viernes, 14 de junio de 2013

Unas palabras de Corrochano sobre Belmonte

Estos días, repasando crónicas de Belmonte para elaborar una estadística de sus actuaciones más fiable que las existentes, me cruzaba con una de Corrochano en ABC, a raíz de una intervención suya en San Sebastián, en su postrer año vestido de luces, el 18 de agosto de 1935. Se lidiaba aquella tarde ganado de Luis Pallarés por Juan, Marcial y diestro mexicano El Soldado.
Fue una corrida complicada, con ganado manso, serio como el que se lidiaba entonces en aquella plaza, exigente y difícil, en la que el trianero no rayó a la altura de otras tardes –y eso que la estadística de orejas y rabos cortados en esas dos últimas temporadas belmontinas no creo que tenga parangón ni en los tiempos modernos, más aun viendo dónde toreaba y qué lidiaba-, a pesar de su valor, sobriedad y conocimiento. Esa tarde, en la Bella Easo, Belmonte no alcanzó la maestría de otras y el crítico de ABC lo justifica, centrándose en su notable y ya muy larga experiencia y en sus amplísimos conocimientos taurómacos.
No he de aburrirles con el desarrollo del festejo porque pueden leer la crónica en el ABC del 20-8-1935 (pág. 40). Me interesa destacar su opinión, en un aspecto tangencial, en algo que a lo largo de toda esta pasada feria de San Isidro hemos visto repetido mil veces, dicen que por la variedad… y yo que por rutina: las chicuelinas. Cuando una cosa se repite automáticamente y de forma frecuente, deja de ser una salvedad y se convierte bien en rutina, bien en algo normal, habitual. Luego no puede ser variedad lo que es habitual.

Una verónica honda y profunda, grácil y etérea, de Morante... ¿quién necesita chicuelinas? (Foto: las-ventas.com)
Por otro lado, la chicuelina es lance de recorte –como el título de este blog-, y suele llevarse muy poco o nada toreado al bicho, aunque ha habido excelsos artífices del mismo (les recordaré a tres con los que todos estaremos de acuerdo y que muchos hemos visto bastantes veces en directo: Paco Camino, Manzanares padre y Morante). Lo también habitual es que se trate de lances eléctricos, rápidos, quitándose uno del paso del toro (algo que no hace, verbi gracia, José Tomás, porque los interpreta a compás abierto, clavadas las plantas en el albero), y sin envolverlo (como puede hacer Morante, por ejemplo) en el suave aleteo del percal, en los vuelos del capote. Lance que es mucho más aplaudido por su emoción –cuando el toro pasa muy ceñido al diestro, a veces demasiado por falta de toreo, acudiendo el toro al bulto- que por su gracia o pinturería, por su dominio o mando sobre el animal –que suele salir despedido hacia donde salga-.
Pues bien, fíjense que mi opinión no es única ni aislada –aun recuerdo un notabilísimo artículo de Luis Fernández Salcedo, tratando del tema, en nuestra revista juvenil Lance), y así Corrochano, a raíz de ese festejo donostiarra escribía en el diario madrileño:
San Sebastián, 4 tarde. Hace unos días analizábamos, y en ello hemos de in­sistir, cómo iba cambiando la conducta del espectáculo. Viendo torear a Belmonte se acusa más el cambio de conducta. Belmonte­ en el toreo es la sinceridad. Belmonte torea bien o torea mal, pero Belmonte no falsi­fica nunca el toreo. A Belmonte le sale el lance perfecto o le sale el lance borroso; se pasa el toro ceñido en la media verónica o se lo pasa despegado, pero lo que no hace Belmonte cuando no puede torear de verdad es hacer como que torea, correteando con el toro, dando vueltas de vals, que alguien llama chicuelinas, sin duda porque Llapise­ra no registró la marca. Esto no lo hace Belmonte, como no se sienta en el suelo, ni tira la muleta, ni hace otras muchas cosas, que están al margen del toreo, que son una mixtificado del toreo, en las que basan sus reputaciones de un día los falsos tore­ros. Acaso por esto pueda parecer a la nue­va afición, hecha de chicuelinas, falto de recursos, y, si esos con recursos, bien falto está. Ahora que en todo arte es preferible la falta de recursos a la falta de pureza, por­que lo que no puede parecer falto de recur­sos es un gran respeto a la profesión, que desdeña lo accesorio en busca de lo funda­mental. Es toda una conducta. Belmonte, el toreo de Belmonte, es así. Digamos en tér­minos vulgares para que nos entiendan todos que Belmonte no es un ventajista.

Un doblón de Juan... dejando la rodilla clavada
Algo parecido, y no es por tirarme flores y mucho menos compararme con el maestro Corrochano, publiqué yo con ocasión de aquella corrida del Cid en Bilbao en 2007, donde defendí la pureza de su toreo, la parquedad en la tipología de lances ejecutada por Manuel Jesús en aquel festejo histórico en la capital vizcaína, el clasicismo del toreo eterno, de los lances fundamentales, ayunos de artificio y de artificiosidad. Pueden ustedes recordarlo y comprobarlo en el enlace correspondiente (http://recortesygalleos.blogspot.com.es/2013/04/el-cid-en-bilbao-en-2007-una-tarde-para.html).
La chicuelina, tan al uso hoy en día que forma parte del repertorio habitual, no es sino lance artificioso, mixtificado, en que no se lleva verdaderamente toreado al bicho, de delante a atrás, más que en unos exiguos centímetros, muy poco más en las manos de algún diestro de verdadera categoría. Corrochano cita a Llapisera como su inventor; otro tanto –les hablo de memoria- hizo en su día César Jalón Clarito, y así lo he defendido yo también en este mismo blog o en tantas crónicas. Lance procedente del toreo cómico… y por lo tanto accesorio y tantas veces prescindible, sobre todo cuando todo el toreo de capote, que vemos en tantos y tantos diestros, se basa exclusivamente en tres o cuatro chicuelinas, más o menos ajustadas, porque de saludo no ha habido... ni intenciones. ¡Qué triste es que sólo veamos chicuelinas a pasa-torito, y no verónicas puras o medias enrollándose el toro a la cintura!
 
Belmonte citando de frente..., en la rectitud del bicho aunque éste gire algo su cabeza hacia el trapo. 
Y, ya puestos, vean lo que diría el notable escritor de estirpe toledana, acerca de una nueva intervención –ahora sí, gloriosa, espectacular- de Juan Belmonte en San Sebastián, ese mismo año pero el 1 de septiembre (ganado de Carmen de Federico -Murube-, y Armillita chico y el Estudiante en el cartel):
San Sebastián 2, 6 tarde. Habíamos dejado de ver a Belmonte en unas corridas v le encontramos otra vez en San Sebas­tián. Esta corrida, en donde Belmonte se ha definido como un clásico, se presta a muy amplios comentarios. No cumpliríamos una misión verdaderamente crítica si nos limitáramos a ver su actuación y sacáramos consecuencias. La primera es que la actua­lidad de Belmonte en el toreo es providen­cial. No sé si Belmonte hace esta tercera salida a los ruedos por una necesidad de su afición. Pero digo que coincide con una necesidad de la fiesta. El momento taurino está muy necesitado de Belmonte. El mo­mento taurino está influenciado por un gus­to deplorable, en el que juegan papel prin­cipal los efectismos. No se está falto de toreros y toreros buenos, pero se está falto de toreo de buena calidad. ¿Por qué? Por­que un gusto frívolo ha hecho variar la con­ducía del espectáculo. Belmonte, que en el toreo representa la sinceridad, que es lo con­trario- de la frivolidad, pudiera ser un fre­no para lo chabacano. De ahí la oportuni­dad. Cuando el gusto de una parte numerosa del público se entretiene en mariposear con el toro y acepta el toreo intranquilo y mo­vido de algunos toreros, sale Belmonte, que es la tranquilidad, la limpieza de ejecución, el principio y fin del toreo. Porque al toreo alegre y juguetón y bullicioso y falso opone Belmonte su toreo perfectamente rematado. Uno de los matices que más admiro en el toreo de Belmonte son los remates. Que no deja de torear así que el toro pasa, sino que sigue toreando hasta que deja al toro en su sitio. Si nos fijamos en la manera de hacer de Belmonte hay una característica muy interesante, que es el llevar los to­ros toreados y mandarlos”.
 
Belmonte toreando de capa
Sabias palabras, añadimos nosotros, que pudieran muy bien tenerse en cuenta en nuestros días, pero escritas allá por 1935 por uno de los más elocuentes y entendidos críticos de la historia de la tauromaquia. Hoy que la frivolidad, lo accesorio del esconder la pierna –del paso atrás para ceder paso al toro- se impone, qué necesario es volver a buscar la autenticidad del lance, el por qué de una cosa u otra, el por qué aquélla o ésta es más meritoria y arriesgada, especialmente en un arte en el que se afronta la muerte cada día. ¿Qué es más complicado o más difícil de ejecutar, dónde se fuerza más el recorrido del toro, o se le deja franco un terreno para que pase sin doblarle el espinazo de entrada y pasarse los pitones por la femoral…? ¿Qué es más complicado y meritorio, terminar y rematar cada lance, o sin haberlo hecho y mal colocado, ligarle el siguiente muletazo aprovechando la natural inercia del toro?, ¿cuándo se manda más?, ¿cuándo hay más verdad en colocación? De ese toreo estático, donde sólo se mueve la pierna para ganar terreno al toro, a su viaje, a la parca –en suma-…, al toreo movido de algunos diestros cediendo el terreno que pisan para que el toro vaya más cómodo, citando desde la oreja o el costillar y así “alargar” el pase… (como si no se pudiese hacer también toreando de veras). Yo me quedo con la tauromaquia belmontina, no les quepa la más mínima duda y con las sabias palabras de un crítico como Corrochano antes que con las de… tanto indocto novel.

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