martes, 18 de septiembre de 2012

Impresiones de un aficionado en Nîmes


Por Manuel José Pons Gil 

Sirva como declaración de principios: en mis vivencias de aficionado veterano he visto torear con la capa de modo extraordinario, he admirado trasteos con la muleta sin parangón posible, he visto practicar la suerte de matar de acuerdo a las normas clásicas, indudablemente he admirado el comportamiento bravo y noble de muchos astados, y en definitiva he disfrutado con corridas completas y aspectos concretos de la lidia que a la postre conforman el sedimento de recuerdos particulares que cada uno de nosotros lleva consigo, mas hurgando y rebuscando en ese almacén privado no recuerdo un caso semejante de emoción profunda como el experimentado a partir de las 11,30 horas del pasado domingo en el Coliseo de Nîmes.

El anfiteatro de Nimes donde ha tenido lugar el histórico evento
He acotado la hora de inicio pero no he colocado un final pues obviamente las sensaciones citadas perduran en el tiempo y son objeto de visualización interior todas las veces que uno quiera. No aludo a las expectativas generadas antes de la corrida citada, pues como gato viejo sé de sobra que todo lo que se pueda aventurar de un espectáculo tan peculiar, aún en los casos en que parece que nada puede fallar, es trabajo baldío.
El propio José Tomás habrá toreado en ocasiones con capote y muleta aún mejor, qué duda cabe, pero un caso de comunión entre el torero y el espectador tan sublime como el expresado resulta no difícil, sino dificilísimo. No voy aquí a realizar una especie de crítica de la corrida en cuestión, no es mi intención, pues ya se ha hecho, lo que si pretendo es trasladar brevemente mis sensaciones de esa inolvidable matinal.
El toreo, arte efímero por excelencia, tiene desde ayer un nuevo hito que añadir a los que han conformado su historia a través de los casi tres siglos de existencia de la que conocemos como corrida moderna. Por no remontarnos a la noche de los tiempos, dentro del siglo XX se han convenido como fechas claves del toreo, por ser un compendio de todo lo visto hasta entonces, por ejemplo la corrida de los siete toros de Martínez lidiada por Joselito el Gallo en Madrid en julio de 1914, y más recientemente, la también actuación en solitario de Joselito en Las Ventas durante 1996; las faenas grandiosas que supusieron el inicio de una nueva forma de concebir el toreo o su definitiva explosión: sirvan como botón de muestra la de Belmonte en la corrida del Montepío de 1917, la de Chicuelo ante el toro “Corchaíto” en mayo de 1928 o las de Manolete en la sevillana feria de Abril de 1941. Más adelante, la faena de Antoñete ante el “toro blanco” en el San Isidro de 1966 (que tuve la fortuna de ver por televisión, oh tempora…), las del gitano Paula en Carabanchel en 1974 y en septiembre de 1987 en Las Ventas o las grandes actuaciones de César Rincón en dicho coso en 1991, que siendo todas ellas distintas, constituyen momentos inolvidables por la conjunción de factores que les dieron dicha superior categoría.
No nos olvidemos del toro: por no irnos más atrás, la llamada “corrida del siglo” de junio de 1982, también televisada, o la propia corrida de Victorino Martín lidiada en la Feria de Julio valenciana del 2000 son parte integrante de ese cuadro de honor taurino, y podríamos añadir, cerrando este capítulo por no extendernos más, corridas de éxito como la alternativa de Parrita en Valencia durante 1945 o la corrida del Montepío celebrada en Las Ventas en el otoño de 1952.


Es muy complicado lidiar seis toros en solitario: espadas como Juan Belmonte y Manolete jamás lo hicieron, precisamente por ser especialistas, lo que con otras palabras se llama toreros cortos. Se debe tener un amplio repertorio y estar muy preparado y concienciado para afrontar ese difícil reto. Antonio Bienvenida, ejemplo de torero largo y conocedor de todas las suertes, por una razón u otra no acabó de cuajar en los varios intentos que hizo al respecto en su dilatada vida torera. El pasado domingo, en la capital del departamento del Gard, José Tomás sí lo logró.
Estimo que el mejor escenario para alcanzar dicho éxito fue precisamente el viejo circo romano de dicha localidad francesa. La sensacional acústica del coliseo nimeño provocaba que se oyeran nítidamente los golpes de las pezuñas de los toros en su arena, sus bufidos y bramidos, y aún el jadeo de su respiración en los instantes previos a entrar a matar el espada, como se escuchaban perfectamente las cariñosas voces de este a sus oponentes y al personal de su cuadrilla, y sin duda los mensajes de aliento que anónimos espectadores lanzaban al torero. El respeto y el conocimiento del público francés por lo que allí se hacía contribuyó a esa integración máxima con el torero, que me hace pensar que quizás en otros ruedos, igual estoy equivocado, el éxito no hubiera sido tan rotundo. Y es que hasta la propia música que acompañaba el paseíllo del “toreador” contribuía  a ese paroxismo de la multitud, cuya alegría era evidente. Allí no había ningún reventador, y si alguien acudió con esas intenciones, pronto se dio cuenta de que era testigo de un acontecimiento histórico. No se entenderá la historia del toreo reciente sin consignar la mañana del 16 de septiembre de 2012 en Nîmes.
Todo lo que se hizo fue medido; la lidia, llevada en gran parte por el propio matador, el toreo de capa, variado en grado sumo, y con pasajes poco o nunca vistos, esto en alusión al toreo a una mano en el cuarto; la franela, a ratos dominadora y las más de las veces, acariciadora; la colocación, ritmo y duración de los trasteos de muleta, la manera de ejecutar la suerte de matar, y como colofón, la manera de llenar el escenario la mera presencia de José Tomás, cuestión extremadamente difícil para cualquier artista, de la especie que sea. Las cuadrillas, perfectas. El único pero, el poco fuelle de los dos últimos toros, pero justo es reconocer que el primero y el sexto astado estaban mucho mejor presentados que la mayoría de sus hermanos lidiados la tarde anterior. Y el indulto, si nos ponemos ortodoxos, cuestionable, aún admitiendo la nobleza infinita del Parladé.
En fin, cuando un pintor recrea y lleva al lienzo lo que más adelante se valora como una obra de arte, esa calificación se logra ocasionalmente años más tarde y viene precedida muchas veces de la incomprensión hacia el artista creador, cuántas veces, la historia es testigo, ignorante de que ha pasado a la posteridad. En el toreo tal caso no se suele dar, y lo que es cierto es que la tauromaquia desplegada por José Tomás en la fecha antes citada supone un episodio que marcará en este siglo XXI un antes y un después. Nada será igual a partir de anteayer, lo afirma convencido quien disfrutó en un tendido como hacía años que no lo hacía. Gracias, torero.

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