jueves, 6 de septiembre de 2012

Divagaciones televisivas (la otra cara de lo de ayer)

¡Por fin! La conjunción universal entre la fiesta y Televisión Española se consumó ayer tarde. Hubo encuentro galáctico y nuestras vidas no volverán ya a ser lo mismo que antes. Los toros han vuelto a entrar en la parrilla de la cadena que soportamos (en ambos sentidos, claro) todos los españoles… que pagamos (los de las SICAV, absténganse). No les contaré lo que de bueno tuvo el espectáculo, eso ya lo han cantado mil plumas al vuelo..., o sobre el papel o la pantalla, sino las impresiones que me produjo el sin par acontecimiento...
No pude dormir de la emoción que me embargó ver los seis –bueno, cinco sólo- toros de don Victoriano a retales, mientras mi santa esposa me llamaba con insistencia para que abandonara el ordenador y acudiera a mayor gloria de la audiencia interestelar. Seis, bueno, sólo cinco, reses a las que los protagonistas mediáticos les cortaron cinco orejitas, mientras que la otra caía en el toro de Garci... Domingo Hernández lidiado en el postrer acontecimiento espacial.

El coso vallisoletano una de aquellas tardes en que se llenaba casi al completo
Los comentarios, tal y como les auguraba en pasada entrada, estuvieron a la consecuente altura. Todo fue fantástico, sensacional, asombroso, inigualable, apoteósico…, sin par, abrumador, apocalíptico, archimonumental…, extraordinario, magistral, excepcional, sublime…, pero los toros se cayeron una barbaridad, y esa falta de fuerzas condicionó todo el espectáculo (algo que ya no importa a los que se sientan en los tendidos) y los retransmisores hubieron de buscar y tirar de sinónimos y eufemismos para no contarnos la cruda realidad, la verdad de lo que pasaba y contemplaban nuestros ojos. Todo era tan espectacular que no cabían en sí de gozo. Esta forma de retransmitir una corrida como si fuera un partido de fútbol es igualmente fantástica. El pobre Federico Arnás, que intentaba mantenerse algo al margen, llegaba a emocionarse en los finales de las series, para acabar alzando la voz, emocionado sin duda, por lo que contemplaban sus ojos (los suyos)… y eso que no era Jesulín, precisamente. Y así subrayaba lo que deseaban todos, que la gente tenía que emocionarse, sí o sí, con lo que ocurría en la arena, aunque fuera tras un batacazo del pobre cuadrúpedo a media tanda.
El Juli demostró, un día más, su enorme capacidad para sacar partido de cualquier cosa que le pongan enfrente: un buey de carreta, un caracol con o sin su protectora concha, una mecedora, un armario ropero, o los sendos inválidos que ayer le tocaron en suerte (uno de ellos, tras tres caídas –desplomes en la muleta- se aguantó sobre sus remos hasta el final a base de que le hicieran las cosas sin molestar… sabio consejo y comentario de los contadores televisivos del suceso, ¡vaya tauromaquia…!). ¡Hombre, que anduviera por ahí, nunca enfrontilado con la res, tirando líneas, con excesiva apertura del compás, levantando la mano –no para amenazar o calmar las furias de la res, sino para ayudarla en su devenir histórico-, no tiene la mínima importancia! Lo verdaderamente importante fue que lo hacía frente a las cámaras, esas a las que había intentado sangrar y exprimir a principios de temporada junto a sus compañeros de marras y otros siete como ellos. Porque, la verdad, es que no hacían distingos entre la de pago –humillémonos respetuosamente ante el mercader de Venecia- y las autonómicas, que también pagamos todos los españolitos… de pago (los de las SICAV, absténganse). Sólo con el arrimón final intergaláctico ante una res exhausta y moribunda, manoletinas inclusas, en un alarde de valor que hubiera hecho palidecer a Hans Sólo y a Dark Vader, consiguió levantar el ánimo de los espectadores para conseguir ese primer trofeo. Lo mejor fue un magnífico cambio de manos, poco jaleado, sin embargo, por los coreutas televisivos. La muerte, con su centelleante –no espada láser- sino forma de entrar, con saltito incluido, y como casi siempre dejando la espada muy atrás, no fue lo más ortodoxo que nadie haya visto, pero la gente sólo fía ya el éxito de la suerte en la efectividad. Amén. En su segundo nueva versión corregida y aumentada. Como dice mi amigo Andrés Amorós –léanle entre líneas- "El Juli ha de preocuparse de mantenerlo en pie; muletea con suavidad, logra excelentes derechazos...". Pues eso. Excelentes derechazos colocado fuera de la rectitud –con las cámaras a pie de ruedo, claro, eso no se advierte tanto, pero en cuanto sacaban una imagen desde arriba, se veía clamorosamente- y tirando líneas para no forzar la columna vertebral del pobre animalito. La verdad es que tirar, tira muy bien y que los toques son precisos y espectaculares… el día que se lo haga a un toro de verdad –de los que emocionan por sí mismos y no por la “sublimación” del arte, va a ser el “acabose del empezose”, como diría la buena de Mafalda, del genial Quino-. El generoso público –bastante más que generoso, yo diría dadivoso, que ya cae en lo psicopático- del coso del Paseo de Zorrilla, le transmitió los dos apéndices galácticos del animal por teletransportación. Ya los tenía en sus manos mucho antes de que los viéramos en ellas, lo que pasa es que nos engañaba la vista (no el oído, porque los retransmisores lo anunciaron y el sonido viajaba, por una vez incumpliendo las leyes de la física, más rápido que la luz), y se cumplió “La Profecía”. Loado sean los cielos, que nos permitieron contemplarlo. Ya podemos morir tranquilos…

Toros de don Victoriano del Río de hace unos años
Reaparecía Manzanares, en bastante buen estado, he de decir, mucho mejor que el que cabía esperar… y “es que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad…, una brutalidad…, una bestialidad”. Pero… se les olvidó a los comentaristas contarnos–y eso que lo veíamos; lo estábamos viendo- que a pesar del empaque y de la técnica, a su primero lo llevó periférico y despegado, sin ninguna… ¿cómo lo llamaban?… “reunión”, y eso que el término se utilizó profusamente en su segunda faena. No llegué sofocarme con ello, porque ya sabía lo que cabía esperar, y eso que, siguiendo con la “Verbena de la Paloma”, “El calor que hace esta noche sí que es una atrocidad”, quizá eso fue lo que hizo que el toro se aplomara en seguida.  No fue tan espectacular como otras veces con el estoque, aunque siempre aceptable en éste. En el quinto, ¡para qué le vamos a contar! Sólo podemos cantar… y no sé si el “Vivo cantando, vivo soñando” de Salomé en Eurovisión –ésta una conjunción estelar a menos en la televisión actual- o aquello del “La, la, lá”, de “Yo canto a “tu” madre que dio vida a “tu” ser…”. No cabían en sí de gozo los comentaristas, mientras el alicantino se pasaba los toros un poco más cerca que antes, y sometía a sus designios a un toro con más “bríos” (término acuñado eufemísticamente para mentar la falta de fuerzas) que sus hermanos. La cosa empezó bien, incluso con menos escondidas de pierna que lo habitual -algunas sí hubo, no teman-… pero… Ya vieron como acabó, si no como el “Rosario de la aurora”, poco menos. El toro se lo merendó en dos o tres series finales, en las que le hizo hilo y no paró de repetir, y terminó por rajarse e irse a tablas –por donde la puerta de caballos, nos informaron sabiamente los retransmisores… ¡y yo que creía que era a terreno de toriles!, infeliz- quizá por hacer su santa voluntad. Fantástico… Ello, lógicamente, no hubo de pesar ni en el ánimo de los espectadores, ni en el de los comentaristas… pelillos a la mar, ¿qué es que se te escape la fiera y haya que ir a buscarla a la floresta del Paseo de Zorrilla…? El que dominaba y mandaba en la situación era… ¡caramba!, ¿quién era? Un pinchazo a recibir, echándose un poco fuera, y una estocada al hilo de tablas cantada como la de salvación universal –pero trasera y baja como ella sola- y oreja del benevolente pueblo vallisoletano.

Este otro tampoco salió ayer... y es de la misma ganadería
Para Talavante, mea culpa, tuve menos paciencia. Me entretenía más lo que estaba haciendo en el ordenador que lo que me requería mi santa esposa que contemplara… Ya había tenido sendas dosis televisivas velillense-alicantinas, y me aburrían las hipotéticas pacenses. Yo no aguanto, como les he contado, las corridas en televisión, la fiesta hay que vivirla "en vivo y en directo", lo lamento. Pero bueno, al fin me acerqué un "algo" y vi un tanto de sus faenas. Los toros fueron idénticos hermanos de sus propios hermanos..., ¡qué buena es la hermandad, “honra merece quién a su padre parece”! Por cierto, alguno lucía unos cuernecillos pavorosos, como si los hubiesen afilado a última hora con un sacapuntas. ¡Qué finura de astas, qué barbaridad, me metieron el miedo en el cuerpo, finas casi desde la propia mazorca…! No hubo comentarios al respecto, ni aun cuando alguno andaba astillado y el cámara, ¡qué horror, que le suspendan de empleo y sueldo!, enfocaba aquello de cerca (sin duda hubieron de llamarle la atención). Al tercero, no terminó de poderle y el bicho anduvo a lo suyo, pegando cabezazos defensivos, enganchando la tela a veces, y eso que era complicado… por la posición del diestro (como en EE.UU., ¡no comment!). Fíjense que Amorós dice que la faena fue desigual, y que “no nos libramos de las manoletinas” –hasta Federico Arnás tuvo que comentar algo al respecto al Niño de la Capea, diciéndole que en sus tiempos era lance muy poco valorado y “fuera del repertorio”- y que la “estocada desprendida”…, ¡pues oreja para el esportón! El sobrero de Garci… Domingo Hernández, salió con el mismo “brío” que sus primos lejanos, pero con malos humos por la izquierda (a buenas horas en la Facultad de Medicina de la Autónoma de mis tiempos hubiéramos tolerado patochadas semejantes a la que le hicieron ayer a Esperanza Aguirre, amenazas de muerte incluidas). Así que después de la emoción que supone un revolcón y de unos derechazos largos y mandones -no bien colocado el espada- con unos intervalos más largos todavía para que respirase el pobrecito animal, nueva oreja y Puerta Grande.
Con esto y la promesa de felicidad eterna que me transmitieron los comentaristas… vivo yo cien años más.  ¡Menos mal que los toros han vuelto a TVE! No sé cómo ha podido sobrevivir la fiesta sin ello. ¡A ver cuántas retransmisiones más dan este año! La plaza, eso sí, anduvo muy cerca del lleno absoluto para los retransmisores… mientras no abrían el foco de la cámara… ¡qué mala es nuestra capacidad visual, caramba!

1 comentario:

  1. Es el artículo más sensato que he leído sobre "lo" de ayer.Es el artículo que yo ,si supiera,hubiese escrito.
    Para éste viaje no hacen falta alforjas.Al segundo toro desenchufé la caja y dediqué mi atención y mis afanes al ordenador.
    Que sigan poniendo a los mamarrachos y mamarrachadas que quieran que a ésto no lo salva ni la "cariá".

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