lunes, 25 de julio de 2016

Los de Cuadri en Valencia

He de reconocerles que ésta no será una crónica al uso, sino una serie de reflexiones que, en torno al festejo valenciano que ayer, 24 de julio, cerraba la mini feria de julio valenciana, se me suscitaron; feria, por cierto, que antaño tuvo mayor importancia y extensión que la actual -camino de ser raquítica-.
Ayer, como ya sabrán muchos de ustedes, se lidió una corrida de los Hijos de Celestino Cuadri en la plaza levantina. No fue una buena corrida, seguro que la prensa del sistema le habrá atizado a gusto..., ni aun brava (aunque algunos empujaron en el caballo, más con bravuconería que verdadera entrega), ni mucho menos completa… por no completarse, ni siquiera pudo lidiarse completa porque uno de los que saltaron al ruedo, el tercero, fue devuelto por su manifiesta invalidez (aunque al usía, negado en el palco, le costase verlo lo suyo). Tuvo, eso sí, trapío y seriedad, dureza y exigencia…
No fue, decimos, una corrida completa, pero fue una corrida interesante; una corrida para aficionados, para discurrir y discutir, para pensar y buscar soluciones. Una corrida, como se decía antes, para toreros machos... 
Cada toro tuvo su personalidad, su duración (que había que entender para un mejor planteamiento de la faena), sus complicaciones o dificultades. Por desgracia, para la tauromaquia actual y si me apuran para el futuro de la fiesta, las faenas estándar que se han impuesto en el gusto de los públicos ocasionales y aun de los aficionados, no permiten ya ajustar la lidia, el último tercio a los verdaderos requerimientos de cada toro.


Dos de los de Cuadri en Valencia
(Foto: 
Teseo Comunicación - SCP)
Así, por ejemplo, hay que empezar con unas eternas probaturas por ambos pitones, en pases sin más méritos, ni estética en la mayor parte de las ocasiones, pero que le restan una docena de lances a la faena; para luego coger la derecha y ensartarle al pobre animal tres series de derechazos (rematados con el de pecho, o con trincheras tan al uso, menos cuando llueve…), tras de lo cual viene el obligado cambio de mano para darle otras dos o tres con la izquierda, vuelta a la derecha, unos adornitos finales, a por la espada, quince pases más para cuadrar al bicho y, si hay suerte.., estocada “dentro del animal” y sanseacabó.
Y de esta manera, una y otra tarde… Y eso si, con suerte, no asistimos a esa birria contemporánea de lo que yo denomino “pingüis”, por delante y por detrás, trapazos por la espalda y estatuarios por delante de supuesta (a veces verdadera) exposición, pero donde no se lleva toreado al toro ni cinco milímetros; faenas para públicos sensibles, ñoños, llorosos o temerosos, incapaces de aguantar todos esos sustos, a los que se les encoje el corazón cada vez que el toro pasa por allí a su albedrío, ya que dominio, poderío e inteligencia requiere poco.
Yo, como no voy a que me asusten a los toros, ni encuentro mayor placer en que zarandeen al torero, ni comprendo por qué a los toros no se les da la lidia que requieren en cada caso, y se les lleva con auténtico mando, dominio de la situación, y si cabe con arte, gusto y estética, me suelo enfadar con tales alardes de “valor” (real, o supuesto, porque quedarse quieto y pasarse, llevando toreado al bicho, los pitones por las femorales tiene mucho más mérito que todos esos atropellos…); porque, además, el valor, como en la mili, y en la cartilla militar te apuntaban, “se le supone”; es condición imprescindible para ser torero, para vestirse de luces, y nadie que no lo tenga podrá llegar a ser nada en este arte… aunque a veces haya algunos que lo disimulen mucho. Así que si alardea mucho de valor… quizá sea porque le falte para torear de verdad, o carezca de esas otras cualidades que elevan el oficio (el arte, de artesano manual, que es como surge la expresión en referencia con los toros y la corrida, no se engañen) a esa categoría artística por encima de lo común.
Faenas estándar, alardes innecesarios o exagerados, quién sabe si por falta –precisamente- de valor… y a ello vamos. Los toros, como los de Cuadri de ayer, requerían otra cosa. Más inteligencia y más oficio (llámenlo técnica, si gustan), que son condiciones que nos elevan por encima de la animalidad de la que hemos hablado en entradas anteriores, y nos hacen colocarnos en la cúspide de la naturaleza, de la creación.


Román en el tercero, el toro de Algarra
(Foto: 
Teseo Comunicación - SCP)
El primero, por ejemplo, que acabó parado y tardeando, necesitaba que se metieran bastante en su terreno, que se cruzara el diestro, le dejase la muleta siempre muy puesta en la cara, y tirase con bastante ritmo del animal, sin dejarle pensar en ningún momento. Con eso hubiese tenido tres series… y poco más. Rafaelillo no quiso, y sabía lo que tenía entre manos, darle esa lidia. Se metió en su terreno, se cruzó, vale, bien, pero al tercer muletazo le escondía un poco el trapo para evitar que repitiese. Anduvo porfión, como siempre, valiente, insistiendo quizá en demasía, pero sin  terminar de cuajar esa breve faena que el toro necesitaba y el público agradecido. Mató a la tercera (que fue la vencida) y aquí paz y después gloria.
El segundo, sin embargo, necesitaba aire, un poco más de distancia (no exagerada) esos dos metros que le hubiesen cambiado por completo. Agobiado en las cercanías por Pascual Javier, donde los toros “pesan” mucho menos que en la distancia, tampoco ofreció el juego deseado, tocando el engaño con frecuencia, y al final dudando y quedándose.
En tercer lugar vimos al sobrero de Algarra, al que el valenciano diestro local, Román, acabó cortándole dos orejitas valencianas cuyo peso específico debe ser el del kilo de paja… ya entienden. Un toro que manseó en varas como pocos, sentía el hierro y salía huido a escape, y que con esos dos simples refilonazos llegó vivito y coleando a la muleta, para que el diestro nos ofreciese una faena estándar de las primeras con mezcla de las segundas, mucho enganchón al principio y sólo dos tandas buenas, una por mano. Hubo, sin que el personal pareciera enterarse un muy buen pase cambiado en las postrimerías y ganas no le faltaron al chaval. Estocada baja y segundo regalo presidencial, al igual que una inconcebible vuelta al ruedo al manso, que es como para que se le caiga la cara de vergüenza al presidente… si la tuviera.


El cuarto de la tarde
(Foto: 
Teseo Comunicación - SCP)
En el cuarto vimos la faena más meritoria de la tarde. El torazo de Cuadri -600 kilos de animalidad- fue, junto con el sexto, el más complicado del encierro, un toro probón, que iba con todo, que a veces entraba al paso para acelerar bruscamente a medio lance cuando creía tener a tiro al diestro o la muleta; toro con el que el valiente diestro murciano estuvo mucho más entonado, más en lo que había que hacer: consentir, aguantar, tirar de él; y con el que, tras un auténtico estoconazo por arriba, de resultado fulminante, consiguió esa oreja meritoria. Su gran humanidad hizo sacar al chico enfermo al que había brindado la faena, y ambos pasearon el trofeo entre aclamaciones por el redondel.


Rafaelillo en el cuarto de la tarde
(Foto: 
Teseo Comunicación - SCP)
En el quinto nuevo naufragio de Pascual Javier. Incapaz de someter al complicado toro de Cuadri, anduvo a la desesperada sin conseguir aguantar las embestidas. De verdad que hay oportunidades malditas… No toreas, suplicas contratos, por fin te meten en la que nadie quiere, y como el ganado es duro y exigente, y tú no estás para esas cosas por falta de oficio o de continuidad, fracasas y te hundes definitivamente. Es una historia una y mil veces repetida, y ayer tuvimos un nuevo capítulo de la serie. Nada más que apuntar.


El sexto y un hermano
(Foto: 
Teseo Comunicación - SCP)
El que también naufragó, en último lugar, fue Román, tan ufano él con las dos orejitas de pitiminí cortadas a un ejemplar sin remate de la factoría “Domecqstizada”. El toro de Cuadri salió enterándose, emplazándose; un bicho, como el cuarto, con trapío para Madrid o Bilbao, 640 kilos en la romana (en Valencia eso puede romper la báscula, seguro), que llegada la suerte de varas empujó con ganas llevándose el caballo a tablas y luego veinte metros más por ellas, más con bravuconería, es cierto, que con bravura; que tomó una segunda vara con algo menos de empuje, pero que tenía de sobra; una tercera en el caballo que hacía puerta, donde Iturralde también le sacudió de firme, como en las dos primeras, tapándole la salida con la famosita “carioca”, y que hubiese necesitado una cuarta y quién sabe si una quinta vara para bajarle los humos. El del moquero del palco, lo sacó a la balaustrada y se cambió el tercio sin necesidad y sin que el toro estuviera suficientemente picado. Y éste llegó con ganas y rematando por alto a banderillas (ayer se tiraron de cabeza al callejón varios rehileteros, incluso afamados…), y después a la muleta. Tratamiento: pases rematados por alto de la muleta de Román por la derecha, y nada de doblarse por bajo con el animalito; consecuencia lógica: el toro se complicó más, enganchó todo lo que pudo el supuesto engaño, que no engañó a nadie, y mostró, por desgracia, que las dos orejitas previas… habían sido regalo exagerado. Anduvo Román, por completo, a merced del toro, nada le pudo, y nada demostró…, antes del calvario para matarlo: estocada casi entera baja, y varios descabellos después de que el bicho sembrara nuevos pánicos en dos amagos de arrancadas en los que hubiera podido llevarse a toda la cuadrilla en volandas hasta la enfermería…

No fue una corrida para cien, ni siquiera para cincuenta muletazos. Fue un encierro con sus tiempos justos, que había que poder, someter, doblegar y lidiar, a cada cual según su condición. Y como a mí, como aficionado, me gusta pensar y que me hagan pensar..., me entretuvo, especialmente su segunda mitad.
Repito, la corrida de Cuadri no fue buena, pero fue interesante, dura, pero dura de verdad, complicada; todos los toros tenían su aquél, su personalidad, necesitaba cada cual su trato, pero ya no quedan espadas que sepan dárselo como antes lo hacían Dámaso Gómez, Miguel Márquez, Ruiz Miguel, y tantísimos otros matadores que no habrán pasado al Olimpo de la estética, pero que tenían más torería, saber hacer y conocimientos de la lidia que todo el escalafón al completo de hoy día. 

1 comentario:

  1. lo siento maestro:
    muy eminente tu critica y muy detallada pero lo que pasé yo ...y Rafaelillo no esta en lso escritos.

    Yo creo que Rafaelillo dio una dimension de compañero chapeau. ojala le pudiera decir esto vis a vis.

    menos mal que a mi paisaano le toco uno de ALgarra que tenia algun pase y con el que se le dio un premio excesivo......pero Roman debe salir del hoyo al que le han empujado "ciertas eminencias taurinas".
    Yo no pido lo mismo a Roman que a Manzanares, asi que...me parece "apañadillo" lo de hacerle triunfador de la feria...y no al peruano..pero Los Cuadri, y eso que parece que la ultima que todavio no vi en el Plus no salio mala

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