lunes, 25 de marzo de 2013

Toreo al natural de Nazaré en Madrid


Madrid, 24 de marzo de 2013. Un tercio de entrada. 4 toros de Torrestrella, desiguales de presencia, el tercero anovillado, mansos, embestidores pero algo sosos y con poca casta en general. 2 toros de Torrealta (4º y 6º), mansos, descastados y sin clase. Diego Urdiales, silencio (aviso) y silencio (dos avisos). Eduardo Gallo, ovación (aviso) y ovación con alguna división. Antonio Nazaré, vuelta y silencio.

Día de estreno de la temporada en Madrid. Un cartel interesante para el aficionado que, sin embargo, y como cabía esperar, no fue reclamo para el público en general, llenándose apenas un tercio del coso de Las Ventas… o quizá un poco menos. Cartel interesante, repetimos, como el que tendrá lugar el próximo domingo de Resurrección, porque ofrece alicientes para el aficionado; tanto en uno, como en otro, hay toreros que pueden decir cosas y ganado que ofrecer juego, aunque luego salga como corresponda.

El primero de la tarde y que abrió la temporada venteña, Veranito... (Foto: las-ventas.com)
El de ayer fue de don Álvaro Domecq, de Torrestrella. Lidiaba después de aquella corrida del 19 de mayo pasado en Las Ventas donde ofreció algunos ejemplares encastados, algún otro con genio y casi todos con posibilidades. El de ayer, por desgracia, no estuvo a la altura de lo ofrecido casi un año ha, comenzando porque la corrida no se lidió completa y hubo de echarse mano de sendos remiendos de Torrealta, además de un conejo que se nos coló desde el sombrero del prestidigitador de los corrales madrileños. Un conejo, sin duda, para que no pudiera haber la consabida devolución de entradas que, con anticipación, apenas llegarían a docena y media entre las vendidas en taquilla. Los tres primeros vespertinos, sin embargo, tuvieron sus posibilidades, y aunque no fueron un prodigio de casta, de acometividad y mucho menos de bravura –ésta ausente- al menos se dejaron torear e iban y venían sin ofrecer grandes o irresolubles problemas, con algo de sosería y sin mucha clase, es cierto.

El tercero, Lirio, que así visto parece otra cosa, pero que no tenía trapío para esta plaza (Foto: las-ventas.com)
El infernal tiempo –cuántos nos echaran en cara ahora la boina dichosa, y para cuántos habremos de responder con el hundimiento catastrófico, si eso es lo que quieren que caiga sobre sus cabezas- no impidió que se celebrara el festejo completo, y eso que la lluvia y el frío arreciaron de firme en algunos toros. Seguro que si hubiese llovido un poco más en taquilla…
La terna también prometía lo suyo; un torero pundonoroso y esforzado, poderoso, habituado a las duras corridas de Victorino, como Urdiales; otro que dejó buenas pinceladas de gusto y clase el pasado año en Las Ventas, como Gallo; y un tercero de exquisitas y profundas formas, plástica y estética, como Nazaré. A la postre, de los tres, el que anduvo francamente bien –aunque sólo lo fuera en uno de sus oponentes- fue el tercero, que para ello los nazarenos son lo propio de la Semana Santa española.

Urdiales en el primero de la temporada con la diestra (Foto: las-ventas.com)
Abrió plaza en esta temporada 2013 un pupilo de don Álvaro, por mote Veranito, nada más antagónico e impropio con el tiempo que imperaba, un bicho jabonero sucio, de 524 kilos, corto, bajo, hondo, hecho pero algo atacado, delantero de cuerna, que comenzó mejor que acabó, pasando por varas sin lucir bravura y algo soso en sus arrancadas finales, con mínima o muy poquita casta. Quitó Gallo por chicuelinas, muy jaleadas, quizá porque Urdiales nada hizo con el percal, y tras dolerse con los garapullos, lo tomó el riojano entre manos sacándoselo –no mucho- a los medios. El toro iba más cómodo en los terrenos de dentro, más cercano a tablas, y allí fueron a parar al fin, por dentro de ambas rayas. Tuvo algunos arreones de manso, que Urdiales medio aprovechó, pero sin la firmeza de otras tardes y sin el temple necesario –quizá influyó también el aire que a rachas sopló toda la tarde-. Se fueron entonando algo toro y torero con las tandas, pero no había materia prima para el lucimiento, y el animalito acabó por achuchar por ambos pitones, quedándose un tanto. Un buen natural subrayó, casi al final, el trasteo de Diego, pero tres pinchazos –alguno feo- un aviso y dos descabellos dejaron su labor sin siquiera palmas. El cuarto fue de Torrealta, un torote grandón y zambombo de 647 kilos, que obedecía por Abatido, negro de piel, delantero de defensas, manso y de embestir sin clase y a menos. El toro, que salía ya distraído del capote de Urdiales, derribó con estrépito al primer caballo, cuando casi aparecía por la puerta, pero sin cebarse en su víctima, saliendo suelto a continuación, para tomar otra vara sin bravura. Ahora sí, el arnedano tomó el percal para endilgarle unas chicuelinas más del montón que otra cosa. Y tras brindar al público –no sabíamos qué le había visto, y así lo comentamos- lo tomó con la derecha, aprovechando que el toro se le venía pronto y ofrecía algún viaje para torear. Sin embargo, y he ahí matiz importante, lo hacía con la cara a media altura, sin entrega suficiente, sin demasiada clase, acrecentando el defecto en las siguientes tandas, y acabando por entrar al paso, hacer algún ademán de rajarse o tardear... que era lo que nosotros habíamos supuesto. Urdiales lo pasaba con una y otra mano, pero sin arrancar olés profundos, algo descolocado en ocasiones, porfión y honrado, pero sin “esencias”, aguantando la poca clase de su enemigo pero sin llevarlo o someterlo al dominio de su muleta. Medimos más por la cantidad que por la cantidad… y el tiempo pasó inexorable, hasta el punto de que sonó un aviso sin tomar la espada siquiera. Se había pasado claramente de faena y así se lo recriminaron algunos. Dejó media estocada un tanto perpendicular y atravesada y tuvo que dar hasta seis descabellos oyendo un nuevo recado presidencial. Silencio en el foro.
Un pase de pecho de Eduardo Gallo en el segundo (Foto: las-ventas.com)
Un desalentador Deslucido le tocó a Eduardo Gallo en primer lugar, un toro de 553 kilos, colorado bragado, meano y axiblanco de capa, ojo de perdiz, corto, grueso y bajo, que fue como su primer hermano, manso, soso pero embestidor y a menos. El salmantino, que ya había quitado en el primero, lo lanceó con el percal, entre aplausos que –al que subscribe- supieron a demasiado. En éste, sin embargo, como debe estar prohibido, no hizo quite alguno, realizándolo su compañero Nazaré, por gaoneras del común de los mortales. El toro se arrancó alegre en sendas ocasiones a los varilargueros, pero luego apenas hizo cosa digna de mención, saliendo al vuelo del primer capote que vio. Ligó Gallo en la faena muleteril, pero lo hizo varias veces echando la pata atrás –¿por qué no verán el video de Morante en Valencia, para entender que se puede ligar sin esconder la pierna y cargando la suerte desde el principio?-, mientras las generosas gentes le aplaudían a rabiar. No fue, ni mucho menos, para tanto. Más bien fuera, a veces escondiendo la pierna, lo más meritorio fue templar al bicho en medio del temporal, hasta que en la cuarta tanda tuvo que dejar de hacerlo porque ya no había de dónde sacar. De uno en uno, ahora con la zurda, al principio lo desplazó para las afueras, aunque terminó por traérselo más para dentro al final, quizá en el momento más interesante del trasteo, para terminar acortando distancias. Dijo poco en este epílogo, y menos cuando en uno de los dichosos circulares de moda y a modo, perdió la muleta. Desde fuera le endilgaría, a renglón  seguido, un pinchazo con el brazo atrás y tres cuartos desprendidos; sonó un aviso y lo remató al segundo descabello. Ovación con saludos. El quinto era Leído, que nunca está de más, un toro de 595 kilos, negro chorreado, listón y bragado, que se comportó como sus hermanos de camada. No hubo toreo de percal apreciable en el recibimiento, y volvería a quitar Nazaré –por chicuelinas- para que picado por el gesto saliese de nuevo Gallo y le diera unos delantales, ahora sí, mejorcitos. La faena comenzó con un desarme, así que sólo podía ir ya a mejor… pero tampoco, porque el toro tenía menos gas que un caracol. El diestro de Salamanca, a pesar de ello, tiró bien del mismo en dos derechazos de buena marca en la tercera tanda, el bicho se sintió podido y a partir de ahí se vino aun más abajo, cabeceando y dosificando en extremo sus arrancadas. Tanto lo hizo que obligó a Gallo a pasarlo de uno en uno, teniendo que corregir terrenos constantemente, al quedarse casi debajo. Hubo cierto encimismo, por ver si así sacaba algo del público, se puso algo pesado al fin, se lo recriminaron, y la faena acabó como empezase, con un nuevo desarme. Una entera un poco más que desprendida, terminó con el cuadrúpedo y hubo algunos pitos cuando salió a saludar al tercio.

Nazaré porfiando al natural en medio de la lluvia (Foto: las-ventas.com)
Menos mal que dejamos lo mejor para el final. Y es que Nazaré estuvo muy torero en su primero, Lirio por apodo, un torete anovillado de capa colorada chorreada, calcetero y ojo de perdiz, que era muy poquita cosa en sus –al menos así declarados- 534 kilos (¿?). Y, sin embargo, fue el que más se movió de la corrida, a pesar de que tampoco era un dechado de energías vitales. Manseó en varas, se dolió en banderillas y llegó queriendo a la muleta, eso sí, para que Antonio lo cogiese desde delante y se lo llevara atrás en pases con una longitud que no habíamos visto en toda la tarde. Faena elaborada sobre la mano zurda, la de los millones, tras un serie a derechas, bien colocado al hilo del pitón, entonada, limpia –pese a lluvia y aire- por momentos con profundidad, bien jaleada por la afición y público asistente. A pies juntos terminaría el sevillano, quizá en lo más emotivo de su trasteo, reconciliándonos con el arte de… Montes, más que con el de Cúchares. Una entera por arriba le bastó para que el toro rodara sin puntilla, dando una muy merecida vuelta al ruedo tras petición insuficiente. Madrid es Madrid, es cierto, pero en casi cualquier otra plaza hubiera tocado pelo. 

La buena estocada al tercero de la tarde (Foto: las-ventas.com)
Las lanzas se tornaron cañas en el último de Torrealta, Lapicero de nombre, 574 en la tablilla, castaño con bragas y meano, un bicho descastado y sin clase que manseó en varas, banderillas y muleta. Comenzó por acudir con incertidumbres a la franela, con la cara altita y arreando algún que otro gañafón, protestando casi siempre, y terminó bruto, parado y con idénticas incertidumbres. Estuvo el andaluz firme, pero era toro de lidia a la antigua, a base de castigo, doblones o toreo por la cara, toreo andando y buscándole los costados -pese a no ser un barrabás declarado-, pero tales cosas ni son al uso, ni se estilan en estos tiempos. Tres pinchazos, con poco estilo de matador, media algo caída y delanterilla, sin pasar, y tres descabellos, deslucieron aun más el fin de fiesta. Pese a todos los pesares –más aun cuando acabamos la Cuaresma-, nos quedamos con los pasajes interesantes de su toreo al natural, y con las ráfagas de Urdiales y Gallo en sus respectivos iniciales. 

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