domingo, 26 de mayo de 2013

Birlibirloqueando 14





Por Fernando Bergamín Arniches

24 de mayo 2013

Homenaje a Pepe Luis Vázquez, el torero más grande de Sevilla. Nos dejó el 19 de mayo de 2013. Quiero recordarlo con la publicación completa de un artículo mío publicado en DIARIO 16 hace 23 años, el 25 de septiembre de 1990. En aquel Agosto se cumplían los 50 años de su alternativa. Sirva también de entrañable recuerdo a su hijo Pepe Luis Vázquez Silva, torero al que tanto admiró su padre y todo buen aficionado, amigo entrañable, retirado del toreo hace tan solo unos meses. Volvería a escribir este artículo añadiendo que hoy nos quedan como ''excepcionales excepciones'': José Tomás, heredero de Manolete en su estilo y ética, torero inigualable, y Morante de la Puebla, en la gracia natural de su hondura agitanada.



De Pepe Luis a Pepe Luis

Este último mes de Agosto se han cumplido cincuenta años de la alternativa de Pepe Luis Vázquez. Una de esas figuras del toreo que imponen desde su época algo más que un gran nombre para la historia. Cuando se habla o se escribe de Pepe Luis Vázquez, no es frecuente relacionar su figura torera ni con revoluciones ni con cambios trascendentales en las formas y modos de torear. Y nos parece justo. Pepe Luis toma el toreo donde lo han dejado sus antecesores más inmediatos, es decir en su “modernidad clásica” llega a los toros después de Juan Belmonte, de Chicuelo, de Curro Puya... y lo que hace es escoger simplemente un lugar para quedarse, lugar que convierte inmediatamente en propio y personalísimo, sin pretender dar un paso más adelante porque sabe desde sus comienzos que la expresión de su sentimiento torero necesitará apoyarse en ese “clasicismo moderno” que viene de Belmonte, que rompe después en otra formas con Chicuelo y que - como tan certeramente ha señalado Ignacio Aguirre en un reciente y emocionado artículo sobre Pepe Luis - llega a entronar en su caso con la inspiración genial de Rafael el Gallo. Pepe Luis, sin embargo, sin salir nunca de su escogido lugar, ese “aposento en el aire” que hace tan suyo, se va a encontrar compartiendo todo el toreo de su época con la figura excepcional de Manolete, que sí, será considerado en muchos aspectos por sus contemporáneos como un torero revolucionario. 


Pepe Luis y Manolete se enfrentarán al mismo tipo de toro, un toro de especiales características como consecuencia de la época, un toro terciado, anovillado, extremadamente pobre de cabeza en términos generales, pero aún con raza, con bravura, con movilidad, con casta. No obstante, en determinados encastes comenzará ya a observarse en aquellos años la frecuente aparición de un toro más tardo y con más sentido, que va a necesitar en muchas ocasiones que el torero “tire” para provocar la arrancada. Esa tendencia la ve inmediatamente Manolete, y conforme a ella y con la ayuda eficaz e imprescindible de su inseparable varilarguero el gran Pimpi, que se encargará tarde tras tarde de disminuir la fuerza y movilidad de aquellos toros, Manolete “inventa” una nueva forma expresiva de torear que se adaptará perfectamente a su estilo excepcional, sacrificando la ortodoxia clásica de las normas, pero supliendo ese pecado con su propio ser, es decir, con la personalidad singularísima y única de su clase. Sin embargo, justamente la regularidad de sus actuaciones vendrá a ser lo peor de su herencia torera. Sin Manolete, aquella pundonorosa regularidad irá convirtiéndose con el tiempo en monótona costumbre y norma, hasta significarse en nuestros días como modelo de comercialización y explotación del toreo, en función de la constancia en el triunfo, convirtiendo al torero en un brillante ejecutivo más de su época. Sin la presencia encarnada del estilo - y eso sobre todas las cosas fue Manolete, la más pura encarnación del estilo - su “invento” se mecaniza y se automatiza.

            
                         
Tres carteles de Pepe Luis como novillero en 1938 (Colección personal)

Pero volvamos a nuestro Pepe Luis. Todo lo contrario que Manolete, el sabio y rubio torero de San Bernardo siente que su toreo necesita aire..., espacio..., distancia..., vuelo..., opuesta geometría a la del gran torero cordobés. Con aquel mismo toro, Pepe Luis lo que hace es intentar siempre aprovechar su movilidad, esperar la arrancada más alegre y larga que le permita “parar”, antes de templar y mandar. Un “parar”que en el sevillano es como el arranque contenido de la bulería, esencia de gracia y sabor que servirá para detener mágicamente, en un instante sublime, al toro y al tiempo. Después, Pepe Luis completará la suerte con largura y perfección - cargándola o toreando a pies juntos según le pida el sentimiento, como debe ser -, pero siempre toreando de verdad. Pepe Luis evita tener que “tirar de los toros”, técnica y fundamento de todo el toreo posmoderno; no le interesa esa “técnica” precisa para lograr un mecanismo de regularidad, no le interesa arrancar los pases, destapar los toros con habilidad vacía de sentimiento y, generalmente, disfrazada de poderío. Pero Pepe Luis conoce al toro como muy pocos toreros de su época. La claridad de su cabeza, de su inteligencia en la plaza, es comparable a la de su expresión torera. Tal vez sólo el admirable Antonio Bienvenida pudiera comparase a Pepe Luis en aquel momento, compartiendo un mismo sentido del toreo, aunque la música de esos dos grandes toreros sevillanos sonara con tan distinto acento. Se entenderá por todo lo dicho que Pepe Luis Vázquez no puede torear, como él torea, a todos o a casi todos los toros. Tampoco le interesa. Sabe que esto no es posible para un creador. Si algo importante debemos hoy sacar como jugosísima lección a los cincuenta años de aquel 15 de agosto de 1940, es el valor actualísimo de lo que significó en el toreo, frente al deleznable toreo posmoderno que hoy –salvo excepcionales excepciones- impera en los ruedos. Pepe Luis es un ejemplo de continuidad viva de la verdadera modernidad en el arte de torear. No le hizo falta ser un revolucionario. Gracias a la integridad de su actitud y al don de su gracia, consiguió frenar la mecánica regulación del éxito que comenzaba a imponerse ya en su época. Gracias a la fidelidad a sí mismo y no al público, logró iluminar y deslumbrar con el arte de su toreo y la clara sabiduría de su inteligencia, al toreo mismo. Así lo hicieron después aquellos grandes toreros que compartieron y heredaron de Pepe Luis la expresión del sentimiento, como valor primero y esencial como del toreo. Su hermano Manolo podría ser el primer ejemplo. En la actualidad, a la comercialización casi absoluta de las corridas de toros, a la deformación por el propio “aficionado” del sentido creador más elemental, se añade además la gravedad del fraude y el engaño institucionalizado. 

Antonio Bienvenida y Pepe Luis en una tienta campera (Julio Estefanía, "Antonio Bienvenida. Historia de un torero"; Madrid, 1973) 
El toro de hoy se ha fabricado para un toreo no pasmoso, como algunos quieren ver, sino pasmado, paralizante y paralizador como el propio toro. Frente a este tipo de res, aplomada y con sentido de toro viejo, descastado, aborregado, agrandado o achicado según lugar y plaza, siempre artificialmente, nos entregan día a día un toreo carente de imaginación, del más elemental sentido de la improvisación, sin variedad, sin gracia, sin finura ni hondura... sin sentimiento. Un toreo mecanizado de ejecutivo ambicioso, de estudiante más o menos brillante en otros casos, de vulgar obrero de oficio. Nos preguntamos ¿pero es que se puede torear de otra manera al toro de hoy? ¿No han ido demasiado lejos los “Pimpis” que hoy pican en los despachos? esas excepciones excepcionales... que antes citábamos, nos dejan aún mantener viva la esperanza, y en esa esperanza estamos. Cuando recordamos el ejemplo de Pepe Luis Vázquez, nos encontramos hoy con el caso de su hijo Pepe Luis... lo que vendrá a justificar al fin el título de este artículo. Un torero de clase excepcional que “hace y dice” el toreo más puro, con la naturalidad y la gracia de los elegidos, con la modestia y la elegancia de los verdaderamente grandes. Hoy, que añoramos con tanta razón y melancólica nostalgia al inolvidable Pepe Luis... ¿podemos permitirnos el lujo de dejar en casa -como está ocurriendo- a este otro Pepe Luis Vázquez, hijo de aquel Pepe Luis, del mismo árbol, de la misma rama, de igual natural sentir? Este Pepe Luis Vázquez Silva, al que vimos brillar de novillero, al que ya de matador de toros hemos visto hace unos años cuajar en Las Ventas una de las faenas más justas y medidas de las últimas temporadas, verdadero compendio de todo toreo sevillano, al que en el último y desdichado San Isidro 90 vimos ejecutar los cuatro o cinco mejores muletazos de toda la Feria, ¿por qué se nos tiene que escatimar la posibilidad de sentir su toreo, junto a los poquísimos toreros que en el presente nos entregan esa misma calidad y ese mismo sentimiento compartido? Como el más sentido homenaje a ese 15 de agosto de 1940, a los cincuenta años de su alternativa, pensamos en Pepe Luis... y esperamos también a Pepe Luis. Contra todos aquellos que se rebelan frente al toreo eterno, siempre seguiremos esperando con el frágil sentir paciente de la única certeza: la incertidumbre de lo bello.

(“De Pepe Luis a Pepe Luis”, artículo publicado el martes 25 de septiembre de 1990 en Diario 16 por Fernando Bergamín Arniches.)

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