domingo, 27 de mayo de 2012

¡Albricias, un toro bravo!

Madrid, 27 de mayo de 2012. Casi lleno. 6 toros de los Herederos de Baltasar Ibán, bien presentados (excepto el 4º), encastados en general (excepto el 6º y menos el 1º) y con juego desigual en caballo y muleta. Destacaron, por bravo, el 2º, Pistolero, y por noble y boyante el 3º, Camarito. Fermín Espínola, silencio y silencio (aviso). Serafín Marín, saludos (aviso) y silencio (aviso). Rubén Pinar, división (aviso) y silencio.

¡Albricias! Parece mentira que en los tiempos que corren, con el toro del mono-encaste, con la majadería de la toreabilidad que conduce a la borreguez y a la condición boyar, con lo mal que han salido los toros esta feria… y esta temporada, de repente, nos topemos con un toro bravo. Pero fue así, sin paliativos; con esa bravura exigente e indómita, con su punto de fiereza, con la entrega justa y medida y desbordante, con casta y acometividad por arrobas… las mismas que lució en trapío y hechuras. Ese segundo, de nombre Pistolero, habrá de ser toro de premio para aquellos jurados –si es que no lo supera alguno de los que aun han de saltar al ruedo madrileño- que busquen la verdad de la fiesta, no las componendas y los abrazos con toreros o empresa.
Ha tenido que ser en una corrida de las que, a priori, no gustan las figuras, ¡qué sorpresa! (entiéndanme la ironía). Corrida de Baltasar Ibán muy interesante en líneas generales, bien presentada (con un único lunar), y encastada para lo que hoy estilamos. Corrida –como nos reconocía un ganadero a la salida del coso- de las de azulejo en el patio de arrastre… si no fuera por ese sexto que desdijo de su sangre y estirpe, y quizá también por el primero. Corrida en hechuras y tipo de la casa –no se fijen en el peso… que es la sempiterna frase que escuchamos los aficionados cuando pedimos trapío y nos lo quieren cambiar por kilos-. Pues, ahora, no se fijen en el peso…, y busquen las hechuras de estos Contreras “adomecados” con lo de Los Guateles. Toros bonitos, de buenas grupas y lomos, con remate, enmorrillados, de hocico de alcuza y algo degollados sin exageraciones, de bonitas y tocadas –algo levantadas las puntas- cabezas, pero sin exageraciones córneas; finos de cabos, de rabo largo y velloso –a un par les arrastraba por el suelo-, armónicos, ni largos ni cortos y con la alzada correspondiente a su tamaño, sin exageraciones. Fenomenal, nueva lección de trapío, si no fuese por ese cuarto que sacó el ganadero, más lavadito de carnes y culipollo. Una corrida, en definitiva, de Baltasar Ibán, de las que nos gustaría aprendiesen muchos cómo se presenta un toro en Las Ventas –y no ese segundo de Espínola, por cierto-.
Pistolero, el bravo segundo, número 29 y con 554 kilos (Foto: las-ventas.com)
Una corrida que de haber transcurrido al revés, hubiera dejado un muy grato recuerdo en cualquier aficionado, pero que, como en otras ocasiones, se deslizó en sentido inverso al deseado…, de más a menos. Los tres primeros, a mi juicio tuvieron mucho mayor interés que los tres finales, destacando ese segundo y un tercero excepcional en boyantía y nobleza. El cuarto, el que cayó en trapío, embistió con generosidad hasta que le ahogaron y otro tanto le sucedió al quinto, muy castigado en varas –¡pero de verdad!-, aunque se frenaba un poco –a pesar de venirse de lejos- y derrotaba más que sus hermanos. ¿Quién sabe si el sexto, al que también ahogó Rubén Pinar, hubiera lucido más si le hubiese dado esos cuatro metros que pedía, esa distancia a la que el toro, cuando le veía, iniciaba un movimiento tímido de manos y levantaba la carita más alegre?
Nos quedamos, sobre todo con el juego del segundo, bravo en varas, que fijo y codicioso empujó en el caballo como hacía tiempo no se veía en Las Ventas, que costó un sin vivir sacarlo del caballo y cuando al fin lo abandonó sacó su genio… Entró larguito al segundo envite, y aunque ya no le castigaron mucho, también empujó algo. Perseguiría en banderillas, y llegó alegre, codicioso, con recorrido y metiendo la cara en la franela, al último tercio. A pesar de que el bueno de Marín no acertó con toro de tanta clase, y tendió a ahogarlo en las tandas finales, el animalito siguió moviéndose y en dos buenos derechazos postreros volvió a demostrar la clase y calidad de su brava condición. Aun hubo de sacar genio a la hora de la muerte, desarmando al catalán –¡aprende Rajoy!- y buscando guerra antes de que lo descabellara al primer intento.
Muy bueno para el torero fue el tercero, que sin embargo manseó en varas y banderillas, llamando a mamá –cosa que tampoco se escucha habitualmente en la actualidad-. Pero, ¡qué caramba!, era una máquina de embestir, de planear, de meter la cara sin aspavientos e ir largo y con clase en los engaños, capote o muleta. Sin claridad de ideas, Pinar se lo dejó crudito, y así se lo recordaron, como a Marín los suyos o al mejicano Spínola en el cuarto, alguna que otra voz de los tendidos. Fueron las dos estrellas del encierro, aunque también disfrutamos con el juego de cuarto y quinto, que no llegaron, ni mucho menos, a tales excelencias.
Otro buen toro Camarito, el tercero, número13, con 580 kilos (Foto: las-ventas.com)
El mejicano abrió plaza frente a otro de los que bajaron el listón, Lastimoso, de 546 en la báscula; mansote, soso, protestón y algo bajo de casta, aunque le sacudieron de firme en el caballo –y le taparon, como siempre, la salida, ¡qué pesaditos…!-. Ni tuvo mucho viaje, ni embestidas claras, y desde fuera el azteca y sosos ambos, lo mejor en el haber del diestro fue la brevedad y una buena estocada, por arriba y tirándose como una vela. El cuarto, Ruiseñor, 528 en la tablilla, al margen de su escaso trapío, fue un bicho manso pero embestidor. Como todos los de esta ganadería –casi diríamos que los de este encaste- iba bien en la distancia, de lejos, con alegría y generosidad…, ¡triste sino, porque ello conduce a que les acorten los terrenos para ahogarlos! Eso hizo el americano en cuanto pudo, en la segunda serie a derechas –o con la derecha, mejor dicho-. Le acabó por esconder el trapo y citarlo de uno en uno… y así no hay quien vea el juego del toro. Fue un aburrimiento y una sosería, poniéndose, además pesado y escuchando un aviso –¡diez minutos, qué querría!- después de dejarle una única estocada por donde uno luce el chaleco.
Spínola en el que abrió plaza (Foto: las-ventas.com)
A Serafín le tocó Pistolero, que llevaba 554 kilos a los lomos. Bastante hizo con no salir derrotado de la contienda, y aun, si mata a la primera, quizá hubiera tocado pelo, tan generosa estaba la gente disfrutando con el toro, que se llevó una ovación en el arrastre que antes hubiera sido una vuelta. Aunque lo citó de largo casi siempre, acababa ahogándole un tanto, pero sin que el bicho lo acusara notablemente. Estuvo por debajo del toro, no cabe duda, pero no desbordado, simplemente ramplón, algo sucio en ocasiones y más bien al hilo que en la rectitud. En aquello de… aseado, sin más. Levantó algo los ánimos en unas manoletinas finales –el toro las tomaba como si le fuera la vida en ello-, y bajó las esperanzas después de pinchar por arriba –con desarme-, oír un aviso y descabellarlo con certitud.  En quinto lugar salió Asustado –debía temerse lo que le darían en el primer tercio-, luciendo 590 kilos de encaste Ibán. Serafín brindó al palco real –como el republicano Espínola o Pinar en su primero- pero el toro ya no era ese segundo; más corto en sus arrancadas y protestando a veces, acabó por viajar lo justito ante el achique de espacios del de Montcada. Cuando ya rozábamos el nihilismo, fruto paradójico de la abundancia de vacío argumental y muchos pases, lo despenó Marín de tres pinchazos caídos –uno de ellos con movimiento ulterior para ahondar el estoque ¡qué cosa tan fea!-, un aviso y una entera pero muy baja.
Pistolero y Serafín Marín, fíjense como embiste, cómo mete la cara y cómo galopa (Foto: las-ventas.com)
Ese extraordinario tercero, Camarito, pesó sus buenos 580 kilos y fue magnánimo, espléndido, dadivoso sin par en sus nobles y dulces embestidas. Pero Pinar, fiel al toreo post-moderno, siempre descolocado y tirando líneas para fuera y acometidas al baúl de los olvidos, lo desaprovechó por completo.  Es cierto que algo le aplaudió el público bullanguero –ya saben, el del descanso dominical…-, pero acabaron por darse cuenta de que el mérito correspondía más al toro que al diestro, y cuando terminó sin limpieza y sin ideas, con una entera desprendida y escuchando un aviso, hubo división… hasta en el parte de la empresa ¡nuevas albricias! El sexto, Camarino, de parecido nombre pero muy diferentes maneras, pesó 541 kilos, y fue el que menos nos pareció del encierro. Manso, se fue a menos muy rápidamente, acusando menos casta que sus hermanos. Para mí, no obstante, que la eterna manía de acortar terrenos y ahogar los toros, para darse el consecuente arrimón -que tiene mucho menos mérito que esperar al antiguo expreso de Andalucía a 120 kilómetros por hora en medio de las vías-, tuvo buena parte de la culpa… Pero dejémoslo en una hipótesis de trabajo, como se dice ahora. El animalito comenzó a quedarse corto y a protestarle al diestro albaceteño en cuanto pudo, en la segunda serie. Con un toreo periférico y aislado, nada vimos, ni por una, ni por otra parte. Media desprendida valdría para ver una muerte fulminante, y ahorrarnos –a Dios gracias- el aviso también habitual. Gracias.
Vimos al fin, ¡albricias!, un toro bravo y con eso nos damos por pagados… no sé si todos…

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