jueves, 24 de mayo de 2012

Gotas de esencia para la podredumbre

Madrid, 23 de mayo de 2012. Lleno aparente. 6 toros de Juan Pedro Domecq, mal presentados aunque cinqueños, mansos, sosos, muchos de ellos flojos y descastados. Morante de la Puebla, pitos y división (aviso). Alejandro Talavante, palmas y silencio. Juan Pablo Sánchez (que confirmaba la alternativa), silencio y silencio.

Esta es, por desgracia, la fiesta que preconizan los del “arte y la cultura”, los diestros del G-10 y los empresarios del tripartito… entre otros. Probablemente es la fiesta con que han logrado engañar al público ocasional, al que se entera de la actualidad taurina a través de las páginas del papel cuché o del “Sálvame” de turno.  Vaya arte… de la engañifa.
Estos son los toros cantados, loados, enaltecidos, alabados, ensalzados, encumbrados, destacados, elogiados y con los que enloquecen los profesionales del mundillo a uno y otro lado de la mesa de despacho. Este es el ideal de una muy buena parte de los que se dedican en el campo español a criar supuestas reses de lidia. Estos bichos son los que han sembrado el antaño campo bravo español de nefasta simiente…, de cuyos desechos se han nutrido más centenar y medio de ganaderías por sólo contar las de la Unión. Vacas, becerros de ambos sexos que en vez de ir camino del matadero para preservar esa riqueza genética, única y singular del toro de lidia, han conformado piaras enteras en otros pagos, al amparo de nuevos ricos ansiosos de notoriedad, o de ganaderos que han perdido el norte de lo que debe ser la crianza de un toro de lidia y han basado sus expectativas en que se los toreen las figuras.
Tan cultura es, fíjense ustedes, que hasta se le ha cedido espacio, tiempo y tribuna a su actual propietario para defender y contar las grandezas de “esto” en la famosa carpa de la empresa. “Arte y cultura” y olé. Sólo falta la gitana de los faralaes para el cuadro compuesto sobre el televisor, cuando no eran de pantalla plana.
Esto de Juan Pedro, tras lo visto ayer, y tantas otras tardes en estos últimos años –a cualquiera le sale un lunar, como también a esta vacada en las últimas temporadas-, es un cáncer destructor, que antagónicamente se defiende como necesario y vital para la fiesta de nuestros días. ¡Sorprendente!
Lo de ayer, nos informaba el programa, que eran cinqueños… ¡Pues cómo serían de cuatreños! De impresentable trapío para Madrid (podían haber pasado como toros en Villaperalillos, o incluso, si ellos quieren, en Sevilla –perdónenme los muy buenos aficionados de la capital andaluza, pero es lo que hay-)... y pasaron en Las Ventas. Se supone que en Madrid no basta con que nos asusten dos pitones por delante, al parecer único motivo que justifica el trapío para algún veterinario, sino que el resto de las hechuras del animal sean acordes a las exigencias de la primera plaza del orbe taurómaco. Las culatas, la musculatura, el cuajo, la seriedad en el tipo, son tan importantes como esos dos pitones afiladísimos –no les parecen a ustedes demasiado afilados…- que mostraron los que ayer nos soltaron en Las Ventas. Del primero al tercero ninguno debió ser aprobado en el reconocimiento, el cuarto nada decía, al quinto le perdonamos por los pelos, y sólo el último merece ser considerado como toro apto para el coso madrileño, sin reparo alguno. Nueva colección de gatos, que, a priori, no deberían haber pisado el ruedo venteño. Pero lo hicieron entre los amansados silencios generales del público de Madrid, que está como la fiesta en general, en proceso de descomposición interesada, y sólo algunos aficionados, aislados, fueron capaces de silbar o expresar aquello que antaño hubiera sido general: ¡vaya fraude!
Y… paso adelante. Sin trapío y sin fuerzas, cayéndose por doquier; alguno como el que abrió puerta -¿por qué los primeros siempre se caen mucho más que los tres últimos?- besó el santo suelo en seis ocasiones. Lo previmos desde que salió… Pero se mantuvo en el ruedo contra la opinión de la afición, y punto y seguido. Si luego con ello se perjudicó al toricantano azteca, ¡pues peor para él! Prosigamos… A la falta de trapío y de fuerzas en general, se sumo la previsible ausencia de casta; los dos primeros carentes de ella, el tercero flojo y soso pero suave, el cuarto aunque con apariencia en los comienzos rápidamente a menos, el quinto y sexto nuevas muestras del descaste generalizado. De la toreabilidad pretendida, al que no molesten y de ello, de ese concepto asqueroso, a la mansedumbre y descaste absoluto. Perfecto, “bravo” camino el recorrido por algunos…
Morante al natural en actuación precedente (Foto: Feriataurina)
Al confirmante Juan Pablo Sánchez apenas le vimos; en el primero fue imposible, entre caídas, descaste y enfados del respetable, ni el bicho dijo nada, ni el neófito en Las Ventas pudo mostrar cosa alguna. ¡Qué bonito es ver entrar a saltitos de invalidez una res de lidia, que no acaba de pasar! Desde fuera y desde lejos lo despenaría de una entera desprendida. El último volvería a las andadas, un bicho que abrió la boca fatigado y agotado en el primer tercio, que se cayó hasta en tres ocasiones durante éste, y que acabaría echándose un par de veces ante la mirada atónita de ese público de aluvión que no dijo esta boca es mía hasta ese momento. ¡Fantástico! ¡La fiesta de los toros elevada a su máxima emoción!, ¿se caerá, no se caerá…? Algo templó el mejicano y toreó con alguna despaciosidad antes de que el bicho sucumbiera a su invalidez y descaste. Desde fuera, de nuevo, y desde lejos, una entera baja y amén.
Talavante, no sé si a disgusto por tener que venir a sustituir a Cayetano, mostró una superficialidad vana en ambos toros, verdaderamente proverbial. ¡Eso es fajarse en la responsabilidad de tirar de la fiesta! Ante el tercero, descolocado, abusó del pico para separarse el toro, sufriendo muchos enganchones consecuentes a su forma de citar y embarcar: suciedad. Terminó embarcando con el trapo por detrás de la pierna de entrada en medios pases que llegaron más al personal, con mayor estética que en sus comienzos. Le vimos, eso sí, un buen cambio de mano a mitad del trasteo. Lo demás fue poco y manifiestamente mejorable. Un pinchazo con desarme y una entera, asimismo con desarme, finalizaron ésta su primera actuación. En el quinto nos mostró una imagen francamente desconocida, mecánico, de nuevo superficial, a media altura y con alguna suciedad, en un toro que protestó y fue a menos con prontitud. Un pinchazo feo, media caída un siglo después, otro pinchazo feo en chiqueros, y uno más antes de la definitiva estocada por arriba. Silencio.
Morante no vio, ni pudo ver, a su primer antagonista. Se dobló con gusto y técnica en los comienzos –como debe ser-, y colocado al hilo y ¡cargando la suerte, albricias!, no terminó de cogerle el aire. El infame animal se fue a tablas, dispuesto a echarse, y antes de que lo lograra el matador nos regaló hasta siete pinchazos al cuarteo previos a una casi entera desprendida y sin pasar. Sólo pitos. En el cuarto nos volvió a dejar esas que han dado en llamarse “gotas de esencia”, de puro clasicismo, de arte eterno… pero en tan escasa cantidad que ya ni siquiera podemos hablar de destape del frasco de aquéllas. Fue un entreabrir el mismo, inhalar esos leves vapores embriagadores y cerrar el pequeño ungüentario para no perder ni más tiempo, ni más recursos artísticos. Pero esas leves gotas, esos detalles de toreo clásico, se nos volverán a quedar, como tantas otras veces en la retina: con naturalidad, sin afectaciones, erguida la planta de torero que el de la Puebla atesora, echando los vuelos de la muleta por delante, trayéndose al toro, bien colocado, e incluso a veces cargando la suerte, supo enjaretar dos preciosos derechazos, con gusto exquisito. Un buen natural en los finales de la faena, unos pases de pitón a pitón por la cara del toro, y todo ello con la trascendencia de la clase y de la torería de siempre. No fue una faena, no fueron sino atisbos de lo que debiera haber sido, no fue triunfal ni siquiera completo, pero déjenme que, al menos, los guarde como recuerdos imperecederos de lo que debiera ser la normalidad y no lo es. Se impacientó la gente al fin, y tras dos pinchazos –de nuevo saliéndose- y un aviso, lo descabelló al primer intento.
Morante en una verónica en Las Ventas (Foto:las-ventas.com)
Luego vino el quite al sexto, con dos excelsas verónicas, de las de enseñar en las escuelas, de las de colgar en El Prado, que no comprendieron ni el apoderado de Sánchez ni el propio diestro azteca; el intercambio de pareceres, la intervención de Curro Vázquez y la parte final de sucesos… Pero eso ya no es tauromaquia, es estupidez. ¡Qué le vamos a hacer! Morante estaba en su derecho y casi en la obligación... Si el toro no aguantaba esos cuatro capotazos esbozados –dos de ellos consumados- ¡estamos buenos...! ¡Qué se apunten a toros de lidia, y no a desechos de un hospital de guerra! ¡Cuánto mal está haciéndole a su torero el apoderado del de la Puebla!

1 comentario:

  1. Acabará la Feria y no vemos una faena de dos orejas ni soñándola. Al tiempo. Vaya desastre.

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