” de éste, sin duda-, nada hizo digno de recuerdo en los dos de su lote, probablemente el mejor del festejo. En este primero, Pandero de mote (501 kilos, negro listón chorreado, justito o menos de presencia, manso y sosito pero embestidor) lo que mejor le vimos fueron unos doblones iniciales, muy necesarios para aclimatar a la res al frío muleteo, con técnica indudable, pero sin más sal. Un toreo fino, elegante, estilista, pero descentrado, despegado, soso y con abuso del extremo distal de la franela. Al menos no hubo artificiosidades ni retorcimientos barrocos, hubo naturalidad en la nadería aquella. Se colocó mejor, como es habitual, en una postrera serie con la zurda, con el bicho ya a menos. Tres cuartos de estoque embutidos por arriba y muerte del bicho con cierta casta, pero pegadito a su refugio de tablas, para recibir ambos una ovación. El sexto, Herrerito (510 kilos, anovillado, colorado chorreado, mansito pero casi cumple, especialmente en un primer encuentro, embestidor y a menos), fue también otro animal posibilista. De las alegres embestidas del comienzo, por sacárselo rutinariamente a los medios –el toro hubiera ido mejor en el tercio-, por no embraguetarse como debía y abusar del pico, acabó por desengañar al animalín, y la faena se convirtió en una sucesión de pases sin la necesaria continuidad, ¡qué pena de toro! Un pinchazo hondo y caído y un certero descabello para silencio final. Me temo que tras siete años de alternativa, esta confirmación madrileña poco habrá de empujarle en su carrera.

Angel Teruel en la fiera inicial... y no mide dos metros el espada  (Foto: las-ventas.com)
Castella anduvo vulgar y desdibujado en sus dos oponentes, aunque en su descargo sólo se me ocurre mentar que fue el peor lote del encierro… toros que antes también se toreaban, lidiaban y permitían triunfos de cualquier modo. Su primero fue un descastado animal llamado Pianero (nos sonó bien la reata, pero desafinamos, al parecer), res que pesaba sus 530 kilos, negro listón, chorreado, bragado y meano, tocado de armas, y con más cuajo que sus hermanos, pero manso y soso sin remedio. En los medios, dándole distancia, el francés lo pasó con el pasito atrás y desde fuera siempre un par de tandas… hasta que el toro se desengañó de aquello, como lo hizo el público. Siempre descolocado, lanceándolo de uno en uno, dándole respiros exagerados, no convencería el galo a nadie, antes de terminar con el marmolillo, desde fuera, de un pinchazo caído y una entera por arriba escuchando un recado del palco. 

Castella en su primer monstruo...  que se cae (Foto: las-ventas.com)
Otro tanto del mismo jarabe en el cuarto, Altamares (535 en la báscula, negro bragado y meano, con mucha leña y algo bizco del izquierdo, muy manso en varas, embestidor a oleadas y sin casta, incómodo en definitiva). Cuando el bicho se decidía a arrancar, tras pensárselo una barbaridad, entraba con brusquedad, repitiendo con alguna codicia pero sin fe y tirando algún que otro derrote. Fuera, sucio y periférico, nada nos dijo el toreo de Sebastián, aunque aguantó alguna tarascada impertérrito, que valor no hay que negarle. Tras unos minutos de vulgaridad, y sin confiarse en ningún momento, lo despachó, sin haberle probado por la izquierda, de un pinchazo caído y una puñalada casi en las costillas, escuchando nuevo aviso.

El susto de Perera en el tercero  (Foto: las-ventas.com) 
Y vayamos a la parte cruel del espectáculo. Miguel Ángel Perera, que como ustedes saben no se habla con el francés… entre otros, tan rarito él como el galo, que no se dirigieron la palabra en el festejo, que no se dieron ni la mano en la confirmación de Teruel, ni en la devolución de trastos, cortó la primera oreja de la feria 2013. Fue en el tercero, otro de los buenos toros, pero sin trapío, de la tarde. Pelaíto de mote, haciendo honor en su cuajo al nombre, era un bicho que dicen pesaba 510 kilos –no me lo creo-, negro listón y chorreado, manso pero embestidor y algo mirón por la descolocación constante del espada. Comenzó cayéndose el espada en la cara del bicho en los lances de saludo con el percal, y a punto estuvo de acabar ahí su actuación vespertina. Menos mal que anduvieron todos al quite prestamente…, ¿todos? Bueno Castella tardó en salir y cuando lo hizo fue a cuerpo limpio, lejos, y tirándole la montera al bicho por toda solución. Hecho el quite por Teruel y la cuadrilla, casi todo el mundo se interesó por el pacense… menos… ya saben quién. Nada hubo con el percal digno de señalar en éste ni a lo largo de toda la tarde, y en la misma sólo un quite de Teruel… que se me ha olvidado ya, a Dios gracias. Pues Perera se enfrentó a Pelaíto en ese toreo moderno que hoy priva del sentido y de la educación al público de aluvión, a los isidros de ayer. Los privó del sentido… del gusto y de la educación, ¡vaya que sí! Ante las llamadas al orden “constitucional” del toreo, de la colocación, de la cargazón de la suerte, de echar la pata para delante, de ganar terreno o al menos no retroceder, el público acometió también contra los contraventores de la contracultura taurina moderna, insultándolos sin piedad y arreciando en los aplausos. Muchos de los aficionados, los más, optaron por el silencio y sobre el mismo se edificó el triunfo del toreo contemporáneo. Reconozcamos, al menos, que Perera anduvo firme –salvo en el constante paso atrás-, que bajó mucho la mano y tiró del bicho, que aguantó muchas miradas estoicamente y algún parón. ¡Ay, si hubiese toreado hacia delante!, hasta yo mismo me rendiría a sus pies. Pero no; ligó y bastante a base de no molestar al animal, de cederle el paso, retrocediendo en cada lance para quedarse descolocado, exageradamente, retorciéndose a cada paso en esa postura cuasi inverosímil de cite, y donde no se remata un pase para ligar el siguiente… dejándole la muleta siempre en la cara. Toreo contracultural sin duda, y donde el mérito reside en dejar que el bicho pase por allí, sin molestarlo mucho en su recorrido, a base de echarse siempre para atrás. Como uno ha crecido en otra época, creía que el mérito consistía en ganar terreno y hacer que el toro fuese por donde quería el maestro y no al revés, forzando su viaje para que rodeara el cuerpo del espada y rematando el pase –finalizándolo, en suma- para ligar el siguiente volviendo a estar colocado ante el toro. ¡Ya sé que soy un ingenuo! “Ejecutada” la faena, el de Puebla del Prior, le recetó al bicho una estocada algo desprendida, bien realizada técnicamente, y don Trinidad hizo bien en retrasar la salida del pañuelo para evitar mayores excesos orejiles. Una y todos tan contentos.

Toreando al de la oreja con la pierna atrás  (Foto: las-ventas.com)
En el quinto no alcanzó a cortar la que le hubiera abierto la puerta grande. Ambicioso, el toro, no se lo puso tampoco tan fácil como su hermano de camada. Era un bicho de 549 kilos, colorado bragado y ojo de perdiz, engatillado de cuerna, muy manso en los caballos, algo brusco y complicado. Nihilismo capotero y llegado el trance de la franela, tras un mal segundo tercio, el pacense se lo sacó a los medios. El toro comenzó largo, mandando algún que otro recadito a medio pase, a veces quedándose algo más debajo, y Perera lo llevó siempre desde fuera y en paralelo para evitar complicaciones. Y claro es, no llegó a nadie, y hubo sus tímidos pitos y reconvenciones como a cada mortal… respondidas con grosería tantas veces, pero sin aplausos esta vez. Sólo despertó a la gente, en general, en la SÉPTIMA tanda; “casi na”, que diría un castizo, cuando se decidió a echar la pierna atrás, ceder el paso al cornúpeto y ligar algo más. Un espejismo, porque en la siguiente serie volvieron a silenciarse los tendidos, porque volvería a “lo de antes”. Unas manoletinas, lance fundamental en la tauromaquia contemporánea, y que inventara el torero cómico Llapisera en el primer tercio del siglo XX, con los faldones de su frac, volverían a despertar pasiones dormidas. Pero en esta ocasión el acero cayó rinconero –que es donde apuntaba- y la cosa quedó en ovación y saludo. El bicho hubiera requerido otro puyazo, pero el diestro, habituado a que tengan menos fuerzas que “la patada de un conejo”, pidió el cambio, a mi juicio, antes de tiempo. No le salvaron ni las nueve tandas que el bicho admitió.
Una oreja, a la postre, fue todo el bagaje que consiguieron obtener los isidros de 2013, apéndice cortado en este toreo contemporáneo. Si se le ocurre echar la pierna adelante, cargar la suerte como “toda la vida de Dios”, y ganar terreno, su dominio, temple y aguante se hubieran visto, probablemente, mejor recompensados. 

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