jueves, 23 de agosto de 2012

Morante no se llevó la bronca de la tarde


Bilbao, 21 de agosto de 2012. Tres cuartos de plaza. 6 toros de Núñez del Cuvillo, correctos de presentación, sin exageraciones aunque un par de ellos menos que justos para esta plaza, mansos pero con algún juego en el último tercio en general. El tercero, inválido. Morante de la Puebla, ovación (dos avisos) y división. El Juli, ovación y oreja. Alejandro Talavante, silencio y ovación (aviso).

Se repetía el cartel triunfal de la semana anterior en San Sebastián, en esa plaza de Illumbe herida, no sé si de muerte, pero seriamente amenazada. Y si en Donosti se había abierto la Puerta Grande, aquí, casi por narices, debía suceder otro tanto. ¿No es Bilbao lo más grande del Universo? Pero no pudo ser, la afición, mejor dicho, el público bilbaíno y los forasteros –mucho más abundantes que en San Sebastián- se quedaron con un palmo de narices ante la férrea actitud del presidente del festejo, don Matías González, que negó un primer trofeo al Juli ante una petición abundante pero incompleta, y una segunda en el quinto de la tarde porque es de su potestad otorgarla, o no, a su criterio, ante una petición, ahora sí, abrumadora. Las broncas al palco… también bilbaínas. Pero…, ¡ay qué pero! Don Matías llevaba toda la razón del mundo. Dicho así puede que alguno de ustedes me señale para una próxima crucifixión, pero las cosas, los hechos, justifican de sobra la actitud del Presidente bilbaíno, que intenta mantener a toda costa –incluso a la de sus oídos o su muy castigada familia- el “prestigio” de Bilbao. Si Bilbao sigue siendo la segunda plaza de España, o la tercera, según gusten poner a Sevilla por delante o por detrás, es en buena medida por el “bueno” de don Matías. Si no fuese porque él intenta moderar premios y recompensas de casquería, en la capital de Vizcaya se darían tantas o más orejas que en Valencia, Córdoba o Málaga, más que en Santander, Albacete, Valladolid o Burgos, más, casi, que en Benidorm. Porque el corazón grande, generoso, abierto del bilbaíno (no lo habrá más grande, seguro), tiende a recompensar los detalles con oro de 24 quilates, los gestos con diamantes y las pinceladas como si fueran obras de arte excelsas. Ahí entra en juego don Matías y pone el freno, Macareno, para que la plaza no se desmadre, para que Bilbao no se convierta en una plaza más, para que cuando hablemos de Vista Alegre se nos siga llenando la boca de orgullo; para que un triunfo en Bilbao siga teniendo ecos y repercusión como sólo pueda tenerlos Madrid o Sevilla.
Seguro que, pasado el enfado monumental, al aficionado local, o al que acudió ex profeso a la plaza, le sigue gustando que su plaza o la segunda o tercera del orbe taurómaco, siga teniendo esa categoría, ese estatus especial, porque en Bilbao los triunfos no se regalan y “echamos” el toro mejor presentado de España…
Una verónica del de la Puebla desviando la acometida del toro
Toro que, por desgracia, anteayer no salió como en corridas precedentes o consecuentes. Toro que, sin haber muchos peros que poner en cuanto a trapío, podía haber pasado como tal en plazas de primera más facilonas. Núñez de Cuvillo, don Álvaro Núñez Benjumea, sin caer en las indignidades de otras tardes –incluida Madrid- tampoco ha presentado un corridón. Ha sido un encierro correcto, como comentábamos a la salida del coso, seis toros sin excesos y alguno de ellos quizá con algún pequeño defecto. Y, sin embargo, tan mal como llevaba el año –al menos en las cuatro corridas que le hemos visto en plazas de primera- ha mejorado algo en cuanto a comportamiento se refiere, lidiando por vez primera esta temporada –entre lo que le hemos visto en primera persona Sevilla, Madrid, Valencia- una corrida con posibilidades, que se ha movido más que otras y con un toro final –el sexto- a cuya madre (y no sé si al padre) le espera aciago fin, tal ha sido su acometividad y… por qué no decirlo, casta, hasta casi el final. ¡Dios mío, casta! Siete iguales y pasa a ser lidiada por Urdiales, Moreno y Serafín, y de ahí a poco que se repita, a Rafaelillo, Castaño y Robleño, ¡qué peligro! Pero para los aficionados, qué gusto de toro…, cuántos deseamos que salgan de la misma manera…
El mejor toreo de la tarde –vayan preparando los clavos para la crucifixión- vino de la mano y la muleta de Morante. Amén. Sí, del denostado Morante, del “rechifleado” Morante, de José Antonio el de la Puebla del Río, una vez más. Por cierto, anteayer se demostró por quién había ido el público al coso, porque el sevillano se ganó una ovación colosal después del paseíllo, sin que nadie reclamase a ningún otro, y eso que al Juli aquí se le han dado bien las cosas y el público le está agradecido. Pero la ovación fue para Morante, ¿por qué será? Y de sus manos, como digo, salió el toreo soñado, aunque, de nuevo, como en Valencia, no fuese la faena maciza y completa que todos deseamos. Fue ante Pegajoso, un toro de 520 kilos, algo justito de trapío para esta plaza, castaño claro, listón y ojo de perdiz, que fue manso en varas e incómodo en los comienzos, pero embestidor al final, quizá porque José Antonio le hizo mejorar con paciencia. Un toro que pudo ir a más… Y eso que no nos gustó de Morante –por más que le aplaudieran- la pérdida de terreno, reculando hacia los medios, con el capote. Pronto se vio compensada, más que con creces, con unas chicuelinas de las suyas, tan personales como únicas, quizá más despegadas que en otras ocasiones, pero envolviéndose en el percal y rematadas soberbiamente con una gran media abelmontada. El toro ya andaba, a esas alturas con los dos abundantes pitones reducidos a fosfatina…, a masa incorpórea que ondulaba al viento… ¡qué duros son los burladeros bilbaínos y los petos equinos! La faena no comenzó con buenos augurios, hubo un tanteo por alto que sólo serviría para enseñar al toro a cabecear y a enganchar el trapo, cuestión que hubo de repetirse en la siguiente tanda a derechas, calamocheo y suciedad, remendado con un trincherazo magistral como florón. Siguió sin centrar al toro, con nuevos derechazos sucios, de abajo a arriba, a pesar de la voluntad y la colocación… Lo bueno comenzaría en la serie con la zurda, más colocado, ¡cargando la suerte, señores!, llevando más cosido al toro en la franela y sin tanto enganchón. Dos derechazos, después, pusieron en vilo a la plaza, con naturalidad, exquisitos, mandones, profundos, bien colocado el diestro, y en la siguiente tanda uno más que superior, cósmico, inabarcable, larguísimo y todo ello con esa sencillez y naturalidad del arte eterno. Y como fin de fiesta una serie completa de derechas… ¡ay madre, si se enteran los de Bildu! Con buenos ayudados por bajo preparó al toro a la muerte, pero escuchó dos avisos mientras le salpicaba de una media tendida, sufría un desarme, otra media ahora mejor, por arriba, y un descabello. ¡Habíamos visto torear, no sólo dominar o poder al toro, sino crear! Una obra a más en intensidad y calidad, en la que el toro también fue mejorando en cuanto Morante dejó de que le enganchara el trapo y le fue obligando a meter la cabeza con mayor limpieza. ¿Qué le falta técnica al de la Puebla? ¿Quién es el insensato? La obra no se remató, como tampoco la tarde, es cierto, pero quédense con los momentos de arte superlativo de la tarde.


En el cuarto cambiaron las tornas. Cacareo se llamaba el bicho, 525 kilos, capa colorada, condición mansa, desigual en sus embestidas y escaso de eso que llamamos casta. No hubo toreo de percal apreciable de recibo, el animalito se dejó pegar en varas y se dolió bastante en banderillas. Morante lo tanteó con la franela –y nunca mejor dicho- para ver cómo iba, y tan poco en claro le sacó como nosotros vimos. El toro protestaba y enganchaba lo mismo que metía la cabeza en un par de derechazos. Alternante, la faena iba diciendo poco, cuando parecía tomar vuelo, decaía en sendos enganchones mal templados y todo a media luz, como en el tango. Media luz que no brillaba en la estela del arte, y media altura en lo físico. Con el toro a menos, tardeando y sin limpieza terminó la obra, más de albañil que de arquitecto, rematada con media baja y atravesada. Hubo división previa al arrastre de la res.
Y vayamos con la consecuente crucifixión…, cárguenme ya ustedes con el travesaño, y caminito del Calvario (sólo espero que me coloquen a la derecha del Señor). El primero que le correspondió a don Julián López se llamó Ricardito (mira que niño tan mono…, me decían a mí de pequeño), un toro de 528 kilos, justito, colorado ojo de perdiz, que casi cumplió en varas y que embistió en la muleta mejor por el derecho… El Juli lo lanceó sin mayor historia, perdiendo terreno, mientras el bicho repetía. Mal puesto en la primera vara, empujó sobre un pitón, con la cara alta, para cabecear después y algo más le vimos en la segunda, pese a salir con facilidad del encuentro. Hubo unas chicuelinas de Julián… que no tienen comparación con las de Morante, ¡qué le vamos a hacer! Luego, llegado ya el último tercio, tras dolerse en banderillas, el toro iba y venía por la diestra, pero parándose y sin viaje en la zurda. Julián anduvo siempre fuera, sin demasiada limpieza, llevándolo mucho en paralelo en los comienzos, y escondiendo la pierna en ese toreo moderno que nos quieren vender como el non plus ultra, pero que comparado con el de Morante, es pura engañifa. Puede que se ligue más, pero si lo es a base de perder terreno y cedérselo al toro… ¡vaya poderío, vaya mérito, vaya riesgo! El caso es que Juli tiró del bicho y consiguió darle algún derechazo largo de verdad… porque al ceder terreno y echarte atrás escondiendo la pierna, puedes hacerlo sin retorcerte la columna vertebral. Faena más de cara a la galería que de cara a la afición, que espero conservara en la retina (me temo que muchos son tremendamente olvidadizos) lo que había practicado Morante… Y así, desde fuera de la rectitud siempre, y cada vez más en corto, fue sacando pases, dos de ellos, por cierto, en la antepenúltima tanda, buenos de veras, más en redondo y largos. Para terminar, una buena estocada con salto y un poco trasera, junto con un descabello, le generarían una petición insuficiente pero abundante y bronca al palco por no conceder lo que la mayoría no pedía… Léanse el Reglamento, al menos en extracto, por favor… El premio quedó en ovación, no hubiera pasado nada si se hubiese dado una vuelta… pero no sé si pretendía ahorrar fuerzas para el quinto, ¿quién sabe?.

Julián en su primero, pasándolo en paralelo, comparen con la cargazón de Morante en la anterior
Pues en el quinto fue Troya, vayan amarrándome al madero y preparen los útiles de carpintería. Barrilero se llamaba el toro, un castaño de 534 kilos, manso, algo soso, sin casta y a menos… un lujo oriental. Buenas verónicas –no por la estética, sino por el castigo que suponían- le recibieron de salida. Pasó por varas sin fijar (primer detalle), entrando a su aire y saliendo casi igual. Hubo un quite por delantales aseado y un segundo por lopecinas de mucho fuego de artificio… (el lance es muy vistoso, con una revolera previa, por la cara, pero el toro sólo pasa a su aire, como en una chicuelina más, medio lance con una preparación barroca en definitiva… donde esté una verónica que se quite lo demás, aunque siempre deseemos variedad con el percal). El animalito se dolió, con razón, en banderillas y comenzó la faena. Julián lo probó con estatuarios, a pies juntos, destroncadores, de mucho castigo, como los capotazos iniciales. Y siguió con la derecha, escondiendo la pierna, desde fuera, descolocado, ligando por la periferia, dominando y pudiendo al toro, incluso estando por encima de él a ojos vista, claramente, sin duda alguna… pero diciéndome poca cosa. Toreo superficial, con algún detalle de calidad –un cambio de manos, un ayudado colosal, un derechazo largo-, pero sin que me hiciera vibrar en ningún momento. Técnicamente, además, discutible, en tanto en cuanto abusaba de la descolocación, del pasito atrás escondedor y del pico… ¡Pero hombre, si tiene capacidad para muchísimo más! A medida que el toro se apagaba, fue acortando distancias para colocarse en la pala del pitón, muy efectista, es cierto, pero asimismo discutible en cuanto al riesgo real que se genera en dicha posición. No importaba, el público iba en pos de la consecución del triunfo y la Puerta Grande y las aclamaciones subían de tono. La faena hacía tiempo que debería haberse acabado, pero Julián seguía porfiando en las proximidades, sobando al toro en muletazos mínimos, cortos, casi sin inicios ni finales, en lances tan escuetos como los treinta centímetros de recorrido del bicho en alguno. A mí esto me aburre, qué le voy a hacer. Comprendo que haya de justificarse, comprendo que haya a quién le guste –imagínense el arte abstracto…-, comprendo que superficialmente parezca que expone una barbaridad. Pero en cuanto lo medito y razono, no encuentro justificación. Ver venir a la carrera al toro, desde la distancia, aguantarlo, templarlo, mandarlo y rematarlo a la espalda, es de infinito más mérito, lo siento; y si no, ¿por qué creen que eso lo han hecho sólo unos pocos escogidos, y el encimismo es patrón universal? Uno de esos lances nos mantuvo en vilo veinte segundos… ¿pasará el toro o golpeará con la pala al diestro que tiene a su lado? Al final, después de media docena de toques… pasó lo justo como para justificar la espera. Pues qué bonito. Un nuevo “julipié” o volapié con salto, algo desprendido y trasero, y petición, ahora sí inconmensurable. Oreja. 

El natural de la espera... y yo que veo que los pitones ya han pasado el cuerpo del espada... La lengua del bicho muestra su estado... "cianótico"
Oreja inapelable, porque la pidió la mayoría y don Matías accedió. La segunda es otra cosa, esa es de su potestad atendiendo a la petición (que la había), la lidia (en el primer tercio más que mejorable), la estocada (con salto, trasera y desprendida), las condiciones de la res (que se acabó a mitad de la faena) y la faena (algo ventajista en general, aunque estuvo muy por encima del toro, sin duda). El Reglamento vasco dice que “La segunda oreja de una misma res será de la ex­clusiva competencia de la Presidencia, que tendrá en cuenta la petición del público, las condiciones de la res, la buena dirección de la lidia en todos sus tercios y en especial en la suerte de varas, cuidando que se dosifique el castigo y que los picadores lo apliquen en el lugar correcto, y la faena realizada tanto con el capote como con la muleta y, fundamentalmente, la estocada”. Así que, ¡bravo, don Matías!
Un marmolillo le tocó en primera instancia a Talavante, de nombre –el burel- Madamito, con 542 kilos, negro chorreado en morcillo y listón, manso, inválido e incierto. ¡Ea, para que vean que no sólo le doro la píldora al palco!, don Matías, ese toro se devuelve y asunto concluido. Sin picarlo en absoluto, llegó cayéndose al último tercio (hasta seis caídas le apuntamos, quizá alguna más, dos de ellas antes de cambiar el primer tercio). Nada pudo hacer el extremeño ante las defensivas y exiguas arrancadas de la res por falta de fuerzas, que iba, además incierto y a media altura. Lo pasaportó de un pinchazo con desarme y otro hondo y tendido (antes se gritaba, “¡¡con la zapatillaaaa, con la zapatillaaaa!!). Pero, eso sí,  muchísimo más pudo hacer con el sexto, el mejor de la corrida, Gastador de mote, de 569 kilos (miren por dónde, el más grande), de capa negra listón, que casi cumplió en varas (desigual, empujando algo, aunque sin picarlo en lo más mínimo) y llegó noble y boyante a la muleta. Se rajó al final, es cierto, pero lo hizo porque Talavante, a base de enseñarle siempre las afueras, le enseñó que es allí por donde debía irse. ¡Qué desastre! Alejandro no estuvo, ni con mucho, a la altura, siempre despegadísimo, con un pico descomunal, muy fuera de la rectitud, escondiendo la pierna que debiera cargarse, ganar terreno y demostrar quién es el que tiene poderío y mando. Yo calculo que, entre toro y torero, cabía al menos una gabarra antigua, de las que trajinaban en la Ría. No hubo, tampoco mucha limpieza, pero… ligó para quien le guste (no ligar, ya me entienden, sino aquello). Después de rajarse, le daría todavía dos tandas… mientras seguía el toro diciéndose “si me has dicho que me vaya por ahí…”, y se iba. Una estocada entera, por arriba pero un pelín trasera, un aviso y una ovación remataron el festejo. Hubo, como colofón, nueva pitada al palco. Desde aquí, y mirando desde el duro madero en que algunos me han colocado ya sin duda, ovación… ¿han visto “La vida de Brian” de Monty Python? Eso mismo.

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