domingo, 13 de mayo de 2012

¡¡"Gallito" proclamado Emperador!!


Sucedió un 15 de mayo de 1912
Así titulaba la crónica la revista Arte Taurino, aquella que narraba la séptima corrida del abono madrileño de 1912, noveno festejo mayor de la temporada.
Rafael Gómez Gallito había alcanzado el cénit de su carrera. Nada de lo que hasta entonces se le había visto, era ni remotamente semejante, y eso que venía de cortar una oreja –la segunda de la plaza madrileña aceptada como tal- el día 2 de mayo, aunque con el intermedio –obligado en un torero como él- de un desastre considerable el 12 del mismo mes ante reses del duque de Tovar.
Rafael el Gallo antes de vestirse para aquella corrida (Foto Arte Taurino)
La fecha de ese 15 de mayo, San Isidro, de 1912, quedará, desde entonces, grabada en áureas letras en la biografía del genial y pinturero, desigual e incomparable, diestro sevillano.
Ese día del patrón madrileño se lidiaron seis toros de D. Manuel y D. José García (antes Aleas); para una terna compuesta de Ricardo Torres, Bombita; Vicente Pastor y Rafael Gómez, Gallito. Los toros, en términos generales estuvieron bien presentados, cumpliendo en varas sin excesos (30 puyazos por 14 caídas y 5 pencos para el arrastre), desta­cando tercero y sexto, y llegaron sin grandes dificultades al último tercio.
Bombita escuchó pitos en ambos toros, aunque estuvo atento en quites.  Pastor, sólo un poco mejor, vio como se dividían las opiniones en los suyos. Rafael, sin embargo, estuvo colosal, especialmente en la muerte del sexto.
Un derribo de uno de los de Aleas lidiado (Foto Arte Taurino)
Rafael, al tercero, lo toreó con mucha alegría y adorno, pero lo mató de dos pinchazos y una estocada caída, y de ahí que sólo escuchara una ovación y diera una vuelta al ruedo. En uno de esos pinchazos el estoque saltó a los tendidos hiriendo a un espectador, que fue atendido en la enfermería.
En el sexto, sin embargo, realizó una faena superior de todo punto, llena de arte y de gracia, que enloqueció a toda la plaza. Banderilleó muy bien a ese sexto junto a sus compañeros de cartel. Pinchó en la suerte de recibir y acertó al volapié a continuación en los mismos rubios. La ovación fue de las de época, hubo petición de oreja, pero no se consumó el trofeo porque la gente, echándose al ruedo, sacó en hombros al héroe del día, entre el entu­siasmo de todos los espectadores.
El diario ABC describe minuciosamente las faenas de los espadas, sin juicio crítico alguno, que no sea la opinión de que Gallito realizó una “Nueva, preciosa y bordada faena, para entrar a volapié en forma inmejorable y dar una gran estocada de la que rodó e! toro instantáneamente. Superior, admirable; lo mismo al torear que al matar. Salió en hombros en medio de una ovación tan grande como justa. Bien y mil veces bien. Todo en cuatro minutos. Ha sido una faena de las que no se olvi­darán nunca; la mejor que ha hecho, y hoy puede decirse que no se ve hacer una cosa que tan brillante resulte en conjunto. Mu­cho mejor que el 2 de Mayo, pues la muer­te del toro ha sido inmejorable”.
Bombita rematando un  quite en aquel festejo (Foto Arte Taurino)
Joaquín Bellsolá (Relance) en la revista Arte Taurino, al margen de consagrarle emperador del toreo, añadiría: “Yo no he visto nada tan grande como aquello. Fue asombroso, enorme, grandioso, inmenso, soberano, colosal. El público deliraba. El maravilloso torero, el excelso Gallito, realizó prodigios, describió con su mágica muleta curvas nunca soñadas, y la muchedumbre se estremeció de entusiasmo. Fue como una corriente eléctrica que recorriera de un extremo a otro todas las gradas del circo. Y eso en el último toro, cuando la gente no suele ni mirar al ruedo. No hay pluma capaz de describirlo. La multitud, enloquecida, ovacionaba al espada triunfante y pedía la oreja del bravísimo aleas, que hipnotizado había obedecido al gigante en todos sus movimientos, hasta caer a sus pies herido por mortal estocada”.
Y añadirá el gran cronista: “Siempre he dicho que Gallito es un artista. Hoy digo que es un genio. Es el mejor. No tiene piernas. Es un torero de medio cuerpo arriba”. Tal  fue su entusiasmo que al describir la faena diría “pasará a la historia escrita con letras de oro…”. Hubo “seis naturales, de su invención, cambiándose de mano la muleta por detrás –a los que hay que bautizar- en los que el dominio, la elegancia, el arte y la ciencia se mostraban esplendorosos ante los asombrados ojos de los espectadores. No hay quien haga eso, ni toreando de salón delante de una silla. El torero, quieto, altivo, erguido, desdeñoso, mandaba; y el toro, sugestionado, obedecía como un borrego”.
Acabará el crítico madrileño diciendo que acertó la presidencia en no conceder la oreja, “Es poca recompensa la oreja para tal hazaña, y más conforme se van poniendo hoy las cosas esas de dar orejas”. 
Una tarde cumbre del Gallo mayor, del gran Rafael. Una tarde que ha pasado a la historia de la tauromaquia con mayúsculas, una tarde de toros del día de San Isidro.

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