miércoles, 22 de agosto de 2012

Sobre los de Fuente Ymbro en Bilbao

Tuve la grata oportunidad de asistir al festejo bilbaíno del pasado lunes. Una corrida de Fuente Ymbro que, fiel al espíritu que ha movido al ganadero en los últimos años, sacó casta por encima de cualquier otra consideración.
Casta, las más preciosa y precisa condición -como he subrayado en más de una ocasión- que ha de poseer el ganado de lidia. Casta que, con la única excepción de Urdiales en el primero de la tarde, desbordó por completo a los componentes de la terna.

La casta no tiene que ir unida ni a la bravura ni a la nobleza; son cualidades independientes. Un toro manso puede estar encastado y otro no; un toro con casta puede ser noble o peligroso, incierto -los menos- o franco, sencillo o boyante. La casta, de la que hemos hablado en este blog en alguna ocasión (les remito a la entrada correspondiente: http://recortesygalleos.blogspot.com.es/2012/05/en-defensa-de-la-casta.html), va unida a la acometividad, a la fiereza, a la movilidad, también a la bravura aunque no sea ésta él único factor que la condiciona (de ahí que pudiera estar ausente en algunos casos, en muchos...). Pero la casta es emoción, la casta es esa búsqueda incansable de acometidas, de coger los engaños o al oponente que haya de tener enfrente en cada momento, la voluntad de comportarse con cierta agresividad más o menos ligada a la condición de nobleza. 
La corrida de Fuente Ymbro en Bilbao desarrolló casta en la mayor parte de los ejemplares lidiados... si acaso hubo uno, el cuarto, que pudo tenerla más escasa. Desde la tribuna del Club Cocherito de Bilbao (que conjunto más coherente de buenos aficionados y que calidez en la acogida) felicité públicamente ayer a don Ricardo Gallardo. Me consta que buena parte de la prensa ha denostado la corrida, que ha hablado más de defectos que de virtudes. Miren ustedes, por desgracia, todo lo que no sean embestidas pastueñas, suaves, dóciles y nobles, suelen ir acompañadas de tales críticas, olvidando que el toreo se fundamenta en la emoción que nace del riesgo y es acompañada por la creación estética -cuando es posible o el "artista" está dotado de esas innatas condiciones-. Cuando sale un toro, como la corrida del lunes en Vista Alegre, exigente, con poder, con casta y alguno con bravura (recuerden las peleas de dos o tres de ellos en los caballos, por ejemplo, empujando con riñones, con poder, reacios a salir del peto, fijos y con la cabeza baja, centrados en la pelea), y sobre todo, que desborda a los matadores por sus ganas de acometer, de crecerse, de generar problemas que sería preciso resolver, esa misma parte de la prensa siempre se inclina a favor de los "pobrecitos lidiadores". Pobrecitos, es cierto, pero no porque les tocase ese toro encastado, indómito, fiero, sino porque no fueron capaces de dominarlos, de poderlos, de someterlos, de crear con ellos esa conjunción técnica y estética que se llama toreo. La culpa no fue de los toros, fue de la ineficacia -ineptitud, léanse el diccionario de la Academia, por favor antes de juzgar el término- de los toreros. 

El último, por ejemplo, mil veces denigrado en la prensa acomodaticia o interesada -"económicamente" hablando- , fue un toro más que notable, uno de esos que descubre a un torero, de los que se decía antaño que "pide el carnet de profesional". Un toro que se creció en varas, que empujó con riñones en las dos entradas que hizo, mejor la segunda, y que cuando iba a tomar la acertadísima e indispensable tercera, porque hubo cierto revuelo entre los diestros -matadores y subalterno a la izquierda del picador- y el toro se dirigió a ellos (a ver si se están quietos alguna vez y centrados en la lidia, en vez de hablando del fútbol del domingo), fue cambiado a la torpe indicación de su director de lidia y matador, David Mora. Craso error. El toro se quedó crudo, y como corresponde a un toro encastado, se creció en banderillas, fue pésimamente lidiado en los dos primeros tercios y llegó a la muleta exigente, galopando como en el Derby de Kentucky. Y como Mora tampoco anduvo firme, sino dubitativo, moviéndose en exceso, sin firmeza de plantas y sin dar remate a ningún muletazo para no dejarse debajo al bicho (algo que suele acompañar a su toreo) se complicó, buscando los tobillos del matador en los finales, revolviéndose codicioso. ¿Fue culpa del toro? Desde luego que no, entre otras cosas porque para ser penalmente culpable -imputable, antes de aquello, les hablo como forense- ha de tener el sujeto consciencia, voluntad, inteligencia y el toro no es inteligente, actúa por instinto, no por raciocinio ni premeditación. 
El torero está para solucionar esos problemas del animal en la medida de sus posibilidades, merced -ahora sí- a su inteligencia, voluntad y capacidad técnica y artística. David Mora no pudo con ese toro, le desbordó, pero no fue culpa -pues- del animal, sino del diestro. El toro hizo lo que tenía que hacer. Otro tanto puede esgrimirse en el caso de Leandro, totalmente desbordado por sus antagonistas, a los que lidió desde Portugalete, intentando siempre mandarlos más allá de la Ría, periférico y siempre distante, nunca bien colocado, por más que buscase una postura artificiosa no nacida de la espontánea, serena y tranquila naturalidad. Sólo Urdiales en su primero lo intentó, colocándose bien, sacando algún meritorio muletazo, pero sin hilar ni ligar las embestidas de su muy serio oponente, quitándole la muleta para que no repitiese molestamente, citándolo en el unipase que puede requerirse en tantas ocasiones, pero que hace dos días era superfluo. El toro quería, podía y hubiese embestido de sobra... pero pesaba demasiado en sus 566 kilos de aspecto imponente.

La corrida fue muy seria, un verdadero corridón de toros, pese a las distintas hechuras de los animales, como esos dos primeros muy aleonados, echados para delante, de anchos y profundos pechos y magníficas arboladuras, sin un átomo de grasa, con los ijares hundidos y quizá algún menor cuajo por detrás. Toros antiguos de aspecto. Toros quizá con hechuras diferentes a las que cabría esperar en una ganadería de origen Jandilla, pero hijos y nietos de sementales y vacas de la propia ganadería..., no se confundan. Rematar esos toros por la culata hubiera supuesto sesenta, ochenta o cien kilos más... Hubo trapío más que suficiente, vean si no, al jabonero inicial, Señori...to, supongo. Los tres últimos fueron más bajos y largos, perfectamente enmorrillados y llenos por atrás, pero aunque disparejos con los iniciales, con cuajo más que suficiente para la plaza bilbaína.  Los de ayer, de Cuvillo, parecían sus nietos, y eso que hubo alguno de peso similar... Entre uno y otro de Fuente Ymbro hubo tan sólo 24 kilos de diferencia, y la media fue de 554 kilos, ¿hace falta más?
Así que desengáñense, esas críticas que siempre tienden a justificar de cualquier forma a los toreros, esas que siempre denuestan o insultan al ganado encastado, esas que fundadas en una absurda tauromaquia en la que la estética y la casquería son la única justificación y fin de la tauromaquia, no les han contado la verdad de lo sucedido. Hubo casta, hubo y pudo haber complicaciones, es cierto, hubo también bravura en alguno y mansedumbre en otros, pero hubo emoción y riesgo, los dos pilares sobre los que se funda y soporta un espectáculo en el que se "maltrata" a un animal vivo hasta provocarle su muerte a estoque. Si sólo se busca la estética por sí misma y se persigue al toro encastado o complicado, por qué ha de picarse, banderillear y matar a una res bovina. ¿Es necesario para crear la belleza que pretenden esos exégetas del natural aromático ante la babosa reptante, tener que sangrar y agujerear a un bello toro en la suerte de varas? ¡Pero hombre!, si ni se fijan en ella más que para criticar que se pique, porque es innecesaria la mayor parte de las veces (fíjense, por contra, lo que pasó el lunes con alguno de Fuente Ymbro...).
Suprimamos -siguiendo sus gustos- al toro, busquemos un artilugio mecánico que se mueva acompasadamente, regulable por el diestro a su conveniencia y apetencia, y dejemos que ese espectáculo de inenarrable belleza estética de toreo de salón, sea aplaudido por los críticos tan dóciles, acomodaticios y blanditos, como las borregas que gustan y pretenden. A los aficionados a la fiesta de los toros déjennos, por favor, con el rey de la naturaleza ibérica... que no es el cerdo, sino el verdadero toro de lidia. Y antepongamos al mismo un ser inteligente, capaz, valeroso y dotado de recursos técnicos y estéticos como para que nos recree en una de las más emotivas y bellas creaciones hispanas, la tauromaquia. 


Apéndice necesario y aclaratorio
Los toros de Fuente Ymbro a juicio del que subscribe pueden ser definidos de esta manera:
1º.- Señori, 566 kilos, jabonero, con leña abundante y tocada. Repite con casta en el capote; manso en varas (cabeceó y salió suelto), se duele en banderillas. Embestidor, encastado y complicado en la muleta, se revuelve al finalizar los pases. Va al toque, especialmente abajo.  Peor por el izquierdo, complicado y con tornillazo final.
2º.- Sacudido, 542 kilos, negro bragado y tocado de velas, algo relamido de atrás. Tras repetir en el capote cumple en varas  (empuja sobre un pitón tras cabecear, le tapan la salida y en el secundo encuentro empuja algo y recarga, para dejarse pegar). Va y viene repitiendo en la muleta, embistiendo, tiene casta aunque es pastueño. El diestro le obliga a levantar la cabeza a cada pase (torea de abajo a arriba).
3º.- Majeza, 555 kilos, castaño oscuro y listón, bien puesto, más largo. Embiste al capote con nobleza, casi cumple en varas (empuja fijo en la primera, apretando bastante y saliendo con casta; va alegre a la segunda aunque se frena a medio viaje, aprieta menos y sale algo suelto). Se duele en banderillas. Llega a la muleta embestidor, y tan desigual como el torero, con ligero calamocheo incómodo pero yendo siempre al toque con transmisión. Algo a menos al final.
4º.- Agitador, 551 kilos, negro bragado y listón. Manso en el primer tercio (empuja mucho y bien en la primera vara, pero luego cabecea y sale con facilidad del encuentro, y en la segunda pese a acudir de lejos, aprieta un poco sobre un pitón y poca cosa más). Embiste en la muleta, pero por falta de trato adecuado va algo brusco, con genio, y a base de trallazos, de quitar la muleta y de aprovechar el viaje, no luce lo que hubiera podido. El diestro lo ahoga al final en dos series, pero en los ayudados con la zurda el toro demuestra sus buenas posibilidades.
5º.- Pintor, 547 kilos, negro listón. Escarba una barbaridad –cosa común en la vacada-. Manso en varas y junto con el anterior el más flojo del encierro en conjunto. Tiene movilidad aunque se complica (la lidia mala y el muleteo peor). Le apuntamos un ademán de rajarse al final que no confirma.
6º.- Guardés, 562 kilos, negro listón, precioso de hechuras, largo, con cuello y con cabeza tocada. Cumple como bravo en varas, después de un inicio codicioso con el percal. Como una bala entra dos veces al caballo, empujando con un pitón, para acabar paralelo en el primer envite, y mucho más fijo, empujar con riñones en el segundo, yendo a más. Inesperadamente, cuando está colocado para entrar a la tercera, se cambia el tercio a petición del espada. Persigue y galopa en banderillas, mal lidiado en general. En la muleta es una máquina de embestir, aunque se va complicando a medida que el espada, acelerado y sin ideas, da bastantes trapazos que cortan su viaje y hasta le confunden. Sigue pidiendo guerra hasta el final, con el torero al menos manteniendo el tipo con valor. Duro, encastado y con empuje, era necesaria otra vara.

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