lunes, 8 de julio de 2013

Para el Santo Job

Madrid, 7 de julio de 2013. Menos de un cuarto de plaza. 5 novillos del Puerto de San Lorenzo, desiguales de presencia, mansos en varas, flojos o inválidos, y descastados. 1 novillo de Julio García (1º bis), bien presentado, manso, flojo y embestidor. Luis Miguel Casares, silencio (aviso) y silencio. Javier Antón, silencio y silencio. Juan Bellido, el Chocolate, palmas (aviso) y silencio (aviso).

He de reconocerles que el único tostón que me gusta es el de Segovia. Estos otros “tostones”, bien en forma de animal cuadrúpedo con cuernos y tipo acochinado, bien figuradamente como recoge el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, en su séptima acepción, “Tabarra, lata”, no los trago. Lo de Las Ventas, una vez más –una más y van enésimas- no tiene un pase aunque los animalitos se los dejen dar sin cuento. Otra tabarra para quitar la afición al más pintado. Y eso que fuimos con la ingenuidad pintada en el rostro, alegres y serenos, por si esto del Puerto de San Lorenzo mejoraba en la inocencia de la edad infantil, por si acaso los utreros embestían más que los cuatreños o cinqueños… pero la realidad nos devolvió a la certeza de lo que es en la actualidad esta nefasta ganadería, de la que se nos anuncia segunda parte en apenas un par de semanas. No quieres caldo… pues toma dos tazas.
Así que muy brevemente les contaré que el ganado –completamente dado por perdido- del criador salmantino fue lo que se espera cuando se anuncian sus hermanos mayores, una sarta de inválidos chochones, huidizos en el primer tercio… y que no se crecen sino que amenguan en juego en lo sucesivo. Tan sólo el sexto sacó cierto genio y casi se come crudo a su novel matador, el ingeniero Chocolate, que no encontró manera de meterle mano con la eficacia del que ha estudiado una titulación superior (en casa tengo cuatro… para que ustedes vean, uno de Caminos, dos de Montes y otro camino de Aeronáuticos). Del resto, entre caídas, derrumbes y descaste, no sacaríamos apenas ni para filetear mínimamente la ética de la fiesta.  
La terna, a su vez, hizo cuanto pudo para estar a la altura… del ganado. Luis Miguel Casares avanza a toda vela como lo haría un cangrejo ermitaño, hacia atrás… y van no sé cuántos años. Javier Antón que, en sendas pinceladas al comienzo de su primera faena, nos dio impresión de gusto y empaque, se deshizo cual azucarillo en el mar de la borreguez insulsa de su primero, antes de que el segundo se partiera una mano y nos diese un nutrido repertorio de pinchazos o de ejemplos de cómo no se debe matar. El Chocolate, algo tosco en sus formas –no le acompaña mucho la figura, por cierto-, apenas nos ofreció dos o tres verónicas a derechas –en ambos sentidos, por el pitón derecho del novillo y bien ejecutadas- en ese último que terminaría por desbordarle en la muleta. Buena combinación, la de la ínclita y despiadada Taurodelta, para un nuevo domingo veraniego… De ésta se cargan la temporada, no les quepa duda. Fíjense que, ante el desastre de lo que andaba ocurriendo por el albero venteño, a alguno nos dio por cantar, como si estuviéramos en el templo –del toreo- aquello de “Señor, ten piedad… Cristo, ten piedad” porque sólo con la piedad Divina podíamos salvarnos de la muerte espiritual por inanición táurica.

Lo que la santa empresa madrileña estima es un novillo para Las Ventas, el tercero... (Foto: las-ventas.com)
Nuestro Señor fue, una vez más, también, clemente, y no probó nuestra paciencia tanto como la del Santo Job; al menos nos concedió la gracia de que uno de los del Puerto, el quinto, se luxara suciamente la mano derecha al segundo muletazo… -aunque hubimos de sufrir una tan lenta agonía que aquello pareció simple tortura a animal triste y desvalido-; y que la corrida no necesitara de la intervención de los del castoreño, que bien hubieran podido quedarse en casa merendando bajo el aire acondicionado. El primero, sin embargo, se fue para los corrales después de banderilleado porque don Trinidad, miope taurino, no terminó de ver que el bicho era un inválido hasta la quinta caída… “Sólo” hubo tres avisos, que para los tiempos que corren es casi un éxito, más cuando los animalejos apenas tenían juego que ofrecer, y ya saben ustedes que aquello es inversamente proporcional, cuanto más tiene que torear un toro, más corta suele ser la intentona de faena, y cuanto menos, más se empecinan los áureos y “arrojados” espadas, por aburrir al personal.

Casares, de rodillas, en los prolegómenos de la faena al cuarto (Foto: las-ventas.com)















Así que, apunten, solventado el efímero paso del primer inválido del Puerto, salió en su lugar el sobrero de Julio García, de procedencia Fuente Ymbro, Judío de apodo, un colorado de 483 kilos que manseó en varas –como sus compañeros, que no hermanos, vespertinos-, flojeó lo suyo también –tres caídas en el primer tercio y luego un  par más en el último, pero éste no se cambió-, y embistió malamente, pero lo hizo, en la muleta. Aunque llegó rebrincado por falta de energías, fue atemperándose con los mil y un muletazos que le enjaretó, sin gracia alguna, el valenciano, todo para allá, en paralelo y desde fuera, después de dos tandas –o tundas, como prefieran- con el paso atrás para esconder la patita… ¡qué salado! Unas “imprescindibles” manoletinas para ver si el personal andaba por los caminos bíblicos de Job, un aviso sin usar la tizona, y un señor bajonazo como epílogo obligado de la tauromaquia moderna, trasero y tapándole la cara. Paciente, sufrido, conformado silencio. El cuarto fue del hierro titular -que, como Freddy Krueger, la empresa madrileña nos amenaza con nueva “Pesadilla en Las Ventas” para dentro de unos días- y se llamó Campanero, un bicho manso, inválido –se caería hasta ocho veces, dos de ellas en el primer tercio- y descastado, de 464 kilos en la tablilla. Unos capotazos a “pasa torito” fue lo único que nos ofreció el retoño de Justo Benítez, antes de castigarnos el entendimiento con otros mil muletazos en paralelo y para allá ante un animalejo que apenas se mantenía sobre sus patas. Por cierto, Casares torea mejor de rodillas que de pie, a la vista está, y así lo mostró en el inicio del trasteo. Un pinchazo bajo y trasero –vamos como la estocada precedente, pero en versión incompleta- y una entera perpendicular bastaron para eutanasiar al indecente bicharraco.

Empaque y la suerte cargada en los inicios de la faena al segundo: Javier Antón (Foto: las-ventas.com)
Cantino le pusieron al segundo, quizás porque les recordara a “cansino”, un bicho abecerrado de 451 kilos, negro -con accidentes- de capa, manso, flojo –éste sólo besó el santo suelo un par de veces, aunque perdió las manos bastantes más- y claramente a menos a partir de la tercera tanda. Nos gustaron las formas de Javier Antón, con cierto empaque, a las primeras de cambio, incluso le vimos un buen pase de pecho en la siguiente serie, aunque ya empezara a distanciarse del bicho durante el trasteo –siempre despegado- en ésta. El buey, agotado por el ímprobo esfuerzo de dos tandas, inició su inexorable y lento viaje a toriles, cansinamente, y allá que fueron ambos, con algún reparo del de luces, pero aceptándolo con resignación cristiana. Unos lances desmayados, algo codilleros pero personales, fueron de lo más interesante junto con el inicio de faena, antes de que intentara unos adornos absolutamente imposibles y lo despenara de una entera, por los bajos y trasera, para no perder la tradición. El quinto, un torillo negro llamado Pitinesco (515 kilos), se luxó la mano en el segundo muletazo, y aun quiso darle algún pase más el espada ante la rechifla general. Menos mal que se armó de espada –así como el público de santa paciencia- y acabó con su antagonista de cinco pinchazos por la paletilla, cuarteando, y sin cobrar estocada digna de tal hipotético nombre, un descabello.

Media de Chocolate al sexto (Foto: las-ventas.com)
Al vástago de Juan Bellido, de igual nombre y apodo, que venía bien y nutridamente acompañado de amigos y familiares, le tocó en suerte un primero de nombre Langostillo, que, como la plaga bíblica, se enseñoreó del ruedo pese a su diminutez (454 increíbles kilos en la báscula, negra la capa), corriendo sin mesura en el primer tercio, aceptando, entre la indiferencia general de los de luces, sendos refilonazos en toriles mientras salía el séptimo de caballería -luego le señalaron otra vara en su lugar correspondiente-. Después de los dos refilonazos en chiqueros pedimos misericordemente el cambio… pero don Trinidad hizo oídos sordos… una vez más. Total..., sólo llegó a caerse en tres ocasiones… Chocolate, al que no le acompañan las formas finas y estilizadas, nos regaló un toreo bastante campero a base de lances despegados y para allá, bastante abierto el compás –léase algo despatarrado, pero mucho menos que Julián, que es el que manda en esto y tantas otras cosas-, abusando del soberano pico. Como el novillejo vino a mucho menos, terminó por acortar espacios, y darle unos a modo de pases de cincuenta centímetros, cogiéndolo con el pico desde la oreja del animal, pero con la muleta por detrás del muslo, y desplazándolo hacia el vacío existencial, que no aplaudieron ni los deudos ni consanguíneos. Tres pinchazos bajos, un aviso y una estocada a la moda –trasera y caída- y unas palmas de la familia y allegados. Nuevo aviso, para nada, en el postrero, Cubatisto de mote, un torete negro de 526 kilos, que sacó genio, manseó lo que pudo, punteó todavía más los engaños y se rajó al final. Otro lujo procedente del Lejano Oriente, por más que su nombre nos acerque a la comunista isla caribeña. Eso sí, vimos el único toreo de capa apreciable del festejo, cuatro verónicas a derechas, que nos reconciliaron algo con la pesadísima tarde. “¡Vana ilusión!…” como canta Fernando en “Doña Francisquita”; el torillo, que llegó punteando a la muleta, se hizo el amo y señor del cotarro, enganchándole tres cuartas partes de los pases instrumentados y eso que repetía y repetía. Y como en ningún momento lo llevó toreado, mandó sobre sus embestidas o llegó a someterlas, el toro hizo a su antojo, primero camino de toriles y luego rajándose a tablas… porque le dio la gana. La parte de matarife,  tablajero, matachín o cortador quedó aprobada en tres pinchazos bajitos con cuarteo –previos al aviso-, media con desarme (antes de que desarmara el bicho a un peón y de nuevo al matador, echándose la muleta a los lomos que quedaron cubiertos por el colorado instrumento –la ovación de la tarde, sin duda, imagínense la cantidad de extranjeros que hubo en el coso-) y probase sendas veces a descabellarlo -sin consecuencias- antes de que el toro se echara por su propia pata…

La pata, y verdaderamente mala, fue la que tuvimos nosotros al acudir a lo que ingenuamente suponíamos sería recreo de nuestra más profunda devoción y afición: ver torear. 

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