lunes, 16 de julio de 2012

Fin de semana de toros en Ceret

Ceret (Francia), 14 de julio de 2012. Primera de las corridas de la feria. Casi lleno. 6 toros de José Joaquín Moreno Silva, incluso el sobrero, bien presentados en general (el cuarto bajó sobre la media), primero y quinto complicados y peligrosos, segundo y cuarto manejables, tercero y sexto buenos, encastados en general. De bravura desigual en el caballo. José Pedro Prados (el Fundi), silencio y oreja. Javier Castaño, ovación y palmas. Serafín Marín, silencio (aviso) y ovación (aviso).


Interesante, dura y encastada corrida de Saltillo la que vimos en Ceret, con toros para todos los gustos y de variada condición, desde el peligroso quinto bis –con el que anduvo muy firme Castaño- hasta el noble y boyante sexto, un toro perfecto para lucirse de muleta. Y al margen de su comportamiento en el último tercio, toros con cuajo, serios, encastados, de los que siempre buscan pelea –ya más franca, clara o sencilla, ya más aviesa y complicada-, toros que te hacen estar pendientes del ruedo, de la lidia, donde se valoran las cosas bien hechas y donde los errores pueden pagarse caros.
Corrida de toros, con mayúsculas, donde el oficio y la generosidad de las cuadrillas en general, fue imprescindible, lejos de aquellos naufragios novilleriles con lidiadores de segunda o regional que pudimos ver en Madrid años atrás. ¡Qué importante resulta contar con una cuadrilla de verdaderos profesionales cuando has de enfrentarte a la casta! ¡Qué soberbio anduvo Tito Sandoval picando! ¡Qué bien David Adalid, metiéndose siempre en el centro de la suerte al parear, aunque no le saliera todo perfecto! ¡Cuántos capotazos inteligentes y qué poco trapazo inútil se pudo ver el sábado! Y con qué oficio, valor y serenidad anduvieron los maestros… ¡Cómo intentaron lucir los toros el Fundi o Castaño, y en menos medida Serafín! Eso es hacer afición, construir la verdadera fiesta.
Los de José Joaquín Moreno Silva, camino del embarcadadero (Foto: ceret-de-toros.com)
El primero de los saltillos, tras la emotiva ovación al Fundi y el homenaje musical previo al festejo para el diestro de Fuenlabrada, se llamaba Vivillo, cárdeno oscuro, con 600 kilos a los lomos y resultó manso en varas, bronco y duro para la lidia. Astillado de ambos pitones desde salida fue el único que desdijo en cuanto a cabeza se refiere. Tres varas tomó, arrancando de lejos, pero llegando con cabeceo al peto, intentando quitarse la vara, para salir algo suelto. Apretó sobre tablas en el segundo tercio y llegó áspero a la muleta, aunque acudiendo siempre al toque. Algo mirón, fue complicándose en los muletazos, terminando por escoger al torero frente al engaño. El Fundi no perdió los papeles, anduvo firme en la medida de lo posible, pero falló a espadas: un pinchazo por la tripa en metisaca (que acabó por matarlo), otro caído con cuarteo, escuchando una bronca cuando optó por coger el descabello. No hubo opción inicial, el toro se echó y tras once intentos con el verduguillo volvería a levantarse –díganme si aquello no es dureza y casta-, para que al fin lo descabellara a la primera el matador.


El segundo pasaba por Palmito, con 580 kilos en la romana, cárdeno también, que cumplió en varas y que tuvo un pitón zurdo de calidad, suave y dulce, y uno derecho complicado y bronco. Salió el toro rematando sobre burladeros y Castaño, aunque con lances perdiendo terreno, conseguiría encelarlo en el capote. De lejos lo puso hasta cuatro veces, haciendo perfectamente la suerte Tito Sandoval, que llegó a arrojarle el castoreño para invitarlo a entrar. El toro se arrancaba alegre (menos en la segunda ocasión, que entró al paso), creciéndose y yendo a más en las varas (ésta, condición imprescindible para valorar la bravura) aunque en su contra le apuntáramos algún cabeceo, la cara alta y el que no se empleara demasiado en aquellas. El picador, que se llevó una de las mayores ovaciones de la tarde, sería finalmente premiado, aunque bien picó también el hermano del Fundi, David Prados, en el primero. El toro hizo hilo más de una vez, incómodo tanto para los banderilleros como para el matador salmantino. Comenzó mirando en el último tercio, sin entregarse por la derecha, a media altura. Pero mejoró por el pitón zurdo, donde a base de tragar, de exponer y de aguantar, Castaño terminó por sacarle muletazos de calidad al natural. Retomada la derecha volverían las cornadas a medio pase, arriesgando con serenidad el espada, que vistas las cosas, optó definitivamente por la izquierda. Tiró bien del toro al natural en varios momentos del trasteo, a veces ayudándose del estoque, pero siempre con decisión y oficio. Un pinchazo desprendido, sin mucha fe por la calidad del toro por la derecha, y una estocada entera, por los rubios pero tendida, bastaron para que lo rematase de un descabello suicida.
Tito Sandoval invitando a arrancarse al segundo (Foto: Andre Viard)

Al tercero lo llamaban Lemanoso, un barbas con 610 kilos de peso, cárdeno oscuro, muy en el tipo de lo que uno espera en Saltillo, manso pero noble, suave y embestidor aunque a veces saliese algo distraído. Metió la cara –no sin alguna reserva- en el capote de Serafín Marín. Sin fijar en el caballo, acudió hasta cuatro veces a la plaza montada, llevándose una bronca el piquero por acosarlo sin sentido y no colocar bien la vara. Empujó en el primer envite, derribando con estrépito, romaneó en el segundo para cabecear después, fue muy castigado en el tercero, y en el cuarto, tras un nuevo cabeceo, saldría algo suelto. Bueno en conjunto, pero a un poco a menos en general. Eso sí, en banderillas seguiría metiendo bien la cara a los capotes, calidad que le acompañaría en la faena de muleta en lo sucesivo. Como Serafín no anduvo muy fino, ni muy dominador en estos principios, el toro levantaba la cara al finalizar las tandas. Cogida la zurda mejoró el panorama, tanto en el toro como en el torero, que se decidió a tirar más del bicho, siempre al hilo del pitón. Fue una faena desigual, donde el aseo predominó sobre la calidad, rematada de un buen pase del desprecio hincada la rodilla en tierra. Le costó bastante cuadrarlo –el toro era pronto cuando le veía levantar el brazo del estoque- para recetarle al fin un pinchazo, oír el aviso y finiquitarlo de un bajonazo criticado.


El cuarto, Caparro, sólo anduvo en los 570 kilos (¡!) desdiciendo frente a sus compañeros de encierro (que importante es la igualdad en una corrida...). Cárdeno oscuro, fue un toro sólo de derechas, de las izquierdas nada quería saber. Hasta cuatro entradas hizo al caballo, de lejos en general, pero entregándose poco a la suerte, probablemente porque le picaron mal (un par de puyazos traseros y uno muy caído). Fue el único que abrió la boca en todo el festejo, en la suerte de banderillas. Pero metía la cara con calidad por la diestra y el Fundi le sacó el partido posible, a pesar del calamocheo inicial. Por fin vimos al Fundi que deseábamos, al que nos hizo pasar tantas buenas tardes antes de la caída del caballo; ese Fundi firme, profesional, con clase, que sabe y puede con los toros, que lo llevó con valor y oficio. Por el pitón izquierdo el toro no tenía un pase, y así se lo mostró a la plaza. Sólo al final de la faena, el toro decayó algo en su acometividad por el derecho, más soso, y ello bastó para que el diestro se perfilara y lo matase de un pinchazo bueno por arriba y una estocada contraria y algo delantera. Cuando creíamos que sólo daría una vuelta al ruedo, la presidencia se acordó de su carrera y le concedió una oreja sin petición, pero que nadie llegó a protestar porque el diestro -consciente sin duda- rápidamente la arrojó a unos aficionados para evitar silbidos.
Uno de los saltillos en los corrales (Foto: ceret-de-toros.com)
El quinto fue un precioso Morisco, de 610 en la báscula, que flojeó algo, perdió las manos varias veces –sin llegar a caerse- y fue devuelto… lo mismito que en Las Ventas (entiendan la ironía). En su lugar saldría Chaparro, un sobrero bastante más feo, cárdeno, bizco del derecho, más basto y largo, que fue manso, complicado y verdaderamente peligroso por el derecho. Sólo dos varas le dieron visto que manseaba, cabeceando bastante y queriendo quitarse el palo, y que tampoco andaba sobrado de fuerzas; eso sí, una de ellas baja. El toro se definió enseguida por el pitón diestro, buscando inmisericorde la cogida. Castaño, serio, lo intentó con la zurda, a la que acudía el bicho al toque, repitiendo, y dejando mostrar el buen momento que atraviesa el matador. Pero a poco aprendería también por dónde andaban trapo y torero, se quedó corto y fue a por el espada. Con alguna precaución Castaño lo mató de media por arriba, algo atravesada y tres descabellos, dejando aquello en palmas.
El postrero del encierro fue el mejor toro de la corrida, de nombre Gallito (olé!), con 650 kilos a las espaldas, cárdeno oscuro y en el tipo de la casa (de los saltillos grandes y bien hechos, no de las raspas de la viuda o del segundo marqués). Con casta y clase, embistió noble y boyante a la muleta de Serafín, tras tres encuentros desiguales con el caballo –donde lo mismo empujaba y metía riñones, que hacía el “puente”, topaba con fuerza que se repuchaba, y al que acabó por acosar sin vergüenza el varilarguero para castigarlo (bronca). Serafín anduvo mejor que en su primero, más corajudo, mejor colocado, cargando la suerte las más veces, y cuando se decidía a mandar sobre la embestida –más que a acompañar como hizo otras veces- sacaba muletazos de buen trazo por ambos pitones. Faena, por tanto, de buen tono medio, pero desigual otra vez más. Tres cuartos de espada le dejó en primer lugar porque el toro se distrajo en el preciso momento del embroque, y tras dos descabellos y un nuevo aviso, el certero que le conseguiría esa ovación. Son toros para cinco tandas a lo más, y no las ocho que le dio.

Corrida, en definitiva, entretenida, con ganado de mucho interés, y donde los infinitos detalles hicieron que se disfrutara –en su integridad- de la auténtica fiesta de los toros.

Posdata obligada: El domingo Fernando Robleño lidió una corrida completa de José Escolar, festejo al que no pude asistir, pero que queda perfectamente narrado por nuestro buen amigo André Viard, al que pude saludar en el coso (por cierto, desde aquí otro fuerte y cariñoso abrazo a nuestro corresponsal de tiempos radiofónicos Claudio San Nicolás, al que también abracé antes del festejo). Robleño estuvo francamente bien, arrancando cuatro orejas –que pudieron ser más vista la petición- y triunfando en toda regla, firme, sereno, valeroso, lidiando y pudiendo con los toros y apostando por la estética cuando pudo. Algo así ya le habíamos visto el pasado ciclo isidril, desde luego. El ganado de Albaserrada del bueno de José Escolar estuvo bien presentado y dio juego en general, con casta e interés, aunque el quinto no fue el bueno, sino el peor.  

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