domingo, 3 de junio de 2012

Cárdeno fin de fiesta


Madrid, 2 de junio de 2012. Casi lleno. 6 toros de Adolfo Martín, desigualmente presentados, mansos, de diferente casta y juego también distinto; destacaron segundo y tercero, más nobles y boyantes. José Luis Moreno, silencio (aviso) y silencio. Juan Bautista, división y silencio. Iván Fandiño, palmas (2 avisos) y silencio.

En perfecta coherencia a lo que ha sido la peor feria de la historia de los San Isidros madrileños, la postrera corrida de Adolfo Martín vino a subrayar el estado calamitoso de la cabaña brava española. Y junto al ganado, los diestros hicieron gala de lo que hemos podido ver y contemplar a lo largo de las 3 novilladas y 19 festejos mayores (incluyo entre ellos a la de la Prensa), sin contar las dos de rejones que siempre se mueven en otros parámetros, con otros públicos y donde la afición deserta en términos generales.
Esta póstuma corrida de albaserradas en nada se pareció a la que vimos tan sólo hace dos días, con sus lejanos primos de Escolar. Toros más que justos de presencia en algún caso (como ese primero, muy lavado de carnes, o el quinto, impresentable de trapío para Madrid), descastados o muy bajos de  casta en algún caso, y donde sólo han merecido la pena segundo y tercero, más en lo que uno espera de Cuvillo que en la casta y acometividad que se imagina en un toro de este encaste. Nada que ver con la corrida de la feria de Otoño pasado, mucho mejor en términos generales y que nos hizo concebir muy fundadas esperanzas, aunque no oculto que a la corrida ayer se la picó fatal.
Este triste panorama, especialmente en los tres últimos bichos corridos, enluteció dos días de esperanzas y realidades, de casta y juego interesantes siempre. Ayer la gente salió del coso desesperanzada, sin esas discusiones de días previos, sin destacar siquiera esos dos buenos toros para la franela que no supieron aprovechar consecuentemente sus espadas. Lo que deseaban es coger el metro o el autobús e irse a casa; alguno se quedó rumiando el triste futuro de la fiesta tomando algo con los amigos, pero no hubo ilusiones o toreos que llevarse a la boca.
El segundo, un ilustre Madroñito, lo mejor de la tarde (Foto: las-ventas.com)
José Luis Moreno, en esta triste despedida al San Isidro 2012, no mostró su mejor cara, aunque tuvo enfrente a dos de los peores del lote. El primero, Sevillanito –un nombre que nos hacía recordar reatas interesantes- dentro de sus 556 kilos supuestos no tenía cuajo por ningún lado, muy lavado de carnes. Salió reservón, frenándose ante el capote del cordobés, y éste en vez de consentirle, aguantarle, llevarle con mimo y enseñarle el camino de las embestidas, se lo dejó a los peones del aparcamiento obligatorio. Manseó en varas, aunque hizo un primer encuentro espectacular, derribando con fuerza, con los cuartos delanteros (como decía Domingo Ortega que debían hacer los verdaderos toros bravos) pero saliendo suelto tras el estropicio, sin recargar o quedarse en el peto del abatido caballo (que aplastó al varilarguero, a Dios gracias, sin consecuencias físicas para éste). En el segundo encuentro, aunque fijo al principio, dejó que le sacudieran de firme y acabó haciendo el puente –donde sólo la vara sirve de nexo entre el toro que no toca el peto y el caballo-, símbolo de mansedumbre. Y de ahí, como en el primer encuentro… a toriles. Nada hizo Moreno con la muleta, y nada hizo, tampoco, el toro. Con la zurda le intentaría pasar en unipases, ante un toro que se desentendía, escarbaba, hacía la estatua o metía la cara entre las manos. Muy poco confiado ante el reservón acabaron ambos posando para un grupo escultórico, antes de que lo mandase a los carniceros tras un pinchazo bajo con arreón y desarme, una estocada por arriba, un aviso y dos descabellos. El cuarto no auguraba nada bueno, Medroso de mote, con 568 en la báscula, un toro veleto, que salió distraído, a su aire y haciendo amagos de saltar la valla. Manso, cortito en sus embestidas, cabeceando casi siempre y descastado, poco hizo en varas y menos aun en la franela. Tras la segunda serie ya anduvimos pidiendo que lo matase, visto lo visto en ambos. El bicho no quería embestir, cabeceaba, tardeaba y se desplazaba unos centímetros apenas. Más de media caída fue rápidamente efectiva y se silenció la labor del espada.
Juan Bautista con el capote en el segundo (Foto: las-ventas.com)
Al francés Juan Bautista le tocó un toro de sangre azul, Madroñito de apodo, de 523 kilos, mucho más guapo que los dos narrados y que aunque a duras penas cumplió en los caballos fue noble y pastueño, soso y bonancible en el último tercio. Bien estuvo el galo con el percal, interesantes las verónicas de recibo, un buen galleo achicuelinado para llevarlo al caballo y buenos delantales para responder el quite por nuevas verónicas de Fandiño. Pero hasta ahí llegó la cosa. Con la muleta entre las manos, al hilo o fuera de cacho, no supo sacarle el jugo y juego que el animalito ofreció generosos. Por cierto, hay que respetar la liturgia de la corrida y brindar el primero al presidente, o al menos pedirle permiso, antes de ofrecer su muerte al público. Fue el toro de más casta del encierro, pero sin dificultad alguna, boyante y sin complicaciones. Anduvo sólo aseado el francés, pero sin profundidad, sin interés, sólo en unos medios pases desmayados dijo alguna cosa. Acabó toreando al natural con la derecha (esto es, sin apoyo de la espada simulada, que tiró a un lado), con nuevos medios pases, cogiéndolo bastante atrás y sin rematarlo lejos a la espalda. Lo peor del toro fue el poco gas y algo de sosería mostrada, pero era bicho de puerta grande. Unos doblones genuflexos precederían a una muy efectiva media estocada desprendida. Hubo división al saludar unos aplausos tímidos al principio, se le había escapado un toro más que bueno para la franela. El quinto fue otra cosa; y eso que Aviador era nombre de ilustre estirpe. Sus 520 kilos, en una anatomía más larga que sus compañeros, nada decían, su capa negra entrepelada, su escasez de carnes y su juego, sobre todo éste, manso, flojo, soso y descastado, sembraron la desilusión en la concurrencia. Este fue otro que intentó saltar de salida –o quizá de colarse en el burladero del 7, siguiendo a un peón, según prefieran-, que nada notable hizo en varas y al que, tras dos tandas, también se le pidió que lo matase. Soso, cortito en su viaje, a media altura, se echó a poco en el albero… ¡qué horror! En una especie de toreo funcionarial, nos dio la impresión de que Bautista hacía pasar el tiempo para irse a cobrar sin que le regañara el jefe. Un desarme final, media caída efectiva y el espada pudo, al fin, pasar por las oficinas de la empresa (en sentido figurado, claro, ya nos imaginamos que las cuentas las hará a finales de año…; cosas que tiene el que el apoderamiento).
Mulillero, el lidiado en tercer lugar, lavadito de carnes pero bueno en la muleta (Foto: las-ventas.com)
El tercero fue otro ilustre Mulillero que dio juego en la muleta. 515 kilos, cárdeno y veleto casi cornipaso del derecho y bizco del zurdo, corto pero con cuajo, pero manso, sosote, pastueño y noble por el derecho (por el zurdo era complicado y hasta peligroso). Nada hubo con el capote (se ve que con el quite al segundo bastaba) y empezó con muchas ganas en la muleta. Lo citó de lejos, en los medios, ligando un par de tandas, sin mucho mando, es cierto, pero con transmisión, colocado al hilo. Pero en las siguientes tandas, en una faena por completo deslavazada, desestructurada, lo mismo citaba más en corto –a veces desde casi la oreja-, que se alejaba y citaba en la lejanía, o se pegaba una carrera a mitad del trasteo; lo llevaba más lento y en redondo, que se descubría o lo despedía en paralelo; hacía probaturas absurdas o lo llevaba templado y mandado. Un completo totum revolutum. Sin tocarlo con la zurda intentó montar la espada, pero al ser requerido hizo un nuevo y absurdo paripé para que la gente viese que no iba bien por ese pitón (cosa que habíamos apreciado en alguna de esas probaturas citadas, y que los buenos aficionados observarían en un pase, casi al final de la faena). Si se pliega uno a tal imposición (que no debió hacerlo), al menos, inténtese con voluntad, y no para salir del paso. Sonó un aviso –hasta tal punto fue de caótica la faena- y por fin le atizó un pinchazo al encuentro, marró una estocada de la misma forma, dio otro pinchazo hondo al encuentro también (para recibir hay que aguantar sin moverse), un nuevo encuentro de aquella forma, un metisaca bajo, nuevo aviso y un descabello. A pesar de todo ello, justas palmas. 
Fandiño en un buen  derechazo a Mulillero (Foto: las-ventas.com)
Ante el descastado Sombrerillo final (566 kilos, cárdeno muy oscuro o entrepelado, pero otro de escaso trapío), un toro brusco, manso y reservón también, nada de interés le vimos. De uno en uno desde el principio, algo al hilo, no supo cómo meterle mano, cambió de terrenos, lo citó infructuosamente, y ante los tardeos y que metía la cara entre las manos, por fin se dobló por la cara antes de matarle de un pinchazo con salida a escape y una puñalada baja sesgando. Perdió buena parte del crédito adquirido en el día previo, una lástima.
Corrida gris, como la propia capa de los bichos lidiados, que mostró –a modo de resumen- lo que ha sido esta feria en su conjunto: mal ganado en general, cuando salen toros no hay toreo a su altura, buenas entradas y un claro triunfador: las arcas de la empresa tripartita... a costa del sufrido aficionado.

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