martes, 28 de agosto de 2012

¿La fiesta nacional amenazada en San Sebastián?


Las pasadas palabras del alcalde de San Sebastián, de Bildu, no por esperadas han dejado de causar el consiguiente revuelo. Pero ni es oro todo lo que reluce, ni la situación dista de ser tan clara y explícita como parece dar a entenderse desde diferentes puntos, algunos, incluso, afectados por esa posible decisión.
La fiesta, convengamos en ello, no ha terminado de arraigar en la capital donostiarra. El loable intento de Manolo Chopera –el mejor empresario que uno ha tenido el gusto de conocer… y eso que tuvimos muchos desencuentros en su día-, no ha fructificado en el ánimo de los habitantes de la Bella Easo, ni en los de localidades próximas. El abono por 15 años que se subscribió en su día y que este año finalizaba, tampoco ha conseguido fidelizar a muchos aficionados que, visto lo visto, pretenden no renovarlo en años próximos.
No diré, aunque lo escriba, que los actuales hijos de don Manuel Martínez Flamarique están encantados con la solución; confío en que no sea así…, pero lo que se les puede venir en forma de indemnización u otras causas no deja de ser francamente goloso.
Vista aérea de San Sebastián. La A marca el lugar aproximado de su ayuntamiento, a su derecha el casco viejo. La flecha azul el lugar -sólo aproximado- donde se levantaba el Chofre. La flecha roja marca el sitio donde se levanta Illumbe
El problema es que el coso de San Sebastián, su desubicada plaza de Illumbe (lejos del centro, de difícil acceso, antipática de ubicación y construcción, cubierta para convertirla en local multiusos, pero que la inhabilita el resto de la temporada, incómoda –aunque sea moderna, los asientos de plástico sobre el graderío de hormigón obligaron a colocar unas barras a modo de reposapiés, que no hay quién las aguante… ¡vaya diseño!- y que cuando cubre su cielo se convierte las más veces en horno insufrible), no ha logrado arraigar como antaño en el ánimo de los aficionados. Ya en 1973, cuando moría el viejo y añorado Chofre, nadie levantó una voz potente o redentora para aquella añeja y gloriosa plaza. Hubieron de transcurrir 25 años para ver levantarse otra, la de Illumbe, en paraje de inóspita belleza, pero que no ayudaría a conseguir la nutrida concurrencia que se pretendía.
A lo largo de estos 15 años de “abonos cautivos” podría haberse remediado en buena medida la situación. Pero no. La presencia de los toros en San Sebastián ha sido un hecho francamente residual. Podía uno pasearse por sus bellísimas calles, por el ensanche, por la Concha –con el mítico Hotel Londres a su cabeza-, sin ver un solo cartel de toros. Tan sólo en el Club Náutico y pocos lugares muy concretos más, alguien podía enterarse de que la Semana Grande, la Aste Nagusia, también se celebraba con festejos taurinos. Y desde allí, pasando por bajo de la monumental bandera de España en la soberbia Capitanía de Marina, accediendo al casco viejo, nuevo desierto a pesar del ingente número de bares, tabernas y lugares de ocio presentes. No se hablaba de toros en la vieja Donosti; no se veía un cartel, era –además- impensable en aquellos reductos del independentismo por los que cuando uno pasaba, la gente se callaba por si eras un guardia civil emboscado... Y si, ni en el casco viejo, ni en la bellísima zona del ensanche, se veía mención alguna a la fiesta, imagínense en aquellos barrios de más moderna creación…, más dispersos en su entramado, periféricos o con construcciones a la moderna urbanización, en los que uno tiene que coger el coche para comprar el pan o buscar un carrete de hilo en la mercería más próxima.
Así como en Bilbao, aunque la afluencia de público no haya ayudado en los últimos años, uno puede pasearse e ir contemplando carteles u oyendo hablar de toros (siempre y cuando uno no frecuente determinadas zonas, claro), en San Sebastián, no.
Illumbe desde el suelo... en medio casi de la nada
El alcalde bildutarra de la Bella Easo, ha decidido –ya veremos si le dejan- que no apuesta por los toros en 2013. Y yo me pregunto, ¿para qué, si la gente no va? ¿Si la afluencia, abandonado ese abono de tres lustros, será indudablemente menor que este paupérrimo año de tercios de entrada? ¿Si la afición no ha resurgido de los escombros del Chofre? A San Sebastián, como a Barcelona, se la ha dejado morir en buena medida. La culpa no es de la afición, sino de los rectores de la fiesta, de la oligarquía en el poder. En vez de apostar en firme por la continuidad de la plaza, de buscar nuevos aficionados, de perseguir la efervescencia popular en torno a los festejos taurinos que (como decía mi buen amigo Bergamín hace unos días) no sufre la misma presión que los independentistas catalanes ejercieron sobre las plazas catalanas, se han hecho ferias a la medida de las figuras y poca cosa más. Sí, es verdad que en San Sebastián se veían también corridas duras, de hierros considerados como complicados, pero sin que ello trascendiera en ningún momento. No recuerdo –quizá en alguna de rejones pudo rozarse- un lleno absoluto en los últimos años, y eso que se trata de una plaza con cabida para casi once mil personas y a tres pasos de la frontera francesa. Tampoco allí ha sabido congregarse a la afición para que acuda… y eso que el mundo taurino francés, ese sí, hierve de afición…
La actitud bildutarra, sin embargo, no sorprende, como tampoco lo hacía el apoyo más o menos descarado de sus antecesores batasunos (el difunto novillero Idígoras, al margen) hacia el movimiento abolicionista. En 2007, escribíamos el siguiente editorial, que, a mi juicio, sigue teniendo bastantes puntos de actualidad:
“Hemos llegado a la bella San Sebastián, ciudad impar donde las haya para encontrarnos con la plaza de Illumbe, uno de los centros neurálgicos de la tauromaquia en Vascongadas. Plaza de primera, que este año cumple su décimo aniversario, y que ha venido a sustituir al viejo Chofre, derribado por la especulación urbanística en el Gros, que privó a los donostiarras de ver toros por más de una generación. Acierto grande fue el reedificar nuevo coso, aunque a trasmano y en el único lugar en que podía construirse ya que el espacio es un verdadero problema para una ciudad que como San Sebastián podría crecer mucho más si la orografía no se lo impidiese.
“Ambiente festivo, el de esta Aste Nagusia, una invitación cordial y sincera a disfrutar del ocio, del verano, de un buen puñado de actividades culturales y de divertimento, que esperemos no se vean ensombrecidas por los de siempre, aquellos para los cuales la Cultura, con K, supone iniciar actos de barbarie callejera, y para los que la tolerancia radica en la amenaza personal o el tiro en la nuca si se tercia. San Sebastián, en su gran mayoría ajena en apetencias y votantes a esos nuevos y tolerados vándalos [entonces], se ha visto cubierta estos días por carteles antitaurinos. Carteles amparados por los salvajes y pegados por asociaciones defensoras de la animalidad.
Los carteles de ese año en Donosti recogían esta "bella" imagen, repetida en tantos otros, como en Vitoria ¿Quién paga todo este despliegue? Se asombrarían...
“Una imagen dominando el cartel: un ser humano a cuatro patas, vomitando sangre, con dos banderillas en lo alto e innumerables restos de sangre y chorretones por el cuerpo, parece agonizar. Una imagen que les espanta, al parecer, a los que no les tiembla el pulso a la hora de asesinar a verdaderos seres humanos, aplaudir y regocijarse de los mismos o cometer actos de terrorismo callejero que pueden provocar pérdidas humanas. ¡Ah, pero el pobre toro! Contemplen su perversidad. El toro, ahí representado por una persona, es digno de aprecio, de emotivo cariño, de humana lástima, pero no así los semejantes sean guardias civiles, policías, concejales socialistas o populares, intelectuales o profesores, empleados públicos o simples simpatizantes de otras ideas.
“Oiga, oiga, que no todos los batasunos son contrarios a la fiesta nacional. Hay algunos, en efecto, a los que le gusta la fiesta de los toros; sí, pero con tal de estigmatizar a la fiesta más universal y española, se apuntan a cualquier cosa en su contra. Tampoco los convocantes de la manifestación son batasunos o de su nueva tapadera política, pero da lo mismo: los mismos perros con diferentes collares. Al igual que en Barcelona ésta se nutre de esquerristas, aquí lo hace de abertzales. La gente sensata, incluso aquellos a los que no gusta el espectáculo, se quedan en casa, no vaya a ser que esto acabe como el rosario de la aurora, que por estos pagos puede terminar más que mal.
“Por otra parte, permítanme dos comentarios. El primero sobre el lugar de pegado de los carteles: principal y mayoritariamente en contenedores de basura, por fuera eso sí, sin duda porque por dentro no cabría. Es más que significativo.

      



No sé si les recuerda a algo los dos fragmentos de banderilla del cartel de la derecha... ¿quizá dos cartuchos de dinamita? Nada se deja al azar... Otros carteles de estos años en el País Vasco

“El segundo, bromas aparte, es el de la pretendida, por estos irreflexivos ciudadanos, comparación entre el hombre y el animal. Y no volveremos a hablar de a qué tipo de hombre nos referimos, si votante afín a sus ideas o a otro. El simple hecho de representar a un hombre en lugar de un toro es ya de por sí denigrante. Pero aun más, no se crean que con ello pretenden, definitivamente, elevar al animal a la condición o a los derechos del ser humano, no, sino al contrario, mediante la imposición de sus absurdas ideas lo que pretenden es rebajar la condición del hombre hasta niveles animalísticos, porque una vez conseguido sus propósito sectario y esclavista, todos seremos masa aquiescente a sus deseos. A ver, por qué no permiten a quienes gusten de ello, disfrutar de un espectáculo público legalmente constituido y aceptado en nuestro país, sin más...
“El toro es un animal, no es un ser humano, el del cartel es una persona, a la que en un mal diseño no sabemos si lo que han hecho es torearle o simplemente administrarle o administrarse una cantidad excesiva de alcohol o de cocaína, con “un par en todo lo alto”… El toro vive en un paisaje único, en un ecosistema extraordinario, a pleno regalo durante cuatro o más años, y su fin, como casi todo en la naturaleza, viene en buena medida impuesto por el ser humano, que en vez de estabularlo para la matanza, lo destina a un espectáculo público donde el hombre demuestra su valor, genialidad, técnica y dominio de la misma, y en el que el animal demuestra, a su vez, sus condiciones peculiares que lo elevan a la máxima categoría del reino animal, proyectando al espectador valores como nobleza, estirpe, valor y bravura a un animal y disfrutando éste, no con su sangre o el daño infringido, sino con valores más elevados y espirituales: el arte, la gracia, la autenticidad, el valor y el sacrificio. Hay gente que no lo sabe ver, ¡lástima!; y hay otros que pretenden que en ello veamos la tortura de un ser humano, cuando en poco les importa el que ellos pueden infringir a otros, ¡hipócritas!”
Ojo, página web del Col. Antitaurino y animalista de Vizcaya. Las similitudes con páginas abertzales son evidentes..., fíjense en los puños levantados de abajo a la derecha...
Es cierto, han cambiado las cosas desde 2007… pero si en aquellas fechas la ciudad se veía cubierta, por donde quisieras, de carteles antitaurinos, los que anuncian la fiesta jamás se dejaron ver en lugar alguno. ¿Miedo, precaución, discreción…? Llámenlo como quieran, pero lo cierto es que la afición no se ha recuperado en Donosti y que no ha vuelto a arraigar como en aquellos pasados y gloriosos tiempos del Chofre, cuando competía en calidad e intensidad con la mismísima Bilbao. No es sólo culpa de los abertzales, aunque estos apoyaran –y mucho- estas manifestaciones antitaurinas. También las ha habido en Sevilla o en Madrid, en Salamanca o Colmenar, sin que allí se ponga en duda la continuidad del espectáculo. Simplemente es que no se ha sabido conectar con el posible espectador, con el antiguo aficionado, con el público que llenara el coso. El mundillo, mientras veía esas medias entradas aun rentables y otras formas marginales de negocio, nunca se preocupó por otra cosa… para qué esforzarse. La fiesta no morirá, se decían, y así les ha ido, casi como en Barcelona.
Sólo en la confianza en que el resto de los grupos políticos del ayuntamiento reaccione en contra, tendrán los toros solución en San Sebastián. Reacción, no en lo político ni en el ámbito de las libertades -¡hasta ahí podíamos llegar, Dios santo!-, sino en lo económico, cuando valoren  el posible quebranto que ello pudiera acarrear a comercios y hostelería, dos de los grandes pilares que han soportado la fiesta –y lo siguen haciendo- en tantos lugares.
Bildu, Batasuna y otras marcas del mismo jaez ya lo pregonaban hace años… 

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