martes, 18 de junio de 2013

El estoque de descabellar

Recordarán muchos el trágico suceso que ocurrió el 6 de agosto de 1934 en la plaza de toros de La Coruña. Aquel día se lidiaban toros de los Hermanos Escudero Bueno, herederos de José Bueno y Juliana Calvo y propietarios del ganado que antes había pertenecido al marqués de Albaserrada. En el cartel, y tras un Juan Belmonte pletórico, que había reaparecido ese año al impulso de la exclusiva de su apoderado, Eduardo Pagés, figuraba otros dos míticos diestros, Ignacio Sánchez Mejías, que también había reaparecido –con más kilos de los necesarios-, y un diestro que acaparaba entonces las máximas atenciones, Domingo [López] Ortega.

Juan Belmonte en sus años iniciales (Colección personal)
La reaparición de Ignacio Sánchez Mejías, junto a la de Juan Belmonte, supuso una gran conmoción, sobre todo por lo que habría de ocurrir días después. Ignacio, aun más que Juan, simbolizaba la heroicidad del toreo; Juan estaba por encima del bien y del mal, era una figura reconocida e incuestionable, magistral, inalcanzable. Ignacio, sin embargo, era la representación misma del esfuerzo, del valor, de la afición, de la abnegada entrega al arte de la vida y la muerte. Y era, además, plenamente consciente de ello. Algo que pocos sabrían expresar de forma consciente y formal. Decía Sánchez Mejías, al ser entrevistado por el Caballero Audaz en 1934, justo antes de reaparecer, que su intención al volver a los ruedos era:
Vivir,… es decir, resucitar. Porque el torero no tiene más verdadera vida que la del peligro. Cuando uno se retira se muere. El torero no tiene más peligro que el de dejar de existir y su muerte no está en la plaza sino en su casa. Joselito está vivo. Más vivo que Belmonte y que yo, porque se murió valientemente en la plaza mientras que nosotros nos metimos cobardemente en la casa, dejamos de existir mientras él hace de continuo acto de presencia en todas las corridas. Para alejarse de la muerte un torero es preciso que se roce con ella. Es decir, que no deje de torear”.
Aquella infausta tarde coruñesa, al descabellar Juan Belmonte el primero de los toros, saltó el estoque a una de las últimas filas del tendido 1, con tan mala fortuna que impacto sobre un espectador, al que la herida le causaría inmediatamente la muerte. Se llamaba Cándido Roig, era vecino de Noya, al parecer zapatero de profesión, y fue a encontrarse con la parca desafortunadamente, mientras asistía al espectáculo de la supervivencia, del triunfo de la vida y del hombre sobre la indómita naturaleza.El diario ABC narraría así la desgracia:
Juan realizó con la muleta una faena adornada, prólogo de un pinchazo hondo; intentó descabellar y el toro le tiró un derrote a la muñeca derecha, saliendo despedido el estoque como una catapulta hasta las últimas filas del tendido 1, donde quedó clavado en el lado derecho del pecho de un espectador, joven y tan animoso, que con su propia mano se sacara  el mortífero acero, mientras sus vecinos de localidad, consternados y trémulos, lo tomaban en brazos y bajábanlo a la enfermería sin pérdida de un minuto. Los médicos no pudieron hacer otra cosa que contemplar en silencio el horror de la herida; el espectador del tendido 1 que dejó de existir al colocarle sobre la cama de operaciones era un joven inteligente y trabajador; se llamaba Cándido Roig y era vecino del inmediato pueblo de Noya”.
Tampoco fue el único lesionado en aquella desgracia, ya que el parte médico de la enfermería nos cuenta que:
El cadáver de D. Cándido Roig Roura, presenta una herida penetrante en el tórax parte derecha, atravesando el pulmón, mortal de necesidad.
También fue asistido el diestro Belmonte de una distensión ligamentosa en la muñeca derecha.
La herida del mozo de plaza, Francisco Pereiro es en el muslo izquierdo y de pronóstico reservado.
El mismo estoque que mató al infortunado D. Cándido Roig, hirió al periodista local Carlos García Puebla, colaborador de El Ideal Gallego y de otras publicaciones de la Coruña”.
La tarde, además, fue aciaga por otras causas, pese a que Domingo Ortega cortó una oreja, ya que a éste le llega la noticia de haber muerto su hermano Matías, con apenas 23 años. A la salida del coso, y camino el de Borox hacia la plaza ciudarealense de Manzanares, sufriría éste un accidente de automóvil –entre las localidades de Bocerca y Borella-, muy probablemente por la niebla, despeñándose el coche y falleciendo uno de sus ocupantes, el  comandante de Caballería don Francisco Caballero. El diestro Domingo Ortega, un pariente suyo, su apoderado “Dominguín” y su banderillero Salvador García resultan heridos por lo que el diestro no pudo acudir al coso de la localidad manchega. Se buscó rápidamente un sustituto para el festejo, recién conocida la noticia del accidente de tráfico, y se concertó con Sánchez Mejías su presencia en el mismo. Ignacio, entró así en la vida eterna, aquella que alcanzan sólo las víctimas famosas del arte. Fue una nueva tarde de intenso dramatismo, en la que resultaría herido por Granadino, de los Hermanos Ayala, a cuyas resultas fallecería al día siguiente.
Tras el fallecimiento del espectador, y habiéndose comprobado que no fue la única vez en que un estoque saltaba al tendido con funestas consecuencias, por una orden de 17 de agosto de ese mismo 1934, se abriría un concurso de ideas para solucionar el problema, concurriendo hasta 46 modelos de estoques de descabellar diferentes, rechazándose por la comisión nombrada hasta 38 de ellos en un primer repaso.
Los ocho restantes fueron probados en el Matadero de Madrid el 27 de noviembre de ese mismo año por los matadores de toros Fortuna, Pepe Bienvenida, y  los novilleros Finito de Valladolid, Chavito y Jesús Santiago. Se probaron después en diversas plazas de toros, hasta que definitivamente fue aprobado el modelo presentado por un tal Vicente Pastor…, gran ex matador de toros madrileño, que aun hoy es el que impera. Su inclusión en la Reglamentación se hizo mediante la Orden de 6 de enero de 1936, que implicaba su obligada utilización desde el 1 de mayo de ese mismo año. Las características de ese descabello siguen siendo las mismas desde entonces a nuestros días.


Aprovecho la ocasión para adjuntar una noticia –acompañada de la interesante foto- obtenida del Heraldo de Madrid, en la que aparece un feliz Vicente Pastor con el invento de su autoría, que creo prácticamente inédita hasta la fecha

El Reglamento siguiente, el de 1962, como ahora lo hace el de 1996, se ocupaba de los estoques de descabellar. El actual texto copia sus características del anterior, completamente a la letra, de esta manera: “El estoque de descabellar irá provisto de un tope fijo en forma de cruz de 78 milímetros de largo, compuesto de tres cuerpos; uno central o de sujeción de 22 milímetros de largo por 15 de alto y 10 de grueso, biseladas sus aristas, y dos laterales de forma ovalada de 28 milímetros de largo por ocho de alto y cinco de grueso. El tope ha de estar situado a 10 centímetros de la punta del estoque”. Nada puedo añadir sobre tan feliz ocurrencia, que desde su puesta en uso ha disminuido muchísimo el riesgo de que, al saltar el estoque a los tendidos por el movimiento defensivo de la cabeza del toro, se produzca desgracia alguna.

1 comentario:

  1. La historia es increíble y me toca de cerca porque Cándido era hermano de mi abuelo, Emilio Roig Roura, nacido en Negreira, Galicia y venido a Uruguay en los primeros años del siglo XX. Conocía la historia por mi madre e incluso teníamos un recorte de diario de la época, que un familiar luego extravió. Gracias entonces por el informe, dado que hasta ahora era difícil que esta historia fuera creíble.

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