jueves, 2 de agosto de 2012

Dos vueltas en torno a los encastes fundacionales


En 1940, Luis Uriarte “Don Luis”, uno de los críticos más importantes del siglo XX, director de semanarios taurinos como Zig-Zag, crítico oficial del diario “El Debate” entre otros diarios y revistas, autor de varias obras taurinas y redactor –entre 1920 y 1922 y a partir de 1936 en adelante- de los anuarios de “Toros y Toreros”, señalaba ya la importancia que iba teniendo la elaboración de líneas genealógicas para conocer la historia de la ganadería brava en España.
No sé con absoluta seguridad si la idea de clasificar a las ganaderías bravas según su procedencia es completamente original, pero sí que es el primer autor en sistematizar su estudio y dirigir lo que hoy consideramos encastes o líneas genealógicas hacia la actual clasificación. En los libros que he consultado previos a su obra, no figura todavía –en ninguno de ellos- ese afán organizador, y la mayor parte de los autores consultados se limitan al estudio de la procedencia de cada vacada sin organizarla en árboles troncales y ramas como hará Uriarte. De hecho, ni las grandes tauromaquias o tratados del siglo XIX, ni los anuarios previos de cualquier índole (los de “Toros y Toreros” hasta 1940, “Desde la Grada” “Anuario Taurino de…”, etc.), ni las obras dedicadas a la ganadería brava o que recogen ganaderías en el primer tercio del siglo XX, llegan a organizarlo de esa manera. Por tanto, y aunque pudiera ser que la idea no fuera enteramente suya, sí que “Don Luis” es el primer autor que la da forma, publica y crea escuela.
Luis Uriarte, "Toros y Toreros en 1936 a 1940", primer intento de sistematizar las líneas ganaderas de bravo

Lo hace, además, con la convicción de quien sabe que el esfuerzo por conocer el origen y las vicisitudes (como rezaba en su título uno de aquellos tratados de ganadería del XIX) por las que han transitado las vacadas de bravo hasta su fecha, serían mucho menores si se organizaban en torno a unos grandes troncos principales de los que se iban desgajando y cruzando ramas diversas. Sin embargo era aun, por así decirlo, un pequeño bosque en el que los troncos cedían parte de sus ramas a otros árboles a la par que recibían y se entremezclaban en su frondosidad las de otros troncos vecinos.
El panorama inicial esbozado, en “Toros y Toreros en 1936 a 1940” (pág. 133) es aun mucho más rico que el actual, todavía estaban llenas de vida y de savia brava muchas ramas hoy prácticamente extintas, y eso que el conjunto de la ganadería brava del momento venía de sufrir dos Eventos de Extinción Masiva (como podrían ser catalogados; sus siglas inglesas ELE): la reciente Guerra Civil española (1936-39), y la selección de ganaderías en función de sus nuevas exigencias en cuanto a juego en el último tercio (algo que se impone desde las dos últimas décadas del siglo XIX hasta la contienda bélica citada).
De la originalidad de la idea, y creo que de su autoría, se enorgullece el propio autor. Así, en el mentado “Toros y Toreros en 1936 a 1940” decía Luis Uriarte: “El sistema de dar en el caso particular de cada ganadería su historial completo, como ha sido inveterada costumbre de todos los tratadistas, adolece del defecto de tener que incurrir forzosamente, al relatar las de una misma procedencia, en prolijas y enojosas repeticiones. Para evitarlo, entiendo que es preferible adoptar la innovación de dar en primer término el historial de las ganaderías que se pueden considerar básicas, de las que arrancan líneas generales, como primera división o ramas principales, de las que a su vez se derivan otras subdivisiones o ramas secundarias”.
Se trata, en un principio, de una serie de comentarios y subdivisiones que el autor añade en ese libro, y aunque en años sucesivos iría modificando y puliendo su esquema, traza ya en aquél (1936-1940) las líneas maestras de lo que luego todos los estudiosos han asumido como algo sencillo y práctico, el estudio histórico de las ganaderías según sus diferentes líneas o encastes.
“Don Luis” en ese primer ensayo hará las siguientes divisiones en líneas principales y secundarias:      
Base Raso del Portillo
Derivación Victoriano Sanz
Derivación Gregoria Sanz-Toribio Valdés
Base Jijón
Manuel Gaviria
Manuela de la Dehesa
Derivación Salvatierra
Derivación Vicente Martínez (a través de Julián y Juan José Fuentes y junto a reses de Arratia)
Derivación Navasequilla. Pasa a Andrés Fuentecilla (que añade Miura)
Derivación Cura de La Morena
Derivación Gil Flores
Derivación Mq. Conquista (vacas de Gómez de Juan José Fuentes y Condesa de Salvatierra)
Derivación Bañuelos (con reses de la tierra)
Derivación Aleas (reses de Manzanilla, Perdiguero y otras y cruces posteriores con Diego Muñoz, Mq. Gaviria y Barbero de Utrera)
Derivación Elías Gómez (procedente de José López Briceño, Manuel Salcedo y García Laso, de Colmenar)
Base Cabrera
José Rafael Cabrera, su viuda Soledad Núñez de Prado y su hna. Jerónima Núñez de Prado
Base Gallardo
Francisco Gallardo (formada con reses de Bernaldo de Quirós ¿vacas andaluzas y toros navarros?)
Base Vistahermosa
Línea Barbero de Utrera (Domínguez Ortiz - Arias de Saavedra)
Línea Varea (Salvador Varea)
Línea Fernando Freire
Línea Melgarejo (Antonio Melgarejo)
Línea Giráldez (Joaquín Giráldez). Aumento con reses de Cabrera. Pasa a su sobrino Fco. De Paula Giráldez y de éste a sus hermanos
Base Espinosa - Zapata
Mª. Antonia Espinosa (varias procedencias, quizá con Cabrera y Vistahermosa). Pedro y Juan Zapata y luego Juan José Zapata (añade becerros de Hidalgo Barquero)
Base Vázquez
Línea Freire - Fernando VII – Veragua (cruce con Gaviria y J.J. Fuentes en tiempos del rey  Fernando VII)
Línea Varela
Línea Taviel de Andrade
Línea Benjumea
Derivación Mora – Surga
Base Carriquiri
Línea Nazario Carriquiri
Derivaciones mixtas
Línea Castrojanillos (diversas procedencias castellanas). Vende a Francisco Roperuelos, y de éste a su sobrino Fernando Gutiérrez
Línea Miura
Línea Jiménez
Línea Carreros
Línea Pérez Tabernero
Línea Sánchez Tabernero
Línea Angoso
Línea Vega-Villar
Línea Coquilla
Línea José Domecq
Línea Braganza

Línea Díaz

En años sucesivos, como digo, corregirá, modificará –y por desgracia, pero justificadamente, eliminará- algunas de esas líneas, troncos, derivaciones o ramas. No obstante, la idea le perseguirá durante los siguientes años y –prácticamente- hasta el fin de sus días, dedicando años de trabajo y esfuerzo a intentar fundamentar sólidamente la historia real de la ganadería brava española. Desde el momento en que descubre el método serán muchos los autores que lo seguirán casi a pies juntillas, sin someterlo a mayores críticas, aceptando la relativa pureza que ello entraña, algo por completo alejado de la realidad en la mayor parte de las ocasiones y sólo reservado a un escasísimo número de vacadas de la época. Ni aun las que consideramos ganaderías puras –ni las que se consideraba entonces-, lo eran. Ni Miura era puro Cabrera –ni lo es en realidad-, ni Pablo Romero es puro Gallardo, ni Veragua primero o Prieto de la Cal son puros vazqueños. Incluso entre las ganaderías navarras, que ya entonces no figuraban para nada en festejos taurinos mayores, no existía la pretendida, aspirada o anhelada pureza de sangre, ya que se habían bastardeado bastante entre ellas mismas, primero,  y con sementales andaluces, después, que hubieron de aportar el oportuno refresco de lo que hoy consideramos como “puro”.
Entre los tratadistas que más y mejores páginas han dedicado al tema, el primero en asumirlo y defenderlo, e incluso quizá el primero en subrayar el concepto de “encaste fundacional” fue Alberto Vera “Areva”, que ya en su “Orígenes e historial de las ganaderías bravas” (primera edición, Madrid, 1949) lo defiende. Habla el veterinario madrileño de que “Dejando a un lado en esta ligera ojeada antiguas vacadas que por las características de sus reses dieron origen a diversas castas, como la navarra, la de los Gallardo, la de Espinosa y Zapata, la castellana, la de Colmenar o “de la tierra”, etc., reseñemos las cuatro más principales, base y fundamento de casi todas las actuales”. Y así refiere, a continuación, la “Casta jijona”, la “Casta de Cabrera”, la “Casta de Vistahermosa” y la “Casta vazqueña”. Obsérvese, no obstante, en su comentario, la presencia de las palabras “Casta” (o su equivalente “encaste”) y base o “fundamento” que dieron pie, con el paso del tiempo a la consideración y posterior aceptación de los “encastes fundacionales”. Lo mismo había hecho en su colaboración con Cossío unos años antes (Tomo I; Madrid, 1943), al redactar la parte correspondiente a ganadería brava. En su comienzo, no obstante, al igual que hacemos nosotros, advertía “…examinaré las características, tanto de las castas o razas que presenten caracteres hereditarios como de las variedades en que sólo pueden discriminarse diferencias somáticas. De esta última categoría suelen ser las variaciones que presentan las diversas ganaderías dentro de cada casta, aunque hoy casi todas sean, además, resultado de cruzas entre varias de ellas, y desde luego con la andaluza, que es la de lidia por excelencia y la que casi las ha adsorbido a todas, a consecuencia de un cruzamiento continuo con sementales de ella”. Luego distinguirá entre "Casta andaluza", "Casta castellana", "Casta navarra" y “Castas exóticas” como las portuguesas o francesas.
Edición de 1969 de la Unión de Bibliófilos Taurinos

“Don Luis”, como hemos mencionado, siguió ahondando, profundizando, investigando y estudiando el pasado remoto de la ganadería brava, y fruto maduro de ello fue la publicación de uno de los libros más importantes que puede existir en cualquier biblioteca de aficionado y que más peso ha tenido en el devenir, no sólo de la crianza del toro de lidia, sino de la fiesta misma: “El toro de lidia español”.
Realizó la primera edición en la Unión de Bibliófilos Taurinos en 1969, en un grueso volumen en folio, con un papel de hilo excepcional, grandes márgenes, cuidada edición y tirada exclusiva de 200 ejemplares numerados y nominados, y otros diez sin numerar para el autor y atenciones legales. La obra, que en su subtítulo “Ensayo de revisión histórica de las ganaderías en su origen” era toda una declaración de intenciones, iba levemente ilustrada con los hierros de las vacadas históricas que estudiaba y había podido localizar. Los hierros se habían obtenido de diversas fuentes, prevaleciendo en general las coetáneas a las vacadas mencionadas… salvo en el caso de Cabrera, lo que daría lugar a un fuerte desacuerdo con el editor. En sus 483 páginas, Uriarte agrupaba a las ganaderías, tras una Advertencia, y unos “Orígenes y evolución. Ayer y hoy del toro bravo” en lo que podríamos considerar como principales troncos: “Casta Navarra”, “Casta Morucha”, “Casta Jijona”, “Los toros de la Tierra”, “Variedad de Andalucía” y en ella “El Toro andaluz en general”, “Casta de Cabrera”, “Casta de Vázquez” y “Casta de Vistahermosa”. Como es lógico, detrás de cada uno de estos grandes troncos se escondían diversas ramas, que por no ser más prolijos les ahorramos. Fue, en su día, un tratado fundamental, imprescindible, para todo el que quisiera adentrarse en la historia de la ganadería brava.
La edición, corregida de bastantes errores por el entonces Secretario de la Unión de Bibliófilos, Diego Ruiz Morales, sin embargo, motivaría fuertes dolores de cabeza a ambos. No es momento éste de entrar en aquella controversia, pero la gota que colmó el vaso y que a punto estuvo de dar al traste con la empresa, fue el dichoso hierro de Cabrera; Ruiz Morales defendía que debía reproducirse el que figura en la Lista de ganaderías que asistieron a las fiestas reales madrileñas de 1803, cuando aún vivía su propietario; “Don Luis”, por el contrario, deseaba reproducir uno posterior, con la figura de un animal más parecido a un caballito que a una cabrita. Sólo un ejemplar saldría de las prensas con el hierro de Cabrera de 1803, el de Ruiz Morales, los restantes, al fin, lo harían con el équido-caprino.
Edición de 1970., realizada por el autor en la Librería Merced, con el precioso cuadro de Roberto Domingo de la sobrecubierta

Al año siguiente, en 1970, vería la luz una segunda edición, nacida de la polémica y controversia suscitada, y con el afán de divulgar y difundir aun más la obra por parte de su autor. Fue editada en Madrid, por la Librería Merced, también en folio, con 436 páginas (se habían suprimido algunos preliminares) y seis hojas de índices con una “Nota Bene” –entreverada en los mismos- en la que Uriarte se quejaba y defendía su postura. En peor papel y más modesta impresión, con menores márgenes, siguió manteniendo el hierro de la discordia, pero acercó más su contenido a los lectores, a los curiosos y a los investigadores (la tirada fue superior, y creo que de 1000 ejemplares).
Ruiz Morales, a su vez, contestaría esa “Nota Bene” final, en otra obra excepcional de investigación “Documentos históricos taurinos, exhumados y comentados por…” (Madrid, Gráficas Argés, 1971; un volumen en folio de 156 páginas y una hoja), donde aclara la polémica –sólo para iniciados- desde su punto de vista (creo que el acertado, aunque sus formas… no fueran las más adecuadas para el carácter de Uriarte).
El libro de “Don Luis” sigue siendo obra de referencia, aunque se haya superado su tesis en los últimos años, merced a nuevas investigaciones. Lo más interesante de la misma sigue siendo su afán por sistematizar las líneas de la ganadería brava, y el hecho de investigar –sobre todo en archivos eclesiásticos y parroquiales- las líneas familiares y los antecedentes vitales de ganaderos concretos. Mucho de aquello continúa hoy teniendo plena vigencia. Otras partes, sin embargo, como todo el tronco navarro o el origen de varias ganaderías, han sido derribados y vueltos a replantar –o replantear, como gusten-. Pese a ello, y pese a la extensión de estas líneas, es obra fundamental que no puede faltar en cualquier buena biblioteca de aficionado.
De ahí, a mi criterio, surge toda la historia de los hoy reconocidos por Real Decreto, encastes fundacionales.

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