jueves, 14 de junio de 2012

Madrid baja de categoría


La categoría de una plaza viene marcada desde antiguos reglamentos en tres niveles, supuestamente en función de las exigencias de cada coso, de su afición, del nivel taurómaco de cada circo, de su población y número de espectáculos.
Madrid, qué duda cabe, ha sido desde siempre considerada como plaza de primera categoría, algo que solía enorgullecer a sus aficionados y abonados, que han luchado durante décadas, casi durante siglos, para mantener aquel grado de dignidad que permitiese que lo que se hiciera en su coso tuviera una especial trascendencia, que el eco de las hazañas de los diestros, del ganado lidiado en su plaza, se multiplicara por todo el orbe taurómaco.
Este año, sin embargo, la dignidad del ganado que ha pisado su arena ha dejado muchísimo qué desear, las hazañas de los diestros casi han brillado por su clamorosa ausencia, las transigencias del palco en reconocimientos y en el mantenimiento de reses indignas en la plaza –por su trapío o por su invalidez- han dado como consecuencia la disminución en la categoría de la plaza de Las Ventas... con gran alegría de los profesionales, sin duda. 
Las Ventas, antes de la Guerra Civil
La categoría no sólo viene marcada en un texto legislativo, en una orden ministerial o en un real decreto, sino que ha de mantenerse en la exigencia desde el palco y por los públicos que asisten a todos los festejos (y no sólo a algunos de ellos). Lo hemos dicho muchas veces, y lo repetimos una vez más, la categoría de una plaza se sostiene sobre sus equipos presidenciales –reconocimientos y seriedad en el palco, límite a la concesión de trofeos injustificados y a veces no acordes al Reglamento, cumplimiento del mismo congruente con la tradición local-, la seriedad y conocimientos de su público –siempre con una afición cualificada, activa y presente que será el máximo exponente de ella-, el trapío y la presentación de sus toros. El aforo no es importante, ni tampoco el tamaño de la población, ni la propaganda que se haga en torno a su feria. Hay localidades de 500 habitantes cuyas plazas son muy serias y de gran categoría (las hay en La Mancha, en el valle del Tietar, en Navarra, Aragón o Castilla, en Valencia o Andalucía…), y cosos de 10.000 o más localidades que son de auténtica traca... incluso entre los de primera. El tener un coso de prestigio no se construye desde la publicidad, ni desde el "arte y la cultura", ni incluso desde lo que se marca en textos legales, sino desde la seriedad, la formación e información del público y de los aficionados, las actividades constantes relacionadas con la fiesta –conferencias, actos no sólo de exaltación de los profesionales, exposiciones, coloquios…- y creando un ambiente en el que se hable de toros con libertad y honestidad.
La potestad para aprobar un toro reside reglamentariamente en el presidente, en el texto nacional de 1996, que para ello cuenta con el dictamen pericial de los veterinarios de la plaza. La responsabilidad de aquello recae exclusivamente sobre sus presidenciales espaldas; si se lidia el ganado que este año ha pisado el albero venteño –tanto en San Isidro como en la mal llamada feria del arte y de la cultura, mejor la llamaríamos de la verbena de La Paloma- se rebaja la categoría de la plaza hasta la de un villorrio cualquiera. Me “complace” en sobremanera ver cómo se manipula el Reglamento para aprobar toros indignos (cumplen con la edad necesaria y el peso mínimo, son acordes al tipo de la ganadería, tienen sus papeles en regla…, aunque su trapío no esté acorde a la importancia y tradición del coso, ni aun a su prototipo zootécnico), y para conceder orejas a troche y moche –por ejemplo-, o para mantener inválidos en el ruedo se olvide aquél por completo. La ley lo es siempre y en cualquier caso, pero muchas veces parece que sólo sirve para favorecer los intereses del mundillo taurino, aunque sea a costa de menospreciar la dignidad de una plaza. Este año se han aprobado novillejos infumables, algunos –muchos- en contra del dictamen de los veterinarios, sólo por no desbaratar una corrida completa, o para que no haya devolución de entradas al sustituir más de dos toros en un cartel. Corridas completas han pasado, entrado y salido de la plaza sin que se haya lidiado uno solo de sus ejemplares; camiones de ida y vuelta, hábilmente preparados por la empresa del "tripartito", escándalos en los corrales... y lidia, al fin, de reses impresentables, todo ello en detrimento de la categoría de Madrid.
El tercero de Cuadri de este año, un toro de trapío (Foto: las-ventas.com)
La demagogia barata esgrimida por algunos taurinos, parte de la prensa, o por algún que otro político “interesado”, raya en el absurdo. El hecho de que no se protesten en el ruedo las liliputienses reses que algunas tardes han pisado el mismo no significa que no lo fueran. Si la mayoría calla, y por tanto aquello es lo que vale, habremos de asumir que sea cual sea la opinión de la masa mayoritaria, ésta siempre lleva razón. Sin embargo, habrá de tenerse en consideración que para esgrimir una opinión válida debe existir una cualificación previa, y por lo tanto, ¡¡ello supone que el público en su gran mayoría sabe aquilatar perfectamente el trapío y la presencia de un toro de lidia!! Pero se da el caso que ese mismo público y algún que otro taurino, son incapaces siquiera de definir el término “trapío” –preguntados por ello- aunque se muestran abiertamente a favor del que presentan algunas de las monas lidiadas. Paradoja tan sorprendente como la que en su momento esgrimió la propia Unión de Criadores de Toros de Lidia al impugnar el Reglamento de 1992, manifestando que el término no debía ser utilizado en aquél, y sin embargo empleándolo varias veces a lo largo de su escrito, como “denunció” el propio Tribunal Supremo español.
El primer Cuvillo de este año, una res sin trapío para Madrid (Foto: las-ventas.com)
El dictamen pericial de los veterinarios debería ser más vinculante, como sucede en algún Reglamento autonómico. Pero claro, eso no interesa al mundillo profesional. Si usted, pongo por ejemplo, va a tres endocrinos que le diagnostican diabetes y le mandan un tratamiento concreto, llegado a casa, ¿haría caso a la portera que le dice que con unas hierbas que coge de un prado próximo, se le cura eso que padece, que es un resfriado? Pues mucho ánimo, desde luego... Los veterinarios también cumplen una función oficial, tanto como el propio presidente del festejo. Sus negativas a aprobar los gatos aparecidos por chiqueros les sitúan en una posición digna de todo reconocimiento, porque en su ánimo estaba la defensa de la categoría de la plaza, sobre criterios siempre profesionales. Pero, al parecer, el taurinismo rampante sabe mucho más de la ciencia de la albeitería que los propios profesionales que han estudiado sus respectivas carreras universitarias, se han especializado en el toro, han hecho cursillos y asistido a congresos profesionales, han realizado estudios específicos, han sido seleccionados por el Ilustre Colegio Oficial de Veterinarios de cada Comunidad y han sido aprobados por la correspondiente autoridad. Miren…, que opinen de medicina o de derecho –como cualquier españolito de a pie-, vale, pero es que, dentro de poco, algunos de ellos sabrán más que los arquitectos, ingenieros aeronáuticos o filólogos clásicos, todo ello sin saber definir lo que es el trapío, como punto de partida. 
Mañana les haré un resumen de mi parecer sobre lo que han sido en este aspecto las corridas de ambas ferias primaverales en Madrid. 

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