miércoles, 2 de mayo de 2012

Tarde de azabache y guardarropía



Madrid, 2 de mayo de 2012. Un cuarto de entrada. 4 toros de Los Bayones y 1 (6º) de Abilio y Ramiro Hernández, de regular presencia pero con leña, mansos, bajos de casta, con escasa embestidas en general y sosos. Destacó, acaso, el cuarto por pegajoso. 1 toro de José Luis Iniesta (1º), manso y a menos.
José Pedro Prados, el Fundi, aplausos (av.) y división (av.). Sergio Aguilar, aplausos y aplausos. Morenito de Aranda, vuelta (av.) y vuelta.

Ya no se salta a la garrocha, ni desde una mesa con grilletes en los pies; ya no se pica sobre los hombros de un compañero; ya no se mata desde una silla a la salida del toril; ya no se recorta ni se quiebra el viaje de los toros; ya no se mancuerna y derriba al toro; ya -a Dios gracias- no nos remueve las entrañas la trágica barbarie de veinte equinos despanzurrados en el ruedo; ya de aquellas suertes goyescas no queda sino el vago y sepia recuerdo de unas láminas mil veces entrevistas y nunca bien comprendidas. No nos queda sino un olvidado recuerdo de unos trajes de guardarropía, con lejanos parecidos a los que los majos del Avapiés o los chisperos de Barquillo mancharon con la sangre del invasor en día similar de dos siglos ha. 
Ya la corrida goyesca no es sino vulgar mascarada carnavalesca, ayuna de contenido y de rememoración, con diestros acostumbrados al toro de hogaño y a suertes y lances que hubieran hecho clamar a los espectadores de aquella centuria y no precisamente de alegría. La tarde, camino del azabache de la noche, entrelazado a la par en las sedas de los protagonistas del día, languidece en triste cromo añejo. 
Una tarde en la que ni siquiera la figura de la Presidenta de la Comunidad de Madrid se digno hacer presencia..., se ve que se gana mucho más en fotos y aplausos entregando premios, galardones y distinciones que yendo a un espectáculo en el que no se cree o parece no creerse. Dos o tres -según se mire- madrileños en el cartel, pero sin el fuste y atractivo de aquel José Miguel Arroyo que hoy volvía a encumbrarse en oro ya no bordado en el pecho, sino prendido al cuello, no fueron suficientes para que la más alta dignataria política madrileña acudiera a su palco de Las Ventas. Tampoco lo hicieron otros políticos que alardean de afición, en día especialmente señalado, comenzando por el inefable Ignacio González, dueño y señor todopoderoso de los destinos del coso y de la fiesta en la región, cuasi jefe político de la provincia y de quién sabe cuántas cosas más, ni la señora alcaldesa -antaño corregidora se la hubiese titulado- de la Villa y Corte. Dos de mayo, ¿en qué has venido a quedar, sino en motivo de esparcimiento, de ágapes, recepciones y banquetes? Ya la sangre derramada, aunque sea en el trágico espectáculo de la vida y de la muerte, de la emoción y de la sensibilidad, ni aun siquiera convoca en su derredor ni a un puñado de tus antiguos compañeros. El toro que vierte generosamente su carmín hálito vital ya no atrae, como hiciera antaño, ni a cinco mil seres sedientos de verdad y de trascendencia.
También es verdad que, a fuer de ser sinceros, poco podía esperarse del cartel programado. Las reses de Los Bayones, con dos remiendos -primero y sexto- del segundo hierro familiar, no son aquellos atanasios de hace un par de décadas, ni aun conservan esa boyantía de hace menos tiempo. El Fundi es un diestro en retirada, justa y noble retirada, por cierto, pero al que no hemos vuelto a recuperar tras de aquella caída del caballo que antagónicamente a la de Saulo le condujo hacia la penumbra y no hacia la Luz. Sergio Aguilar, cual si hubiera nacido en el profundo Septentrión, parece más finés que madrileño, y se debate en los lejanos páramos helados de una tundra que inunda su alma, y que no termina de calentar en estos pagos y lares meridionales. Morenito de Aranda, ambivalente en tierra y procedencia, busca y no termina de encontrar su verdadero yo, el lugar en el toreo donde cobijarse, crecer y formar familia -de la de los tendidos hace siempre buena gala-. Con estos mimbres, Señor, mal canasto podía entrelazarse, pero cuando uno es coherente y responsable con su vida y su afición, con lo que aprueba, tolera, permite y subscribe, debiera primar la valentía y la arrogancia de dejar verse en el coso madrileño de Las Ventas. 
La entrada ha sido, sin embargo, la más pobre de las que he llegado a recordar; quizá la de 2010, con media plaza pudo haberse acercado algo; el cuarto de plaza actual ha sido ofensivo para el festejo, para un recuerdo emocionado a la entrega del heroico pueblo de la capital, para la añoranza de uno de los más grandes artistas universales, para la esencia misma de la fiesta. Negro como ese azabache va tiñéndose el panorama con sus actuales rectores y no menos conspicuos gestores empresariales..., que sin duda deben estar más ensombrecidos con la admisión de la denuncia del despechado pliego de Tomás Entero que de otra cosa. Bromeábamos a las puertas de la mudéjar plaza que, de ser así, Entero llegará a figurar como empresario en un futuro "cuatripartito" en dos o cuatros años a lo más, como le ha sucedido a algún otro...
Los mayores, si no los únicos, brillos arrancados al azabache vespertino han sido los que dibujó un subalterno de plata, Luis Carlos Aranda, de verde botella y azabache, pareando con gallardía, vistosidad, ciencia y conciencia al tercero, clavando arriba, sacando los brazos de abajo y asomándose al balcón de la gloria. 
Luis Carlos Aranda en uno de sus soberbios pares. Foto: las-ventas.com
Es verdad que el Fundi anduvo aseado en su primero, un sobrero que sustituyó al manco inicial, Pantera de apodo y de 535 kilos, castaño de capa pero manso, triste y a menos en la lid. Con ese aseo que da la veteranía y la suficiencia, con alguna duda inicial, pero suave e intentando alargarle el viaje en los comienzos. Ni uno, ni el otro, dijeron cosa más alguna, y un pinchazo bueno y una estocada perpendicular y delantera pusieron punto y final a la entrega inicial. Peor le fue en el cuarto, por nombre Servido, de 529 en la romana, negro, delantero de abundante cuerna pero escasa culata, que cumplió -o casi- en varas para ser pegajoso y con cierta codicia en la franela. Al hilo, pasándolo en paralelo y despegado, José Pedro nunca terminó de cogerle el aire, embarullándose por momentos y sin saber rematar los pases con la suficiencia de otros tiempos mejores. El toro se le quedaba casi debajo en casi todas las suertes, con las rectificaciones precisas del diestro y lo que desluce ese movimiento sin fin. Terminó con brusquedades, tirones y ocultamientos del trapo, sin poder con su oponente, pero liquidándolo de tres cuartos caídos.
Aguilar nos regaló dos buenos naturales en la tercera tanda y una buena estocada, un acaso desprendida en el segundo. El bicho, Garañoso, lució la misma capa que sus hermanos de camada, cabeza de respeto, pero condición mansa y rajada, que se evidenció ya en la segunda entrega muleteril. Porfió el espada sabiendo que nada sacaría en claro; debió abandonar antes. El quinto, Cubanito, con 560 kilos a sus espaldas, mucho más en uno de aquellos lisardos de tres décadas atrás, fue un bicho manso, revoltoso y a menos. El toro fue empeorando en el trasteo, quedándose cada vez más corto y a su aire, mientras que Aguilar, más generoso en los espacios iniciales, los acortaba hasta terminar abrazando un par de veces el lomo del animalito, porque entre el poco viaje de la res y lo corto del cite, no había manera de que aquello pasara. Una nueva y buena estocada por los rubios le valdría esos aplausos postreros.
Morenito dio sendas vueltas al ruedo en sus enemigos, aupado por sus incondicionales, que incluso llegaron a pedirle la oreja de cada cual, en petición a todas luces insuficiente -bien don Trinidad-. Es verdad que en su primer antagonista, Garlitero, de 563 kilos, toro manso pero que pedía aire a cada trance a pesar de su sosería, se intentó colocar en su sitio y llevar casi siempre en redondo -hubo algún pase de pecho de notable alto-. Pero fallaba en los remates, dejándoselo muchas veces debajo, y en acortar los terrenos, cuando el toro hubiera ido más largo, y dado más espacio en la culminación del muletazo, a media distancia. Una estocada un poco contraria le bastaría, mientras escuchaba un recado del usía. En el sexto, Servicilla, burel de 545 en la tablilla, con leña como para calentarse en este mes que "marcea", menos hecho y rematado que sus hermanos, pero manso, corto en sus arrancadas y algo brusco como ellos, hubo más encimismo aun, en este caso como recurso ante un toro que ni emocionaba, ni terminaba de transitar en derredor del espada. Dos buenos naturales en la tercera tanda, otros dos derechazos en la siguiente y alardes entre los pitones de la res, entre algunos enganchones y toreo poco limpio. Media delanterilla y caidita -no cainita- le darían pie para recorrer de nuevo el anillo al son y paso de los aplausos amigos.
Tarde de azabache, en fin, que nos recuerda que estamos en crisis, ¡válganos Dios y los héroes aquellos de un dos de mayo ante la francesada!

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