lunes, 27 de mayo de 2013

Polémica desde el palco

Madrid, 26 de mayo de 2013. Dos tercios de entrada. 6 toros de Montealto, correctos de presencia, mansos o muy mansos en varas, de juego desigual en la muleta, mejores segundo (por el izquierdo), quinto y sexto. El Capea, silencio, silencio y silencio. Alberto Aguilar, oreja, silencio y vuelta. Chechu, que confirmaba la alternativa, no mató ningún toro al resultar cogido por el primero.

La corrida quedó en un mano a mano sin color, sin atisbo de competencia posible. El debutante matador, Chechu, al descubrirse en un lance con la derecha, primero fue avisado por su primer oponente y en el siguiente muletazo, citando por detrás del muslo y con el pico, fue prendido y corneado, siendo retirado a la enfermería. Allí el eficiente equipo del Dr. García Padrós le apreció una cornada en el tercio medio del muslo izquierdo de 25 cm, que destroza los músculos isquiotibiales, contusiona el nervio ciático y contornea el fémur. Una cogida grave, en suma, que ha de alejarle unas semanas del mundo de los toros.
La historia de la fiesta, tantas veces, está tan escrita con sangre que casi nos hemos acostumbrado a ella. Pero siempre, y ayer me lo recordaba un buen amigo, hay personas detrás que sufren, que tienen un pasado, un presente y un futuro, aunque el diestro no viva más que el presente del momento del festejo, como recalcó José Tomás en la entrega de los Premios Paquiro, apenas hace unos días. Pasado, presente y futuro que pende, en tantas ocasiones, de esos momentos etéreos de una tarde de toros.


Chechu, momentos antes de la cogida en el primero de la tarde (Foto: las-ventas.com)
Ayer el momento marcó el posible futuro inmediato de un diestro que no tiene contratos, y pudo marcar también –esperemos que al menos lo haga para uno de ellos- el de sus compañeros, que tuvieron que hacerse cargo del resto del festejo, matando los dos toros que sorteó el diestro de San Sebastián de los Reyes. Uno, el Capea, incapaz de llegar a los públicos, técnica puesta al servicio de la disminución del riesgo y de la fría indiferencia; el otro, Alberto Aguilar, esforzado y sincero lidiador que merece mayores recompensas y que ayer daría –como casi siempre- la cara con honradez. A éste, que cortó una oreja y que dio una vuelta al ruedo en el sexto, le privó la presidencia de una puerta grande que reclamaba el público espectador. Ya conocen mi opinión sobre el reparto de casquería en las corridas de toros; yo directamente suprimiría el mismo. A mí me interesa más lo que veo, que el triste y sangriento número de despojos conseguidos. Y, sinceramente, para mi indocta opinión, lo de ayer fue una buena actuación de Aguilar, que anduvo a la altura de sus dos buenos oponentes, segundo y último, aunque en éste le faltó quizá la guinda para coronar el triunfo. Un triunfo que, a tenor de cómo anda el público en la plaza de Madrid, debería tener un resultado como el exigido en Sevilla o Bilbao; no bastan dos orejas (y menos en tres toros) para abrir la puerta que te encumbra, sino que es necesario al menos, cortar dos en un mismo toro, completándolas con una buena actuación en el otro de tu lote. No he de aburrirles con efímeras glorias de tantos espadas que –habiendo salido a hombros de Las Ventas- jamás llegaron a nada y que hoy duermen el sueño de los justos, en el limbo del olvido histórico. Y fueron triunfos de sendas orejas, una y una, o dos efímeras en un mismo toro en que la suerte –o la diosa Fortuna- acompañó durante unos volubles momentos al espada.
Lo de Aguilar, por tanto, fue una buena actuación, al margen de los trofeos, una de esas tardes que habremos de recordar, aunque don Julio le privase de la salida a hombros. ¿Hubo petición para esa segunda oreja? No les quepa duda, aunque en puridad no flameaba su moquero una de cada dos personas en el coso, mayoría imprescindible para la concesión de aquél que prácticamente nunca se alcanza. Por una vez, y hace años que eso no sucede en Madrid, el palco se puso firme en la defensa de la dignidad y el rigor de la plaza en este aspecto, y lejos de condescender con un trofeo que hubiera supuesto un triunfo exagerado, se mantuvo en sus trece para que la puerta grande no se abriese a impulsos de un público que lo mismo aplaude un par caído al suelo, que un puyazo bajo o una estocada rinconera, y que desde el mismo principio de la faena quería que el madrileño saliese a hombros hiciese lo que hiciera. Al escaso criterio del respetable, opuso ayer don Julio el de la tradición madrileña… ¿con justicia? Lo sería si ese mismo criterio se aplicara no sólo ayer, sino constantemente, manteniendo el mismo incluso frente a las figuritas más mediáticas o los toreros más protegidos de la crítica. Ayer le tocó en suerte -¿mala?- a un torero modesto y valeroso, honrado y esforzado, que suele habérselas casi siempre con lo que sus compañeros de más arriba no quieren ni ver en pintura, lidiando esas ganaderías complicadas que los que más torean rehúsan como los mansos más declarados o rajados. Así está la tauromaquia… Si este criterio se impone, y se vuelve a la concesión de trofeos de hace un par de décadas, no será injusta la decisión presidencial. Si mañana mismo, o esta misma tarde, volvemos a los regalos ante peticiones minoritarias, la injusticia será flagrante. Vaya, por tanto, mi opinión al respecto; a mí me gustó Aguilar, disfruté con mucho de lo que hizo, pero Madrid debe volver a ser Madrid, y no un Colmenarejo gigantesco –perdónenme los del simpático pueblo serrano-.
Lo que a mi juicio, también, no tiene nombre, es la inclusión en esta feria de San Isidro de un cartel como el anunciado, en el que –a priori- sólo tenía interés Fernando Cruz. Al presentar éste un parte facultativo con dolor torácico y broncoespasmo que le impedía torear, fue sustituido –creo que por una vez con acierto- por Albertito Aguilar, que es un espada querido y apreciado del público venteño. Pero ni El Capea, ni Chechu, habían adquirido mérito alguno para figurar en el serial más importante del orbe taurómaco, y de la ganadería –aunque con triunfo en Sevilla- cabían algunas dudas. Chechu tuvo esa mala suerte mencionada –quizá motivada por su propio descuido-, pero lo del Capea, por más que el propio Choperita lo sostuviese en la pila bautismal, no tiene justificación alguna.


El Capea en el quinto, Colgado, algo retorcido (Foto: las-ventas.com)
Mató al primero -Cuartelero, un bicho de 520 kilos, negro listón, con leña en la cabeza, manso, soso y descastado- sin apenas concederle un pase. Es cierto que veníamos de presenciar la cornada, y que el toro era reservón y se frenaba, pero hombre intente al menos torear algo… Una estocada por arriba, cuarteando y con desarme, le bastaría para que el toro barbease las tablas antes de echarse en terrenos de toriles. Silencio, como correspondía a la ocasión. Lo malo es que en ninguno de sus dos toros le vimos nada más. Apuntémosle, por mor de ser justos, que intentó varios quites –por chicuelinas, por supuesto, o alguna verónica-, o que dejó de hacerlo al ver la mínima complicación. Su primer oponente previsto se lidió en tercer lugar –se corrió turno para que no matase dos seguidos, y así en adelante-. Se llamaba Trineo, un toro de 545 kilos, colorado ojo de perdiz, delantero de defensas, manso y que se desplazó sin problemas a pesar de llevar la cara un poco alta. Ni un feo le hizo, ni un derrote, ni una miradita, ni un aviso o susto declarado. El toro saldría suelto de los caballos, mal lidiado, se dolería en banderillas tras ser mal pareado, pero llegó a la muleta sin problemas. Entre ambos -diestro y animal- cabía un trolebús; todo era despegado, lejano, sin sal, desde y para fuera, en toreo paralelo; buenos toques, técnica, pero para un resultado patético, no ético. El toro acabó por levantar la cara distraído, porque era tal la salida que se le daba que creyó debía marcharse… y aunque no lo hizo, lo mismo hubiese dado. Un pinchazo bajo, aguantando, un  desarme posterior, otro pinchazo caído, saliéndose de la suerte y una estocada lo mandaron a la solución definitiva. Tampoco hizo nada con el quinto, Colgado, una res de 568 kilos, castaña chorreada y ojo de perdiz, fea y algo acapachada, que llegó a cumplir en varas, manseando a continuación –en el segundo tercio- y que llegó al último trance moviéndose, cabeceando un poco por escasez de fuerzas y, aunque con nobleza, a menos. Y es que le dieron en el caballo de muy mala manera… hasta siete orificios le hizo el minero de turno a caballo en las dos entradas… eso como poco. Y nada, que el bicho romaneaba sobre un pitón y empujó bastante en el primer encuentro. Una voltereta a la salida del primer picotazo le dejó ya con muy pocos bríos. Capea, que brindó al público lo tanteó por alto… y comenzaron a aplaudirle sin cuento. Sorprendente. Desde fuera fue organizando una especie de faena aliñada, en la que la mitad de los pases salían enganchados o sucios por falta de temple –los llegué a contar en varias tandas-, y en la que el ajuste era mínimo, lejano, distante. Es cierto que se llegó a colocar mejor mediado el trasteo… pero ni con esas remontó el vuelo; toreo campero, lleno de precauciones, ante un toro que se venía a menos, y que acabó por hacerse de uno en uno… Al final triunfaron la poca clase del toro y la del torero. Dos pinchazos por arriba, otro bajo y una entera en la cruz lo mandaron con sus compañeros muertos en combate. Silencio para el salmantino. Una de dos, o México, o a ejercer la abogacía.


Aguilar en el segundo de la tarde por su peor pitón, el derecho (Foto: las-ventas.com)
Cortó la oreja Alberto Aguilar a su primer antagonista, Fandanguero por mote (516 kilos, bien puestos en un toro no muy largo pero rematado por detrás, tocado de cuerna, muy manso en varas, que dio juego en la muleta). El bicho salió escopetado de los caballos al sentir el hierro, se quitó el palo y hasta cuatro entradas hubimos de verle para que se quedara unos segundos en el peto, doliéndose después en banderillas. Muy bravo… no era. Brindó el madrileño al respetable… porque no encontró a quién hacerlo entre barreras, cosa verdaderamente sorprendente, más aun cuando el “segundo plato” se lo agradeció con ganas y buena voluntad. Le costó tres tandas darse cuenta que el toro tenía un buen pitón izquierdo, porfiando con la derecha mientras el toro protestaba e iba con genio indudable. Bien anduvo Alberto, sin embargo, frente a la adversidad, enseñándole el trapo por delante, aguantando firme, al hilo del pitón –muy aceptable dada la condición del toro-, aunque llevándose algún susto. Pero cambió de mano, y ahí, mejor colocado aun, fue pasándolo y llevándolo más largo, sin despedirlo hacia las afueras como otras veces, más en redondo. El bicho humillaba y aceptaba el engaño, y Aguilar le sacó jugo en varios naturales de nota. No sé por qué retomó la derecha, no tenía sentido, pero a base de tragar un poco, bajándole bastante la mano, al final le sacó una tanda aceptable, y cuando se iba, una arrancada inopinada de la res, fue resuelta brillantemente con un molinete de recurso, muy bien. Los adornitos finales ya no tuvieron el mismo tono, algo eléctricos, y la estocada no era digna de recompensa, trasera y caída, pero la rápida muerte de la res hizo que los isidros sacaran los pañuelos y concediera el usía esa primera y generosa oreja. ¡Ay si se la hubiera guardado, y concedido la del sexto…, nada de lo que le criticarán ahora le hubiera sucedido! Hubo un intermedio prescindible, con el cuarto, Dormilón de apodo, un toro de 557 kilos, castaño y tocado, que manseó en varas y llegó bronco a la muleta. El caso es que el bicho empujó ante las cabalgaduras, llegó a romanear, pero salió suelto de ambos envites, se dolió en banderillas y llegó descompuesto de cabeza al cambio de tercio. ¡Qué cantidad de tarascadas, derrotes y tornillazos le arreó a Alberto! Una de ellas, incluso, le alcanzó la cara. Mal asesorado por el peonaje o apoderado, porfió en inútiles derechazos y naturales, cuando lo que requería el bicho era doblarse desde el principio por bajo. Se oyó perfectamente la voz del asesor, recomendándole que siguiera… no sé si porque acabara en la enfermería…¡Qué barbaridad! Después de veinte malogrados intentos, por fin se decidió y le dio dos solitarios doblones, matándolo luego de una entera por arriba, con desarme y creo que palotazo en la axila -hubo dos desarmes posteriores-, y seis descabellos.


Buenas verónicas de saludo de Aguilar al último (Foto: las-ventas.com)
El último fue el toro de la controversia, un buen toro –pese a que se rajó en la última tanda- llamado Novillero, de 594 kilos, colorado chorreado en verdugo, delantero de armas, que manseó en varas como toda la corrida –bien picado en esta ocasión, pero bien-, se dolió en banderillas, pero llegó embistiendo franco, generoso, largo y humillando con emoción al último tercio. Quizá le faltó algo más de brío, porque aceptaba los dos o tres primeros muletazos con energía, para acortar viaje y ceñirse algo en los restantes. Volvió a brindar Alberto al público –había que aprovechar la inercia de los aplausos-, y fue organizando una faena sin brusquedades, con suavidad, natural y nada forzado en ocasiones, toreando a gusto al animal, pero perdiéndole a veces muchos pasos. Quizá le faltó mayor profundidad, metérselo algo más y bajar más la mano para haber redondeado el triunfo; en la condición del bicho pudo estar el defecto de la faena, y tal vez si le hubiera exigido más el toro se hubiese rajado antes, quién sabe. El caso es que la faena, aunque muy jaleada desde los tendidos, no fue de la exigencia requerida en la capital; siendo limpia y aseada en general, y notable por momentos, no nos hizo vibrar, y menos cuando el toro, camino de tablas, rajado en la sexta serie, le tiró dos gañafones ensuciando aquello. Un pinchazo y una estocada, tirándose a matar bien, con ganas, motivaron una fuerte petición –al principio a la gente le costó sacar el pañuelo, aunque se fueron animando-, y la denegación del trofeo desde el palco. Habrá polémica, no les quepa duda. Si en Madrid se hubieran hecho las cosas a derechas desde hace años, no la habría… pero tanto regalito trae las lógicas consecuencias. Cuando vuelve a imperar la sensatez y el criterio, dejando a Las Ventas en el nivel exigible como la primera plaza del mundo, la gente, la prensa corifea y el taurinismo se sorprenden. Ya creían que todo era plaza conquistada.
Olvídense, por favor, de trofeos, y recuerden los buenos pasajes del toreo de Alberto Aguilar, frente a una corrida muy mansa, pero con posibilidades, de Montealto. Los despojos para la casquería. Al espada le vendrá mejor la denegación de esa segunda oreja, con el público y la prensa de su lado, que una puerta grande con muchas reservas por parte de algunos… ya verán. 

2 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo con el Dr. Cabrera. Tan sólo una pequeña precisión: si la mitad de los espectadores flamean su pañuelo para pedir la oreja, no hay mayoría. Para que haya mayoría es necesario que la soliciten, al menos, la mitad "más uno" de los espectadores. Y eso, no sucedió ayer. Además, su primer toro no cayó por la estocada, sino porque le derribaron los peones. Y para cruzarse, no es necesario imitar a una vicetiple de revista con esa manera tan exagerada de mover la cintura y las posadeas, que es lo que hizo en su primer toro.

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  2. Cito: "Silencio para el salmantino. Una de dos, o México, o a ejercer la abogacía...". ¿Y por qué nos lo envía para acá? ¿Qué mal le hemos hecho? Saludos desde Aguascalientes, México.

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